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- 11/01/2019
El proletariado no es una
cosa, ni una identidad, ni una cultura, ni un colectivo estadístico
que tiene unos intereses de clase propios que defender. El
proletariado se constituye en clase mediante un proceso de desarrollo
y formación que sólo se da en la lucha de clases. El proletariado,
reducido en el capitalismo avanzado al estatus de productor y
consumidor deviene una categoría social pasiva, sin conciencia
propia; es una clase para el capital, sometida a la ideología
capitalista. No es nada, ni aspira a nada, ni puede nada. Sólo en la
intensificación y agudización de la lucha de clases surge como
clase y adquiere conciencia de la explotación y dominio que sufre en
el capitalismo y, en el proceso mismo de esa guerra de clases se
manifiesta como clase autónoma y se constituye como proletariado
antagónico y enfrentado al capitalismo, como comunidad de lucha.
Enfrentamiento total y a muerte, sin posibilidades ni aspiraciones
reformistas o de gestión de un sistema hoy ya obsoleto y caduco
Esta noción de clase
como “algo que sucede”, que brota y florece del suelo de los
explotados y oprimidos, es clave. La clase no se refiere a algo que
las personas son, sino a algo que hacen. Y une vez que entendemos que
la clase es fruto de la acción, entonces podemos comprender que
cualquier intento de construir una noción existencialista o cultural
e ideológica de clase, es falsa y está condenada al fracaso.
La clase no es un
concepto estático, sólido o permanente; sino dinámico, fluido y
dialéctico. La clase sólo se manifiesta y se reconoce a sí misma
en los breves periodos en los que la lucha de clases alcanza su punto
culminante.
El proletariado se define
como la clase social que carece de todo tipo de propiedad y que para
sobrevivir necesita vender su fuerza de trabajo por un salario.
Forman parte del proletariado, sean o no conscientes de ello, los
asalariados, los parados, los precarios, los jubilados y los
familiares que dependen de ellos. En Francia forman parte del
proletariado los casi tres millones de parados y los veintiséis
millones de asalariados o autónomos que temen engrosar las filas del
paro, amén de una cifra indefinida de marginados, que no aparecen en
las estadísticas porque han sido excluidos del sistema.
La democracia
parlamentaria europea se ha transformado rápidamente, desde el
inicio de la depresión (2007), en una partitocracia “nacionalmente
inútil”, autoritaria y mafiosa, dominada por esa clase dirigente
capitalista apátrida, que está al servicio de las finanzas
internacionales y las multinacionales. Se produce una profunda y
extensa proletarización de las clases medias, una masificación del
proletariado y la erupción violenta e intermitente de irrecuperables
colectivos, suburbios y comunidades marginadas, antisistema (no tanto
por convicción, como por exclusión). Los Estados nacionales se
convierten en instrumentos obsoletos (pero aún necesarios, en cuanto
garantes del orden público y defensa armada de la explotación) de
esa clase capitalista dirigente, de ámbito e intereses mundiales. Su
forma de gobierno es el totalitarismo democrático: una democracia
reducida a la mínima expresión de votar cada equis años, para
elegir entre representantes malos o peores del capital, sin capacidad
alguna de intervención o decisión en la vida social o política.
Los suburbios se
convierten en guetos de excluidos del sistema, que el Estado intenta
aislar entre sí, entregando su dominio a las bandas, la droga, las
mafias, las escuelas, los trabajadores sociales, oenegés, etetés,
prisiones y policía, para que conjuntamente impongan el control y/o
sacrificio económico, político, social, moral, volitivo, y si hace
falta también físico, de “todos los que sobran”, con el
objetivo preciso y concreto de desactivar su potencial
revolucionario, intentando convertir esos barrios periféricos en
colmenas de muertos vivientes, a los que las instituciones estatales
les han declarado una guerra total de exterminio y aniquilación.
La lucha de clases no es
sólo la única posibilidad de resistencia y supervivencia frente a
los feroces y sádicos ataques del capital, sino la irrenunciable vía
de búsqueda de una solución revolucionaria definitiva a la
decadencia del sistema capitalista, hoy inútil y criminal, que
además se cree impune y eterno. Lucha de clases o explotación sin
límites; poder de decisión sobre la propia vida o esclavitud
asalariada y marginación.
No son sólo chalecos
amarillos, Monsieur Macron, es la guerra de clases, estúpido.
Es el viejo topo que aparece y desaparece de escena, cavando sin
cesar su túnel bajo un mundo caduco y obsoleto.
Saludos,
ResponderEliminarExcelentes párrafos.
Permítaseme añadir una cita de David Harvey:
"""The central problem to be addressed is clear enough: compound growth for ever is not possible: capital accumulation can no longer be the central force impelling social evolution.
The troubles that have beset the world these last thirty years signal that a limit is looming that cannot be transcended. Add to this the fact that so many people in the world live in conditions of abject poverty, that environmental degradations are spiraling out of control, that human dignities are everywhere being offended even as the rich are piling up more and more wealth at the expense of everyone.
Meanwhile, in most places the levers of ideological, political, institutional, judicial, military and media power are under tight political control. This serves to perpetuate the political status quo and frustrate opposition even as the economy and living standars deteriorate. “Freedom” then becomes just another word to justify repression."""
http://davidharvey.org/2010/08/the-enigma-of-capital-and-the-crisis-this-time/
Saludos, NDHarvey, y gracias por la cita.
EliminarHarvey da en el clavo. No insistimos lo suficiente en los límites del crecimiento como detonante.
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