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- 22/08/2018
"Cree el aldeano
vanidoso que el mundo entero es su aldea y que no sabía de la pelea
de los cometas en el cielo que van por el aire dormido engullendo
mundos". (José Martí, Nuestra América)
A principios del siglo
XXI habían caído los países del Este, Estados Unidos, a pesar de
ser el país más endeudado del planeta, se convertía en la única
potencia hegemónica gracias a sus más de 800 bases militares
repartidas por todo el mundo, a un presupuesto militar que superaba
la suma del presupuesto militar del resto de los países, al control
del dólar como divisa de las transacciones internacionales; pero
sobre todo, gracias a su hegemonía cultural e ideológica conseguida
con el monopolio y control de las industrias culturales y las
corporaciones mediáticas.
Sin embargo, ese paraíso
de poder incontestable anunciaba su declive en el terreno económico
político, una descomposición social interna sin precedentes, y una
pérdida creciente de la influencia en lo que siempre ha considerado
su patio trasero latinoamericano. Definitivamente, hoy, Estados
Unidos ha perdido su capacidad para dirigir el mundo.
La potencia que ha
liderado la expansión capitalista está en caída libre lo cual la
hace especialmente peligrosa. Existe, no obstante, un campo en el que
sigue manteniendo su hegemonía, el campo cultural e ideológico.
Aquí parece estar ganado la contienda. Como en la película de las
hermanas Wachowski, The Matrix, los guardianes del simulacro se
ocupan de hacer desaparecer toda evidencia del verdadero rostro del
capitalismo y nos mantienen en una servidumbre voluntaria(1)
nutriendo de energía a la maquinaria que nos somete.
No trataré en este
artículo de las contradicciones que se producen en el seno del
capitalismo sino cómo y por qué y sobre todo quienes son algunos de
estos guardianes de la matriz que se ocupan, consciente o
inconscientemente, de apuntalar el capitalismo y la civilización
occidental, en evidente crisis e incapaz ya de resolver las mínimas
condiciones de subsistencia para las dos terceras partes de la
humanidad, incluidos gran parte de sus ciudadanos.
El capitalismo y su
ideología legitimadora, el liberalismo, han impregnado todo tipo de
relaciones humanas subordinando todo hacer social y todo pensamiento
a la racionalidad económica. La economía se ha convertido en el
emblema del mundo moderno y no hay nada, ni pensamiento ni
sentimiento que no quede sometido a la calculabilidad económica, o
que no se convierta en nutriente de la acumulación. Al tiempo que
esto ocurre, en la materialidad de la vida, todo queda oculto a los
ojos de los sujetos de los que se alimenta el sistema. El
sufrimiento, el hambre, la desigualdad, la miseria de los pueblos, la
guerra, se nos presentan como acontecimientos desgraciados sin
relación con la economía(2).
Los economistas de todo
pelaje se devanan los sesos para cuadrar las cuentas de resultados y
para ajustar el déficit económico; desarrollan modelos matemáticos
y tratan de devolver la "confianza a los mercados". Se hace
depender la solución de las necesidades humanas de la atracción de
capitales obviando así el principio básico que mueve la economía
–la capitalista– que no es otro que el que dice que la única
mercancía que genera valor, más valor que el que necesita para
reproducirse, es única y exclusivamente el trabajo humano; que el
capital no es otra cosa que trabajo solidificado; y que el capital,
independientemente de la voluntad de su poseedor, para reproducirse
necesita incrementarse constantemente y sólo puede hacerlo mediante
la explotación, a saber, obteniendo valor del trabajo. Lo demás,
juegos florales. Nadie ha podido demostrar que el capitalismo
funcione de otra forma.
Sin embargo, hay quienes
sostienen que el capitalismo tal y como lo analizó Marx, también
Weber (un sociólogo nada sospechoso de marxista), ya no es el mismo
y que ha evolucionado hacia otras formas menos dolosas, incluso hay
quienes, como Toni Negri plantean que, fruto de sus contradicciones,
se metamorfoseará en comunismo, pero como afirma Alain Badiou "el
capitalismo contemporáneo presenta todos los rasgos del capitalismo
clásico. Corresponde estrictamente a lo que se podría esperar de él
puesto que su lógica ya no es rebatida por acciones de clase
resueltas y localmente victoriosas. Si tomamos, en lo que concierne
al futuro del Capital, todas las categorías predictivas de Marx
veremos que es ahora cuando quedan plenamente demostradas"(3). Lo
único que sí parece haber variado son la sofisticación y la
eficacia de los mecanismos de fetichización, alienación y
cosificación que fundamentan la explotación.
