esencial o menos - 5/10/2018
Sostenella y no enmendalla.
Esta podría ser la divisa de los que pilotan el sistema
capitalista universalizado. El capital, como ocurre en la naturaleza
con muchas especies, ha entrado en un nicho ecológico del que no
sabe, no quiere o no puede salir. Como el guepardo, que ha
evolucionado buscando su salvación en la carrera rápida y corta, de
modo que le es muy difícil escapar de esa vía y su supervivencia
está amenazada por los cambios rápidos de su hábitat, la carrera
rápida y corta de cada capital particular en pos de la ganancia, en
competición constante con los otros, impide los cambios que serían
necesarios para emprender otro camino. Por eso, la anhelada
"refundación del capitalismo", en el supuesto de que fuera
un planteamiento sincero, repite la trayectoria anterior,
radicalmente agravada.
Haría falta un poder superior que
disciplinara y redireccionara los flujos de capital en un sentido
diferente, y hoy ese hipotético poder es el poder financiero, que
también está fragmentado por su competencia interna, y lo único
que lo pone de acuerdo es la defensa del sistema tal y como es.
Pero sus enemigos, que
objetivamente somos casi todos, no están menos divididos. Por
intereses a corto o largo plazo; por ideologías, clases sociales,
nacionalidades. Se producen así alianzas puramente coyunturales, y
los aliados de ahora mismo divergen pronto, por una diferente
percepción de los problemas actuales o futuros y sus posibles
soluciones.
Este artículo de Albert
Recio en mientras
tanto expone la situación, y analiza los tres grandes
problemas que dificultan las soluciones:
- El dilema entre crecimiento y
ajuste ecológico. Como las soluciones a muy corto plazo son
crecentistas, se hace impopular proponer una sociedad estabilizada.
- Cierta indefinición del sujeto de
los cambios. En principio es la clase trabajadora en sentido
amplio, la que realmente crea el valor. De ella depende la
producción. Pero, ¿cómo ponerla de acuerdo, si está cada vez más
diversificada, y son muchos los que están a ambos lados de la valla?
Un trabajador por cuenta ajena puede ser a su vez pequeño
accionista, un falso autónomo puede sentirse empresario, la
seguridad laboral depende de la fortaleza del empleador. Los
intereses más inmediatos pueden llevar a un trabajador concreto o a
un grupo entero a defender políticas antiecológicas, militaristas,
xenófobas, fascistas...
- Las experiencias fallidas, que
tienen también una doble lectura posible. Pueden verse como puertas
definitivamente cerradas, o como experiencias útiles para corregir
trayectorias defectuosas.
Por encima de estos dilemas
paralizantes debe estar la convicción de la necesidad imperiosa de
sustituir este sistema suicida. Habrá que recuperar el tiempo
perdido en estos diez años, en que hemos estado "...demasiado ensimismados en cultivar las diferencias". Demasiado incapaces de construir un
mínimo esquema a partir de las cosas que conocemos o deberíamos
conocer. Urge una reconstrucción del pensamiento crítico que vaya
más allá de la denuncia. Que aporte respuestas que nos alejen del
mundo de la desigualdad insoportable, la catástrofe ambiental, la
exclusión social y el autoritarismo que dominan el ambiente."
El Roto |
Cuaderno postcrisis: 10
Albert Recio Andreu
I
Hace diez años, el sistema financiero
se tambaleó. Y con él, tembló el complejo entramado de la economía
capitalista mundial. La crisis de los grandes bancos mundiales
provocó una recesión sin precedentes desde la Segunda Guerra
Mundial, y sus efectos se extendieron paulatinamente a muchos
espacios del planeta. Lo que comenzó poniendo en evidencia las
fragilidades, las irresponsabilidades y la criminalidad inherentes al
modelo neoliberal, se acabó convirtiendo en un ajuste que ha
debilitado las condiciones de vida de mucha gente, los derechos
laborales y los servicios públicos en muchos países. Las
élites capitalistas consiguieron externalizar gran parte de los
costes del mal que ellos habían generado hacia el conjunto de la
población, y tuvieron éxito en conseguir que las
políticas económicas desarrolladas por los Estados y los
organismos internacionales no supusieran un viraje profundo en la
dinámica iniciada a mitad de la década de 1970.
Las crisis, los auges y
recesiones, son inherentes a la historia del capitalismo. Que las
crisis se manifiesten en primer lugar en la esfera financiera también
es habitual. El sector financiero constituye el segmento
más especulativo, inestable y volátil de la economía
capitalista, y es allí donde se manifiestan con mayor intensidad las
convulsiones sísmicas de la economía mercantil. Un sector
financiero, por cierto, cuyo gigantismo se había desarrollado al
calor de las políticas neoliberales, las potencialidades de las
nuevas tecnologías de la información, y la globalización.
