"Mea culpa" - Santiago Sierra |
Prólogo a la
segunda edición del libro La formación de la mentalidad sumisa, de Vicente
Romano. El libro (pdf)
puede descargarse pinchando aquí.
Mundialización
de la economía y de la conciencia
I
Este libro vio
la luz pública por primera vez en el otoño de 1993. Para el verano de 1994 ya
se había agotado, a pesar de las escasas reseñas que se le hicieron. El autor
sólo conoce las publicadas en las revistas Cuatro semanas, Utopías, Nuestra
Bandera y Telos, ninguna de ellas de gran tirada y dirigidas a
públicos muy minoritarios y concretos. Ni Ediciones La Catarata ni la FIM
(Fundación de Investigaciones Marxistas), coeditores de la primera edición,
han considerado pertinente reeditarlo, a pesar de los numerosos requerimientos
hechos en este sentido tanto a la FIM como al propio autor, procedentes de los
ámbitos y lugares más diversos de dentro y fuera del país. Concebido y
redactado como una obra de divulgación, también ha encontrado una acogida
favorable en algunos sectores académicos, sobre todo en América Latina.
Es de agradecer
por tanto, que se haya atrevido a reeditar un librito cuyo contenido parece
molestar, a pesar de su escasa difusión, a los poderes económicos y políticos
establecidos.
Al plantearnos
esta segunda edición hemos sentido la natural tentación de ampliar la primera.
Creemos, sin embargo, que el contenido redactado hace cuatro años sigue siendo
válido. De ahí que sólo nos hayamos limitado a corregir algunas erratas.
Se podrían
actualizar algunas cifras y aducir más ejemplos. En cualquier caso sólo
servirían para reforzar aún más los argumentos expuestos. El sistema no
ha cambiado, sino que se siente más consolidado y prepotente. Los casos de
aplicación de la violencia, física o espiritual, podrían incrementarse ad
nauseam. Así, durante un par de días de diciembre de 1996, los medios de
comunicación han recogido en sus páginas y en sus informativos de radio y
televisión algunos aportados por el informe de la UNICEF acerca del trabajo
infantil en el mundo. Como "la última esclavitud de este milenio" han
calificado algunos de estos medios el hecho de que 250 millones de niños, 500.000
de ellos en España, vivan y trabajen en unas condiciones y a una edad peores
que las descritas por Carlos Marx en el primer libro de El Capital.
UNICEF ha denunciado así mismo el empleo de niños como soldados en las guerras
y los sufrimientos traumáticos que reciben física y psíquicamente, así como las
numerosas víctimas causadas entre la población civil por las minas una vez
terminadas las guerras.
Durante un par
de días, las imágenes de esos cuerpecitos arrastrando pesos, tejiendo alfombras
para el Primer Mundo o utilizados como objetos sexuales para los ricos de
Occidente nos conmueven e indignan. Pero al día siguiente los medios nos
vuelven a presentar otras imágenes de guerras y sufrimientos intolerables
impuestos a los más débiles en todo el mundo y nos hacen olvidar rápidamente
las anteriores. El Baal electrónico, igual que el sanguinario dios fenicio, no
puede parar de alimentarse de sangre y dolor a fin de mantener aterrorizada y
sumisa a la población.
2
En esta tarea
innoble e inhumana colaboran con desmedido entusiasmo y voracidad una caterva
de "profesionales" de última hora, papanatas del último mecanismo
tecnológico yanqui, expertos del "trepe". Una turbamulta de jóvenes
arribistas se ha encaramado a los puestos y hasta las cátedras, sobre la base
de renegar de su pasado, incluso de sus propios progenitores. Tras subirse a la
chepa de siglas gloriosas como las del PCE, y pasarse luego a otras no menos
dignas como las del PSOE, o acogerse a éstas por primera vez, abandonaron
rápidamente sus ideales "revolucionarios" o progresistas, si es que
alguna vez los tuvieron. Estas bandadas de "ex" (ex−falangistas,
ex−comunistas, ex−ORT, ex−curas, etc.) y de "trans" (tránsfugas,
transversales, transnacionales −por lo de su afán al transporte
de los viajes y sus dietas−, etc.) una vez agarrados a las mezquinas parcelitas
del poder, no parecen ver otro modo de mantenerlas si no es reprimiendo, a
veces con saña, cualquier atisbo de pensamiento crítico a costa de lo que sea.
Su origen pequeñoburgués y su experiencia insolidaria pueden explicar, tal vez,
estos comportamientos, algunos de los cuales son bien conocidos de la opinión
pública.