A la vista de lo que hoy
son los intereses y las preocupaciones de la mayor parte de los
intelectuales occidentales podemos afirmar que estamos ante un
reencantamiento del mundo que, desde mi punto de vista, se inició
tras el mayo del 68 y que en estos momentos dispone de dispositivos
extraordinariamente potentes como la tecnología digital que
construye un mundo paralelo (virtual) que, al tiempo que disfraza e
invisibiliza el sometimiento y la explotación, distrae las
resistencias.
Intelectuales de
izquierda, líderes y movimientos sociales se muestran incapaces de
vislumbrar dónde está el Frente de batalla, se confunde en qué
lugar de la guerra se está, ya no hay quien dibuje los mapas del
poder que orienten las luchas. A veces se percibe la injerencia
estadounidense en la guerra "encubierta" contra Venezuela, pero
al cabo del tiempo se impone el relato de las corporaciones
mediáticas que acusa al gobierno bolivariano de falta de democracia;
otras se denuncian los planes secretos contra los gobiernos
latinoamericanos como el Freedom 2, el Masterstroke, o el manual de
golpes blandos de Gene Sharp, pero al poco, esos mismos intelectuales
se manifiestan contra el gobierno de Nicaragua y a favor de los
"pacíficos manifestantes", se denuncia la propaganda mediática
contra Siria y la intervención imperialista pero al mismo tiempo se
hace único responsable de la guerra al presidente legítimo de Siria
Bashar al-Asad, o se utiliza como fuentes de información de la
guerra a los Cascos blancos, una ONG fundada por el ex oficial de la
Inteligencia británica James Le Mesurier y ampliamente denunciada
por ser "escenógrafos" para los medios occidentales(4).
Académicos e
intelectuales se mueven desconcertados por las redes sociales,
presionados por su narcisismo y las exigencias del mercado editorial
o mediático, buscando pruebas que avalen sus posiciones ideológicas
y que les ayuden a distinguir quienes son los buenos y quienes son
los malos. Pero los intelectuales de izquierdas ya no buscan
construir armas de lucha contra el capitalismo, ni alimentar las
resistencias; sólo se ocupan de encontrar ese dato, esa historia
humana, ese argumento que les permita seguir publicando libros,
seguir dando entrevistas a los medios masivos y sosteniendo sus
posiciones como si en ello les fuera la vida. Unas posiciones que por
otro lado no se preguntan cómo es que coinciden con los intereses y
las lógicas de expansión capitalista.
Hay otros, ciertamente,
que dedican todas sus energías e inteligencia a buscar, en general
en el plano puramente retórico, salidas "viables" al
capitalismo, reformas, caminos alternativos, espacios de consenso que
les eviten riesgos innecesarios. La búsqueda de certezas teóricas
exime de responsabilidades en la praxis.
Un nuevo idealismo
posmoderno recorre Europa y salta mares y océanos cabalgando a lomos
de un celular. Desprendiéndose de la corporeidad de las necesidades
más básicas como el alimento, la salud, la vivienda, la educación…;
esta concepción idealista del mundo aboga por la supremacía de los
Derechos humanos en tanto que categorías trascendentes e
individuales: la libertad sexual, la libertad de expresión, de
circulación, la ciudadanía, el parlamentarismo, el voto; y defiende
un "relativismo constructivista" en el que el ser humano es una
realidad plástica y maleable; y la política no tiene que ver con el
poder sino con la voluntad, y en última instancia con el deseo. El
único objetivo parece ser situarse mejor en el mercado de las ideas,
o tal vez, ganarse la vida.
La neocolonización
ideológica postmoderna y el imperialismo del Siglo XXI
Desde hace apenas unos
años, antes de lo que calculaban los Think tank
estadounidenses, ha surgido una multipolaridad en lo económico, lo
político, lo militar e incluso lo geoestratégico. Ciertamente, la
guerra en Siria donde, a petición del gobierno sirio, la coalición
liderada por Rusia ha puesto freno a las aspiraciones europeas y
estadounidenses, es muestra de este retroceso estadounidense; o la
fuerza con la que China se está haciendo con el comercio a nivel
mundial, también apuntan a esa pérdida de hegemonía. Pero en
ninguno de los dos casos hay contradicciones ideológicas. Ni en el
caso de Rusia ni en el de China ya que ambos países plantean
confrontaciones en el ámbito económico, geoestratégico y en última
estancia de poder pero no en cuanto al cuestionamiento del
capitalismo.
