16 septiembre, 2022

Silenciando a los corderos: Cómo funciona la propaganda — John Pilger

 


John Pilger - 08/09/2022

   Traducción del inglés (no mecánica): Arrezafe


En los años 70, conocí a una de las principales propagandistas de Hitler, Leni Riefenstahl, cuyas épicas películas glorificaban a los nazis. Coincidimos en el mismo alojamiento en Kenia, donde ella, habiendo escapado del destino de otros amigos del Führer, realizaba un trabajo fotográfico.


Me dijo que los «mensajes patrióticos» de sus películas no dependían de «órdenes de arriba», sino de lo que ella denominaba el «vacío sumiso» del público alemán. ¿Incluía eso a la burguesía liberal y educada? le pregunté. «Sí, especialmente a ellos», dijo.


Pienso en ello cuando miro a mi alrededor y contemplo la propaganda consumida ahora por las sociedades occidentales.


Por supuesto, somos muy diferentes de la Alemania de los años treinta. Vivimos en sociedades de la información. Globalizados, nunca hemos sido más conscientes, ni hemos estado más ni mejor conectados.


¿Es así? ¿O vivimos en una sociedad mediática sometida a un insidioso e implacable lavado de cerebro y en la que la percepción se filtra según las necesidades y falacias del poder estatal y empresarial?


Estados Unidos domina los medios de comunicación del mundo occidental. Todas, menos una de las diez principales empresas de medios de comunicación tienen su sede en Norteamérica. Internet y las redes sociales –Google, Twitter, Facebook– son en su mayoría propiedad estadounidense y están bajo el control de EEUU.


A lo largo de mi vida, Estados Unidos ha derrocado o intentado derrocar a más de 50 gobiernos, en su mayoría democracias. Ha interferido en las elecciones democráticas de 30 países. Ha lanzado bombas sobre la población de otros 30, la mayoría de ellos pobres e indefensos. Ha intentado asesinar a los líderes de 50 países y se ha afanado en suprimir los movimientos de liberación en 20.


La magnitud y el alcance de esta carnicería ni se reconoce ni se denuncia, los responsables siguen dominando la vida política angloamericana.




Años antes de su muerte, en 2008, el dramaturgo Harold Pinter pronunció dos extraordinarios discursos que rompieron el silencio:


«La política exterior de Estados Unidos», dijo, «se define mejor así: bésame el culo o te patearé la cabeza. Tan simple y tan crudo como eso. Lo curioso es que tiene un éxito increíble. Poseen las estructuras de la desinformación, utilizan una retórica y una distorsión del lenguaje muy persuasivas, pero que en realidad no son más que una sarta de mentiras. Es una propaganda muy exitosa. Tienen el dinero, tienen la tecnología, tienen todos los medios para salirse con la suya, y lo hacen».


Al aceptar el Premio Nobel de Literatura, Pinter dijo lo siguiente:


«Los crímenes de los Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, despiadados, sin remordimientos, pero muy pocos se han referido a los mismos. Hay que reconocérselo, Estados Unidos ha ejercido una manipulación harto cínica del poder en todo el mundo, mientras se hacía pasar por una potencia universal del bien. Es un deslumbrante e incluso ingenioso acto de hipnosis colectiva, y muy exitoso».


Posiblemente mi amigo Pinter fuera el último gran sabio de la disidencia política, es decir, antes de que esta se aburguesara. Le pregunté si la «hipnosis» a la que él se refería era el «vacío sumiso» descrito por Leni Riefenstahl:


«Es lo mismo», respondió. «Significa que el lavado de cerebro es tan profundo que estamos programados para tragarnos cualquier sarta de mentiras. Si no somos capaces de reconocer la propaganda, la aceptaremos crédulos como algo normal. Ese, es el vacío sumiso».


