pressenza
– 21/05/2019
La Corte Penal
Internacional (CPI) no investigará los crímenes de Estados
Unidos en Afganistán, es decir su política de torturas a
prisioneros, los bombardeos de objetivos civiles, como bodas y
hospitales, así como la destrucción de infraestructuras. Todo ello
a pesar de que según la investigación preliminar de la propia CPI,
“había motivos para pensar que allá se han cometido crímenes de
guerra y contra la humanidad”.
La decisión de marcha
atrás adoptada por el tribunal de la ONU fue consecuencia de las
amenazas de la administración Trump, expresadas por el peligroso
demente consejero de seguridad nacional, John Bolton. En
septiembre Bolton advirtió contra el propósito afgano de la CPI,
diciendo que “Estados Unidos usará todos los medios necesarios
para proteger a nuestros ciudadanos y a los de nuestros aliados de la
injusta persecución de ese tribunal ilegítimo” y que el tribunal
no debe atreverse a investigar “a Israel u otros aliados de Estados
Unidos”. Bolton amenazó directa y personalmente a los jueces y
fiscales de la CPI con “impedir su entrada en Estados Unidos”,
“incautar sus fondos en el sistema financiero de Estados Unidos y
perseguirles judicialmente en el sistema penal de Estados Unidos”.
“No cooperaremos con la CPI, no la asistiremos, no nos sumaremos a
ella, la dejaremos morir por si sola porque todo lo que la CPI se
propone ya está muerto para nosotros”.
En marzo estas amenazas
se concretaron en la retirada del visado de entrada en Estados Unidos
a la fiscal jefe de la CPI, la gambiana Fatou Bensouda, quien
respondió discretamente diciendo que seguiría investigando el
asunto afgano “sin miedo”. El 12 de abril, una escueta nota de la
CPI, que tiene su sede en La Haya, informaba que se abandonaba la
investigación afgana “porque en este momento no serviría a los
intereses de la justicia”. Trump caracterizó ese anuncio como “una
gran victoria nacional”.
Uno de los veteranos de
la CPI, el juez alemán Christoph Flügge, ya dimitió en protesta
por las amenazas de Bolton y dos semanas después un grupo de
expresidentes y miembros de la CPI criticaron la rendición,
expresando su “decepción”, “frustración” y “exasperación”
por la situación. Ahí se acabó todo.
Justicia de vencedores
En un artículo publicado
el 10 de abril, el juez español Baltasar Garzón explicaba que “la
CPI es un órgano judicial independiente”. La simple realidad es
que no tiene nada que ver con ello. Como tantas otras buenas y nobles
ideas, la justicia sin fronteras representada por la CPI no solo no
ha sido independiente sino que, más allá de pequeños logros, ha
sido genuina expresión de la justicia de los vencedores.
Esa es una maldición que
persigue al concepto de justicia universal desde sus mismos inicios,
desde los juicios de la posguerra mundial de Nuremberg y Tokio, donde
las potencias ocupantes nombraron a jueces y fiscales y supeditaron
todo principio de independencia a sus intereses, en particular al de
utilizar los recursos humanos de los criminales vencidos en la “lucha
contra el comunismo”. Eso determinó desde la inmunidad del
emperador del Japón y otros criminales de guerra, hasta la
superficial desnazificación emprendida en Alemania.
El tribunal interaliado
de Nuremberg que se proponía juzgar a cinco mil personas, no juzgó
más que a 210. En diversos juicios, norteamericanos, británicos y
franceses condenaron a 5000 personas, de las que apenas 700 lo fueron
a la pena capital. Más del 90% de los miembros de las SS ni siquiera
llegaron a ser juzgados. Los nuevos conceptos acuñados como el de
“guerra de agresión” o “crímenes contra la humanidad” se
redujeron a las guerras y los crímenes de los perdedores.
“Solo una guerra
perdida es un crimen”, sentenció el juez indio Radhabinod Pal,
tras su experiencia en los procesos de Tokio.
La misma consideración
vale para el Tribunal penal para la antigua Yugoslavia creado por la
ONU en 1993 y que actuó como el brazo judicial de la OTAN,
reduciendo el drama yugoslavo a una “agresión serbia”, ignorando
enormidades como la expulsión de 200.000 serbios de Croacia, la
intervención extranjera y sin entrar en los crímenes de la OTAN
matando civiles, usando bombas de fragmentación, destruyendo
infraestructuras y medios de comunicación. ¿Cómo iba a ser de otro
modo, si, como explicó el infame portavoz de la OTAN, Jamie Shea,
“fueron los países de la OTAN quienes crearon el tribunal, lo
financiaron y sostuvieron diariamente”? La CPI siguió esa misma
estela.
Situación delicada,
papel inequívoco
Especialmente tras el fin
de la guerra fría, Estados Unidos disfrazó su nacionalismo de
protección de la mundialización y del internacionalismo. En ese
contexto, la justicia universal, la política de derechos humanos (no
confundir con los derechos del hombre y el ciudadano) y la ideología
de las guerras humanitarias contenida en la fórmula “responsabilidad
de proteger”, casaban muy bien con ese internacionalismo
imperialista al que tantas ONG´s se apuntaron. Al mismo tiempo,
Washington fue consciente de que un tribunal penal internacional con
jurisdicción universal podía suponer un peligro para sus propios
crímenes. Eso colocó a la CPI en una posición delicada desde sus
inicios. Estados Unidos e Israel (así como China, Cuba, Siria, Irak
y Yemen), votaron por distintos motivos contra la creación del
tribunal, que se instituyó en marzo de 2003. Previamente Washington
elaboró un arsenal legislativo la American Servicemembers Protection
Act que no solo excluye a su personal de cualquier investigación
sino que autoriza al Presidente a liberar usando la fuerza militar si
es necesario (“utilizar todos los medios necesarios”, dice), a
cualquier detenido en nombre de la CPI.
Financiada en un 75% por
países europeos y Canadá (Alemania un 20%), la CPI ignoró la
guerra de Irak desde el principio. Su fiscal jefe, Luis Moreno
Ocampo, un magistrado argentino con un papel ambiguo durante la
dictadura y grandes dotes de adaptación al poder establecido, dio
garantías de que nunca emprendería causas contra ciudadanos
americanos, tampoco hizo nada contra Israel tras las mortíferas
masacres de 2008 en Gaza. La CPI no existió en Libia más que para
criminalizar al bando perdedor, y, como explicaba Tor Krever en un
completo
informe publicado en 2014 “ha institucionalizado la impunidad”
y el doble rasero.
La simple realidad no es
solo que la CPI no es “independiente”, como dice Garzón, sino
que ha legitimado las intervenciones humanitarias y los cambios de
régimen, protegiendo a las potencias imperiales y siendo cómplice
de su belicismo, responsable de los peores crímenes y las mayores
mortandades en lo que llevamos de siglo.
"Derecho penal del enemigo"
ResponderEliminarLa excepcionalidad americana auto-otorgada desde la guerra de la independiencia se basa en imponer a todos unas normas que deben seguir como babuinos y ellos aplicar la suya, que en otros territorios es ninguna. Como nadie puede hacerles frente así siguen y seguirán por mucho tiempo.
ResponderEliminarSalud!
Una de las más claras señales de la decadencia de un imperio, es que éste comienza a incumplir las leyes y tratados impuestos por él mismo. A la expansión de la frontera sucede la contracción. A la orgullosa águila imperial sucederán los hambrientos buitres.
EliminarSalud!