Para el día de la inauguración de la presidencia de Trump, miles de escritores estadounidenses se aprestan a expresar su indignación. “Para sanarnos y avanzar”, escriben los Writers Resist (Los escritores resisten), “queremos eludir el discurso político directo para centrarnos inspiradamente en el futuro y en cómo nosotros, como escritores, podemos ser una fuerza unificadora en la tarea de proteger la democracia”. Y: “Urgimos a los organizadores y oradores locales a evitar la mención de nombres de políticos o servirse de un lenguaje ‘anti’ durante el acto del Writers Resist. Es importante garantizar que las organizaciones sin ánimo de lucro, que tienen prohibida la participación en campañas políticas, se sientan cómodas en el patrocinio de este acto.”
Así
pues, hay que evitar la protesta real, que no está libre de impuestos.
Compárese
esta basura palabrera con las declaraciones del Congreso de Escritores
Norteamericanos celebrado en el Carnegie Hall de Nueva York en 1935 y, luego,
dos años más tarde, en 1937. Se trató de actos electrizantes, con escritores
que debatían cómo hacer frente a hechos ignominiosos que estaban aconteciendo
en Abisinia, China y España. Se leyeron telegramas de Thomas Mann, C. Day
Lewis, Upton Sinclair y Albert Einstein, en los que se reflejaba el miedo al
gran poder rampante y la convicción de que no era ya posible debatir de arte y
literatura no ya sin política, sino sin entrar en la acción política directa.
“Un
escritor”, declaraba la periodista Martha Gellhorn en el segundo congreso, “debe
ser ahora un hombre de acción… Un hombre que haya dedicado un año de su vida a
las huelgas del acero, o que haya estado un año en el desempleo, o que haya
sufrido los problemas del prejuicio racial, no ha perdido o desperdiciado su
tiempo. Es un hombre que ha llegado a conocer cuál es su sitio. Si has
sobrevivido a eso, lo que tendrás que decir luego no será otra cosa que la
verdad, lo necesario y real, y por eso será duradero”.
Esas
palabras resuenan ahora como un eco a través de la unción y violencia de la era
Obama y el silencio de quienes coadyuvaron a sus engaños.
Que
la amenaza del poder rapaz –rampante desde mucho antes del ascenso de Trump– ha
sido bien encajada por escritores, muchos de ellos privilegiados y celebrados,
y por los guardianes de las puertas de la crítica literaria y de la cultura
(incluida la cultura popular), es cosa fuera de discusión. No iba con ellos la
imposibilidad de escribir y promover literatura privada de política. No iba con
ellos la responsabilidad de hablar claro, ocupara quien ocupara la Casa Blanca.
Hoy,
el falso simbolismo lo es todo. La “identidad” lo es todo. En 2016, Hillary
Clinton estigmatizó a millones de votantes calificándolos como “panda de
deplorables, racistas, sexistas, homófonos, xenófobos, islamófobos, llamadle
como queráis”. Ese insulto lo pronunció en una marcha LGBT como parte de su
cínica campaña para atraerse a las minorías insultando a una mayoría blanca
principalmente obrera. Divide e impera, se llama eso; o política de las
identidades, en la cual raza y género, al tiempo que esconden la clase social,
permiten librar la guerra de clase. Trump lo comprendió a la perfección.
“Cuando
la verdad es substituida por el silencio”, dijo una vez el poeta soviético
disidente Yevtuschenko, “el silencio es un mentira”.
No
se trata de un fenómeno norteamericano. Hace unos años, Terry Eagleton,
entonces profesor de literatura en la Universidad de Manchester, opinaba que
“por vez primera en dos siglos, no hay ningún poeta, dramaturgo o novelista
británico eminente dispuesto a cuestionar los fundamentos del modo de vida
occidental”.