En nuestros sistemas de democracia corporativa, la guerra es un imperativo económico, el matrimonio perfecto entre la financiación pública y el beneficio privado: socialismo para los ricos, capitalismo para los pobres. El día después del 11-S, las cotizaciones de las acciones de la industria bélica se dispararon. Se avecinaba más derramamiento de sangre, algo estupendo para los negocios.


Hoy, las guerras más rentables tienen su propia marca. Se llaman «guerras eternas»: Afganistán, Palestina, Irak, Libia, Yemen y ahora Ucrania. Todas basadas en una sarta de mentiras.


La guerra de Irak, con sus inexistentes armas de destrucción masiva, es la más infame. La destrucción de Libia por parte de la OTAN en 2011 se justificó alegando una masacre en Bengasi que no ocurrió. La de Afganistán fue una oportunista guerra en venganza por los acontecimientos del 11-S, con los que el pueblo afgano nada tenía que ver.


Hoy, las noticias sobre Afganistán inciden en lo malvados que son los talibanes, no en el robo de Joe Biden de 7.000 millones de dólares de las reservas bancarias del país, robo que está causando un sufrimiento generalizado a la población afgana. Recientemente, la National Public Radio de Washington dedicó dos horas a Afganistán, y 30 segundos a su pueblo hambriento.


En su cumbre de junio en Madrid, la OTAN, controlada por Estados Unidos, adoptó un documento estratégico que militariza el continente europeo y aumenta la perspectiva de guerra con Rusia y China. Propone una «lucha bélica multidimensional contra un competidor con armas nucleares». En otras palabras: guerra nuclear.




En dicho documento, leo estupefacto, se manifiesta que: «La ampliación de la OTAN ha sido un éxito histórico».


Una medida de este «éxito histórico» es la guerra en Ucrania, cuyas noticias no son en su mayoría noticias, sino una letanía unilateral de patrioterismo, distorsión y omisión. He informado de varias guerras y nunca he conocido un nivel tan generalizado de propaganda.


En febrero, Rusia invadió Ucrania como respuesta a casi ocho años de matanza y destrucción criminal en la región de habla rusa de Donbass, en su frontera.


En 2014, Estados Unidos había patrocinado un golpe de Estado en Kiev mediante el cual se deshizo del presidente ucraniano, democráticamente elegido y amigo de Rusia, e instaló a un sucesor que los estadounidenses dejaron claro que «era su hombre».


En los últimos años se han ubicado misiles «defensivos» estadounidenses en la Europa del Este, Polonia, Eslovenia, la República Checa, casi con certeza dirigidos hacia Rusia, acompañados de falsas garantías que se remontan a la «promesa» de James Baker a Gorbachov, en febrero de 1990, de que la OTAN nunca se expandiría más allá de Alemania.


La OTAN en la misma frontera de Hitler


Ucrania es la línea del frente. La OTAN ha llegado a la misma frontera por la que el ejército de Hitler irrumpió en 1941, dejando más de 23 millones de muertos en la Unión Soviética.


En diciembre pasado, Rusia propuso un plan de seguridad de gran alcance para Europa. Los medios de comunicación occidentales lo desestimaron, lo ridiculizaron o lo suprimieron. ¿Alguien leyó sus propuestas paso a paso? El 24 de febrero, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski amenazó con desarrollar armas nucleares a menos que Estados Unidos armara y protegiera a Ucrania. Esta fue la gota que colmó el vaso.


Ese mismo día, Rusia invadió el este de Ucrania, algo que, según los medios de comunicación occidentales, suponía un acto no provocado de infamia congénita. La historia, las mentiras, las propuestas de paz, los acuerdos solemnes de Minsk acerca de Donbass no contaron para nada.


El 25 de abril, el secretario de Defensa de Estados Unidos, general Lloyd Austin, voló a Kiev y confirmó que el objetivo de Estados Unidos era destruir la Federación Rusa, aunque el término que utilizó fue «debilitar». Estados Unidos había conseguido su ansiada guerra, llevada a cabo por un intermediario, peón prescindible financiado y armado por Estados Unidos.