En el corazón
sin sangre de estos pragmáticos modernos y post-modernos no caben sentimientos
ni valores humanistas, como la solidaridad, la amistad o la emulación. Sus
portavoces ideológicos y "académicos" se escudan en la defensa de las
tecnologías y la rentabilidad financiera inmediata frente al humanismo y la
rentabilidad social. Como la memoria histórica estorba sus intereses, no
quieren recordar que la Alemania nazi era la sociedad tecnológicamente más
avanzada de su tiempo, y también la más inhumana, una sociedad que en modo
alguno se puede presentar como ejemplo de "progreso" humano. Hoy
sabemos que, desde el punto de vista de la rentabilidad social, de la felicidad
de todos, no siempre es conveniente todo lo que tecnológicamente es posible.
"Dejar de ser humano supondría deslizarse hacia la nada", afirmaba en
su Filosofía de la existencia Karl Jaspers, pensador nada sospechoso de
comunista o revolucionario.
El pensamiento
dominante propaga la idea de que el desarrollo tecnológico equivale al
progreso, entendido como velocidad, aceleración y acomodo rápido a lo
"nuevo". Conceptos como "propiedad", "clase
social", etc., han quedado anticuados, nos dicen. Ya no hay más que un
mundo y una economía mundial. Y, claro, a una economía mundial le corresponde
una conciencia también mundializada, un pensamiento único. Estos esfuerzos del
adversario por mantener el monopolio de la opinión y alimentar la falsa
conciencia han estimulado en nosotros el deseo de reeditar este libro y
redactar este prólogo.
3
Desde el triunfo
de la Revolución Soviética en 1917, los dirigentes políticos, espirituales y
económicos del mundo capitalista han mantenido una lucha a muerte con los
países "comunistas" por la conciencia y la lealtad de los pueblos
dentro y fuera de sus fronteras. Los ideólogos del capitalismo han estado
siempre contra el ideal emancipador del comunismo.
El principal
argumento, repetido hasta la saciedad, era que los trabajadores y las masas
populares de los países capitalistas (de los pocos desarrollados, claro está,
pues capitalistas son EE. UU. y Haití, Alemania y Tailandia o ahora Albania)
disfrutaban de un nivel de vida superior a los que vivían bajo el comunismo.
Como si la sociedad comunista soñada por los clásicos se hubiese realizado ya.
Se aducían estadísticas para demostrar que los ciudadanos soviéticos tenían que
trabajar muchas más horas para adquirir diversos bienes de consumo, como
automóviles, neveras, etc. Pero sin hacer ninguna comparación con lo que había
que pagar en cada sitio por la asistencia médica, el alquiler de la vivienda,
la educación a todos los niveles, el transporte, las vacaciones, y otros
servicios fuertemente subsidiados por los gobiernos comunistas.
Durante la
existencia de los países comunistas, y a fin de dar la apariencia de un
"capitalismo de rostro humano", los empresarios se vieron obligados a
hacer concesiones considerables a los trabajadores. Todas las victorias se
ganaron en los sectores mejor organizados de la clase obrera: jornada laboral
de 8 horas, derechos de antigüedad en el empleo, salario mínimo, seguridad
social, seguro de paro, vacaciones pagadas, asistencia sanitaria, permiso de
maternidad, etc.
La preocupación
por el comunismo favoreció también la lucha por la igualdad de derechos civiles
en los propios EE. UU. y en la guerra (sobre todo fría) por las conciencias y
los corazones de las poblaciones no blancas de Asia, África y América Latina.
Había que mejorar la imagen de la explotación.
El
desmoronamiento del comunismo en la URSS y otros países de Europa Oriental
lanzó al vuelo las campanas de los círculos dominantes del capitalismo en
Europa y EE. UU. Salvo pequeños enclaves como Cuba, el capitalismo
transnacional parece tener bien amarrado el globo.
Una vez
desaparecido el adversario comunista, los medios de creación de opinión
(libros, periódicos, revistas, emisoras de radio y de televisión, cátedras y
tertulias) arreciaron en sus exigencias desreguladoras y privatizadoras. Si en
los países ex-socialistas las conquistas sociales se hacían retroceder a formas
de explotación inauditas, propias de épocas pretéritas, ya no había razón
alguna para mantener las que se habían alcanzado con el capitalismo a lo largo
de luchas seculares.