No
hay un Shelley que hable a favor de los pobres, ni un Blake que escriba a favor
de sueños utópicos; no hay un Byron que condene la corrupción de la clase
dominante, ni un Thomas Carlyle y un John Ruskin que desvelen el desastre moral
del capitalismo. William Morris, Oscar Wilde, HG Wells o George Bernard Shaw no
tienen hoy su equivalente. Harold Pinter fue el último en levantar la voz.
Entre las insistentes voces del actual feminismo de consumo, ninguna se hace
eco de Virginia Woolf, que tan bien describió “las mañas para dominar a otros…
por la vía someter, matar o adquirir tierra y capital”.
Hay
algo venal y profundamente estúpido en esos escritores que se aventuran fuera
de su mundo mimado para abrazar una “causa”. En la sección de reseñas del Guardian del
pasado 10 de diciembre había una refitolera imagen de Barack Obama mirando al
cielo y estas leyendas: “Fascinante gracia” y “Adiós, jefe”
El
servilismo adulatorio discurría página tras página como una suerte de arroyuelo
de pestilente parloteo. “Ha sido una figura vulnerable en muchos sentidos… Pero
la gracia. La gracia integral: en las maneras y formas, en el argumento y el
intelecto, con humor y sobriedad… Es un brillante tributo a lo que ha sido y a
lo que puede volver a ser… Parece dispuesto a mantener el combate, y sigue
siendo un formidable campeón al que hay que conservar de nuestro lado… La
gracia… los casi irreales niveles de gracia…”.
He
amalgamado estas citas. Hay otras todavía más hagiográficas y carentes de
moderación. El apologista en jefe de Obama en The Guardian, Gary Younge,
siempre se ha cuidado de mitigar un poco las loas. Su héroe “podría haber hecho
más”: pero, ¡oh!, esas “soluciones calmadas, mesuradas y consensuadas…”.
Pero
nadie puede superar al escritor norteamericano Ta-Nehisi Coates, el agraciado
con un beca para “genios” de 625.000 dólares otorgada por una fundación de
izquierda liberal. En un interminable ensayo para The Atlantic titulado
“Mi Presidente era Negro”, Coates aportó un nuevo significado a la postración.
El “capítulo” final, titulado “When You Left, You Took All of Me With You”
[Cuando te vayas, te me llevarás todo contigo] –un paso de la canción de Marvin
Gaye—, describe el espectáculo de un Obama “saliendo de la limousine, más allá
del miedo, sonriendo, saludando, desafiando a la desesperanza, desafiando a la
historia, desafiando a la gravedad”. La Ascensión, nada menos.
Uno
de los rasgos persistentes de la vida política norteamericana es un extremismo
cultista rayano en el fascismo. Se expresó y reforzó durante los dos
mandatos de Barack Obama. “Yo creo en el excepcionalismo americano con todas y
cada una de las fibras de mi ser”, dijo Obama, quién llevó el pasatiempo
militar favorito norteamericano –los bombardeos y las escuadras de la muerte
(“operaciones especiales”)— más lejos que ningún otro presidente desde la
Guerra Fría.
De
acuerdo con la investigación del Consejo de Relaciones Exteriores, sólo en 2016
Obama lanzó 26.171 bombas. Es decir, 72 cada día. Bombardeó a los más
pobres de la Tierra Afganistán, Libia, Yemen, Somalia, Siria, Irak, Pakistán.
Cada
jueves –informa el New York Times—, él personalmente seleccionaba a quién
había que asesinar con endemoniados misiles lanzados con drones. Bodas,
funerales o pastores de rebaños se convirtieron en blancos de ataque, junto con
quienes trataban de reunir las partes de los cuerpos diseminadas por el
“objetivo terrorista”. Un senador Republicano, Lindsey Graham, estimaba –con
aplauso— que los drones de Obama habían matado a 4.700 personas. “A veces le
das a gente inocente, y yo odio eso”, dijo, “pero nos hemos cargado a miembros
muy principales de al Quaeda”.