Un sector que había propiciado, a la vez, una alarmante situación
de endeudamiento global y un enorme potencial para el
desarrollo de enriquecimiento rentista de las élites
mundiales. El endeudamiento era en parte un propio subproducto de la
liberalización financiera. Pero era también el resultado de las
contradicciones puestas en marcha por el modelo neoliberal:
la necesidad de promover el crecimiento del consumo en un contexto
de salarios congelados (o a la baja), la necesidad de mantener
vivo el comercio internacional en un mundo con países con
balanzas comerciales permanentemente deficitarias, la
necesidad de mantener un sector público enfrentado a demandas
crecientes y recortes de impuestos…
Y,
pese a ello, la crisis cogió por sorpresa a los grandes líderes
económicos. Y a la mayor parte de la “academia universitaria”,
más atenta a desarrollar un análisis formalista que a analizar el
funcionamiento del capitalismo real. Un capitalismo
que, más que confiar en la capacidad autorreguladora del mercado
para salir de la crisis, optó por una intervención pública
masiva para evitar el colapso. Bastó una quiebra bancaria —la
salida normal en una sociedad de mercado— para forzar a los
gobiernos a financiar masivamente al sistema financiero y
evitar su quiebra sistémica. Confundir el capitalismo
moderno con el mercado es un error. El capitalismo real es una
compleja combinación de mercados, empresas (en muchos casos enormes
organizaciones verticales que expanden su poder más allá de los
límites formales de la propia empresa a través de complejas redes
interempresariales) y un sector público imponente. Sin este
tercer factor, la crisis de 2008 posiblemente hubiera sido un proceso
mucho más caótico de lo que realmente ha resultado.
II
La crisis, que puso en
evidencia las debilidades y defectos de las políticas neoliberales y
los gravísimos problemas generados por la financiarización
económica, no ha servido para reorientar el funcionamiento
global del sistema. Más bien al contrario. El sistema
financiero ha sido salvado a costa de la sociedad (y ha aumentado
la concentración bancaria). El nivel de endeudamiento global ha
seguido creciendo (aunque en algunos países parte del
endeudamiento privado se ha endosado al sector público). El proceso
de financiarización se ha visto favorecido por las heterodoxas
políticas monetarias adoptadas por la Reserva Federal y el Banco
Central Europeo con el pretexto de evitar el colapso económico. Se
han seguido implementando reformas laborales orientadas a
desmantelar normas que en el pasado operaban como garantías de
derechos sociales y acotaban el poder del capital. En algunos
países se han impuesto políticas de austeridad que han implicado
graves costes sociales y un desmantelamiento de los servicios
sociales.
Han aumentado las desigualdades
de renta y la minoría del 1% (o el 5%) ha acumulado riqueza a
expensas del resto. En una visión mundial este dato cabe
matizarlo. Como explica el detallado trabajo de Branko Milanovic
(Global Inequality, Harvard University Press 2016), en su conjunto,
la desigualdad de renta mundial entre individuos ha disminuido,
fundamentalmente por efecto del crecimiento de la economía china,
que ha mejorado la renta de millones de personas. Pero este mismo
autor señala dos hechos cruciales. De un lado, el estancamiento
absoluto y la pérdida relativa de la renta de la mayoría de la
población de los países desarrollados. Del otro, que a pesar de
la mejora de la población china (y parte de la India), la renta
media de los países ricos (incluso la de la mayoría de sus pobres)
sigue siendo mucho mayor que la de estas nuevas capas emergentes
de asiáticos beneficiados por la globalización. Los impactos
de la crisis han tenido dimensiones de género, clase y país.
La crisis, en suma, no ha
generado ni una “refundación del capitalismo” ni una
reorientación sustancial. Más bien ha servido para implementar
políticas que han reforzado las tendencias anteriores. Se
han introducido soluciones de emergencia, que han servido para
apedazar y apuntalar una economía llena de contradicciones. El
sistema no ha se ha derrumbado, pero las soluciones adoptadas
prometen la reaparición de muchos problemas graves en el futuro
próximo. Algunos, como el aumento de la pobreza, ya son
visibles.
