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Proposición I
Nada le hace falta al triunfo de la
civilización.
Ni el terror político ni la miseria
afectiva.
Ni la esterilidad universal.
El desierto no puede crecer más: está
por todas partes.
Pero aún puede profundizarse.
Frente a la evidencia de la
catástrofe, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y
los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.
Nosotros estamos del lado de los que se organizan.
Escolio
Esto es un llamamiento. Es decir que
se dirige a los que lo escuchan. Nosotros no nos tomaremos la molestia de
demostrar, de argumentar, de convencer. Nosotros iremos a la evidencia.
La evidencia no es, primero que nada,
una cuestión de lógica, de razonamiento.
La evidencia está del lado de lo
sensible, del lado de los mundos.
Cada mundo tiene sus evidencias.
La evidencia es lo que se comparte
o lo que parte.
A partir de lo cual toda comunicación
vuelve a ser posible, deja de ser postulada, está por construirse.
Y eso, esa red de evidencias que nos
constituyen, se nos ha enseñado muy bien a ponerlo en duda, a esquivarlo, a
silenciarlo, a guardarlo para nosotros, se nos ha enseñado muy bien que todas
las palabras nos hacen falta cuando queremos gritar.
En cuanto al orden bajo el cual
vivimos, cada uno sabe a qué atenerse: el imperio salta a la vista.
Que un régimen social agonizante no
tenga ya otra justificación para su arbitrariedad que su absurda determinación
—su determinación senil— de, simplemente, durar;
Que la policía, mundial o nacional,
haya recibido un pleno uso para poner en su lugar a los que se salgan de la
raya;
Que la civilización, herida en su
corazón, no encuentre en ninguna parte, en la guerra permanente a la que se ha
lanzado, otra cosa que sus propios límites;
Que esta fuga hacia adelante, ya casi
centenaria, no produzca ya sino una serie ininterrumpida de desastres cada vez
más próximos;
Que la masa humana se acomode a golpe
de mentiras, de cinismo, de embrutecimiento o de pastillas a este orden de las
cosas.
Nadie puede pretender ignorarlo.
Y el deporte que consiste en describir
interminablemente, con una complacencia variable, el desastre presente, es sólo
otro modo de decir: “Es así”; el premio a la infamia les corresponde a los
periodistas, a todos aquellos que, cada mañana, hacen como si descubrieran
nuevamente las inmundicias que constataron el día anterior.
Pero lo sorprendente, a estas alturas,
no son las arrogancias del imperio, sino más bien la debilidad del
contra-ataque. Es como una colosal parálisis. Una parálisis masiva, que unas veces
dice que no hay nada que hacer, al mismo tiempo que habla, y otras veces
admite, exasperada, que “hay tanto por hacer…”, lo cual no se distingue en
nada. Y después, al margen de esta parálisis, está el “hay que hacer algo,
cualquier cosa” de los activistas.
Seattle, Praga, Génova, la lucha
contra los organismos genéticamente modificados o el movimiento de los parados:
nosotros hemos tomado nuestra parte, hemos tomado nuestro partido en las
luchas de los últimos años;
y ciertamente no del lado de attac o
de los Tute Bianche.
El folclore protestatario nos ha
dejado de distraer.
En la última década, nosotros hemos
visto al marxismo-leninismo retomar su aburrido monólogo en bocas todavía
estudiantiles.
Hemos visto al anarquismo más puro
rechazar incluso aquello que no comprende.
Hemos visto al economicismo más plano
—el de los amigos de Le Monde diplomatique— convertirse en la nueva
religión popular. Y al negrismo imponerse como única alternativa a la derrota
intelectual de la izquierda mundial.
En todos partes, el militantismo se ha
entregado de nuevo a edificar sus construcciones tambaleantes,
sus redes depresivas,
hasta el agotamiento.
Han bastado sólo tres años a los
policías, sindicatos y otras burocracias informales para dar cuenta del breve
“movimiento anti-globalización”. Para cuadricularlo. Dividirlo en “terrenos de
lucha”, tan rentables como estériles.
En este momento, de Davos a Porto
Alegre, del Medef a la CNT, el capitalismo y el anti-capitalismo describen el
mismo horizonte ausente. La misma perspectiva mutilada de gestionar el
desastre.
Lo que se opone a la desolación
dominante es meramente, en definitiva, otra desolación más, bastante menos
abastecida. En todas partes la misma idea tonta de la felicidad. Los mismos
juegos tetanizados de poder. La misma desarmante superficialidad. El mismo
analfabetismo emocional. El mismo desierto.
Nosotros decimos que esta época es un
desierto, y que este desierto se profundiza sin cesar. Esto, por ejemplo, no es
poesía: es una evidencia. Una evidencia que contiene muchas otras. En
particular la ruptura con todo aquello que protesta, todo aquello que denuncia
y glosa sobre el desastre.
Quien denuncia, se exime.
Todo ocurre como si los izquierdistas
acumularan las razones para rebelarse de la misma manera que el manager acumula
los medios para dominar. De la misma manera, es decir, con el mismo goce.