A principios de
esta década, la mayoría de los conservadores tenía claro que había llegado la
hora de dejarse de garambainas y sacudirles en serio a los trabajadores y a las
masas populares. ¡Muera lo público y viva lo privado! reza el lema triunfal que
se grita por doquier. Ya no hay que competir con nadie por el dominio de las
conciencias. Ya no existe ningún sistema alternativo adonde volver los ojos y
los corazones. Ante su victoria global, el gran capital ha decidido ajustar
cuentas de una vez por todas con los movimientos emancipadores, sindicales,
etc., dentro y fuera de casa. Se acabaron las componendas con los obreros, los
profesionales, los funcionarios, e incluso con la clase media, que se considera
demasiado amplia. Hay que precarizar, proletarizar y lumpenproletarizar.
Con el revés del
comunismo, las minorías dirigentes ya no tienen por qué preocuparse de reducir
el desempleo, como hacían en las décadas de la guerra fría. Más bien persiguen
mantener una elevada tasa de desempleo a fin de debilitar a los sindicatos,
someter a los trabajadores y conseguir crecimiento sin inflación.
Todo esto suena
a música celestial. Pero, al mismo tiempo, presenciamos la tercermundialización
de los países capitalistas ricos, esto es, la degradación económica de una
población relativamente próspera. Los círculos dirigentes no ven ninguna razón
para que millones de trabajadores y sus familias gocen de un nivel de vida
similar al de la clase media, con cierto excedente de ingresos y un empleo
seguro. Tampoco ven razón alguna para que la clase media sea tan numerosa. Ahí
están los ejemplos de México, Brasil, Argentina, etc.
Los pocos que ya
tienen mucho quieren más. En realidad lo quieren todo. Y les gustaría que la
gente común, los muchos, reduzcan sus esperanzas, trabajen más y se contenten
con menos. Pues, cuanto más tengan más querrán, hasta que se acabe en una
democracia social y económica. ¡Y hasta ahí podían llegar las cosas! Mejor
atarlos corto y tenerlos insatisfechos. Para los pocos que lo tienen casi todo
es mejor volver a las condiciones del siglo XIX o del Tercer Mundo actual, esto
es, disponer de masas de trabajadores sin organización, dispuestos a trabajar
por la mera subsistencia; una masa de desempleados, de pobres desesperados que
contribuyen a bajar los salarios e incluso provocar el resentimiento de los que
están justo por encima de ellos (divide y vencerás, decían ya los antiguos
esclavistas de Roma); una clase media cada vez más encogida; y una diminuta
clase poseedora, escandalosamente rica, que lo tiene todo.
4
Esta ofensiva
reaccionaria, cuyo objetivo final es la redistribución de las ganancias entre
unos pocos, la han saludado los comentaristas oficiales como "el fin de la
lucha de clases" y hasta "de la historia". Pero, en realidad,
las minorías capitalistas están llevando a cabo una guerra de clases más
encarnizada que nunca.
El
desmoronamiento del comunismo, del socialismo burocrático y de cuartel, ha
supuesto también el colapso económico de muchos países del Tercer Mundo.
Durante la guerra fría, los países capitalistas desarrollados intentaban
contener la expansión socialista a los países pobres de Africa, Asia y América
Latina ayudando económicamente a los regímenes anticomunistas con inversiones y
programas de desarrollo. Baste recordar a este respecto la Alianza para el
Progreso de J. F. Kennedy a principios de los 60, tras el triunfo de la
revolución en Cuba.
Durante la
década de los 80 se abandonó la idea de que la prosperidad del Tercer Mundo se
correspondía con los intereses capitalistas del Primero. En su lugar se ha dado
marcha atrás a esos programas de desarrollo a fin de crear un "mundo
libre" para maximizar los beneficios del capital sin tener en cuenta los
costes humanos y medioambientales. Con esta mundialización de la explotación
capitalista, esos países ya no pueden volver la vista a la alternativa
comunista.