Si a la crisis económica en
términos convencionales sumamos las cuestiones relativas a la crisis
ecológica la situación es aún más dramática. Mientras
proliferan las evidencias de los efectos del cambio climático, los
diez últimos años no han aportado cambios sustanciales en la
organización de la actividad económica. El único cambio
palpable es el crecimiento de las energías renovables a costa de las
tradicionales en la producción de electricidad. Se trata de una de
las adaptaciones teóricamente más fáciles de realizar para las
economías capitalistas. Al fin y al cabo, el cambio técnico y
la sustitución de materiales ha formado siempre parte de la dinámica
de acumulación. Y de ello ya han tomado buena nota los grandes
grupos energéticos, que ya están focalizando sus inversiones hacia
las “nuevas energías”. La idea de que basta con
sustituir una energía por otra no sólo es atractiva para las
empresas capitalistas, sino también para la mayoría de la población
rica a la que se le promete que podrá mantener las mismas pautas de
consumo (y además sin contaminar) simplemente cambiando el mix
energético. Algo que es más que dudoso si se considera la crisis
ecológica en su conjunto. Ni está claro que las energías
renovables puedan garantizar el mismo flujo de energía barata que el
petróleo y el carbón (sobre todo si se tiene en cuenta el
ciclo completo de consumo energético que incluye la producción de
equipos e infraestructuras renovables), ni mucho menos se puede
reducir el problema ambiental a una sola cuestión. Aunque
tuviéramos un suministro ilimitado de energía, el impacto
sobre los ciclos vitales de la mayoría de especies, sobre los
suelos fértiles, sobre los ciclos del agua, el uso del espacio o la
creciente demanda de minerales acabarían por generar (si no lo están
haciendo ya) otro tipo de tensiones. Las sociedades
capitalistas que han experimentado niveles de consumo
impensables en otras épocas son como una especie de plaga que
devora todo lo que considera necesario para su continuidad y,
a diferencia de otras especies, utiliza el cambio técnico
como mecanismo de mutación cuando ha agotado alguno de sus inputs
esenciales. El problema es que las dimensiones del planeta son
las que son, y no parece racional pensar que este movimiento no
tendrá fin.
La crisis ha generado mucho
sufrimiento y, en los países desarrollados, ha acelerado las
tendencias a la degradación de las condiciones de vida y trabajo
de gran parte de la población. Las respuestas a la crisis han
reforzado el poder de las élites dominantes sin abrir vías
sólidas para afrontar los problemas endémicos de inestabilidad o
desigualdad, ni para afrontar en serio los retos que plantea
la crisis ecológica.
III
Todo lo anterior no tiene nada de
original. Es un resumen apresurado de lo ocurrido en la última
década, sin entrar en mucha profundidad. La pregunta
verdaderamente relevante es por qué ante tamaño desastre no se ha
configurado una propuesta mínimamente sólida para, cuando menos,
propiciar alguna política nueva. Hay un vacío enorme entre la
evidencia (incluso en los medios convencionales) del tamaño de las
desigualdades y los peligros de la crisis ambiental y la inexistencia
de propuestas de cambio movilizadoras. El auge de las
propuestas derechistas y el repliegue hacia lo
nacional-identitario en casi todos los países desarrollados
tiene una de sus bases en esta falta de alternativas a la
hegemonía capitalista. Una hegemonía que se ha consolidado menos
por méritos propios que por el fracaso de sus presuntos oponentes.
Este debería ser el núcleo de trabajo de cualquier persona
interesada en afrontar en serio los problemas de la sociedad actual,
especialmente de aquella gente que lleva años peleando en mil y una
resistencia a los impactos del capitalismo. Y, más especialmente,
entre la gente con capacidad técnica e intelectual para hacerle
frente.
Hay que empezar por reconocer los
problemas básicos que impiden pensar alternativas. Considero al
menos tres tipos de cuestiones.
En primer lugar, está el
dilema entre crecimiento y ajuste ecológico.
Tradicionalmente, la izquierda se situaba en lado del crecimiento.
Y, aún ahora, muchas de las propuestas de los partidos de
izquierda se sitúan en una óptica post-keynesiana. El problema
de las políticas expansivas de este tipo choca no sólo con la
necesidad de llevar a cabo una reconversión ecológica, sino también
con una cuestión más inmediata: el sujeto público que las puede
llevar a cabo. En el contexto de globalización actual, las
políticas expansivas de corte nacional están expuestas a múltiples
problemas. Y, hoy por hoy, la izquierda no tiene capacidad
de intervenir con éxito en estructuras supranacionales donde estas
políticas serían realizables. Y la creciente consciencia
ecológica de una parte de la izquierda les ha hecho perder su
atractivo. Hay que reconocerlo estamos atrapados en una trampa
siniestra: si se acelera el crecimiento, se agravan los problemas
ecológicos; si la economía se contrae, en el contexto actual, se
genera un grave problema social. Un dilema que no se puede
resolver con eslóganes simplones, sino que exige la elaboración de
propuestas que combinen una política seria de ajuste
ecológico, de reducción de las desigualdades y de reforma
institucional.