Nada o casi nada de todo esto se explicó al público occidental.


[ Joe Lauria: Biden confirma por qué Estados Unidos necesitaba esta guerra ]


La invasión rusa de Ucrania es excesiva e inexcusable. Es un crimen invadir un país soberano. No hay «peros», excepto uno.


¿Cuándo comenzó la actual guerra en Ucrania y quién la inició? Según Naciones Unidas, entre 2014 y 2022, unas 14.000 personas han muerto en la guerra civil del régimen de Kiev en el Donbass. Muchos de los ataques fueron llevados a cabo por neonazis.


Vea un reportaje de ITV-NEWS de mayo de 2014, del veterano reportero James Mates, que es bombardeado, junto con civiles en la ciudad de Mariúpol, por el batallón Azov (neonazi) de Ucrania.


Ese mismo mes, decenas de personas de habla rusa fueron quemadas vivas o asfixiadas en un edificio sindical de Odessa asediado por matones fascistas, seguidores del colaborador nazi y fanático antisemita Stephen Bandera. El New York Times calificó a los matones de «nacionalistas».


«La misión histórica de nuestra nación en este momento crítico», dijo Andreiy Biletsky, fundador del Batallón Azov, «es liderar a las razas blancas del mundo en una cruzada final por su supervivencia, una cruzada contra los Untermenschen dirigidos por los semitas».


Desde febrero, una campaña de autodenominados «supervisores de noticias» (vinculados y financiados en su mayoría por los gobiernos estadounidense y británico) han tratado de sostener el absurdo de que los neonazis de Ucrania no existen.


La «aerografía» [borrar y sustituir], un término que en su día se asoció a las purgas de Stalin, se ha convertido en una herramienta del periodismo convencional.


En menos de una década, se ha aerografiado una China «buena» y se ha sustituido por una China «mala»: ha pasado de ser la fábrica del mundo a un nuevo Satán en ciernes.


Gran parte de esta propaganda se origina en Estados Unidos y se transmite a través de apoderados y «think-tanks», como el tristemente célebre Instituto Australiano de Política Estratégica, la voz de la industria armamentística, y por parte de periodistas fanáticos, como Peter Hartcher, del Sydney Morning Herald, que calificó a quienes difunden la influencia china de «ratas, moscas, mosquitos y gorriones» y pidió que estas «plagas» fueran «erradicadas».


Las noticias sobre China en Occidente se refieren casi exclusivamente a la amenaza de Pekín. No se habla de las 400 bases militares estadounidenses que rodean la mayor parte de China, un collar armado que se extiende desde Australia hasta el Pacífico y el sudeste asiático, Japón y Corea. La isla japonesa de Okinawa y la coreana de Jeju son armas cargadas que apuntan a bocajarro al corazón industrial de China. Un funcionario del Pentágono describió este amenazante despliegue como «una soga».


Desde que tengo uso de razón, se ha informado mal sobre Palestina. Para la BBC, existe un «conflicto» de «dos narrativas». La ocupación militar más larga, brutal e ilegal de los tiempos modernos ni se menciona.


El damnificado pueblo de Yemen apenas existe. Es un pueblo mediático. Mientras los saudíes hacen llover sus bombas de racimo estadounidenses, asesorados por británicos que trabajan junto a los oficiales artilleros saudíes, más de medio millón de niños se enfrentan a la inanición.


Este lavado de cerebro por omisión tiene una larga historia. La matanza de la Primera Guerra Mundial fue omitida por los reporteros, a los cuales se les otorgó el título de caballeros por su desempeño, según confesaron en sus memorias. En 1917, el director del The Manchester Guardian, C.P. Scott, confió al primer ministro Lloyd George: «Si la gente supiera realmente [la verdad], la guerra se detendría mañana mismo, pero ni saben ni pueden saber».


