Después del
derrocamiento de los gobiernos comunistas en Europa Oriental,
declararon al capitalismo como el invencible sistema que conduce la
prosperidad y la democracia, el sistema que prevalecería hasta el
fin de la historia.
Sin embargo, la actual
crisis económica ha convencido incluso a algunos destacados
neoliberales de que algo va muy mal. Lo cierto es que el capitalismo
todavía tiene que enfrentarse a diversas fuerzas históricas que le
causan interminables problemas: la democracia, la prosperidad y el
propio capitalismo, las mismas entidades que los gobernantes
capitalistas proclaman estar fomentando.
Plutocracia contra
democracia
Consideremos primero la
democracia. En EEUU se nos dice que el capitalismo está vinculado a
la democracia, de ahí el enunciado: «democracias capitalistas». De
hecho, a través de nuestra historia ha habido una relación
fuertemente antagónica entre la democracia y la concentración de
capital. Hace unos ochenta años el juez de la Corte Suprema, Louis
Brandeis, comentó: «Podemos tener democracia en este país, o
podemos tener la inmensa riqueza concentrada en las manos de unos
pocos, pero no podemos tener las dos cosas». Los intereses de
los acaudalados han sido enemigos, no defensores de la democracia.
La propia Constitución
fue hecha por señores adinerados, reunidos en Filadelfia en 1787
para advertir reiteradamente de los efectos niveladores, perniciosos
y peligrosos de la democracia. El documento que amañaron estaba
lejos de ser democrático, sujeto a controles, vetos, y
requerimientos de supremas mayorías artificiales, un sistema
diseñado para impedir la materialización de las demandas populares.
En los primeros días de
la República, los ricos y bien nacidos impusieron cualificaciones de
propiedad para votar y ocupar puestos públicos. Se opusieron a la
elección directa de candidatos (nota: su Sistema Electoral sigue hoy
vigente), y durante décadas se opusieron a extender el derecho a
voto a grupos menos favorecidos, como los trabajadores sin
propiedades, inmigrantes, minorías raciales y mujeres.
En la actualidad, las
fuerzas conservadoras siguen rechazando sistemas electorales más
equitativos, como la representación proporcional, segundas vueltas
inmediatas y campañas con financiación pública. Siguen
obstaculizando la votación mediante requerimientos exageradamente
exigentes para el registro, purgas de los registros electorales,
instalaciones inadecuadas y máquinas electrónicas de votación que
«fallan» regularmente, en beneficio de los candidatos más
conservadores.
A veces los intereses
dominantes han suprimido publicaciones radicales y manifestaciones
públicas, recurriendo a redadas policiales, arrestos, y
encarcelamientos –aplicados más recientemente con toda su fuerza
contra manifestantes en St. Paul, Minnesota, durante la Convención
Nacional Republicana de 2008.
La plutocracia
conservadora también quiere hacer retroceder las conquistas sociales
de la democracia, como la educación pública, vivienda asequible,
atención sanitaria, negociación colectiva, salario mínimo,
condiciones seguras de trabajo, un entorno sostenible no-tóxico, el
derecho a la privacidad, la separación de la iglesia y el Estado, el
aborto libre, y el derecho a casarse con cualquier adulto que
consienta y uno/a elija.
Hace cerca de un siglo,
el dirigente sindical estadounidense Eugene Victor Debs fue
encarcelado durante una huelga. En su celda, llegó a la conclusión
de que, en las disputas entre los intereses privados, el capital y la
mano de obra, el Estado no es un árbitro neutral. La fuerza del
Estado, con su policía, milicia, tribunales y leyes, está
inequívocamente de parte de los gerifaltes de las compañías. De
ahí, Debs concluyó que el capitalismo no es sólo un sistema
económico sino todo un orden social que manipula las reglas de la
democracia a favor de los ricachones.
Los gobernantes
capitalistas siguen presentándose como padres de la democracia a
pesar de que la subvierten, no sólo en EEUU, sino en toda
Latinoamérica, África, Asia y Oriente Próximo. Cualquier nación
que no es «favorable a las inversiones extranjeras», que
intenta utilizar su tierra, su mano de obra, capital, recursos
naturales, y mercados de un modo auto-desarrollador, fuera del
dominio de la hegemonía corporativa transnacional, corre el riesgo
de ser satanizada y atacada como «amenaza para la seguridad
nacional de EEUU».