Estados Unidos no tiene
problemas ideológicos sino económicos y geoestratégicos con Rusia
(el último encuentro de Donald Trump y Vladimir Putin en la cumbre
del G20 en Helsinki que tanto enfadó a las agencias estadounidenses
así lo muestra), tampoco los chinos son una amenaza ideológica o
política sino económica por el reparto de los recursos y de los
mercados. Los problemas ideológicos surgen cuando hay países que
violan alguno de los dogmas del capitalismo: países soberanos que
utilizan sus recursos para mejorar las condiciones de vida de sus
habitantes, que practican el internacionalismo, que se plantean como
horizonte el desarrollo social y humano, que subordinan la propiedad
privada al bien colectivo, o países cuya identidad nacional,
religión (determinada concepción del islam) o cultura, alimentan
los sueños y las resistencias de los pueblos.
La guerra actual, en
mayor medida que las anteriores, debido a la capacidad bélica
equiparable entre las grandes potencias se está dando
fundamentalmente en el campo ideológico. El comandante Fidel Castro
supo anticiparlo antes que ningún otro estratega mundial cuando
planteó para Cuba, en plena crisis tras la caída de la Unión
Soviética, la “batalla de las ideas”.
El imperialismo cultural
que tan maravillosamente analizó Edward Said en el caso de la novela
del siglo XX y que según su propuesta analítica fundamentó y/o
creó las condiciones para el imperialismo económico y político,
incluso, citando a W. Blake puede que precediera a esta expansión,
sirve para entender la continuidad y la potencia de la cultura para
la continuidad del dominio capitalista.
Durante la Guerra Fría
dos fueron las claves del imperialismo cultural: la generalización
del modo de vida americano mediante todo tipo de productos de las
industrias culturales monopolizadas por EEUU (especialmente el cine,
pero también revistas como Encounter para los círculos
intelectuales, Reader’s Digest para los sectores más
populares, agencias de información y medios como La voz de América,
conciertos, etc.); y otro elemento clave fue servirse de los
intelectuales de izquierdas no comunistas profundamente
antisoviéticos (5). A través de ellos no sólo se difundían los
productos artísticos estadounidenses sino que se conseguía una
mayor credibilidad en las críticas a la Unión Soviética.
Un ejército de
intelectuales, académicos, escritores y artistas han sido los
responsables del apuntalamiento constante de un sistema económico
que hace años amenazaba ruina. Agencias de inteligencia, institutos
de investigación, ONG, y demás organizaciones al servicio de los
intereses estadounidenses se han encargado de organizar y orientar a
este ejército.
El intelectual
postmoderno se asemeja en sus funciones a lo que Gramsci denominaba
intelectual orgánico. Constituye ese grupo de productores culturales
contemporáneos que han renunciado a servir de guía a unos
movimientos sociales cada vez más reformistas y se reproducen
acomodados en sus nichos de diversidad. Son principalmente
intelectuales mediáticos.
Estos intelectuales
intentan defender su identidad "contestataria" e inconformista
recurriendo a un lenguaje pretendidamente marxista o provocador,
antiliberal y anticapitalista, especialmente en la superficie. Pero
acaban cayendo en la pura retórica vacía de un lenguaje plagado de
tópicos, gaps, incluso chistes fáciles cuando de lo que se trata es
de ganar audiencias que pudieran traducirse en votos. El intelectual
postmoderno busca en el mercado de la disidencia grupos que le
permitan seguir ocupando un lugar en las portadas de los medios,
muchas veces en los medios alternativos para no dejar de estar en el
"candelero". De este modo las prácticas revolucionarias, que sin
duda las hay, se han quedado huérfanas de teoría.