En segundo lugar, está la cuestión
del sujeto. El planteamiento clásico se basaba en lo que
ahora se conoce como el problema del 1% (la élite capitalista)
enfrentado al 99% (la clase obrera). La realidad es por desgracia más
compleja. Las sociedades capitalistas desarrolladas tienen
mayor diversificación social, en la que existen estratos
diferenciados por motivos de posición laboral, nivel educativo,
renta, etc. Aunque la crisis ha frenado expectativas y debilitado
estatus, las diferencias persisten e impiden establecer
alianzas mayoritarias en temas como los impuestos, la estructura
salarial o las regulaciones ambientales. Además las enormes
diferencias existentes entre los distintos países en temas como la
renta, los servicios públicos, o el sistema fiscal, operan como otro
elemento de diferenciación y abren un espacio a las políticas
reaccionarias. Construir una alternativa exige entender esta
estructura social y analizar cuáles son las mediaciones que pueden
permitir acumular un mayor número de fuerzas.
La tercera cuestión es la de qué
tipo de modelo plantear tras las fallidas experiencias soviéticas.
Marx y Engels se opusieron con buenas razones al
socialismo utópico que propugnaba la construcción de una
sociedad ideal basada en las ideas de pensadores bienintencionados.
Una sociedad no se crea de la nada, independiente de las dinámicas
sociales imperantes. Se centraron más bien en desarrollar la
crítica de la sociedad capitalista, aunque no rehuyeron hacer
propuestas concretas (el mismo Manifiesto Comunista introduce
un programa reformista bastante concreto). Cuando los
bolcheviques tomaron el poder tampoco tenían una idea clara de cómo
organizar la economía, aunque ya se pensaba en algún
tipo de planificación para combatir la tendencia al descontrol
de la economía capitalista. El debate de los años posteriores a
la revolución, los vaivenes entre la economía de guerra, y la
NEP indican la complejidad de la cuestión. Aunque
finalmente se saldó con el desastre estalinista por todos conocido.
Tampoco la experiencia china se salvó de desastres y vaivenes
para culminar en una variante peculiar de capitalismo con una
pesante presencia estatal. Seguramente era inevitable que los
intentos de instaurar un modelo alternativo al capitalismo
experimentaran enormes dificultades y vías muertas (aunque
posiblemente las cosas hubieran ido mejor si no se hubieran impuestos
opciones autoritarias que bloquearon la posibilidad de un debate
racional). Pero tanto estas experiencias como las que conocemos
de la diversidad de las economías capitalistas reales pueden
constituir un importante punto de partida para repensar una
alternativa social. Los utopistas decimonónicos
tenían sólo la referencia de sus propias elucubraciones
mentales. Pero hoy, en cambio, contamos con una panoplia de
experiencias económicas, de una enorme diversidad de
instituciones y regulaciones que pueden servir de base para
elaborar no un nuevo proyecto utópico, pero sí un marco de
referencia en el que situar la transformación social. La
lucha contra el capitalismo no sirve de nada si se limita a la
denuncia de sus males. Requiere proponer formas diferentes de
organización social. Y éstas deben partir del conocimiento de las
experiencias sociales de los dos últimos siglos, de los éxitos y
los fracasos. Pero exige un esfuerzo colectivo de construcción de
propuestas transformadoras.
IV
En 2008 se pusieron de
manifiesto muchos de los peores aspectos del capitalismo neoliberal.
Diez años más tarde, estamos más o menos en la misma situación,
pero en muchas partes del mundo los problemas sociales y ecológicos
se han agravado. Y existen nuevas amenazas que conducen a la
barbarie. Por eso es tan necesario contar con alguna hoja de
ruta que nos permita salir de esta situación. No la hemos tenido
en el momento de la crisis (lo que facilitó que se acabara
imponiendo la salida neoliberal). Y seguimos sin tenerla,
demasiado ensimismados en cultivar las diferencias.
Demasiado incapaces de construir un mínimo esquema a partir de las
cosas que conocemos o deberíamos conocer. Urge una reconstrucción
del pensamiento crítico que vaya más allá de la denuncia. Que
aporte respuestas que nos alejen del mundo de la desigualdad
insoportable, la catástrofe ambiental, la exclusión social y el
autoritarismo que dominan el ambiente.
30/8/2018
Lo aquí expuesto es muy interesante y muestra la imposibilidad de parchear un sistema trampeado. Yo opino como Peter Philips, el autor de "Gigantes". El mundo está regido por una serie de indivíduos que dan las órdenes, controlan fondos de inversión que controlan corporaciones, que controlan países y con ellos sus FSE. Hasta que no se conciencien de que tienen que acabar con el atracón y deben permitir que los estados se unan para aplicar medidas correctoras. Muchos toques les han llegado, pero a juzgar por las medidas tomadas en más de 40 años de avisos no han velido de nada. Siguen moviendose con indicadores económicos y así nos va.
ResponderEliminarSalud! Pablo Heraklio
Seguimos movidos (yo diría zarandeados) por abstracciones macro-económicas que rayan lo ficticio, cuando no lo son. Ya ni siquiera hay bolita en los cubiletes.
EliminarSalud!