La democracia se
convierte en un problema para los EEUU corporativos, no cuando deja
de funcionar sino cuando funciona demasiado bien al ayudar a las
masas a progresar hacia un orden social más equitativo y más
soportable, cerrando la brecha, por poco que sea, entre los
súper-ricos y el resto de nosotros. De modo que hay que diluir y
subvertir la democracia, sofocarla con desinformación, bombo
mediático, y montañas de costos electorales; con contiendas
electorales amañadas y un público parcialmente privado de derechos,
elaborando falsas victorias para candidatos de grandes partidos más
o menos políticamente seguros.
Capitalismo contra
prosperidad
El capitalismo
corporativo no fomenta la prosperidad ni propaga la democracia. La
mayor parte del mundo es capitalista, y la mayor parte del mundo no
es ni próspera ni particularmente democrática. Basta con pensar en
Nigeria capitalista, Indonesia capitalista, Tailandia capitalista,
Haití capitalista, Colombia capitalista, Pakistán capitalista,
Sudáfrica capitalista, Letonia capitalista, y varios otros miembros
del “Mundo Libre” – para ser más exactos, el Mundo del Libre
Mercado.
Una población próspera,
políticamente educada, con altas expectativas respecto a su nivel de
vida y un sentido agudo de sus derechos, que presiona por un
mejoramiento contínuo de las condiciones sociales, no es la noción
plutocrática de una fuerza laboral ideal y de una forma de gobierno
adecuadamente maleable. Los inversionistas corporativos prefieren
poblaciones pobres. Mientras más pobre seas, más trabajarás por
menos. Mientras más pobre seas, menos equipado estarás para
defenderte contra los abusos de los ricos.
En el mundo corporativo
de «libre comercio», la cantidad de multimillonarios aumenta más
rápido que nunca, mientras la cantidad de gente atrapada en la
pobreza crece a una tasa más rápida que la población. La pobreza
se propaga mientras la riqueza se acumula.
Consideremos EEUU. Sólo
en los últimos ocho años, mientras las grandes fortunas aumentaron
a tasas récord, otros seis millones de estadounidenses cayeron bajo
el nivel de la pobreza; el ingreso medio familiar disminuyó en más
de 2.000 dólares; la deuda del consumidor se más que duplicó; más
de siete millones de estadounidenses perdieron su seguro de salud, y
más de cuatro millones perdieron sus pensiones, mientras la cantidad
de personas sin hogar aumentó y las ejecuciones hipotecarias
llegaron a niveles pandémicos.
Sólo en los países en
los que el capitalismo ha sido, hasta cierto punto, frenado grado
por la socialdemocracia la gente ha podido asegurarse cierta
prosperidad. Vienen a la mente naciones del norte europeo como
Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Pero incluso en esas
socialdemocracias las mejoras populares corren siempre riesgo de ser
revertidas.
Es irónico dar crédito
a que el capitalismo posee el genio de la prosperidad económica,
cuando la clase capitalista se ha resistido vehementemente y a veces
violentamente a la mayor parte de los intentos de mejora material. La
historia de las luchas sindicales proporciona una ininterrumpida
ilustración de estos intentos.
El que la vida sea aún
soportable bajo el actual orden económico de EEUU, se debe a que
millones de personas han librado duras luchas de clase para mejorar
sus estándares de vida y sus derechos como ciudadanos, incorporando
una cierta medida de humanidad a un orden político-económico
despiadado.
Una bestia que se
devora a sí misma
El Estado capitalista
tiene dos papeles que los pensadores han reconocido hace tiempo.
Primero, como todo Estado también debe proveer servicios que no
pueden ser desarrollados de un modo fiable por medios privados, como
la seguridad pública y un tráfico ordenado. Segundo, el Estado
capitalista protege a los poseedores contra los que nada tienen,
asegurando el proceso de acumulación de capital para beneficiar a
los intereses de los acaudalados, mientras restringe firmemente las
demandas de la masa trabajadora, como antaño observara Debs en
prisión.
Existe una tercera
función del Estado capitalista pocas veces mencionada. Consiste en
impedir que el sistema capitalista se devore a sí mismo.