F. Fanon, Aimé Cesaire o
C.L.R. James ya denunciaron en su día esa colonización cultural del
siglo XX que relegaba las categorías de raza o género a
epifenómenos del capitalismo y llevaba a los partidos comunistas a
subordinar las luchas por la descolonización a las luchas del obrero
occidental ilustrado. Denunciaban que no se entendiera que el
capitalismo llevaba implícito el racismo y la discriminación de los
pueblos a los que sometía y que los fascismos simplemente habían
implementado en Europa lo que hacía siglos practicaban los
capitalistas en las colonias. La colonización cultural del siglo XX
pasaba pues por interceptar los movimientos de liberación que
surgían en las colonias europeas. Y fueron muchos los intelectuales
vinculados a los partidos comunistas europeos que asumieron el
discurso racionalista ilustrado para distanciarse de los movimientos
de liberación.
En el siglo XXI la
cultura y la ideología postmoderna siguen alzando las banderas
ilustradas del siglo XX: el Estado de Derecho, la democracia
(burguesa), la libertad, la igualdad (de oportunidades). Pero ahora
tiene que ocultar el fracaso concreto y real de esta mitología
reciclando dichos principios con formatos más actualizados:
gobernanza, participación, empoderamiento, centrismo… La actitud
buenista sirve de máscara moral para los intereses de grupo
(familia, amigos, colegas) y ayuda a neutralizar las resistencias que
se dan en el plano de la vida material y cultural de los pueblos.
Las universidades
europeas siguen reproduciendo ese hombre blanco ilustrado pero ahora
armado con aplicaciones y móviles de última generación que afirman
ser la "voz de los sin voz". Grosfoguel, el teórico del
decolonialismo plantea que para ser un proyecto radical no sirve sólo
con ser anticapitalista sino que hay que ser antisistema
(antipatriarcal, antirracista, anticolonial, no imperialista…) hay
que pensar que no se habla sólo de un sistema económico sino de una
civilización-mundo "que nace de la expansión colonial
europea"(6). Pero eso significa, entre otras cosas, la necesidad de
romper con la mitología occidental que construyó un sistema de
Estados nacionales y sistemas políticos parlamentarios para ejercer
más eficaz y racionalmente la dominación. Los mitos del
parlamentarismo burgués y del sistema electoral que le legitima
tienen que ser revisados a la luz de la realidad material no de la
realidad imaginada o deseada.
Por otro lado, la
institucionalización de las izquierdas y las tertulias televisivas
han domesticado definitivamente cualquier indicio contestatario. El
activista se ha transformado en un "seguidor" de tuits de
sus políticos de moda, las redes sociales le ocupan más tiempo que
la protesta en las calles. La neocolonización cultural del siglo XXI
está en marcha a través de las múltiples autopistas virtuales cuyo
peaje es la conciencia crítica de los usuarios.
Si el siglo XX fue
caracterizado por los situacionistas como la sociedad del espectáculo
hoy podríamos hablar de la época del enmascaramiento. No se trata
ya de representación sino ocultación intencionada, y no es sólo
ocultar el significado del mundo es hacer que este desaparezca:
virtualizarlo. Es por fin lograr que la forma lo sea todo, el
significante por encima del significado.
Otro de los elementos
fundamentales del imperialismo cultural fue, en la modernidad, el
refugio en el contrato o, dicho de otra forma, una nueva forma de
legalidad y de legitimidad racionales. Sobre este derecho que emanaba
de la representación y la delegación de la voluntad popular en los
parlamentos se conseguía someter al pueblo. En los procesos de
descolonización del siglo XX el modelo de Estado de derecho y la
representación parlamentaria sancionada mediante el procedimiento
electoral se convertirían en la nueva forma de sometimiento de las
nuevas naciones independizadas a las élites nacionales.
En el siglo XXI, las
élites políticas e intelectuales occidentales y de las antiguas
colonias encuentran en el Estado de derecho, que como diría Marx no
es otro que el Estado burgués, el mejor refugio para estar a salvo
de las grandes confrontaciones sociales.
Desde mi punto de vista,
todo lo anterior constituye evidencias de que la potencia que lidera
el mundo, Estados unidos, ha perdido la guerra económica, está
perdiendo la militar y la política pero no la ideológica. En este
terreno, como ya anticipara Gramsci, la hegemonía sigue estando del
lado de la clase dominante que ha conseguido que las clases dominadas
compartan sus valores, deseos e ideología.