Como
el fascismo de los años 30, grandes mentiras servidas con precisión de
metrónomo. Gracias a unos medios de comunicación omnipresentes, a la
descripción de los cuales cuadran ahora las palabras del fiscal de Nuremberg:
“Tras cada gran agresión, con algunas excepciones oportunistas, iniciaban una campaña
de prensa calculada para debilitar a sus víctimas y preparar psicológicamente
al pueblo alemán… En el sistema de propaganda… la prensa diaria y la radio eran
las armas más importantes”.
Recuérdese
la catástrofe en Libia. En 2011, Obama dijo que el presidente libio Muammar
Gaddafi estaba planeando un “genocidio” contra su propio pueblo. “Sabemos… que
si esperamos un día más, Benghazi, una ciudad de las dimensiones de Charlotte,
podría sufrir una masacre que reverberaría por toda la región y mancharía la
consciencia del mundo”.
Era
la consabida mentira de las milicias islamistas abocadas a la derrota a manos
de las fuerzas gubernamentales libias. Se convirtió en la historia dilecta de
los medios de comunicación; y la OTAN –dirigida por Obama y Hillary Clinton—
lanzó 9.700 “incursiones punitivas” contra Libia, de las cuales más de un
tercio dirigidas contra objetivos civiles. Se usaron cabezas de uranio; las
ciudades de Misurata y Sirte fueron arrasadas. La Cruz Roja encontró fosas
comunes, y la Unicef informó de que “el grueso [de los niños muertos]
tenían menos de 10 años”.
Bajo
Obama, los EEUU extendieron las operaciones de “fuerzas especiales” a 138
países, el 70% de la población mundial. El primer Presidente Afroamericano
lanzó lo que equivalía a una invasión a gran escala de África. Reminiscente del
Gran Reparto de África de fines del XIX, el Comando Africano de los EEUU
(Africom) ha construido una red de peticionarios y suplicantes entre los
regímenes africanos colaboracionistas, ávidos de sobornos y armas
estadounidenses. La doctrina “soldado a soldado” del Africom incrusta oficiales
estadounidenses en cada nivel de mando, desde el generalato al último cabo
furriel. Sólo faltan los salacots.
Es
como si la orgullosa historia de la liberación africana, de Patrice
Lumumba a Nelson Mandela, hubiera sido destinada al olvido por una nueva elite
dominante negra, cuya “misión histórica” –según advirtió Franz Fanon hace ya
medio siglo— es la promoción de “un capitalismo rampante aun si camuflado”.
Fue
Obama quien, en 2011, anunció lo que ha terminado conociéndose como el “pivote
de Asia”, por el que casi dos tercios de las fuerzas navales estadounidenses
fueron transferidas al Pacífico asiático para “confrontar a China” (en palabras
de su Secretario de Defensa). No había amenaza china; la aventura era de todo
punto innecesaria. Era una provocación extrema para hacer feliz al Pentágono y
a sus enloquecidos logreros.
En
2014, la administración Obama supervisó y financió un golpe dirigido por
fascistas en Ucrania contra el gobierno democráticamente elegido, amenazando a
Rusia en la frontera occidental por la que Hitler invadió en su día a la Unión
Soviética con una pérdida de 27 millones de vidas. Fue Obama quien emplazó
misiles que apuntaban a Rusia en la Europa del Este, y fue el ganador del
Premio Nobel de la Paz quien incrementó el gasto en cabezas nucleares a un
nivel más alto que cualquier otra administración desde la Guerra Fría (después
de haber prometido en un emotivo discurso en Praga “ayudar a librar al mundo
del armamento nuclear”).
Obama,
el iusconstitucionalista, persiguió a más filtradores de información que
cualquier otro presidente en la historia, a pesar de que la Constitución
estadounidense los protege expresamente. Declaró culpable a Chelsea Manning
antes del fin de un proceso que era una farsa. Rechazó el perdón a Manning, que
había sufrido años de tratamiento inhumano que la ONU equipara a tortura. Dio
alas a una persecución judicial falsaria contra Julian Assange. Prometió cerrar
el campo de concentración de Guantánamo, y no lo hizo.
