20 marzo, 2018

AIMÉ CÉSAIRE - DISCURSO SOBRE EL COLONIALISMO (1955) / (fragmentos)



“Señores, no estén tan contentos con la derrota [de Hitler]. Porque aunque el mundo se haya puesto en pie y haya detenido al Bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo.” Bertolt Brecht


Aimé Césaire (1913-2008) poeta antillano, nacido en Basse Pointe, Martinica. En 1955 escribe un alegato contra el colonialismo que titula Discurso sobre el colonialismo, del cual traemos aquí unos fragmentos.


Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita es una civilización decadente. Una civilización que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales es una civilización enferma. Una civilización que escamotea sus principios es una civilización moribunda. El hecho es que la civilización llamada “europea”, la civilización “occidental”, tal como la configuran dos siglos de régimen burgués, es incapaz de resolver dos de los mayores problemas a los que su existencia misma ha dado origen: el problema del proletariado y el problema colonial. Llamada a comparecer ante el tribunal de la “razón” o el de la “conciencia”, esta Europa se revela impotente para justificarse, y a medida que pasa el tiempo, se refugia en una hipocresía tanto más odiosa cuanto menos posibilidades tiene de engañar a nadie
[...] 
Hoy día, ocurre que no son solo las propias masas europeas las que la incriminan, sino que, a escala mundial, esta misma acusación es proferida por decenas y decenas de millones de hombres que desde lo más profundo de la esclavitud se erigen en jueces. Pueden asesinar en Indochina, torturar en Madagascar, encarcelar en el África Negra y arrasar en las Antillas. En adelante, los colonizados sabrán que tienen por sobre los colonialistas una ventaja: saber que sus “amos circunstanciales mienten.
[...]
¿Qué es en principio la colonización? En primer lugar, pongámonos de acuerdo en lo que NO es: no es evangelización, ni empresa filantrópica, ni voluntad de hacer retroceder las fronteras de la ignorancia, ni las de la enfermedad, ni las de tiranía, ni es la propagación de la religión, ni es difusión del Derecho. Hay que admitir de una vez y por todas y sin tratar de evadir las consecuencias, que aquí la última palabra la dicen el capital, la codicia y la fuerza, seguidos de la sombra amenazadora y nefasta de una forma de civilización que en un momento de su historia se descubre intrínsecamente obligada a globalizar la competencia de sus propias economías antagónicas.
[...]
Colonización y civilización son términos contrapuestos. De todas las expediciones coloniales acumuladas, de todos los estatutos coloniales elaborados, de todas las circulares ministeriales expedidas, no sale airoso ni un solo valor humano. Habría que estudiar cómo trabaja la colonización para, en primer lugar, incivilizar al propio colonizador, para embrutecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo, para despertarlo a sus más recónditos instintos a la codicia, a la violencia, al odio racial, al relativismo moral y demostrar que, cada vez que en Vietnam cortan una cabeza y en Francia se acepta, cada vez que violan a una muchacha y en Francia se acepta, cada vez que sacrifican a un malgache(1) y en Francia se acepta, un logro de la civilización cae con todo su peso muerto. Una regresión universal se opera, una gangrena se instala, un foco de infección se extiende, y al final de todos esos tratados violados, de todas esas mentiras propagadas, de todas esas expediciones punitivas toleradas, de todos esos prisioneros encadenados y torturados, al final de ese orgullo racial enardecido, al final de esa prepotencia desplegada, está el veneno inoculado en las venas de Europa y el progreso lento, pero seguro, del embrutecimiento del continente.

Y entonces, un buen día, una formidable sacudida despierta a la burguesía: atareadas gestapos, prisiones repletas, torturadores que inventan, refinan y discuten los métodos de represión y tortura. Uno se extraña, se indigna y dice: “¡Qué raro! ¡Es el nazismo!... Pero, bah, ya pasará”. Y uno aguarda, y uno espera que... Y uno se oculta a sí mismo la verdad: que se trata de una barbarie, pero de la barbarie suprema, la que corona, la que resume la cotidianeidad de las barbaries, que es el nazismo, sí, pero que antes de ser víctima se ha sido cómplice; que a ese nazismo se le ha soportado antes de sufrirlo, que se le ha absuelto, que se han cerrado los ojos frente a él, que se le ha justificado, porque, hasta ese momento, solo había actuado contra pueblos no europeos; que ese nazismo ha sido cultivado, que uno es el responsable, y que, antes de engullirlo todo en sus sangrientas aguas, se filtra, penetra, gotea, por las rendijas de la cristiana civilización occidental.

