Retroceso de los DDHH
en Francia: La república en marcha vuelve hacia atrás - Rémy
Herrera
La
Haine - 07/03/2019
Artículo escrito por
el autor en enero de 2019 que sirvió de base para un informe sobre
las violaciones de DDHH en Francia presentado por Centre Europe -
Tiers Monde de Ginebra (CETIM, organización no gubernamental
reconocida como entidad consultiva general) al Consejo de DDHH de las
Naciones Unidas para su cuadragésimo período de sesiones del 25 de
febrero al 22 de marzo de 2019. Punto 4 " Situaciones de DDHH
que requieren la atención del Consejo".
Francia se encuentra en
una zona de fuertes turbulencias desde hace varios meses. La
virulencia de los conflictos sociales ha sido durante mucho tiempo
una característica importante que viene marcando la vida política
de este país, así como un dato histórico de una nación que se
cimentó, fundamentalmente después de 1789, sobre la base de una
revolución de alcance universal, cuyas huellas –junto con las
conquistas sociales de 1936, 1945 o las de 1968 –, siguen presentes
en la memoria colectiva y en las instituciones, independientemente de
los intentos de borrarlas.
Sin embargo, pronto se
cumplirán 40 años desde que Francia, así como otros países del
Norte, sin excepción, quedó atrapada bajo el yugo letal de las
políticas neoliberales demoledoras. Éstas solo se pueden
interpretar como una violencia social extraordinaria contra el mundo
del trabajo. Sus efectos destructivos (para las personas y la
sociedad, pero también para el medio ambiente) se propagan gracias a
la complicidad del estado con los poderosos del momento. La situación
empeora aún más por la enajenación de la soberanía nacional y el
sometimiento a la Unión Europea, rechazada por los ciudadanos
franceses en el referéndum de 2005 y que se les impone mediante una
denegación de la democracia.
Esta es una violencia
adicional infligida a todo un pueblo. En esta perspectiva singular, y
en el contexto general de una crisis sistémica del capitalismo
globalizado, se explican las oleadas de levantamientos populares que
se han amplificado en las últimas décadas: huelgas en 1995,
disturbios suburbanos en 2005 -07, manifestaciones en las décadas
2000 y 2010... Actualmente, el sentimiento de malestar y descontento
es generalizado. Iniciado a finales de octubre de 2018, el movimiento
de los llamados "chalecos amarillos" representa otro
levantamiento, pero se enfrenta al peor recrudecimiento de la
violencia policial desde la guerra de Argelia. Ante los distintos
llamamientos a la justicia social, las autoridades han optado por
responder con más represión, hasta el punto de retroceder de forma
extremadamente preocupante en los DDHH.
El estado de
excepción, punto de partida de una escalada represiva
Resulta fácil
identificar el momento en el que se inició esta escalada represiva:
empezó con el estado de excepción, decretado en el territorio
metropolitano el 14 de noviembre de 2015 (tras los ataques
terroristas que azotaron el país el día anterior), y extendiéndose
el 18 de noviembre a los departamentos de ultramar. Ciertamente no se
trata aquí de minimizar las amenazas terroristas del Islam político
extremista, desde Al Qaeda hasta el Daesh, pero hay que entender que
la política de seguridad adoptada desde 2015 ha sido, de manera
simultánea, una oportunidad para obligar al pueblo francés a
aceptar restricciones importantes en sus derechos civiles y
políticos, sobrepasando la reacción necesaria a los riesgos
terroristas.
Después de renovarse
cinco veces seguidas, el estado de excepción se levantó el 1 de
noviembre de 2017, pero la mayoría de sus disposiciones
excepcionales han adquirido ahora fuerza de ley: los registros y
arrestos preventivos, los perímetros de protección, los arrestos
domiciliarios individuales, los controles fronterizos, etc., ahora
están autorizados en el marco de «la ley para reforzar la seguridad
interior y la lucha contra el terrorismo» del 30 de octubre de 2017.
Desde entonces, en Francia, existe un desvío inquietante de este
imponente arsenal legal de excepción, cuyo efecto es el de reducir
las libertades públicas, especialmente la libertad de expresión, de
reunión o el derecho a manifestarse pacíficamente, así como los
derechos sindicales e incluso el derecho a la integridad física,
todos en grave peligro.