Secundando
el desastre en relaciones públicas que fue George W. Bush, Obama, el delicado
operador de Chicago vía Harvard, se apuntó a restaurar lo que llama “liderazgo”
a escala planetaria. La decisión del comité del Premio Nóbel fue parte de eso:
el tipo de empalagoso racismo inverso que beatificó al hombre por la sola razón
de que resultaba atractivo para las sensibilidades liberal-progresistas y,
huelga decirlo, para el poder norteamericano, ya que no para los niños
acribillados en los países empobrecidos, la mayoría musulmanes.
Tal
es el “Atractivo de Obama”. No difiere mucho del silbido canino: inaudible para
la mayoría, irresistible para los sumidos en el encantamiento y la imbecilidad,
y particularmente para los “cerebros liberal-progresistas anegados en el
formaldehído de las políticas de identidad”, como dejó dicho Luciana Bohne.
“Cuando Obama entra en la sala”, requebró George Clooney, “quieres seguirle a
algún lado, a cualquier lado”.
William
I. Robinson, profesor en la Universidad de California, y miembro uno de los
grupos de pensamiento estratégico incontaminados que han mantenido su
independencia durante los años de silbidos caninos posteriores al 11S, escribía
esta semana:
“Puede
que el Presidente Barack Obama… haya contribuido más que nadie a asegurar la
victoria de Trump. Aun cuando la elección de Trump ha disparado una rápida
expansión de las corrientes fascistas en la sociedad civil estadounidense, una
deriva fascista del sistema político está lejos de resultar inevitable… Pero el
contraataque precisa de claridad en el diagnóstico de cómo llegamos al borde de
este peligroso precipicio. Las semillas del fascismo del siglo XXI fueron
sembradas, fertilizadas y regadas por la administración Obama y la elite liberal
políticamente quebrada”.
Robinson
señala que “tanto en su variante del siglo XX como en la incipiente variante
del siglo XXI, el fascismo es, sobre todo, una respuesta a profundas crisis
estructurales del capitalismo, como las de los años 30 y la que empezó con la
fusión financiera de 2008… Hay una línea casi directa que va de Obama a Trump…
La negativa de la elite liberal a enfrentarse a la rapacidad del capital
transnacional y su recurso a las políticas de identidad sirvió para eclipsar el
lenguaje de las clases trabajadoras y populares… empujando a los obreros
blancos a una “identidad” de nacionalismo blanco y ayudando a los neofascistas
a organizarlos”.
El
lecho de siembra es la República de Weimar de Obama, un paisaje de pobreza
endémica, política militarizada y cárceles bárbaras: la consecuencia de un
extremismo de “mercado” que, bajo su presidencia, impulsó la transferencia de
14 billones de dólares de dinero público a empresas criminales de Wall Street.
Tal
vez su mayor legado sea la cooptación y la desorientación de cualquier
oposición real. La engañosa “revolución” de Bernie Sanders queda al margen. La
propaganda es su triunfo.
Las
mentiras sobre Rusia –en cuyas elecciones los EEUU han intervenido sin embozo– han convertido en un hazmerreír al grueso de los periodistas autoproclamados
importantes del mundo. En el país que goza constitucionalmente de la prensa más
libre del mundo, el periodismo libre subsiste sólo por honrosas excepciones.
La
obsesión con Trump es una tapadera para mucha de la sedicente “izquierda
liberal”: como una proclamación de decencia política. No son de “izquierda”, ni
siquiera particularmente “liberales”. Buena parte de la agresión norteamericana
al resto de la humanidad ha venido de administraciones Demócratas autoproclamadas
liberal-progresistas: como la de Obama. El abanico político norteamericano va
del mítico centro hasta la derecha lunática. La “izquierda” son renegados sin
techo, a los que Martha Gellhorn describió en su día como “una fraternidad tan
rara como de todo punto admirable”. Excluidos quienes confunden política con
autofijación umbicular.