Sí, valdría la pena estudiar, clínicamente, en detalle, los pasos dados por Hitler y el hitlerismo, e informar al muy distinguido burgués del siglo XX de que lleva dentro de sí a un Hitler ignorado, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que si él, burgués, lo vitupera, no es más que por falta de lógica, y que, en el fondo, lo que no perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, la humillación del hombre blanco, y el haber aplicado a Europa procedimientos colonialistas contra los que se alzaban hasta ahora solo los árabes de Argelia, los culíes de la India y los negros de África.

Y es ese el gran reproche que hago al seudohumanismo: el de haber aminorado por demasiado tiempo los derechos del hombre, el haber mantenido y mantener aún sobre ellos un criterio estrecho y parcelario, parcializado y parcial y, a fin de cuentas, sórdidamente racista.



He hablado mucho de Hitler. Es que él se lo merece: él permite ver claro y entender que, la sociedad capitalista, en su estado actual, es tan incapaz de fundamentar uno solo de los derechos de la gente, como impotente se declara de fundamentar una moral individual. Quiérase o no, al final de ese callejón sin salida que es Europa –es decir, la Europa de Adenauer, de Schuman, Bidault y otros–, está Hitler. Al final del capitalismo, ansioso de sobrevivirse, está Hitler. Al final del humanismo formal y del renunciamiento filosófico, está Hitler.

Pero, hablemos de los colonizados. Sé muy bien qué es lo que la colonización ha destruido: las admirables civilizaciones indias, y que ni Deterding, ni la Royal Dutch, ni la Standard Oil Company me consolarán por los aztecas ni por los incas. Sé muy bien de aquellas –condenadas a muerte– en las que esa misma colonización ha introducido el principio de la ruina: Oceanía, Nigeria, Niasa. Sé menos de lo que dicha colonización ha aportado. ¿Seguridad? ¿Cultura? ¿Justicia? Mientras tanto, observo y veo, donde quiera que se encuentran frente a frente colonizadores y colonizados, la fuerza, la brutalidad, la crueldad, el sadismo, el choque y, como parodia de formación cultural, la fabricación en serie de unos cuantos miles de funcionarios subalternos, sirvientes, artesanos, empleados de comercio e intérpretes, necesarios para la buena marcha de los negocios
[...]
Entre colonizador y colonizado no hay lugar sino para la servidumbre, la intimidación, la presión, la policía, el impuesto, el robo, la violación, la cultura impuesta, el menosprecio, la desconfianza, la altanería, la suficiencia, la grosería de élites descerebradas y masas envilecidas. Ningún contacto humano, sino relaciones de dominación y de sumisión que transforman al hombre colonizador en vigilante, en mercenario, en patrón, en azote, y al colonizado en instrumento de producción.
[...]
Colonización = cosificación. Oigo venir la tormenta. Me hablan de progreso, de “realizaciones”, de enfermedades curadas, de elevados niveles de vida...

Yo hablo de sociedades vaciadas de sí mismas, de cul­turas pisoteadas, de instituciones carcomidas, de tierras con­fiscadas, de culturas ultimadas, de magnificencias artísticas aniquiladas, de extraordinarias posibilidades truncadas. 

Me bombardean con hechos, estadísticas, kilómetros y kilómetros de carreteras, de canales y de vías férreas...

Yo hablo de millares de hombres sacrificados en la Congo Ocean. Hablo de los que, en el momento en que escribo, están cavando a mano el puerto de Abidjan. Hablo de los millares de hombres arrancados de sus propias creencias, de sus tierras, de sus costumbres, de la vida, del baile, de la sapiencia. Hablo de millares de hombres en los que hábilmente se ha inculcado el miedo, el complejo de inferioridad, el temblor, el arrodillamiento, la desesperación, el lacayismo. 

Me ofrecen el dato exacto de toneladas de algodón, de café o de cacao exportadas, de hectáreas de olivos o de viñas plantadas...

Yo hablo de economías naturales, armoniosas y viables, de economías a la medida del hombre indígena, ahora desorganizadas, de necesarias siembras destruidas, de sub-alimentación impuesta, de desarrollo agrícola orientado al exclusivo beneficio de las metrópolis, del saqueo de productos, del saqueo de materias primas.

Yo hablo también de abusos, pero para decir que a los de antes –muy reales– se han superpuesto otros –muy detestables–. Me hablan de tiranos locales, pero yo compruevo que, en general, se las entienden muy bien con los nuevos y que, entre estos y los de antes se establece, en detrimento de los pueblos, un circuito de buenos oficios y de complicidad. Me hablan de civilización, y yo hablo de proletarización y de mistificación.
[...]
Cada día que pasa, cada juicio ignorado, cada paliza policíaca, cada reclamación obrera ahogada en sangre, cada escándalo sofocado, cada incursión punitiva, cada furgón de la Compañía Republicana de Seguridad, cada policía y cada soldado, nos hacen pagar al precio de nuestras viejas sociedades.