Mantener el mundo
escindido: el alma y el cuerpo, lo individual y lo colectivo, el
hombre y la naturaleza, la teoría y la práctica…
Ciertamente la barbarie
homogeniza que es como decir que el capital convierte todo en
mercancías. La civilización occidental, o, más bien el proceso
civilizador europeo, no ha dado como resultado un mundo diferenciado,
rico y variado, sino todo lo contrario. Aunque hoy los medios de
comunicación y las redes sociales nos presentan un mundo plural y
multicultural la realidad es que lo diverso que nos muestran
concierne sólo a la apariencia, a lo puramente estético. Es la
naturaleza corpórea, psíquica, material, humana, la que es
múltiple, rica y variada, aunque siga ciertas pautas que permiten
predominar en ella la pulsión de vida frente a la pulsión de
muerte.
Lo diferente no es una
cualidad propiamente humana sino de la naturaleza y nosotros también
somos producto de la naturaleza. Son las formas en las que se
presenta la “nuda vida” que diría Agamben, las que son diversas
y responden a la necesidad de conservación de las especies. Lo
específicamente humano son las diferencias construidas desde la
consciencia, no menos reales ni menos fundamentales. La consciencia
que hace pasar por la razón la interpretación de los
acontecimientos y nos permite distinguir entre los asesinatos
cometidos por el Estado de Israel y el acto desesperado de un
palestino que se inmola. Es desde esa conciencia diferenciadora que
los seres humanos nos negamos a ser estandarizados y transformados en
mercancías intercambiables; de ello depende nuestra propia
subsistencia. Sin embargo, esta pulsión básica, sustantiva y
material en cierto sentido, es reconducida hacia una diferenciación
superficial, banal, que impide la unidad de acción contra el
capitalismo: identidades a la carta sin ningún denominador común.
Existe una unidad
cultural/biológica del conocimiento y la acción que ha sido rota en
los últimos doscientos años por el capitalismo(7), sobre ella se
sostiene la explotación. El Capitalismo necesita originalmente de la
fragmentación y la división entre el pensar y el hacer, la división
del trabajo que aumente la eficacia de la explotación de los sujetos
y de los pueblos. La modernidad se construye ideológicamente sobre
las dualidades que sirvieron de base al cristianismo pre-moderno para
garantizar el sometimiento de los cristianos y el poder de la iglesia
en la tierra. El par alma-cuerpo se traslada a la modernidad como
razón-cuerpo y esta separación permitirá operar el ejercicio de la
explotación sosteniendo ideológicamente una igualdad de derechos y
de oportunidades que no cuestionan las desigualdades materiales,
objetivas; y que además se convertirá en la trampa del intelectual
postmoderno.
Reconstruir la unión
entre el pensar y el hacer es uno de los grandes retos de una cultura
verdaderamente revolucionaria, es decir, aquella que sea capaz de
enfrentarse al imperialismo del siglo XXI. Los intelectuales deben
trabajar en esta reunificación confrontando sus análisis con la
realidad de las necesidades humanas, sean estas psíquicas o
materiales.
Lo mismo que Marx no
distingue entre los productos del trabajo humano ya sean
intelectuales o materiales, pues poseen valor de uso (satisfacen
necesidades ya sean mentales o físicas, reales o imaginarias) y
valor, de la misma forma pensar/analizar son acciones humanas que no
pueden ser reducidas a procesos mentales única y exclusivamente en
la medida en que suponen gasto de energía (física) y se encuentran
ineludiblemente conectadas a los actos comunicativos sin los cuales
no podrían darse. Los intelectuales comen, se protegen del frío,
aman, ríen, odian…Tampoco la práctica es acción pura, nunca lo
fue: en cuanto acción humana, implica "estar orientada a un fin,
de lo contrario es un acto reflejo o imitativo; necesariamente está
guiada por el conocimiento. El conocimiento se nutre de la acción y
es acción. Solo el pensar informático (inteligencia artificial) es
conocimiento puro porque sus premisas y sus fines le vienen
dados"(8).
Este imperialismo
cultural del siglo XXI que vamos cartografiando se alimenta de
nuestras buenas intenciones. La desconexión entre causa y efecto,
entre el pasado y el presente, hace posible que los intelectuales
queden al resguardo de su responsabilidad. En el campo de la lucha
armada se expresa en la doctrina de la “intervención humanitaria”
que tan buenos resultados ha dado entre los intelectuales europeos
que acabaron justificando la intervención armada en Yugoslavia, en
Libia, en Siria o en Ucrania. En los shows televisivos que se
disfrazan de tertulias o debates de actualidad proliferan los
microrrelatos postmodernos donde se juzga y sentencia a los gobiernos
latinoamericanos que no cumplen con las formas políticas y
culturales de las antiguas metrópolis, siempre evaluados desde la
arbitrariedad, unos sí otros no, previamente señalada por la agenda
mediática.