Por otro lado,
la tremenda deuda que agobia a estos países y las medidas de ajuste impuestas
por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a fin de poder
conseguir más créditos y hacer frente, no ya a la deuda, sino a sus intereses,
precarizan aún más la vida de la inmensa mayoría de sus poblaciones. La
reducción de los programas sociales y de los salarios, la desregulación de las
medidas protectoras, la privatización de las empresas públicas, incluidas la
sanidad y la enseñanza, etc., se publicitan como "ajustes" necesarios
para reducir la inflación, mejorar la situación financiera y aumentar la
producción. Se supone que al consumir menos y producir más se estará en mejores
condiciones de cumplir los compromisos internacionales, esto es, de seguir
pagando las deudas y sus intereses. En realidad, estas medidas se traducen en
más explotación y mayores beneficios para el capital transnacional. Y,
viceversa, en el consiguiente empobrecimiento de las economías y de las
poblaciones de esos países. Venezuela, Filipinas, Zaire, Rusia y las repúblicas
que antes integraban la URSS, Rumanía, etc. se deslizan rápidamente a lo que
se llama Cuarto Mundo Pero no hay que irse tan lejos. También aquí, en nuestro
propio país, al que nuestro gobierno quiere llevar a la primera línea de
Europa, presenciamos este proceso de precarización. Los automóviles no sólo
tienen primera, segunda y más velocidades. También tienen marcha atrás.
Ante el
empobrecimiento generalizado de la población surge la cuestión de quién va a
poder comprar todos los bienes y servicios producidos. Uno tiende a pensar que
los capitalistas están matando la gallina de los huevos de oro. Pero el sistema
dispone todavía de recursos que le permiten prolongar su existencia. Así,
aunque el poder adquisitivo de los trabajadores se reduzca, son más los que
trabajan por menos dinero, mujeres y niños incluidos. La jornada laboral se ha
incrementado a niveles desconocidos hace muchas décadas. A las familias de
varios miembros trabajando en precario durante muchas horas hay que sumar el
pluriempleo. Si a todo esto se añade la posibilidad de comprar a plazos, las
tiendas de "Todo a 100", etc. se entenderá por qué las masas
populares siguen consumiendo a pesar de estar más explotadas.
5
Para consentir
esta situación se requiere, claro está, un esfuerzo enorme en mantener a la
población desinformada, para persuadirla de que no hay alternativa; en suma,
para tenerla material y espiritualmente sumisa. Los dirigentes espirituales,
los formadores de opinión, desde la intelligentsia vendida hasta el
Papa, saben perfectamente que es más fácil engañar a una población poco y mal
informada que a otra ilustrada.
Así, por
ejemplo, todo el mundo conoce los terribles daños causados por los EE. UU. en
Vietnam, Laos, Camboya, Irak, América Latina, etc. Pero, como dice Michael
Parenti [1], la mayoría de los ciudadanos estadounidenses se quedarían
boquiabiertos si se enterasen de ellos. Les han enseñado que, a diferencia de
otras naciones, su país no ha cometido las atrocidades de otros imperios, y sí
que ha sido el adalid de la paz y la justicia. Esta brecha enorme entre lo que
los EE.UU. han infligido al mundo y lo que sus ciudadanos creen que hacen es
uno de los grandes logros de la propaganda y de la mitología dominantes.
Como se sabe, la
propaganda recurre con frecuencia a la mentira, puesto que su papel es el de
influir en las emociones y, sólo accesoriamente, el de informar. Recuérdese a
este respecto la efectuada durante la época nazi por J. Göbbels, que tantos
discípulos ha tenido después.
Cierto, se
requiere un bombardeo intensivo de mentiras para justificar ante la población
el bloqueo de Cuba o la carnicería de Irak con el argumento de que están en
juego los intereses nacionales de los EE. UU. y la paz mundial. Es evidente que
Cuba o Nicaragua y los marxistas y revolucionarios de izquierdas que quedan en
el mundo sólo constituyen una amenaza para los bancos y transnacionales que
succionan la plusvalía de estos pequeños países, engordando aún más sus
beneficios a costa de esquilmar sus riquezas y sus poblaciones.
El problema no
estriba en que los revolucionarios ocupen el poder, sino en que lo utilicen
para llevar a cabo políticas inaceptables para los círculos dirigentes del
capitalismo. Lo que preocupa a sus gerentes, banqueros y generales no es la
falta de democracia política en esos países, sino sus intentos de construir la
democracia económica, salir de la pobreza impuesta por lo que eufemísticamente
se llama "mercado libre". Henry Kissinger se aproximó a la verdad
cuando celebró el derrocamiento fascista del gobierno democrático de Chile en
septiembre de 1973 al afirmar que, en caso de tener que salvar la economía o la
democracia, había que salvar la economía. La capitalista, claro está. Lo
intolerable es permitir que estos pequeños países encaminen sus esfuerzos a
erigir un nuevo orden económico que cuestiona los privilegios de las
transnaciones, en el que la tierra, el trabajo y los recursos ya no sirvan para
aumentar las ganancias de esos pocos consorcios, sino que beneficien a todos.