Me
pregunto si, mientras “se sanan” y “avanzan”, los portavoces de Writers
Resist y otros antitrumpistas reflexionan sobre eso. O más al caso:
¿cuándo surgirá un genuino movimiento político de oposición? Airado, elocuente,
todos para uno y uno para todos. Mientras la política real no regrese a las
vidas de las gentes, el enemigo no es Trump, somos nosotros.
Fuente: Counterpunch
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Fuente: Counterpunch
No, a ver si va a resultar que todos son iguales. (o peores)
ResponderEliminarSalud!
Buff, vaya repaso. El fascismo tiene un problema, bien sea liberal bien sea socialista o comunista es incapaz de repartir, le pasa como al capitalismo, es su extensión. Esta es su fuente de inestabilidad y su talón de Aquiles.
ResponderEliminarPor más sicarios que Obama arme no hay nada que ganar donde está buscando. El pivot ya ha girado, USA es historia, y cuanto más se embarquen en aventuras bélicas más rápido caerán en el pozo. Me pregunto cómo será la caída. Por lo pronto ya se están deshaciendo sus acuerdos comerciales.
Salud!
Lo malo es que nos arrastrarán al pozo con ellos. Un imperio de las dimensiones y el poder del yanqui es algo inédito en la historia, difícil prever cómo será y cuánto durará el colapso definitivo, pero a su derrumbe ya estamos asistiendo.
EliminarSalud!
The American Empire will fall like all empires before it. However, like you said, we have never before witnessed such a large and powerful empire, when it falls I fear the turmoil and violence will be horrendous. It will not go quietly into that good night. It will fall kicking and screaming and create unimaginable mayhem world wide.
Eliminar(1)En inglés hay algunas palabras muy buenas, una de ellas es "Presstitutes".
ResponderEliminar(2)En Germania habia uno que dejó la prestitución y ...
http://yournewswire.com/german-newspaper-editor-exposed-cia-dead/
Un enlace muy interesante.
Eliminar“I’ve been a journalist for about 25 years, and I’ve been educated to lie, to betray, and not to tell the truth to the public,” Ulfkotte told Russia Today. “I was supported by the Central Intelligence Agency, the CIA. Why? Because I am pro-American.”
Me pregunto si estas noticias se propagan con intención disuasoria (ya sabes qué puede sucederte si nos traicionas) o si realmente su propósito es el de denunciar un hecho probado, cual es este posible crimen.
Abby Martin, Empire Files, entrevista a Mark Crispin:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=F7HmFH-Wo1s
Otro video. Aquí Crispin conecta las presstitutes con Cono-CI(A)-das influencias:
https://www.youtube.com/watch?v=KzRL2tvhmqM
Conocía el primer vídeo, el segundo no. Interesante el análisis de Crispin.
EliminarMuchas gracias por tu aportación.
Leyendo "Inside the company", de Philip Agee, te puedes dar cuenta como en Ecuador y Uruguay, antes de 1970, usaban los periodicos para tergiversar la verdad.
ResponderEliminarImaginate como pueden hacerlo ahora con sus computadoras, telefonos y demas cachivaches. Lo pueden hacer mil veces mas rapido.
Lo que la gente piensa es algo que asusta a las elites. (esto lo dice Parenti mucho). Puedes votar con tu ddinero tambien, pero las "esperanzas" y "miedos" son mas poderosas que el sistema de falso dinero/deuda.
Por eso tenemos tanto entre-tener-miento y prestitutas.
Si las fantasias mas cercanas son las de las ratas de Disney, pues apaga y ... haz tu huerto.
El potencial del ser humano es inigualable. El planeta es ilimitadamente rico. El sol no se va a ir de ahí. Una semilla está viva o muerta?
Toma tiempo adquirir el conocimiento necesario para comprender de qué va "el juego". Y eso, el tiempo, es lo primero que nos roban. A partir de ahí...
EliminarPoco importa que la semilla esté viva si no tiene dónde germinar.