Traducción: Paco Muñoz
de Bustillo
Introducción
Las últimas semanas, la
Casa Blanca ha estrechado sus lazos con la versión contemporánea de
los regímenes más crueles del mundo. El presidente Trump ha dado
por buenas las explicaciones del “Príncipe de la Muerte” de
Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, que se ha graduado al pasar de
cortar manos y cabezas en las plazas públicas a descuartizar cuerpos
en consulados en el extranjero, el caso de Jamal Khashoggi.
Por otro lado, la Casa
Blanca ha saludado calurosamente el triunfo electoral del candidato
brasileño a la presidencia Jair Bolsonaro, ardiente defensor de
torturadores, dictadores militares, escuadrones de la muerte y el
libre mercado.
El presidente Trump se
postra ante Israel y se jacta de esa relación, mientras su guía
espiritual, Benjamin Netanyahu celebra el Sabbat con el asesinato y
la mutilación de cientos de palestinos desarmados, especialmente
jóvenes.
Estos son los “aliados
naturales” de Trump. Todos ellos comparten valores e intereses,
aunque cada uno tiene su método personal para deshacerse de los
cadáveres de sus adversarios y disidentes.
Vamos a proceder a
abordar el contexto político y económico general en el que actúa
este trío de monstruos. Analizaremos las ventajas y los beneficios
que llevan al presidente Trump a ignorar e incluso elogiar acciones
que violan los valores y sensibilidades democráticos de Estados
Unidos.
Para concluir,
examinaremos las consecuencias y los riesgos resultantes de esta
aceptación incondicional del trío de asesinos.
Contexto de la Triple
Alianza de Trump
Los estrechos lazos del
presidente Trump con los regímenes más despreciables del mundo
parten de diversos intereses estratégicos. En el caso de Arabia
Saudí, estaríamos hablando de las bases militares, la financiación
de mercenarios y terroristas internacionales, las ventas
multimillonarias de armas, los beneficios petroleros y las alianzas
secretas con Israel contra Siria, Irán y Yemen.
Con el fin de conservar
los beneficios que proporciona la relación con la monarquía saudí,
la Casa Blanca está más que dispuesta a asumir ciertos costes
sociopolíticos.
Estados Unidos está
encantado de vender armamento y proporcionar asesores a la invasión
genocida saudí al Yemen, que ha provocado la muerte de miles de
yemeníes y el hambre de millones. La alianza de la Casa Blanca
contra Yemen proporciona pocas recompensas económicas o ventajas
políticas y tiene un valor propagandístico negativo, pero, a falta
de otros estados clientelistas poderosos en la región, Washington se
contenta con el príncipe Salman, “el descuartizador”.
Estados Unidos prefiere
ignorar la financiación saudí a los terroristas islamistas opuestos
a sus aliados en Asia (Filipinas) y Afganistán así como de las
facciones rivales en Siria y Libia.
Por desgracia, el
asesinato de un colaborador simpatizante de EEUU, el periodista del
Washington Post residente en EEUU, Jamal Khashoggi, ha obligado al
presidente Trump a iniciar un simulacro de investigación con el fin
de distanciarse de la mafia de Riad. Posteriormente eximió al
carnicero bin Salman inventando una historia sobre “elementos
malvados” a cargo del interrogatorio (léase tortura) que le causó
la muerte.
En Brasil, el presidente
Trump celebró la victoria electoral de un neoliberal fascista, Jair
Bolsonaro, porque coincide plenamente con sus prioridades: promete
acabar con las regulaciones económicas y los impuestos corporativos
a las multinacionales; es un ardiente defensor de la guerra económica
de Trump contra Venezuela y Cuba; promete armar a los derechistas
escuadrones de la muerte y militarizar a la policía; y garantiza
secundar fielmente las políticas bélicas de EEUU en el extranjero.
No obstante, Bolsonaro no
puede respaldar la guerra comercial de Trump, especialmente con
China, receptora de casi el 40% de la agroindustria de exportación
brasileña. Esto es así, principalmente, porque la élite de la
agroindustria es uno de los principales apoyos financieros y en el
Congreso de Bolsonaro.
Si tomamos en cuenta la
escasa influencia de Washington en el resto de América Latina, el
régimen neofascista de Brasil se convertiría en el principal aliado
se Trump en la región.
Israel, por otro lado, es
el principal mentor y jefe de operaciones en Oriente Próximo, además
de un aliado militar estratégico.
Bajo el liderato de su
primer ministro Benjamin Netanyahu, Israel se ha apoderado y ha
colonizado la mayor parte de Cisjordania y ocupado militarmente el
resto de Palestina; ha encarcelado y torturado a miles de disidentes
políticos; ha cercado y provocado el hambre de un millón de
gazatíes; y ha impuesto condiciones etno-religiosas para conseguir
la ciudadanía israelí, negando los derechos básicos a más del 20%
de los residentes árabes del supuesto “Estado judío”.
Netanyahu ha bombardeado
cientos de pueblos, ciudades, aeropuertos y bases militares en apoyo
de los terroristas del ISIS y los mercenarios occidentales. Israel
interviene en las elecciones estadounidenses, compra los votos para
el Congreso y se ha asegurado que la Casa Blanca reconozca Jerusalén
como capital del Estado judío. Los sionistas de América del Norte y
Reino Unido actúan como una quinta columna que garantiza la unánime
cobertura informativa favorable a Israel y a sus políticas de
apartheid.
El primer ministro
Netanyahu se cerciora con ello del apoyo financiero y político
incondicional de Estados Unidos y de tener a su alcance el armamento
más avanzado.