El objetivo de
todo el aparato ingente de propaganda y persuasión sigue siendo el mismo de
siempre: dejar bien claro que no hay alternativa al capitalismo, a un mundo en
donde los muchos trabajarán más por menos, a fin de que los pocos privilegiados
acumulen más y más riquezas.
Ante el dominio
de esta ideología, ante la omnipresencia de este "pensamiento único"
como se dice ahora, no deja de ser curioso que quienes nunca se quejan de la
unilateralidad de su educación política sean los primeros en acusar de
unilateralidad a cualquier desafío a esa educación.
6
En la
actualidad, este adoctrinamiento unilateral se efectúa en lo que M. McLuhan
llamaba el "aula sin muros", esto es, a través de los llamados medios
de comunicación de masas. El consumo de medios, sobre todo de televisión,
constituye hoy un componente fijo de la vida cotidiana en la mayoría de las
sociedades. Como se sabe, la cultura predominante es ahora la producida
masivamente por estos medios. Esta "cultura de medios" se ha
convertido en la experiencia cotidiana y en la conciencia común de la inmensa
mayoría de la población. A ella pertenecen el trato cotidiano con los medios y
sus contenidos, así como la forma de pensar y de sentir determinada por ellos,
los hábitos de leer, oír y ver, de consumo y comunicación, las modas y una
buena parte del lenguaje y de la fantasía.
La cultura
mundial de los medios de comunicación uniformiza y reduce el planeta, aunque no
en el sentido del experto en relaciones públicas M. McLuhan. El mundo no se ha
convertido en la "aldea global" que él preconizaba en la década de
los 60, sino que más bien ha desaparecido la aldea y se está urbanizando a
marchas forzadas.
Los diseñadores
y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero
al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de
los medios. El análisis de esta actividad revela que a través de ella se
pretende crear el tipo de ser humano más conveniente para el sistema
capitalista de producción y consumo. El objetivo ideal sería convertirnos a
todos en apéndices del mercado. Es lógico, por tanto, que el reclamo comercial,
la "publicidad", constituya uno de los componentes fundamentales de
la cultura actual.[2]
Ahora bien,
entre el orden cultural y el económico existe una relación de interdependencia.
Así, y por limitarnos solamente a los orígenes más recientes, durante el siglo
XIX, a medida que la industria atraía a un sector cada vez mayor de la
población a su esfera de influencia, a su modo de producción y de consumo, los
capitanes de la industria se preocuparon cada vez más de que la vida cultural
coincidiese con sus objetivos económicos y políticos. Para ello no sólo
trataban de imponer y administrar la disciplina laboral de la fábrica, sino de
inculcar también las actitudes, lealtades y comportamientos adecuados a esos
objetivos. Pronto se dieron cuenta de que era más barato meter al guardia de la
porra en las mentes que mantener un costoso aparato de represión. A éste se
recurre únicamente en caso de necesidad, cuando falla el otro. Cuando una clase
depende de las bayonetas, de la violencia física, de la fuerza bruta para
preservar su poder es que no está segura. Pero con la represión de anarquistas,
socialistas, comunistas, sindicalistas insumisos y toda clase de idealistas
radicales, la clase capitalista, detentadora del poder económico, enrola a su
causa a otras instituciones como la iglesia, la escuela, los medios de comunicación
e incluso el entretenimiento. Si se echa una mirada retrospectiva se podrá
observar que han desaparecido prácticamente las formas de entretenimiento y de
cultura populares, los teatros, periódicos, novelas, etc, clara y
conscientemente obreros. Todas esas formas han sido sustituidas por la
producción industrial.
Para asegurar su
hegemonía como capitanes de la industria y de los negocios, los ricos han
aspirado siempre a convertirse en "capitanes de la conciencia". Los
nombres son numerosos a lo largo de los siglos XIX y XX, desde Lord Nordcliffe
o el yanqui Hearst hasta Axel Springer, Kirch, Berlusconi o Murdoch.
He aquí un par
de ejemplos a modo de ilustración. En su Outline of History, y
refiriéndose a los fundadores de los EE.UU., H. G. Wells dice que "los
padres de América pensaron también que sólo tenían que dejar la prensa libre y
cada cual viviría en la luz. No se dieron cuenta de que una prensa libre podía
convertirse en una especie de venalidad constitucional debido a sus relaciones
con los anunciantes, y de que los grandes propietarios de periódicos podían
convertirse en bucaneros de la opinión y en insensatos demoledores de los
buenos comienzos". Hace unos 40 años, el barón de la prensa inglesa Lord
Beaverbrook, nacido en Canadá, declaró ante una Comisión Real que publicaba sus
periódicos "solamente por razones de propaganda" ("purely for propaganda and with
no other purpose").