Consideremos la contradicción central señalada por Karl Marx: la
tendencia a la sobreproducción y a la crisis del mercado. Una
economía dedicada a la aceleración del ritmo de trabajo y a
recortar los salarios, a hacer que los trabajadores produzcan cada
vez más por cada vez menos, siempre está en riesgo de quiebra. Para
maximizar los beneficios, los salarios deben ser mantenidos a bajo
nivel. Pero alguien tiene que comprar los bienes y servicios
producidos. Para eso, hay que mantener altos los salarios. Hay una
tendencia crónica –como estamos viendo hoy en día– hacia la
sobreproducción de bienes y servicios del sector privado y un
infra-consumo de necesidades de la población trabajadora.
Además, existe la
autodestrucción frecuentemente pasada por alto, creada por los
propios potentados. Si se la deja actuar sin supervisión alguna, la
cúpula más activa del sistema financiero comienza a devorar fuentes
menos organizadas de riqueza.
En lugar de tratar de
ganar dinero a través de la ardua tarea de producir y vender bienes
y servicios, los depredadores sangran directamente los flujos de
dinero de la propia economía. Durante los años noventa presenciamos
el colapso de toda una economía en Argentina, cuando el
libre-mercado descontrolado despojó a las empresas, embolsándose
sumas inmensas, y dejando la capacidad productiva del país en el
caos. Engullido por una dieta saturada de ideología de libre
mercado, el Estado argentino vaciló en su función de salvar al
capitalismo de los capitalistas.
Años después, en EEUU,
vino el multimillonario saqueo perpetrado por conspiradores
corporativos de Enron, WorldCom, Harkin, Adelphia y una docena de
otras importantes compañías. Oportunistas de información
privilegiada como Ken Lay convirtieron exitosas empresas corporativas
en ruinas totales, eliminando los puestos de trabajo y los ahorros de
toda la vida de miles de empleados para embolsarse miles de millones
de dólares.
Esos ladrones fueron
atrapados y condenados. ¿No demuestra eso la capacidad de
autocorrección del capitalismo? En realidad no es así. El
enjuiciamiento de fechorías semejantes –que en todo caso llegó
demasiado tarde– fue producto del rendimiento de cuentas y la
transparencia en la democracia, no del capitalismo. El mercado libre
es de por sí un sistema amoral, sin constricción alguna más allá
de la advertencia de suspensión [default].
En la catástrofe de
2008-2009 el creciente excedente financiero creó un problema para la
clase acaudalada: no había suficientes oportunidades para invertir.
Con más dinero del que sabían cómo emplear, los grandes
inversionistas vertieron inmensas sumas en mercados inexistentes de
la vivienda y en otras operaciones problemáticas, un juego de manos
de hedge
funds, derivados, elevado apalancamiento,
credit
default swaps, préstamos depredadores y lo que sea.
Entre las víctimas hubo
otros capitalistas, pequeños inversionistas, y los numerosos
trabajadores que perdieron miles de millones de dólares en ahorros y
pensiones. Tal vez Bernard
Madoff haya sido el bandido estrella. Descrito como «líder
de larga trayectoria en la industria de los servicios financieros»,
Madoff dirigió un fondo fraudulento que se embolsó 50.000 millones
de dólares de inversionistas adinerados, y les pagó «con dinero
que no existía», como el mismo lo dijo. La plutocracia devora a
sus propios hijos.
En medio de la
catástrofe, en una audiencia en el Congreso en octubre de 2008, el
expresidente de la Reserva Federal y ortodoxo devoto del libre
mercado, Alan Greenspan, confesó que se había equivocado al esperar
que intereses millonarios –gimiendo bajo una inmensa acumulación
de capital que había que invertir en alguna parte–
ejercieran repentinamente autocontrol.
La teoría clásica del
laissez-faire [dejar hacer] es aún más disparatada que como
la describió Greenspan. De hecho, la teoría pretende que cada cual
debiera seguir sus propios intereses egoístas sin limitación. Esa
competencia irrestricta producirá supuestamente máximos beneficios
para todos, porque el libre mercado es gobernado por una «mano
invisible» milagrosamente benigna, que optimiza los resultados
colectivos. («La codicia es buena»)
¿Es causada la crisis de
2008-2009 por una tendencia crónica hacia la sobreproducción y la
híper-acumulación financiera, como diría Marx? ¿O es el resultado
de la avaricia personal de gente como Bernard Madoff? En otras
palabras ¿el problema es sistémico o individual? En los hechos, las
dos cosas no se excluyen mutuamente. El capitalismo engendra los
perpetradores venales, y recompensa a los menos escrupulosos entre
ellos. Los crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de
un sistema racional, sino todo lo contrario: son los resultados
racionales de un sistema básicamente irracional y amoral.