La negativa a ver a las personas y los acontecimientos como los ven personas de otros países es un virus mediático en Occidente, tan debilitante como la Covid. Es como si viéramos el mundo a través de un espejo unidireccional, en el que «nosotros» somos morales y benévolos y «ellos» no. Es una visión profundamente imperial.


La historia, de viva presencia en China y Rusia, rara vez se explica y rara vez se entiende. Vladimir Putin es Adolf Hitler. Xi Jinping es Fu Man Chu. Logros épicos, como la erradicación de la extrema pobreza en China, apenas se conocen. ¡Cuán perverso y sórdido es todo esto!


¿Cuándo nos permitiremos comprender? Formar periodistas en cadena, al estilo de las fábricas, no es la respuesta. Tampoco lo es la maravillosa herramienta digital, que es un medio, no un fin, como la máquina de escribir de cinta y la linotipia.


En los últimos años, algunos de los mejores periodistas han sido expulsados de la principal corriente mediática. «Defenestrados» es el término. Espacios antes abiertos a los inconformistas, a periodistas que trabajaban a contracorriente, a quienes decían la verdad, se han cerrado.


El caso de Julian Assange es el más impactante. Cuando Julian y WikiLeaks conseguían ganar lectores y premios para The Guardian, The New York Times y otros autocomplacientes «periódicos de referencia», se le homenajeaba.


Cuando el Estado profundo se opuso y exigió la destrucción de los discos duros y el asesinato de Julian, se le convirtió en un enemigo público. El vicepresidente Biden le llamó «terrorista de alta tecnología». Hillary Clinton preguntó: «¿No podemos simplemente eliminar a este tipo con un dron?».


La subsiguiente campaña de acoso y difamación contra Julian Assange –el Relator de la ONU sobre la Tortura lo llamó «mobbing»– llevó a la prensa liberal a su punto más rastrero. Sabemos quiénes son. Pienso en ellos como colaboradores: como periodistas de Vichy.


¿Cuándo se alzarán los verdaderos periodistas? Ya existe un samizdat inspirador en Internet: Consortium News, fundado por el gran reportero Robert Parry, The Grayzone de Max Blumenthal, Mint Press News, Media Lens, Declassified UK, Alborada, Electronic Intifada, WSWS, ZNet, ICH, Counter Punch, Independent Australia, el trabajo de Chris Hedges, Patrick Lawrence, Jonathan Cook, Diana Johnstone, Caitlin Johnstone y otros que me perdonarán por no mencionarlos aquí.


¿Y cuándo se alzarán los escritores, como lo hicieron contra el ascenso del fascismo en la década de 1930? ¿Cuándo los cineastas, como lo hicieron contra la Guerra Fría en los años 40? ¿Cuándo los comediantes, como lo hicieron hace una generación?


Tras 82 años inmersos en ese profundo océano de “política correcta” que es la versión oficial de la última guerra mundial, ¿no es hora de que aquellos que deben mantener las cosas claras declaren su independencia y descodifiquen la propaganda? La urgencia es mayor que nunca.


(Este artículo es una versión editada del discurso pronunciado en el Festival Mundial de Trondheim, Noruega, el 6 de septiembre de 2022)


Fuente: John Pilger



4 comentarios :

  1. "¿Cuándo nos permitiremos comprender?" Un artículo enorme. Gracias, Loam!

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    1. Gracias a ti, Conrado. Gota a gota se forman las olas que acabarán minando los cimientos del imperio.

      Salud!

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  2. Mientras los medios de comunicación sean acaparados por los capitalistas, mientras puedan seguir comprando políticos y cambiando de sillones, esto seguirá así. Por lo tanto, esto va para años... pero petará. Porque al final cuando hay que economizar se recorta, acabas tirando de telefax y todos los que se van a la calle empiezan a pensar que tal vez colaborar con el régimen no fue tan buena idea. Eso ya ha pasado en muchos paises, volverá a pasar. Salud!

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    1. Bastará un apagón para que todos veamos claro.

      Salud!

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