Cuarenta años después, otro hijo de las colonias, esta vez de Australia, llegó
a Londres a buscar fortuna y fama, y ha adquirido la misma que Beaberbrook,
aunque incrementada a nivel mundial. Puesto que la economía ya está
mundializada, también debe estarlo la conciencia.
7
La historia
enseña que la clase pudiente nunca está sola. Se arropa con la bandera de la
religión, el patriotismo y el bienestar público. Pues sólo reconoce y proclama
como bueno para todos lo que es bueno para ella. Tras el estado existe todo un
entramado de doctrinas, valores, mitos, instituciones, etc., que sirven
consciente o inconscientemente a sus intereses, John Locke decía ya en 1690 que
"el gobierno fue creado para protección de la propiedad". Y casi un
siglo después, en 1776, Adam Smith afirmaba que "la autoridad civil se
instituyó en realidad para defensa de los ricos contra los pobres, o de los que
tienen alguna propiedad contra los que no tienen ninguna".
Las
instituciones políticas, religiosas y educativas contribuyen a crear la
ideología que transforma el interés de la clase capitalista dominante en
interés general, justificando las relaciones de clase existentes como las
únicas que son naturales y, por tanto, perpetuas e inalterables. Todas ellas se
conjuntan para crear una conciencia uniforme, para dar unidad al pensamiento.
Para preservar
el sistema que es bueno para ellos, los ricos y poderosos invierten mucho en la
persuasión. El control de la comunicación, del intercambio de informaciones y
sentimientos, contribuye de modo eficaz a legitimar el poder de la clase
propietaria. Y es en este marco general donde actúan los medios de comunicación
de masas.
Estos medios son
los vehículos o canales de distribución de los productos de esta comunicación.
La comunicación de masas es, antes que nada, producción masiva de comunicación.
Y, como tal, se rige por los mismos principios que el resto de las industrias:
producción en serie, indiferenciada, a fin de reducir costes y aumentar
beneficios. Pero como en la producción comunicativa se trata de productos del
pensamiento, de contenidos de conciencia, esta simplificación y uniformidad tiene
también algo que ver con la producción del pensamiento acrítico,
indiferenciado, único.
No hay que
olvidar que no son los medios los que reducen y simplifican, sino quienes los
dirigen. Con un guion correcto y unas intenciones adecuadas se pueden ofrecer
presentaciones intelectualmente ricas, ampliadoras del conocimiento, acerca de
temas de vital importancia, como demuestran los documentales, por ejemplo.
Los medios
sirven a muchos fines y desempeñan diversas funciones. Pero su papel principal,
parejo con el de incrementar las ganancias de los pocos que los poseen, su
indeclinable responsabilidad, estriba en reproducir una visión de la realidad
que mantenga el actual poder económico y social de la clase dominante. Su
objetivo no radica en producir una ciudadanía crítica e informada, sino el tipo
de gente que vota a R. Reagan o a J. Gil y Gil. Su meta es cerrar el clima de
opinión marcado por la minoría que domina el mundo del dinero, los negocios, el
gobierno, las iglesias, las universidades, etc., puesto que casi todos ellos
comparten la misma concepción de la realidad económica.
Las técnicas
para conseguir la uniformidad de las opiniones, el pensamiento único, son
muchas y muy diversas. Y, aunque no sea éste el lugar más apropiado para
exponer los subterfugios utilizados en la manipulación de las conciencias, sí
conviene recordar que son los propietarios de los medios de comunicación y los
directores puestos por ellos los que tienen la capacidad de seleccionar y
publicar, de dar a conocer a los demás los aspectos de la realidad más acordes
con sus intereses. Los pocos tienen así el poder de definir la realidad para
los muchos y de producir las informaciones que dificultan a la mayoría de los
ciudadanos el conocimiento y la comprensión de su entorno, la sociedad en que
viven, así como la articulación y expresión de sus necesidades e intereses.
En este sentido,
los medios pueden dirigir efectivamente la percepción de la realidad cuando no
se dispone de informaciones en contrario. Y, aunque los medios no puedan moldear
cada opinión, sí pueden enmarcar la realidad perceptiva en torno a la cual se
forman las opiniones. Aquí radica tal vez su efecto más importante: establecer
el orden del día para todos, organizando el espacio de lo público, las
cuestiones en qué pensar. En suma, los medios establecen los límites del
discurso y de la comprensión del público, del pueblo. No siempre moldean
la opinión de todos, claro está, pero tampoco tienen por qué hacerlo. Basta con
legitimar ciertos puntos de vista y deslegitimar otros. El resultado es un
pensamiento único, uniforme, acrítico, y, por consiguiente, la falsa
conciencia.