A cambio, Washington se
considera privilegiado por servir como soldado de a pie en las
guerras diseñadas por Israel en Irak, Siria, Libia, Yemen y
Somalia... e Israel colabora con EE.UU. en la defensa de Arabia
Saudí, Egipto y Jordania. Netanyahu y sus aliados sionistas en la
Casa Blanca consiguieron echar atrás el acuerdo nuclear con Irán e
imponer a este país nuevas y más estrictas sanciones económicas.
Pero Israel tiene sus
propios planes y es capaz de desafiar la política de sanciones de
Trump con Rusia y su guerra comercial con China, pues está encantado
de vender armamento e innovaciones tecnológicas a Pekín.
Mas allá del trío
criminal
La alianza del régimen
de Trump con Arabia Saudí, Israel y Brasil no se produce a pesar de
su conducta criminal, sino a causa de la misma. Los tres estados
tienen un historial comprobado de complicidad y participación activa
en todas las guerras actuales promovidas por Estados Unidos.
Bolsonaro, Netanyahu y
bin Salman sirven de modelo para otros líderes nacionales aliados
con Washington en su cruzada de dominación mundial.
El problema es que este
trío no basta para apuntalar la decisión de Washington de
“fortalecer el imperio”. Como ya hemos señalado, el trío no
está completamente de acuerdo con las guerras comerciales iniciadas
por Trump: Arabia Saudí colabora con Rusia a la hora de fijar los
precios del petróleo; Israel y Brasil hacen tratos con Pekín.
Está claro que
Washington necesita otros aliados y clientes.
En Asia, la Casa Blanca
se ha fijado otros objetivos para promover el separatismo étnico en
China y anima a los uigures fomentando el terrorismo islamista y la
propaganda lingüística. Trump apoya asimismo a Taiwán mediante
ventas militares y acuerdos diplomáticos. Washington interviene en
Hong Kong apoyando a los políticos separatistas y la propaganda
mediática que a favor de la “independencia”.
Washington ha
implementado una estrategia de cerco militar y guerra comercial
contra China. La Casa Blanca ha conseguido juntar el apoyo de Japón,
Australia, Nueva Zelanda, Filipinas y Corea del Sur para apuntar a
China desde las bases militares de dichos países. Sin embargo, por
ahora no ha conseguido aliados para su guerra comercial. Ninguno de
los supuestos aliados asiáticos de Trump respalda sus sanciones
económicas.
Esos países son
favorables al comercio y las inversiones de China y dependen de
ellas. Aunque todos apoyan “de boquilla” a Washington y le
proporcionan bases militares, difieren en temas tan importantes como
la participación en las maniobras militares frente a las costas
chinas y el boicot a Pekín.
Las iniciativas
estadounidenses destinadas a sancionar y someter a Rusia se
contrarrestan con los acuerdos petroleros y gasísticos vigentes
entre Rusia, Alemania y otros países de la UE. Los lacayos
tradicionales de Washington, como Gran Bretaña o Polonia, tienen
poco peso político en este asunto.
Pero lo más importante
es que la política de sanciones estadounidense ha provocado una
alianza estratégica económica y militar a gran escala y de larga
duración entre Moscú y Pekín.
Además, la alianza de
Trump con el “trío de torturadores” ha creado divisiones
internas. El asesinato saudí de un periodista residente en EEUU ha
provocado boicots comerciales y llamamientos desde el Congreso a
favor de tomar represalias. Asimismo, el candidato fascista de Brasil
ha suscitado críticas liberales ante el encomio de Trump hacia la
democracia de escuadrones de la muerte de Brasilia.
La oposición interna al
presidente Trump ha conseguido movilizar a los medios de
comunicación, lo que podría facilitarle una mayoría en el Congreso
y una oposición de masas a esta versión pluto-populista (populista
en su retorica, plutocrática en la práctica) de la construcción
del imperio.
Conclusión
El proyecto de
construcción imperial de Estados Unidos está cimentado sobre
bravatas, bombas y guerras comerciales. Además, sus principales y
más criminales aliados no son siempre de fiar. Hasta la fiesta del
mercado de valores está a punto de terminar. La época de sanciones
que sirven a sus objetivos está quedando atrás. Las broncas
furibundas en la ONU provocan risas y bochorno.
La economía se enfrenta
a nuevas crisis, no solo a causa del aumento de los tipos de interés.
Las bajadas de impuestos son medidas que funcionan una sola vez: los
beneficios se retiran y se embolsan. Cuando el presidente Trump
inicie su retirada se dará cuenta de que no hay aliados permanentes,
solo intereses permanentes.
A día de hoy, la Casa
Blanca está sola y no cuenta con aliados que compartan y defiendan
su imperio unipolar. La humanidad necesita dejar atrás las políticas
de guerras y sanciones. La reconstrucción de Estados Unidos
requerirá del nacimiento, desde abajo, de un movimiento popular
potente que no esté en deuda con Wall Street o las industrias
bélicas. Un primer paso sería romper con ambos partidos en el
ámbito interno y con la triple alianza en el exterior.
El imperialismo clásico podía tejer y recomponer estrategias. El actual, en medio de las turbulencias de la crisis (¿definitiva?) y del vértigo del mercado continuo, solo tácticas efímeras. Al capital le va faltando ya el oxígeno, pero transmite esa anoxia al resto del organismo social. Entonces el fascismo es visto por muchos (por "arriba" y por "abajo") como una solución en lo inmediato.
ResponderEliminarY después... ya veremos.
Imperialismo nuevo: prensa, jueces y legisladores.
ResponderEliminarAtilio Borón lo intenta explicar:
https://www.youtube.com/watch?v=01e1V0cl9jo
Gracias por el enlace, Anónimo. Siempre es interesante e informativo escuchar a Atilio, de quien nos hemos hecho eco en alguna ocasión en este blog.
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