La renuncia a ser - Ana Isabel Zuazu / Fabricio de Potestad
El opulento
mundo desarrollado, vestido de volantes de billetes y adornado con abalorios de
monedas, vive inmerso en una danza de flujos financieros y de capitales, en un
baile de oro y piedras preciosas, en un frívolo ritual de dinero. Por mor de la
riqueza se vive en un permanente conflicto, enfrentados unos contra otros. Todos
contra todos. De esta forma, el estrés producido por la feroz competencia ha
alcanzado una magnitud de tales proporciones que no es extraño que haga
estallar a un número cada vez mayor de personas. Son los mártires del andamiaje
capitalista, los que ignoran dónde está Wall
Street. Las aturdidas calles de las ciudades están llenas de hombres y
mujeres incapaces de seguir el ritmo desenfrenado propio del crecimiento
material y tecnológico. Llega un momento en el que la marea humana, impregnada
de olor a fatiga social, se ve desbordada y, tras una titánica lucha por
mantenerse de pie en su frágil peana freudiana, repleta de complejos, termina
por claudicar. Su mundo se convierte en un pequeño rincón sin luces. Su
horizonte se pliega y se centra sobre un punto único y trágico: la muerte.
El mundo
occidental acostumbra a utilizar las fiestas, los banquetes, los regalos, las
vacaciones, los homenajes, los premios, los juegos, las bromas, el humor e
incluso el sexo, para reactivar y mantener el clima eufórico que la sociedad
considera aceptable. Sin embargo, el estable bienestar, que lógicamente se
deriva de un empleo estable y de una justa distribución de la riqueza, se
excluye paradójicamente como estímulo apropiado para producir alegría. Los
ricos, en consecuencia, son cada vez más ricos y los pobres cada vez más
numerosos. Y para qué nos vamos a
engañar, los pobres de solemnidad, no están para saraos y cuchipandas,
pues la miseria no se festeja.
Cuando el
desmoronamiento personal es vivido como un hecho lógico y comprensible, como
ocurre ante un desengaño amoroso, el sujeto es consciente de que puede salir de
su estado de crisis; pero cuando la depresión viene marcada por la soledad, las
desgracias, las enfermedades, el desempleo o el trabajo eventual, las inhumanas
condiciones de trabajo o la insoportable turnicidad laboral; cuando el futuro
está desprovisto de perspectivas, la fractura vital asume características
estables. Si en un principio, la crisis se atribuye a las miserables
condiciones de vida, pasado un tiempo, el deprimido llega a convencerse de que
es, en realidad, un perdedor, un fracasado que no ha sabido luchar con el
suficiente coraje, y se encierra en una clausura autopunitiva.
A partir de este
momento, la vida se convierte para él en un abismo de dolor, el tiempo se
detiene y eterniza; la idea de tener que soportar un día más le asusta: no
consigue imaginarse cómo conseguirá llenar unas pocas horas que se le antojan
vacías, inútiles y desprovistas de sentido. El desazonado y pequeño hombrecillo
que, lejos de aspirar a una vida regalada, sorprendente y atractiva, tan sólo
buscaba un insignificante lugar en el planeta, un rinconcito donde vivir con
dignidad, se da cuenta, de pronto, de que su
existencia es incolora, uniforme y petrificada. Privado de creatividad e
incapaz de formular proyectos concretos, percibe que está escribiendo la página
más inútil de su vida. Se ve, por ello, obligado a replantearse de forma
urgente, profunda y radical su relación con la sociedad y consigo mismo, sin
embargo, cuando experimenta sobre su propio pellejo la dureza e inutilidad de
sus afanes contestatarios, se torna, tras los primeros embates, manso hasta la
impertinencia. Se encoge hasta hacerse diminuto y entonces, cuando ya no ve
salida alguna, sucumbe y da todo por concluido. ¿Qué puede esperar de la
degradación de la generosidad, la solidaridad y la compasión, magnitudes
óptimas para la vida del ser humano, sino el colapso personal? Su suerte está
echada.
