Los estibadores son el nuevo colectivo denigrado para ser expoliado de sus derechos. Antes lo fueron los controladores aéreos, los profesores, los funcionarios, los mineros, los basureros de Málaga, los conductores de Metro, los transportistas, los maquinistas de Renfe.
27 mayo 2017
El uso del término «privilegio» es habitual en la patronal y sus
acólitos mediáticos en cada conflicto laboral y negociación. Su objetivo es
enfrentar a los trabajadores y enseñar a los que peores condiciones tienen que
no deben defender a sus compañeros de clase, porque ellos viven mucho mejor.
Así se aísla al colectivo en conflicto y es más fácil privarlo de sus derechos
adquiridos para equipararlo con los que menos tienen. Es una táctica conocida
de atomización de los trabajadores, separar para laminar. Todos iguales, pero por abajo.
En el año 2013, en plena ofensiva del gobierno y patronal contra los
derechos de la clase obrera, Juan Rosell, presidente de la CEOE, dio una master class de esta forma de proceder.
Rosell propuso para combatir la dualidad del mercado laboral eliminar los «privilegios» de los contratos
indefinidos: «¿Estarían dispuestos los trabajadores fijos a aceptar estas
nuevas condiciones en beneficio de los que tienen contratos temporales nuevos?
Sería un experimento importante, pero no creo que lo aceptaran. Creo que esto
es Alicia en el país de las maravillas», dijo el jefe de la patronal. Enfrentar
a los trabajadores con contratos indefinidos con los que tienen derechos
adquiridos para crear la falsa ilusión de que su problema no es la patronal,
sino sus compañeros con un contrato de mejor calidad.
Esperanza Aguirre utilizó el mismo plan contra los trabajadores públicos
para justificar su plan de recortes del año 2011. En una escalada dialéctica que
se llevó por delante a todos los empleados del sector público, calificó de «privilegios» que los
funcionarios cobrasen el 100% del sueldo al enfermar. Ya no hay de qué
preocuparse: gracias a la campaña y a la falta de solidaridad ya no es un
problema. Hoy en día ese derecho ya no existe. El discurso que denomina
privilegios a los derechos adquiridos para enfrentar a un colectivo en concreto
y que sólo persigue mermar las condiciones de toda la clase obrera no es nuevo,
de hecho es tan antiguo como el movimiento obrero. Desde que hay un trabajador
organizado para mejorar sus condiciones hay un patrón, un burgués, o un
escribiente a sueldo que enarbola la palabra «privilegio» para combatirlo.
El diario El Liberal publicó
en 1868 un folletín de Jose María del Campo, un plumilla preocupado por los
inicios del movimiento obrero, que advertía a los conservadores y capitalistas
del tiempo que se avecinaba con las exigencias proletarias:
«Los obreros estamos divididos en categorías como todas las clases sociales. No hagamos mistificaciones, y no engañemos a los demás, engañándonos a nosotros mismos. Hay el jornalero del campo, el peón agrícola que se alimenta con gazpacho o pan solo malo y escaso, duerme sobre el duro suelo y vive constantemente a la intemperie; y hay el jornalero de ciudad, que duerme en colchón y bajo el techado junto a su familia y pasa algunos ratos en la taberna, si es que no se permite ir al café o al teatro alguna vez; y hay el obrero que va de francachelas frecuentes y asiste a lidias de toros; y hay obreros también que trabajan en templadas aunque estrechas habitaciones y huelgan todas las fiestas, y se permiten gastar bota de charol y camisa bordada… Ya sé yo que también hay clases privilegiadas entre los trabajadores, y que si los más desgraciados llegan a pensar seriamente en esto, van a decir que ellos se contentarían con dormir bajo techado y disponer de un par de reales para gastar los domingos. Otros, en fin, quisieran ser amos y mandar, y tener una casita propia y cómoda, y a ser posible hasta tener un cochecito propio para visitar los domingos el cortijo o el chalet, como dicen los ricos… ¿Qué es lo que queremos? ¿Qué debemos pedir? ¿Sólo el alimento diario? ¿Aumento de salario? Yo bien sé lo que queremos todos, trabajar poco y tener mucho dinero.»
En nuestro tiempo los estibadores son el nuevo colectivo denigrado para
ser expoliado de sus derechos. Antes lo fueron los controladores aéreos, los
profesores, los funcionarios, los mineros, los basureros de Málaga, los
conductores de Metro, los transportistas, los maquinistas de Renfe. A todos les
une lo mismo, son colectivos organizados defendiendo sus derechos y con fuerza
para doblegar a la patronal. No son sus privilegios, son tus derechos. Los de
todos los trabajadores.