Aquellas y aquellos que
han participado recientemente en manifestaciones en Francia, han sido
testigos, sin duda, de lo que las organizaciones de DDHH francesas e
internacionales vienen denunciando en los últimos meses: muchas de
las intervenciones de las fuerzas del orden son desproporcionadas y
excesivamente violentas, recurriendo a veces incluso a armas de
guerra. De esta forma, el uso de gas lacrimógeno y cañones de agua
de alta presión contra manifestantes pacíficos se ha vuelto
sistemático; también es muy frecuente disparar pelotas de goma a la
altura del pecho así como el uso de otras armas de "letalidad
reducida", granadas aturdidoras, la práctica del
"encapsulamiento" para evitar unirse a otros manifestantes,
arrestos aleatorios y arbitrarios, intimidaciones verbales,
provocaciones gratuitas, e incluso agresiones físicas.
En las calles de la
capital se han desplegado vehículos blindados, policías a caballo,
equipos de perros policías... Muchas veces, se infligen tratos
degradantes a los manifestantes, incluidos los menores. También es
frecuente que las personas reciban palizas o se las encierre sin
haber cometido ningún delito. Los "médicos de la calle",
por su parte, voluntarios que siguen las procesiones y ayudan a los
heridos, ven cómo se les confisca su material médico... todo lo
cual conmociona a los franceses. Esto último es lo que se busca
precisamente para poner fin a su revuelta. Dicha violencia policial
es absolutamente inaceptable y vulnera las normas internacionales
actuales de DDHH.
Primera etapa: la
represión de los movimientos sociales y de los sindicatos
Desde la elección a la
presidencia de la República de Emmanuel Macron, ex accionista
gerente del banco de negocios Rothschild, ministro de Economía del
presidente François Hollande y autor de leyes epónimas que imponen
la flexibilización del mercado laboral, el mundo sindical se ha
vuelto a movilizar.
Las manifestaciones y las
huelgas se han multiplicado, especialmente en los sectores del
transporte público (SNCF, Air France...), energía (gas y
electricidad), automotriz (Peugeot, Renault), telecomunicaciones
(Orange), la gran distribución (Carrefour), servicios de salud
(hospitales públicos, residencias de ancianos, seguridad social),
educación (escuelas secundarias, universidades), cultura (museos),
justicia (abogados, magistrados), recogida de basuras, e incluso
auditorías financieras y de cuentas.
Estos diversos
movimientos sociales, muy seguidos, ocurrieron a lo largo de la
primavera de 2018. La reacción del poder fue intensificar la
represión, lo que afectó dramáticamente a los estudiantes
(evacuación de los campus), los activistas ambientales que ocupaban
las “Zonas a defender” (ZAD por sus siglas en francés) y, en
especial, los manifestantes en contra de las leyes de flexibilización
del mercado laboral.
Esta espiral represiva ya
había afectado a los sindicatos durante varios años, vulnerando la
legislación laboral. De hecho, los obstáculos a las actividades
sindicales se multiplicaron: discriminación salarial contra
sindicalistas, despidos injustificados de los huelguistas, presiones
ejercidas mediante amenazas o sanciones disciplinarias, restricciones
de los derechos sindicales o el derecho de huelga, e incluso la
criminalización de la acción sindical (como en Goodyear,
Continental o Air France). Además, las recientes reformas
gubernamentales de la ley laboral penalizan aún más los movimientos
sociales: menores plazos para apelar a los tribunales laborales y
establecimiento de un límite máximo a las indemnizaciones en caso
de despido injusto; fusión de las instancias representativas de los
trabajadores y limitación de sus medios; mecanismos de terminaciones
de contratos colectivos pactados, sin tener en cuenta las medidas de
protección laboral o facilitando las salidas de trabajadores
mayores; inversión de la jerarquía de normas que coloca el acuerdo
de la empresa por encima de los convenios colectivos y la ley;
establecimiento del llamado perímetro nacional para los despidos por
razones económicas, facilitando el despido de empleados de las
filiales francesas (mientras que la empresa matriz obtiene beneficios
a escala global).
Segunda etapa: la
represión de los «chalecos amarillos»
El presidente Macron optó
por "mantener el rumbo". A expensas del sufrimiento y las
expectativas de los trabajadores, su gobierno exacerba las políticas
neoliberales y profundiza cada vez más en la violencia social y la
represión policial. El resultado es una pesadilla, indigno de un
país que dice ser democrático y tolerante. Desde el inicio de la
movilización de los chalecos amarillos, se produjeron 11 muertes
accidentales, más de 2.000 personas resultaron heridas, de las
cuales al menos un centenar con pronóstico muy grave. Los médicos
describían los traumatismos como "heridas de guerra"
(voladuras de mano, pérdidas de ojos, desfiguraciones, fracturas
múltiples y diversas mutilaciones...), debido en particular a los
disparos con pelotas de goma o tiros de granadas, a menudo dirigidas
a manifestantes pacíficos. A día de hoy, muchas personas siguen en
coma.