Después, vaga
entre tinieblas buscando algún camino que modifique su deprimido y afligido
estado de ánimo, que si por algo se caracteriza es por su arrasadora
esterilidad. Con el pensamiento ralentizado, la despensa casi vacía de ideas,
la memoria jadeante y asmática, la concentración en Babia, el sexo a punto de
desencuadernarse y una congoja devastadora, es incapaz de dar un paso adelante
ni siquiera para acostarse.
Si sus
aspiraciones están suspendidas, sus obligaciones, desterradas: hacer la compra,
arreglar la casa, hacer la comida, asear se, ver la televisión, ir al cine,
leer la correspondencia o salir a tomar un café, suponen un dispendio que no
puede permitirse.
Su vida es
ciertamente esquinada, sombría y gélida. Nada le colma de satisfacción y nada
le divierte. Lo que antes, en algún momento, le arrancaba instantes de
felicidad, ahora no es capaz de procurar le siquiera un efímero destello de
alegría. Le embarga una tristeza inmensa y torturante. El reloj vital se
detiene y el espacio se espesa: ya no camina, repta. El temor viene de todas
partes y de ninguna; espera lo peor, lo que le hace estar al acecho, insomne
una noche tras otra.
Una corriente
fría y lacerante se le cuela por todos los poros de su piel hasta producirle un
extraño sentimiento de culpabilidad, tan asfixiante como inmerecido. Así, sin
un juicio justo, rebajado y humillado, es condenado a una existencia sin
aliento vital; después, melancólico, abatido y agotado, se siente como un reo
que presiente cercano el patíbulo.
Hay momentos en
los que se resigna a la muerte, la llega a desear, se da por muerto, pero algo
esencial falta: el grito final, el estremecimiento definitivo, el sentido
último de lo irreparable, la autenticidad de la muerte misma.
Aturdido,
inmóvil y con el corazón enajenado, nada tiene ya para él resonancia emocional.
Sus afectos no pueden ser proyectados en ninguna de las múltiples direcciones
posibles. La ilusión y la esperanza se derrumban conjuntamente. Presiente
confuso que se halla ante un extraño umbral de sombras, tras el cual le acecha
la nada. La depresión llega a ser espantosa. Una sensación atroz, una
descomposición del espíritu y un horrible espasmo del pensamiento, estallan
finalmente en un llanto incoercible y angustioso. Cuando, presa del desaliento
y ausentes las metas y, con ellas, las razones de la existencia, las fuerzas se
agotan y el deseo se disuelve, el pensamiento se orienta unidireccionalmente
hacia la muerte. Hasta pierde el apetito, se desnutre, y el cuerpo, poco a
poco, se consume. Es la muerte, precisamente, la que puede poner fin a una vida
miserable, sin sentido, sin objeto alguno y sin actitud digna y erguida. La
muerte se convierte en el único deseo. Llega un momento en el que no le es
posible aferrarse a la vida a toda costa y a cualquier precio, no puede
exigirse aguantar lo insoportable. El sufrimiento forzoso y acentuado choca
frontalmente con su maltrecho decoro, y si no puede hacer nada, si no puede
cambiar las cosas, si se encuentra con unas circunstancias que ni ha creado ni
puede modificar: ¿qué otra cosa puede desear más que su propia muerte? Cuando
no puede más, la muerte le parece la única elección posible.
