CUBADEBATE
– 12/10/2018
Algo cambió el domingo
en la política latinoamericana. La foto asusta: casi 50 millones de
brasileños y brasileñas votaron por un proyecto abiertamente
fascista. El 46% del electorado del país más grande de la región
(y el quinto del mundo) eligió a un candidato que reivindica la
tortura y hace apología de la dictadura, que despliega una retórica
de odio, machista, racista y homofóbica descomunal y que promete
armar a la población y privatizar las empresas estatales. De yapa,
su hijo se convirtió en el diputado más votado de la historia
brasileña.
El refortalecimiento de
la derecha pura y dura ya se venía acentuando con los Macri, Piñera,
el propio Temer, Mario Abdo, Iván Duque y varios más. Pero la
irrupción de una ultraderecha troglodita que logra conquistar una
enorme base social –un experimento que se instaló en EEUU con Trump
y que se extiende en Europa– es un emergente novedoso en América
Latina que nos alborota los diagnósticos. Y enciende todas las
alarmas.
Brasil quedó al borde
del abismo. Y más allá de las urgencias de cara a la segunda
vuelta, toca desentrañar la película completa ante el retorno del
oscurantismo. ¿Cómo se gestó este fenómeno político, sociológico
y hasta religioso llamado Jair Messias Bolsonaro?
El triunfo de la
“antipolítica”, o la política del odio
Para comprender este
tsunami político es necesaria una mirada retrospectiva de largo
aliento. O al menos de mediano. Un país cuya independencia fue
proclamada por un príncipe portugués, que no vivió procesos
revolucionarios, cuya última dictadura duró 21 años y tuvo una
salida bastante consensuada, parió una sociedad históricamente
despolitizada. Pero este sentimiento “antipolítica” se
repotenció en los últimos años, estimulado por la operación Lava
Jato y los grandes medios. Tras el golpe institucional que destituyó
a Dilma en 2016 y la paupérrima gestión de Michel Temer, quedó en
evidencia la putrefacción del sistema político y se impuso un
sentido común de rechazo a la clase dirigente. De hecho, los
principales castigados de la elección del domingo fueron los dos
principales partidos del establishment: el PSDB, cuyo
candidato Geraldo Alckmin no llegó al 5%, y el MDB de Temer que
postuló a Henrique Meirelles y obtuvo un magro 1,2%.
Pero este proceso tuvo
como condimento central una fuerte campaña de satanización
mediática y judicial contra el PT, que permitió asociar la epidemia
de corrupción unilateralmente a esa fuerza política y justificar
socialmente la irregular prisión y proscripción de Lula.
En ese marco emerge este
ignoto ex militar desbocado que logra capitalizar la implosión de
los partidos de derecha y centro-derecha, la consolidación de ese
fuerte sentimiento anti-PT y la aguda crisis económica que potenció
el hastío. Como la política aborrece el vacío, Bolsonaro aparece
como el candidato antisistema –pese a que hace 28 años ejerce como
diputado– que promete resolver esta crisis multidimensional a fuerza
de mano dura y prédica mesiánica. Y de ser un legislador marginal,
que ganó fama cuando juró por el militar que torturó a Dilma, se
convirtió en el efecto más siniestro de esta democracia agonizante.
El fundamentalismo
religioso
El “Messias” nazi: El día en que Bolsonaro fue bautizado como evangélico en el Río Jordán.
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No se pueden entender esos 50 millones de votos sin la militancia activa que desplegó la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios. La fuerza evangélica neopentecostal –que juega cada vez más en el terreno político en toda la región–ataca en tres frentes simultáneos: en el Congreso, donde “la bancada de la Biblia” controla la quinta parte de la Cámara de Diputados; en la prensa masiva con su multimedio Record, el segundo del país achicándole distancias a la Rede Globo; y en las barriadas populares, donde tiene una penetración territorial que no logra ningún partido.
Quizá parte del ascenso
abrupto de Bolsonaro se explique por el despliegue de miles de
pastores haciendo campaña furiosa por el ex militar en los días
previos a la votación.
Las otras tres patas
de la mesa
Otro factor clave en la
construcción de consenso alrededor de Bolsonaro fueron los grandes
medios, que terminaron aceptando al mal menor ante la irreversible
polarización con el PT y el fracaso de los candidatos del orden. Las
fake news antipetistas se multiplicaron en las últimas semanas e
hicieron estragos en las redes sociales. Algo similar pasó con el
poder empresarial y financiero, que también cerró filas con
Bolsonaro. No es para menos: su gurú económico es Paulo Guedes, un
Chicago boy que asegura un rumbo ultraliberal.
Por último, el creciente
poderío del llamado “Partido Militar”, que este domingo
cuadruplicó su presencia al ritmo de la debacle de la política
tradicional. Además de Bolsonaro y su compañero de fórmula, el
inefable general Hamilton Mourão, al menos 70 candidatos militares
fueron electos y tres disputarán gobernaciones estadales en segunda
vuelta.
Los límites del
progresismo
También al PT se merece
reflexionar sobre su responsabilidad en la despolitización de la
sociedad brasileña y en la creación del Frankenstein Bolsonaro.
Durante 12 años faltó audacia para avanzar en transformaciones
raizales, como hubiera sido la tan reclamada reforma política o una
ley que limitara la concentración mediática. Y sobre todo, no se
profundizó en el empoderamiento popular y la formación
político-ideológica, facilitando el terreno para la diseminación
de valores retrógrados y autoritarios.
Y una vez fuera del
Palacio de Planalto, el progresismo brasileño se conformó en dar la
pelea casi exclusivamente en el andamiaje institucional. Salvo la
gimnasia de movilización permanente de los movimientos populares, la
estrategia petista quedó atrapada en la telaraña de un sistema
democrático controlado por el golpista entramado mediático,
religioso, militar y financiero.
Tal vez en la respuesta
callejera de las mujeres brasileñas y su poderosa consigna #EleNão
se puedan encontrar algunas pistas de cómo enfrentar a los profetas
del odio y su monstruo Bolsonaro.
¿Habrá que predicar por las calles, como hacen esos bárbaros?
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