Si en el imperialismo del
siglo XIX y XX Edward Said estudiaba la novela por considerarla "el
objeto estético de mayor interés a estudiar en su conexión
particular con las sociedades francesa y británica, ambas en
expansión"(9), no caben dudas de que a principios del XXI hay que
estudiar el cine de superhéroes, los cómics(10), las series de
televisión y las redes sociales. Para Said, en el imperialismo, la
batalla principal se libraba por la tierra pero "cuando tocó
preguntarse quién la poseía antes, quién tenía el derecho a
ocuparla y trabajarla, quién la mantenía, quién la recuperó y
quien planifica ahora su futuro, resulta que todos esos asuntos
habían sido reflejados, discutidos e incluso, durante algún tiempo,
decididos en los relatos. Según ha dicho algún crítico por ahí,
las naciones mismas son narraciones. El poder de narrar, o de impedir
que otros relatos se formen y emerjan en su lugar, es muy importante
para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los
principales vínculos entre ambos"(11). Los microrrelatos
postmodernos que circulan a gran velocidad por las redes van
conformando matrices de colonización cultural: el indigenismo, el
género, el ecologismo, las elecciones, la representación. Todos
ellos debidamente sustanciados fuera de la lógica capitalista. No
hay historia, no hay violencia solo presente y buenas intenciones.
Cuando el Ente sionista
de Israel a través de su embajada en Nigeria regala 70 Tablet a
niños nigerianos con la bandera de Israel en la parte trasera está
trasladando el relato del progreso y la tecnología como valores
vinculados al Estado sionista. Cuando los intelectuales europeos, en
las nuevas agresiones imperialistas a América Latina, por ejemplo en
Venezuela o en Nicaragua, se comportan como si tuvieran que autorizar
a los gobiernos latinoamericanos a ejercer su autoridad gubernamental
sobre las oposiciones violentas, sobre las élites golpistas, o sobre
sus leyes o prácticas políticas, están trasladando el relato de
colono ilustrado.
Así, un nuevo modo de
autoritarismo particularista se extiende por todo el espectro teórico
de izquierdas. La ética, los principios religiosos y las teorías
universales son convertidos en anatemas contra los que se alzan un
ejército de filósofos, politólogos, sociólogos y antropólogos
dispuestos a liquidar cualquier propuesta de unidad de acción. La
religión se presenta como un obstáculo insalvable, por ejemplo,
para apoyar a Hezbollá, el único movimiento que ha sido capaz de
derrotar al ejército de Israel, que coloca la causa palestina en el
horizonte de su lucha y que consigue el respeto de la mayoría de las
poblaciones árabes. La modernidad propone no una laicidad sino una
secularización consumista que lo mismo destruye la
religión que al ser humano, decía Passolini. La igualdad de mercado
permite el enmascaramiento del conflicto latente entre las
necesidades sociales y la propiedad de los bienes para satisfacerlas.
El imperialismo del siglo
XXI ha llenado de dogmas invisibles la mente de los ciudadanos
europeos gracias a los intelectuales de izquierdas. Mientras que los
dogmas del imperialismo del siglo XX eran reconocibles a poco que se
ahondara en la ideología liberal (el mercado, el equilibrio, la
eficacia…) en estos momentos se presentan como consignas de
izquierda términos como derechos humanos, diversidad, identidad,
etc.
Si el imperialismo tardío
del siglo XX trató de cerrar el paso a las revoluciones con el
discurso del "fin de las ideologías" y por tanto el "fin de la
historia", el del siglo XXI trata de conjurarlas con la invención
mitológica del pasado según la ideología y los deseos (ej. La
construcción imaginada de Israel), los mitos nacionalistas, los
derechos universales, la multiculturalidad, la diversidad, etc. Pero
la unidad no es el individuo sino la sociedad. Y no hay sociedad que
pueda ser construida como un sumatorio de individualidades. De la
misma forma que ocurre con la memoria, lo colectivo y lo comunitario
es un lastre para el nuevo imperialismo, de ahí ese discurso
postmoderno contra los liderazgos, contra las organizaciones, contra
los héroes y las banderas. De ahí ese ensalzamiento constante del
individuo, del grupo y de las microidentidades.