La fatiga se
hace irreversible y una inquietud difusa se apodera de él. El cuerpo le tiembla
y un sudor frío le empapa la piel. Instantes después, los somníferos o una soga
eficazmente anudada al cuello siegan su vida definitivamente. Inicia un
insensible y delicado viaje hacia una profunda oquedad tranquilizadora, sin
fondo ni distancias, sin puntos de referencia, vacía e insonorizada,
interminable e irreconocible y, sin embargo, familiar. Una sima absurdamente
lógica. Pierde la sensación de su cuerpo, es testigo de su caída,
deshaciéndose, disolviéndose y desapareciendo de su propia mirada. Se aleja,
duerme en la indecisa frontera de la nada, desprovisto de palabras y deshabitado
de recuerdos. La huella de su identidad, tenue y evanescente, casi
imperceptible y remota, va desapareciendo del umbral de la consciencia y
desflecándose insensiblemente hacia la nada. El suicidio se ha consumado. Ha
renunciado para siempre a ser. Éste es, velis nolis [quieras o no], el final de
muchos desheredados de la tierra de promisión.
Las crisis
existenciales del nuevo siglo - Ana Isabel Zuazu / Fabricio de Potestad
Problemas de una sociedad producto de la propaganda y el adoctrinamiento, deshumanizada, desestructurada, sin raíces, sin vínculos personales ni familiares. Una sociedad de ciudadanos productivos y dóciles.
ResponderEliminarFelicidades a todos ellos en su día del trabajo.
Salud!
El 1 de Mayo reivindica y homenajea a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en Estados Unidos por su participación en las jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Los hechos tuvieron su origen en la huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 y su punto álgido tres días más tarde, el 4 de mayo, en la Revuelta de Haymarket.
EliminarSalud!
Otro de los grandes éxitos del capitalismo, culpabilizar a la víctima de su propio fracaso, bien para venderle manuales de autoayuda bien para inhibirse de las verdaderas causas de la iniquidad del sistema y seguir "funcionando". Salud!
ResponderEliminarCierto. Sin olvidar que, tras siglos de "pecado original" y meas culpas, el capitalismo ya tenía el terreno bien abonado.
EliminarSalud!
Así me he sentido yo muchas veces. A demás se le olvida decir que el entorno no te comprende, padres, amigos, vecinos... todos creen que a demás eres un fracasado. Es más triste de lo que parece. Así que coges cualquier trabajo por mierda que sea esperando a que te vuelvan a despedir.
ResponderEliminarPorque de lo que habla este post es de supervivencia, no de trabajo o cuchipandas. Es más serio y profundo.
Ahora bien, es en estos puntos de quiebre donde hay que sacar fuerzas y cambiar. Renacer. Se puede hacer.
Salud!
Cuando el entorno es hostil, lo mejor es abandonarlo y buscar uno propicio, por duro que sea. Y, como bien dices, hay que sacar fuerzas de la propia derrota porque, además, ¿qué es triunfar en esta puta sociedad sino claudicar?
EliminarSalud!
Pues, sí, Conrado. Y lo que no sabemos.
ResponderEliminarAlguna esperanza desde Brasil, Argentina, Colombia y oarte de Venezuela. Pero ni hablamos de los desheredados...
borrokagaraia.wordpress.com/2017/05/01/nada-ha-cambiado-que-nos-invite-a-retroceder-maiatzak-1-egin-lotu-borrokara/
ResponderEliminarGracias por el enlace.
EliminarEsruve con esa sensación de oánico durante dos años. Miedo a caer en el vacío. Y un día, sin saber por qué, disfruté de esa dulce pobreza, de ese humilde bienestar, que diría Pedro García Olivo...
ResponderEliminarUn día decidí "no necesitar". Lo demás vini solo.
Y sí, se puede renacer, pero con otros ojos, con otras manos (las q trabajan para ti) y otro cuerpo y mente.
Por suerte no tengo bocas que alimentar ni cuerpos que abrigar más que los míos. Eso fué determinante.
De toda experiencia extrema se sale con "otros ojos". Con una visión más amplia y profunda, con una lucidez que, a veces, duele. Porque mirar es gratis, pero VER puede salirnos muy caro. En fin, la libertad es una dama muy generosa, pero muy exigente.
EliminarSalud compañera!
Sí, lo es. Y tanto que duele. Pero duele mucho más la sumisión y la explotación. Nunca más una esclava. Nunca más.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo.
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