Si algo sabe la élite
mundial es que el capitalismo es insostenible sin el uso de la
violencia política. El terrorismo de Estado es parte integral no
solo de su lógica de funcionamiento, sino también de su propia
existencia.
Edgardo Lander, sociólogo
venezolano, nos recuerda en el imperdible ensayo Ciencias
sociales: saberes coloniales y eurocéntricos que la historia oficial
de la Revolución Industrial del siglo XVIII omite que “la
gente no entró a la fábrica alegremente y por su propia voluntad.
Un régimen de disciplina y de normalización cabal fue necesario”,
destaca.
Los libros de eso que
llaman alegremente ‘historia universal’, y con los cuales se
enseña en los modelos educativos que producen seres dóciles y
adormilados, pocas veces refieren que la ‘naturalización’ del
proyecto liberal que dio como resultado el
capitalismo que conocemos, no habría sido posible sin la
imposición a sangre y fuego del colonialismo en América, y la
“encarnizada lucha civilizatoria al interior” de la propia
Europa.
Los campesinos y
trabajadores de siglo XIX son los venezolanos del Caracazo de 1989,
los chilenos de hoy, los ecuatorianos que se
rebelaron contra el FMI. Pero también son los afroamericanos de
Los Ángeles en 1992 y los grupos antisistema que le aguaron la
fiesta a la Organización Mundial de Comercio en Seattle en 1999. Son
el Haití silenciado, la europea balcanizada, los infantes del Asia
empobrecida que cosen por centavos las piezas de ropa que luego serán
vendidas en una Europa infestada de aporofobia.
El lazo común que los
une a todos es el mismo. La
rebelión de las masas como respuesta instintiva del ser humano
ante un sistema vertical, que sostiene los privilegios de unos pocos
en los hombros de muchos.
Algo está ocurriendo, de
manera lenta sí, pero constante. Es la cada vez más evidente falla
estructural del capitalismo, y de su versión salvaje.
El neoliberalismo queda
en evidencia y las fuerzas que lo mantienen se preparan para la
confrontación inevitable.
Malestares previsibles
El reciente estallido
social de Chile desmoronó la perfecta narrativa del modelo
económico capitalista perfecto. A medida que los carabineros
disparaban y los militares del ejército eran lanzados a la calle
para arrasar la protesta popular. El lamento de la élite se hizo
cada vez más ruidoso.
Los manejadores de crisis
y gerentes de percepción de múltiples tanques de pensamiento (Cómo
la Red Atlas, Rendon Group, Tavistock), intentan mediante notas de
voz de ‘expertos’, o de las convenientes ‘filtraciones’ del
sentir de dirigentes políticos, como la primera dama de Chile, crear
la matriz de que no es el sistema el que está equivocado,
sino los políticos de turno. El error no es el modelo, sino una que
otra mala decisión económica desacertada. “Eleva en algo el
salario, devuélveles un porcentaje de las pensiones, admite en
público tus fallas”.
La orden es que el
organismo enfermo reabsorba el malestar que él mismo ha causado. Que
acontezca el adormecimiento, y la pasividad social sea la orden de
partida para que se activen los aparatos de inteligencia y represión.
Ir tras cada liderazgo social, uno por uno, es la clave para
desarticular la organización popular. Las tácticas son conocidas:
redadas nocturnas, homicidios impunes, el miedo subterráneo que todo
lo impregna debido a la inacción del Estado cómplice. En resumen:
usar el esquema de terror y violencia psíquica que ha
hecho de Colombia durante los últimos 60 años el paradigma en
cuanto a terrorismo de Estado se refiere.
Sin embargo, uno de los
mayores y más invisibles obstáculos al que se enfrentan los
movimientos sociales que han despertado en Latinoamérica y el mundo
es evitar la confusión que provocan las estrategias de los tanques
de pensamiento. Lander nos provee de una valiosa enseñanza sobre
cuál es la estrategia de esta clase de operadores psicológicos al
servicio del sistema:
”El neoliberalismo es
debatido y confrontado como una teoría económica, cuando en
realidad debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un
modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria síntesis de
los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en
torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el
progreso, el conocimiento y la buena vida”, apunta el investigador
venezolano.
Pensemos por un segundo,
por qué llegamos a considerar ‘natural’, ‘deseable’,
‘lógico’ el que los trabajadores que ya son explotados
laboralmente en sus trabajos, tengan que pagar por educación, salud,
servicios públicos. ¿Por qué no puede ser universal y gratuita la
educación? ¿Por qué los jóvenes tienen que quedar endeudados de
por vida para pagar sus estudios? ¿Por qué el agua debe
estar privatizada? Critica los desahucios y te llamarán
comunista, denuncia los rescates bancarios y te explicaran que no
entiendes el orden del mundo.
No existe argumento
económico que se sostenga por sí mismo y que sirva para
justificar esto. Lo que sí existe es toda una arquitectura de
pensamiento que enseñó (gracias a universidades, organismos
multilaterales, políticas internacionales de progreso y desarrollo,
industria cultural, ejércitos y policías) a creer que: “la gente
no valora lo que es gratis”, que “el Estado no sirve para manejar
empresas”, que es preferible “que los privados manejen la
economía”, que “no importa lo que cueste, siempre y cuando
funcione”, que “la gente es pobre porque quiere”, que “todos
tenemos las mismas oportunidades”, que aquel “que no tiene éxito,
no se esforzó lo suficiente”.
Cuando miramos el mundo,
con su desigualdad desbordada, con la herida ambiental que según
informan los científicos y expertos nos borrará del mapa en menos
de cien años, no podemos sino interpretar que seguir confiando en un
modelo que pone el dinero por encima de las necesidades humanas, es
el camino corto a la extinción. A medida que avancemos (o
retrocedamos, según se vea) y el agua dulce se agote y la comida
escasee, la manipulación psicológica será menos eficiente y no
será más necesario usar la represión y el control violento de las
masas. El informe de Tendencias Globales 2030, del Consejo Nacional
de Inteligencia de los Estados Unidos, lo llama
gini-out-of-the-bottle y explica que las “las desigualdades
dentro de los países aumentan las tensiones sociales”. La élite
mundial sabe esto y se prepara para ello, en especial, para defender
de la debacle a la sociedad que usa como “vara para medir al
resto”: Estados Unidos de América.
La élite se lleva preparando milenios para una revuelta popular. Cada una en su lugar y con sus propios medios. Pero el artificio más efectivo de control que tiene la élite es la reproducción: quitas una y automáticamente otra toma el control. Si hay que romper el círculo solo hay una posibilidad: Anarquía.
ResponderEliminarSalud!