El desierto es el progresivo despoblamiento del mundo.
La costumbre que hemos adquirido de
vivir como si no estuviéramos en el mundo. El desierto se
encuentra tanto en la proletarización continua, masiva y programada de las
poblaciones, como en el suburbio californiano, ahí donde la miseria consiste
precisamente en el hecho de que nadie parece sentirla ya.
Que el desierto de la época no sea
percibido verifica aún más el desierto.
Algunos han tratado de nombrar el
desierto. De designar lo que hay que combatir no como la acción de un agente
extranjero, sino como un conjunto de relaciones. Han hablado de espectáculo, de
biopoder, de imperio. Pero también eso se ha sumado a la confusión reinante.
El espectáculo no es una cómoda
abreviación de sistema mass-mediático. El espectáculo reside de igual modo en
la crueldad con la que todo nos remite sin cesar a nuestra imagen.
El biopoder no es un sinónimo de
Seguridad, de Estado del bienestar o de industria farmacéutica, sino que se
aloja gustosamente en el cuidado que prodigamos a nuestro cuerpo precioso, en
medio de una cierta extrañeza física tanto de sí mismo como de los
otros.
El imperio no es una especie de
entidad supra-terrestre, una conspiración planetaria de gobiernos, de redes
financieras, de tecnócratas y de multinacionales. El imperio está en todas
partes donde no pasa nada. En todas partes donde ello
funciona. Ahí donde reina la situación normal.
Es a fuerza de ver al enemigo como un
sujeto que nos hace frente —en vez de experimentarlo como una
relación que nos contiene—, que uno se encierra en la lucha contra el
encierro. Que uno reproduce, bajo el pretexto de “alternativa”, la peor de las
relaciones dominantes. Que uno se pone a vender la lucha contra la mercancía.
Que nacen las autoridades de la lucha anti-autoritaria, el feminismo con
grandes cojones [couilles] y las cacerías [ratonnades]
antifascistas.
Formamos parte, en todo momento, de
una situación. En su seno, no hay sujetos y objetos, yo y los demás, mis
aspiraciones y la realidad, sino el conjunto de las relaciones, el conjunto de
los flujos que la atraviesan.
Hay un contexto general —el
capitalismo, la civilización, el imperio, como se quiera—, un contexto general
que no sólo pretende controlar cada situación sino que, peor aún, intenta que
por lo general no hayasituación. se han condicionado las calles y las
casas, el lenguaje y los afectos, y aún el tempo mundial que todo esto implica, con
ese único fin. se actúa por todas partes de modo que los mundos se deslicen
unos sobre otros o se ignoren. La “situación normal” es esta ausencia de
situación.
Organizarse quiere decir: partir de la
situación, y no recusarla. Tomar partido en su seno. Tejer en él
las solidaridades necesarias, materiales, afectivas, políticas. Es lo que
sucede en cualquier huelga que se da en cualquier oficina, en cualquier
fábrica. Es lo que hace cualquier banda. Cualquier maquis. Cualquier partido
revolucionario o contrarrevolucionario.
Organizarse quiere decir: hacer
consistir la situación. Volverla real, tangible.
La realidad no es capitalista.
La posición tomada en el seno de una
situación determina la necesidad de aliarse y, por ello, de establecer ciertas
líneas de comunicación, circulaciones más amplias. A su vez, estas nuevas
ilaciones reconfiguran la situación.
A la situación que nos ha sido dada,
nosotros la llamaremos “guerra civil mundial”. Donde ya nada está en
condiciones de limitar el enfrentamiento de las fuerzas presentes. Ni siquiera
el derecho, que entra más bien en el juego como otra forma del enfrentamiento
generalizado. El nosotros que se expresa aquí no es un nosotros delimitable,
aislado, el nosotros de un grupo. Es el nosotros de una posición. Esta
posición se afirma en esta época como una doble secesión: por un lado, secesión
con el proceso de valorización capitalista, y por otro, secesión con todo lo
que la simple oposición al imperio, por ejemplo extraparlamentaria, impone de
esterilidad; secesión, por consiguiente, con la izquierda. Aquí “secesión” no
indica tanto el rechazo práctico de comunicar como una disposición a formas de
comunicación tan intensas que arrebaten al enemigo, ahí donde se establezcan,
la mayor parte de sus fuerzas.
Para ser breves, diremos que tal
posición toma de los Black Panthers la fuerza de irrupción, de la
autonomía alemana los comedores colectivos, de los neo-luditas ingleses las
casas en los árboles y el arte del sabotaje, de los feministas radicales la
elección de las palabras, de los autónomos italianos las autorreducciones
masivas y del movimiento del 2 de junio la alegría armada.
Ya no hay amistad, para nosotros, que
no sea política.
(J)OLÉ! Comparto, amigo mío. Nunca mejor expresado.
ResponderEliminarGracias de nuevo y abrazos, como siempre...
Gracias Empe.
EliminarSalud y abrazos!
Cuanto más se llena más vacío está
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