8
Los observadores
"neutrales" sostienen que hay que aceptar como tales lo que la gente
diga que son sus intereses. Postular que los individuos pueden perseguir a
veces objetivos contrarios a sus intereses personales o colectivos equivale a
saber mejor lo que más les interesa y beneficia. El argumento se cierra
concluyendo que los únicos intereses realmente existentes son los que la gente
identifica como suyos.
Pero, como dice
M. Parenti en su último libro,[3] la posición "neutral" se basa en
una visión poco realista y deliberadamente tosca de cómo obtiene la gente sus
opiniones. Niega el hecho incontrovertible de que, a menudo, éstas están
sometidas al control social. A la hora de juzgar dónde están sus intereses son
muchos los factores que intervienen, incluido el impacto de unas fuerzas
sociales superiores a las suyas. Y no sólo es que la gente no tenga conciencia
de su situación, sino que con frecuencia tienen una falsa conciencia de la
misma.
Lo que se
excluye por principio es la posibilidad de una comunicación manipulada y
controlada en donde a unas opiniones se les da una amplia difusión y a otras se
las ignora o se suprimen, como es el caso de las expuestas en este libro.[4]
Rechazar la
posibilidad de que exista falsa conciencia equivale a aceptar que no ha habido
socialización en los valores conservadores, ni control de la información y del
comentario, ni limitación de los temas que deben incluirse en el debate
nacional, ni que toda una serie de poderes e instituciones han contribuido a
estructurar y definir de antemano nuestra visión del mundo y nuestros
intereses.
Efectivamente,
si no existe ningún conflicto entre gobernantes y gobernados, entre
explotadores y explotados, puede deberse a estas razones, apuntadas ya por M.
Parenti:
a) Los ciudadanos están satisfechos con la situación porque se atienden sus intereses.
b) Apatía y falta de percepción: la gente es indiferente a los asuntos políticos, puesto que, preocupados con otras cosas, no ven el nexo entre la política y su bienestar.
c) Desánimo y miedo: la gente está descontenta, pero se achanta porque no ve ninguna posibilidad de cambiar las cosas o teme que cambien a peor.
d) Falsa conciencia: la gente acepta las cosas tal como están porque ignora que existen otras alternativas y hasta qué extremo los gobernantes violan sus intereses, o porque desconocen hasta qué punto la gente se ve perjudicada por lo que cree ser sus intereses.
Quienes están
encantados con este orden de cosas quieren hacernos creer que sólo las tres
primeras razones pueden estudiarse empíricamente, por ser las únicas realmente
existentes.
Quienes creemos
que la falsa conciencia existe realmente sostenemos que las preferencias de la
gente pueden ser producto de un sistema económico, político y cultural
contrario a sus intereses, y que éstos sólo pueden identificarse legítimamente
cuando la gente sea plenamente consciente de su elección libre y esté
capacitada para elegir.
Negar la falsa
conciencia como una imposición "ideológica" (léase
"marxista") lleva a los sociólogos y otros formadores de opinión a la
conclusión de que no se debe distinguir entre percepciones del interés e
interés real u objetivo. Así, si admitimos que la preferencia expresada por un
individuo es su interés real resulta que no se puede hacer distinción entre
intereses percibidos (que pueden estar más informados) e intereses reales (cuya
percepción puede resultar difícil por falta de información adecuada y
accesible).
No obstante, se
pueden constatar ejemplos de falsa conciencia en todas partes. Hay ciudadanos
con quejas justificadas, como empleados, contribuyentes y consumidores, que
dirigen su indignación contra los desvalidos que se aprovechan de la
beneficencia y no contra las empresas que reciben miles y miles de millones en
subvenciones. Están a favor de elevados presupuestos de defensa, de la
industria armamentista y de las empresas contaminadoras, mientras denostan a
quienes se manifiestan por la paz y contra la contaminación.
Expertos
comentaristas conservadores se encarga de alimentar su confusión atacando, por
ejemplo, a las feministas y a las minorías en vez de a los sexistas y racistas,
a los pobres en vez de a los ricos que crean la pobreza. Para ellos, el
problema son los pobres y los inmigrantes. Las víctimas y los efectos se toman
por la causa.