Reconciliar el relato
con la vida, ocuparnos del mundo que camina
Para Said, existían
"humanistas profesionales" que son "incapaces de establecer
conexiones entre la crueldad prolongada y sórdida de prácticas como
la esclavitud, la opresión racial y colonialista o la sujeción
imperial, en el seno de una sociedad, por un lado, y por otro, la
poesía, la ficción y la filosofía de esa misma sociedad"(12). En el
imperialismo cultural del siglo XXI se mantiene esa desconexión y es
frecuente que la literatura, el cine, o la filosofía utilicen los
casos reales para transformarlos en ficciones inocuas y desvíen la
atención de la crítica radical al capitalismo.
Académicos e
intelectuales postmodernos se centran en debatir sobre los
procedimientos cuando lo que está en juego, tal y como planteara
Foucault es la propia vida humana, no las formas específicas en las
que se expresa. Es así que la particularidad de los sistemas
políticos o de los derechos ciudadanos no respetados hacen
desaparecer las amenazas globales (la guerra, la depredación del
medio ambiente, el hambre…) por arte de magia. Defender un sistema
de partidos, un parlamento, unas elecciones, la libertad de
expresión, los derechos de ciudadanía se colocan por encima de la
amenaza global de la guerra imperialista o de la producción de
bienes básicos para resolver el alimento, la salud, el alojamiento o
la educación.
En el ámbito de la
política, los ideales ilustrados como la igualdad, la solidaridad y
libertad que en el siglo XX sirvieron para alentar y legitimar el
alzamiento de los pueblos colonizados contra las metrópolis, hoy,
sólo se conciben en su "cualidad trascendente" separados de lo
cotidiano de forma que son utilizados para arremeter contra los
procesos revolucionarios latinoamericanos que defienden su soberanía
y su independencia económica y que en ocasiones no "respetan
adecuadamente" los derechos humanos. Cientos de veces Venezuela
tiene que defender su democracia y la transparencia de su sistema
electoral, no hay momento en el que Cuba no deba argumentar lo
innecesario de un sistema de partidos al estilo europeo o que Bolivia
no deba justificar el recurso al extractivismo para obtener recursos
económicos.
Pero sin duda el
conflicto central de nuestro mundo queda fuera de las preocupaciones
del intelectual postmoderno: el conflicto entre el Capital y el
trabajo. A pesar de vivir en un mundo inundado de desarrollos
tecnológicos y culturales espectaculares la lucha por la
subsistencia sigue anclada en una lógica embrutecedora que reduce al
sujeto a su expresión más primitiva, una pieza insignificante, sin
conciencia, apenas pura energía (física o intelectual) que es
extraída para alimentar la maquinaria global. En el Capitalismo la
lógica de las necesidades queda subordinada constantemente a la
lógica del beneficio.
El capitalismo no es sólo
un modo de producción es un sistema en el que cada una de sus partes
no puede ser aislada y funcionar por separado. La fundamentación
ideológica del capitalismo está en la individualización opuesta a
la sociabilidad –esta última única garantía de la pervivencia de
la especie humana– y en la escisión del ser humano (alma, cuerpo,
razón-sentidos).
El intelectual que
desarrolla su potencia históricamente sólo ha podido hacerlo
restituyendo la vida y su forma específica, o dicho de otro modo,
actualizando constantemente en su práctica cotidiana la potencia que
encierra la vida humana y creando así nuevas formas de vida,
distintas a la forma capitalista existente. Hoy ese intelectual
parece haberse extinguido.
Volvamos a Gramsci y
reivindiquemos una filosofía de la praxis que encuentre en las
actividades y pensamientos cotidianos, en las prácticas de
solidaridad diarias, en el internacionalismo, elementos para
construir un mundo realmente alternativo. El filósofo Terry Eagleton
propone en su último libro sobre el Materialismo ocuparse del
cuerpo, pero no del "cuerpo étnico, genérico, queer, hambriento,
construido, perecedero, decorado, discapacitado, cibernético,
biopolítico"(13) sino de lo que tienen en común cada uno de los
seres humanos, aquello que nos permite subsistir como especie (animal
y cultural), el cuerpo como una realidad material que necesita
alimentarse, alojarse, educarse, pensar, amar, reír… Hablamos de
esa materialidad histórica de la que se ocuparon Marx y Engels, y
E.P. Thomson, Gramsci, Mariátegui, el Che y Fidel, que les llevó
hacia el universalismo revolucionario que reivindicaba la igualdad en
contraposición a la explotación capitalista.