Los adolescentes, por su
parte, sufren un trauma psicológico después de haber sido tratados
como terroristas por la policía, forzándolos a arrodillarse con las
cabezas agachadas, las manos en la nuca y apilados en furgones y
celdas.
¿Hacia dónde se dirige
este poder que pisotea a su pueblo y desata contra él tamaña
violencia? El 1 de diciembre, por ejemplo, se lanzaron 7.940 granadas
lacrimógenas, 800 granadas aturdidoras y 339 granadas de tipo GLI-F4
(municiones explosivas), 776 cartuchos de pelotas de goma, así como
cañones con 140.000 litros de agua. El balance provisional, y
seguramente no exhaustivo, correspondiente solo el periodo que
comprende desde el 17 de noviembre de 2018 al 7 de enero de 2019,
muestra 6.475 arrestos y 5.339 detenciones preventivas.
Los tribunales dictaron
más de mil condenas en todo el territorio nacional. Aunque la
mayoría de estas condenas terminan en trabajos comunitarios, muchas
son sentencias de cárcel. Además, existen 153 órdenes de arresto
(lo que implica encarcelamientos), 519 citaciones judiciales y otras
372 en correccionales… En París, 249 personas fueron juzgadas en
comparecencia inmediata, 58 condenadas a prisión, 63 a penas de
prisión condicional... En el departamento francés de Reunión, la
media de sentencias firmes de prisión para los chalecos amarillos
locales es de ocho meses. A fecha del 10 de enero de 2019, unas 200
personas vinculadas a estos acontecimientos seguían encarceladas en
Francia.
La legitimidad de las
reivindicaciones populares
En muchos aspectos, las
reivindicaciones de los chalecos amarillos son similares a las de los
trabajadores. Exigen la mejora inmediata y concreta de las
condiciones de vida, la revalorización del poder adquisitivo de los
ingresos (salarios, pensiones, subsidios...), el fortalecimiento de
los servicios públicos, la participación del pueblo en las
decisiones relativas a su futuro colectivo... Dicho de otra manera,
una puesta en marcha efectiva, sobre todo, de los derechos
económicos, sociales y culturales, así como el derecho del pueblo a
decidir sobre su futuro. Al exigir más justicia social, respeto a
los DDHH y democracia económica y política, estas reivindicaciones
son rotundamente legítimas y cuentan con un gran apoyo de la
población.
La madre de todas las
violencias, la que debe cesar urgentemente y contra la cual las
personas se ven obligadas a defenderse, tal y como lo recoge la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, en el
preámbulo de la constitución francesa, es aquella que genera la
imposición de las medidas neoliberales desleales, despiadadas,
antisociales y antidemocráticas; aquella que, en el silencio de los
ajustes de precios de los mercados capitalistas, hace que las
personas sin hogar mueran de frío, empuja a los agricultores
endeudados al suicidio, destruye a las personas y a sus familias al
privarlos de empleos, cortándoles la electricidad, expulsándolos de
sus hogares; aquella que, por falta de recursos, obliga a los
jubilados a dejar de calentar sus hogares o a sus hijos a saltearse
una comida; aquella que acaba con toda solidaridad, cierra las
escuelas, centros de maternidad u hospitales psiquiátricos, sumerge
en la desesperación a pequeños comerciantes y artesanos que se
hunden bajo las cargas, ahoga a los trabajadores que no pueden llegar
a fin de mes...
Hay libertades.
ResponderEliminarSiempre que no sirvan para nada
Hablar, publicar, etc.
Hasta que se vuelven peligrosas.
Se deben estar volviendo peligrosas para Macron & Cía, la prueba es la brutal represión que han desplegado y el silencio mediático en el resto de Europa.
EliminarHan ido calentando poco a poco la hoya y cuando pensaban que tenían al pueblo derrotado y que aceptarías cualquier maltrato como perro apaleado se han levantado- Por más basura que emitan en la tele no son capaces de convencerlos. Están dando una lección a Europa. Una pena que no exporten el modelo. Aunque si que hubo que recuerde en londres una marcha de GJ.
ResponderEliminarSalud!
En Londres los brexitiers se han manifestado en varias ocasiones portando chalecos amarillos, pero de momento dista mucho del auge que ha experimentado en Francia. En cambio, en España, dado que tenemos los salarios más altos del mundo y no hay apenas paro, no creo que importemos el modelo. :)
EliminarSalud!