La falsa
conciencia existe, y en cantidades masivas. Sin ella, los de arriba no se
sentirían nada seguros.
9
El principio de
esperanza se concretará solamente cuando la mayoría de la población sea
consciente de que sus condiciones de vida no se deben a ningún designio divino
ni a ninguna ley natural, sino a la voracidad insaciable de un puñado de
potentados, a la riqueza y al poder de los pocos que generan la pobreza e
impotencia de los muchos.
Las revoluciones
se hacen cuando grandes sectores de la población se animan unos a otros, al
descubrir lo que tienen en común, y se rebelan contra un orden social
insufrible. La gente tiende a soportar grandes abusos antes de arriesgar sus
vidas en confrontaciones con fuerzas armadas muy superiores. Por eso no hay
ninguna revolución frívola, sino que todas ellas son una tarea muy seria.
Por todo eso,
romper con el liberalismo que penetra hoy todas las facetas de la vida,
imponiendo en todas partes su pensamiento indiferenciado, acrítico, implica
airear en público la crítica de los programas liberales. Significa hacer un
esfuerzo serio y sostenido para aprovechar las lecciones aprendidas durante las
tres últimas décadas en organización de comunidades, desarrollo económico,
movilización en torno a cuestiones concretas, urbanismo, medioambiente, etc. y
hacer una nueva síntesis.
Vicente
Romano
Sevilla y
Madrid, enero de 1997.
Notas:
1 Cf. Parenti,
Michael: Dirty Truths, San Francisco 1996.
2 Cf. Romano,
Vicente: Desarrollo y progreso. Por una ecología de la comunicación, Barcelona
1993.
3 Cf. Parenti, M.: Dirty Truths, l.
c., pp. 209−214.
4 Ni siquiera Mundo
Obrero, publicación supuestamente afín a ellas, se ha atrevido siquiera a
dar noticia de su existencia. Hay veces que la fascinación por lo extranjero no
deja ver lo propio.
Bastante acertado, pero creo que es aun más complicado a largo plazo, que todo esto forma parte de un plan, desde la creación y destrucción del socialismo, hasta el actual recrudecimiento del capitalismo, que finalmente, con una población más sumisa, desaparecerá también para dar paso algo mucho peor.
ResponderEliminarCreo que es importante además que la población acepte la situación, no porque no haya métodos para sofocar cualquier revuelta o para reprimirla y hacerla aceptar lo que sea, sino porque es parte del plan desde un principio, necesitan una actitud determinada que genere una energía concreta.
Salud!
Precisamente esas que expones son las cuestiones que el libro aborda y analiza, como podrás comprobar si lo has leído.
EliminarSalud!
Pues habrá que leerlo. ;-)
EliminarEl libro no tiene desperdicio. Recomiendo su lectura a quien no lo conozca.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo.
EliminarTristemente de rabiosa actualidad el artículo.
ResponderEliminarSalud!
Te sugiero leas el libro, esta no es más que la introducción.
EliminarSalud!
Como bien dice J.J. Guirado, el libro no tiene desperdicio. Contundente, como exige la miserable realidad en que vivimos.
ResponderEliminarAsí es.
EliminarExtraigo esta cita del libro:
ResponderEliminarSe cuenta de un empresario que le decía a un trabajador: "Solo quiero lo mejor de usted". Y el trabajador respondió: "Mire, eso es precisamente lo que no quiero darle."
Resulta difícil determinar hasta qué punto las escuelas son fábricas de absurdo, de irracionalidad o de sueños. Nuestros padres, atemorizados por las de sus represores, actúan aún conforme a la enseñanzas que les inculcaron. Si queremos evitar, o empezar a evitar, que nuestra vida transcurra de una manera perversa y estúpida, hay que partir desde el lugar mismo donde se forma el pensamiento, donde los ricos
seleccionan y dan informaciones.
Si no nos defendemos contra el plan de estudios impuesto en las escuelas, los periódicos, la radio y la televisión, nuestros pensamientos seguirán siendo nuestros enemigos, por ser los pensamientos del enemigo.
Lo que yo saco en conclusión es que una vez perdida la influencia propagandística de la iglesia y esta adoptada por los mass media la mentalidad se sice a la información que absorve de estos, la cual configura sus expectativas y posibilidades. Por lo tanto, en esta era de la comunicación en la que la misma información está acaparada por la corriente principal la aspiración de reveldía ni si quiera es una opción. Nunca la emancipación había estado más lejana del hombre.
ResponderEliminarSalud!