No puede haber
emancipación, ni soberanía, ni vida digna de ser vivida en el marco
cada vez más estrecho de los particularismos individualizantes que
no van más allá del pequeño grupo identitario, que, enemigos de la
historia, no pueden proyectarse más allá del presente y del grupo
al que pertenecen.
La tarea de la izquierda
es transformar todas las energías sociales en acciones conscientes,
no negarlas, ni inventarlas. La tarea de la izquierda es ocuparse de
los problemas reales, materiales, y no volver una y otra vez sobre
problemas y cuestiones ya resueltas hace muchos años, como por
ejemplo la incompatibilidad del capitalismo y la democracia, o la
imposibilidad de la reforma del capitalismo, o de una acumulación de
capital sin explotación, o una propiedad privada promotora del bien
colectivo. La tarea de la izquierda y de los intelectuales
revolucionarios no puede ser otra que ponerse al servicio de la vida,
concreta, material, y no del Capital.
Finalmente, dado que el
imperialismo no es sino la expansión globalizada del Capitalismo,
enfrentarse al imperialismo del siglo XXI implica necesariamente la
conformación de un Frente internacionalista que haga suyas las
luchas y las resistencias de todos los pueblos contra el Capitalismo,
en todos y cada uno de los ámbitos en los que despliega su arsenal
bélico.
Notas y referencias:
1- Étienne de La Boétie planteó
esta curiosa situación de aceptación de la servidumbre en su libro
"La servidumbre voluntaria".
2- Cuando utilizo
el término economía hablo en realidad del capitalismo. De hecho
cuando los economistas, los políticos y el público en general habla
de economía en realidad de lo que se está hablando es del modo de
producción hegemónico que es el Capitalismo. Para el desarrollo de
este tema ver Ángeles Diez, “La economía y los pretextos”,
Rebelión, 26/11/208 <https://www.rebelion.org/noticia.php?id=76518>
3- Alain Badiou,
El despertar de la historia. Ed. Clave Intelectual, Madrid, 2012,
pág.22
4- RT, "Periodista
británica: Los cascos blancos trabajan como terroristas",
https://actualidad.rt.com/actualidad/263009-medios-promocionar-cascos-blancos,
(Consulta 14/02/2018)
5- La
investigadora británica, Frances Stonor Saunders, en su obra "La
CIA y la Guerra Fría cultural" así lo afirma tras un exhaustivo
trabajo de entrevista a ex miembros de la CIA, análisis de
documentos desclasificados y materiales diversos de la época.
6- Ramón
Grosfoguel, entrevista, El Solitario,
(https://www.elsaltodiario.com/nacionalismo/ramon-grosfoguel-si-te-posicionas-del-lado-del-estado-espanolista-no-te-quejes)
7- Humberto
Maturana, R. y Fco Varela, G. "El árbol del conocimiento. Las
bases biológicas del entendimiento humano" Santiago, Ed.
Universitaria 1984.
8- ibidem
9- Edward W. Said,
Cultura e imperialismo. Ed. Debate, Barcelona, 2018, p. 15
10- Datos los
comics en España la publicación de cómics se incrementó en el
2017 en 500 títulos.
11- Edward W.
Said, Cultura e imperialismo. Ed. Debate, Barcelona, 2018, p. 15
12- Edward W.
Said, Cultura e imperialismo. Ed. Debate, Barcelona, 2018, p. 16
13- Terry
Eagleton, Materialismo. Editorial Península, 2017, pág. 12
Yo diria que más que ideológica se trata de una guerra tecnológica. De todos modos, el padre de Louis Pawels creia que el siglo XXI seria el siglo del humanismo, de cuando dejaríamos de ser homínidos para transformarnos en humanos, pero no se ver nada de eso en el horizonte.
ResponderEliminarSaludos
Me temo que ideología y tecnología van de la mano (de la que controla la tecnología).
EliminarSaludos
Un gran artículo, que resume lo sustancial del problema, el particularismo que ignora, o quiere ignorar, que todo se relaciona con todo y que solo la unificación consciente de las luchas puede combatir ese sistema que nos mata.
ResponderEliminarY ya no lo hace poco a poco.
Lamentablemente, parece ser que ahora es la élite dominante que esgrime eso de "la lucha final".
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