Peor todavía, los
resultantes rescates multimillonarios de los gobiernos son
convertidos ellos mismos en una oportunidad para el pillaje. No sólo
el Estado no regula, se convierte él mismo en una fuente de saqueo,
sacando vastas sumas de la máquina federal del dinero y dejando que
sean los contribuyentes los que se desangren.
Sede de la Reserva Federal (al más puro estilo nazi) |
Los que nos fustigan por
«correr hacia el gobierno para que reparta dádivas» corren
hacia el gobierno para conseguirlas. EEUU corporativo ha gozado
siempre de subvenciones mediante ayuda, garantías de préstamos y
otras subvenciones estatales y federales. Pero la «operación de
rescate» de 2008 y 2009 ofreció un pienso récord en el abrevadero
público. Más de 350.000 millones de dólares fueron repartidos a
diestro y siniestro a los mayores bancos y firmas financieras, sin
supervisión, por un Secretario del Tesoro derechista que terminaba
su mandato –para no hablar de los más de 4 billones de dólares
provinientes de la Reserva Federal. La mayoría de los bancos,
incluidos JPMorgan Chase y Bank of New York Mellon, declararon que no
tenían la menor intención de informar a nadie sobre dónde iba el
dinero.
Los grandes banqueros
utilizaron parte del rescate, como sabemos, para comprar bancos más
pequeños y fortalecer bancos en el extranjero. Directores ejecutivos
y otros altos ejecutivos bancarios están gastando fondos del rescate
en fabulosas bonificaciones y espléndidos retiros corporativos en
spas. Mientras tanto, grandes beneficiarios del rescate como
Citigroup y Bank of America despidieron a decenas de miles de
empleados, lo cual, para empezar, nos lleva a preguntarnos: ¿para
qué recibieron todo ese dinero?
Mientras cientos de miles
de millones de dólares eran repartidos a la misma gente que había
causado la catástrofe, el mercado inmobiliario se mantuvo débil, el
crédito siguió paralizado, el desempleo aumentó y los gastos de
los consumidores bajaron a niveles abismales.
Resumiendo, el
capitalismo corporativo de libre mercado es por su naturaleza un
desastre a la espera de suceder. Su esencia es la transformación de
la naturaleza viva en montañas de mercancías y las mercancías en
montones de capital muerto. Cuando se le deja hacer lo que quiera, el
capitalismo endosa sus deseconomías y su toxicidad al público en
general y al entorno natural, y termina por devorarse a sí mismo.
La inmensa desigualdad en
el poder económico que existe en nuestra sociedad capitalista se
traduce en una formidable desigualdad del poder político, que hace
que sea tanto más difícil imponer regulaciones democráticas.
Si los paladines de EEUU
Corporativo quieren saber lo que amenaza realmente «nuestro modo
de vida», es su propio modo de vida, su modo ilimitado de robar
a su propio sistema, destruyendo el fundamento mismo sobre el que se
encuentran, la comunidad misma de la cual se alimentan tan
fastuosamente.
Parece estar escrito ayer por la tarde. Toca todos los temas, lo explica todo con claridad y lenguaje directo. Incluye en su argumentación a las mujeres, el aborto libre y el derecho a casarse con cualquier adulto que uno/a elija. Esto especialmente no todos los pensadores de izquierda la tienen en cuenta. Texto imprescindible para la vida. Gracias Loam.
ResponderEliminarGracias a ti, Berta, por tus acertados y alentadores comentarios.
EliminarUn abrazo.
Un análisis muy bueno. Más o menos lo que se viene avisando desde los últimos 150 años, que las contradicciones del capitalismo acabaría derribándole, a éste y a toda su civilización. Y aunque perviva en prácticas las sociedades incapaces de autoadministrarse sufrirán lo que estamos sufriendo ahora sino peor.
ResponderEliminarSalud!
Gracias. Comparto.
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