Los estibadores, el nuevo objetivo
El lema de los estibadores destila agresividad, es duro, vehemente y no
deja atisbo para la mesura. Estiba o muerte. Una proclama que algunos utilizan
para atacar la violencia de los trabajadores que la enarbolan en cada asamblea
en la que se deciden si van a la huelga contra la patronal y el gobierno, que
son todo uno. Lo que trasciende del lema no es más que una evidencia que
conocen todos los que tienen un empleo como el suyo. Conviven con la muerte,
con la incertidumbre de una labor que se desarrolla bajo contenedores de 10
toneladas o sobre pilas de estos de más de 30 metros de altura. Pero no es sólo
un lema que apele a los riesgos de su trabajo, sino que incide en lo que
significa para los trabajadores su empleo. No es retórico establecer la
dicotomía sobre el trabajo o la muerte.
Cualquier obrero sabe que el único patrimonio que tiene es su trabajo. Y
como mejor se defiende es en compañía, con la solidaridad del resto de
compañeros de tajo, y de clase. Eso lo saben los que durante años han visto la
lucha obrera como el mayor enemigo de la patronal, porque lo es. Atacar la
unión de los trabajadores es uno de los mayores objetivos de las oligarquías.
Sin unión, el trabajador es vulnerable.
Jonathan, «Chinin» para los compañeros, es un joven estibador que lleva
diez años trabajando como operador de grúa en el puerto de El Musel, Gijón. Nos
reunimos con él en una terraza cercana a la Casa del Mar al final de su
jornada, nos saludamos y al momento nos interrumpe una llamada: «Perdona, estamos
organizando unos cursos de operario de grúa y estaba hablando con una compañera
para darle información». La conversación sobre las negociaciones no aporta
mucha información, están en plena discusión y no quiere avanzar nada, prefiere
ser prudente. Le preguntamos sobre el hecho de que en los medios les llamen
privilegiados: «Mira, la gente que habla en televisión tiene mucha voz, pero
eso no nos preocupa, nosotros nos movilizamos por nuestro trabajo. Lo que
tenemos, si es mucho o poco, nos lo hemos ganado juntos, peleándolo, y eso
vamos a seguir haciendo. Lo que digan en la tele me preocupa poco».
Se une a nosotros la compañera de tajo de Chinin, para hablar con él del
curso de operario de grúa. Claro que hay mujeres en la estiba. El machismo es
sólo otra excusa que usan para quitarles los derechos adquiridos. Las trabas que las mujeres tienen para entrar en Algeciras sólo les han importado a unos pocos, a los mismos que ahora defienden a los estibadores. Terminamos la
conversación y se quedan al final de su jornada organizando un curso para
seguir formándose.
Los trabajadores de la estiba han pospuesto las jornadas de huelga planteadas tras la aprobación del Real Decreto Ley, después de que las
negociaciones con la patronal ANESCO hayan sido esperanzadoras y les permitan
augurar que sus puestos de trabajo y las condiciones se mantendrán. La
equiparación de la huelga con el chantaje, que los medios plegados a la
patronal hacen de las movilizaciones para enfrentar al resto de trabajadores
con los estibadores, ha vuelto a quedar en evidencia. Nadie hace huelga si no
ve atacados sus derechos, o si no la necesita para mejorar sus condiciones de
trabajo. Es la herramienta de defensa de la clase obrera, de protección de sus
intereses. Por eso es denostada de forma continua.
Estiba o muerte no es más que un modo de explicar de forma combativa que
la estiba es tu pan, que sin estiba hay hambre, algo que sabe cualquier
colectivo de trabajadores organizados. El pan se defiende, el trabajo se
defiende. No hay alternativa para quien sólo tiene lo que le dan sus manos. No
debiera haber alternativa para el resto: solidarizarse con cualquier colectivo
que lucha por su situación, porque los derechos de un sólo trabajador son los
de todos. Los estibadores luchan por sus condiciones y las nuestras, su
victoria será la de toda la clase trabajadora. Cuando un colectivo pierde sus
derechos los estamos perdiendo el resto. Carolina Alguacil escribió hace 12
años en El País una carta al director en la que se quejaba amargamente de las
condiciones laborales de toda una generación, «Yo soy mileurista», decía. Nadie
se atrevería en 2017 a escribir una carta quejándose por cobrar mil euros al
mes, sería un privilegiado.
Antonio Maestre
Pues eso mismo, en algún momento hay que poner un límite a la pérdida de derechos, parece que los estivadores están dispuestos a plantar cara. Como siempre se dice su peor enemigo son ellos mismos, e intentarán separarlos y vencerlos desunidos como sea. Lo reboto.
ResponderEliminarSalud!
Las y los estibadores ya están plantando cara.
EliminarSalud!
Amancio Ortega es un currante. Los estibadores unos privilegiados y Tú de clase media...
ResponderEliminarhttp://insurgente.org/pintada-alusiva/
Salud Loam!
Muy bueno. Por desgracia, aún hay quienes lo creen literalmente.
EliminarSalud Ángel!