Eran sociedades no solo ante-capitalistas, como se ha dicho, sino también anti-capitalistas. 
Eran sociedades comunitarias, no de todos para unos cuantos.
Eran, también, sociedades democráticas.
Eran sociedades cooperativas, fraternales. Hago la apología sistemática de las sociedades destruidas por el imperialismo. Ellas no eran, a pesar de sus defectos, ni odiosas ni condenables. 
[...]
Por otro lado, juzgando la acción colonizadora, agregué que Europa ha sabido sacar muy buen partido de todos los feudales nativos que aceptaban ponerse a su servicio, urdir con ellos una viciosa complicidad, hacer más efectivas y eficaces sus tiranías, y que su acción ha tendido ni más ni menos que a prolongar artificialmente la supervivencia de los pasados locales en lo que de más pernicioso estos tenían. Dije que la Europa colonizadora ha injertado abuso moderno en la antigua injusticia y odioso racismo en la vieja desigualdad. 
[...]
En la actualidad, la barbarie de Europa occidental solo es sobrepasada, y ampliamente, por otra: la norteamericana. Y no hablo de Hitler, ni del patrón, ni del aventurero, sino del “buena gente” de al lado; ni hablo del SS, ni del gángster, sino del cumplido burgués. El cándido León Bloy se indignaba antaño porque estafadores, perjuros, falsificadores, ladrones y proxenetas fueran los encargados de “llevar a las Indias el ejemplo de la virtud cristiana”.

El progreso radica en que, hoy, es el poseedor de la “virtud cristiana” quien se agencia –y con mucha maña– el honor de administrar en ultramar según los procedimientos de esbirros falsificadores. Señal de que la crueldad, la mentira, la corrupción y la bajeza han prendido maravillosamente en el alma de la burguesía europea.





Repito que no hablo de Hitler, ni de los SS, ni del progrom, ni de la ejecución sumaria. Sino de la reacción "sorprendida", del conformismo generalizado, del cinismo tolerado. 
[...]
¡Imagínense!, ¡noventa mil muertos en Madagascar!, Indochina pisoteada, triturada, asesinada a fuerza de torturas sacadas del fondo de la Edad Media!
[...]
¡Inolvidable, señores! Con bellas frases, solemnes y frías cual desfiles militares, amarran a nuestro malgache. Con algunas otras ya convenidas nos lo apuñalan. En lo que tarda enjugarse el gaznate nos lo destripan. ¡Lindo trabajo! 
[...]
Dato curioso: no se pudren por la cabeza las civilizaciones. Primero se les pudre el corazón
[...]
¡Ah! El racismo de esos señores ya no me veja. Ya no me indigna. Tan solo lo reconozco. Lo verifico, eso es todo. Casi estoy reconocido de que se exprese y salga a la luz su signo. Signo de que a la intrépida clase que se lanzó antaño a tomar las Bastillas se le aflojaron las piernas. Signo de que se siente mortal. Signo de que se siente cadáver.
[...]
El filtro no deja pasar sino aquello que sirve para cebar la buena conciencia burguesa. Los vietnamitas, antes de la llegada de los franceses a su país, eran gente de cultura vieja, exquisita y refinada. Ese recuerdo hace sentirse indispuesto al Banco de Indochina. ¡Conecten el olvidador! ¿Que esos malgaches, hoy torturados, eran hace menos de un siglo poetas, artistas y administradores?... ¡Chist! ¡Cállense la boca! ¡Y el silencio se hace profundo como una caja fuerte! 



Notas:
(1) Viene de malagasy, idioma del pueblo de Madagascar, donde el francés es la lengua principal en los medios escritos y en la educación. Por extensión, los fran­ceses llaman malgache a todo habitante de ese país.

6 comentarios :

  1. Desgraciadamente, el discurso de Aimé Césaire sigue teniendo hoy más vigencia que nunca. El burgués del siglo XXI sigue llevando un Hitler dentro del corazón. Como dice Orihuela, “Auschwitz no es historia / era premonición”. Salud!

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    1. Efectivamente, Conrado. Por eso, por su triste vigencia, he subrayado la fecha. Y ha pasado más de medio siglo desde que se escribió!

      Salud!

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  2. "Robaron los conquistadores una página al universo!". José Martí (1884).
    Se podrá llamar de muchas formas a los colonos (incluso ellos mismos se podrsn poner diversos titulos), pero el que más se ajusta, al menos a mi opinión, es el de INVASOR. Un invasor genocida, esplotador y asesino de ecosistemas naturales y de recursos, destructor de culturas milenarias ricas unicas e irrepetibles. En base a su ideal capitalista, egoísta, explotador, criminal, excluyente, racista y depredador pretende hacer creer que lo hace en pro de modernidad y progreso. Pero realmente el más despiadado y acaparador; contrario al bienestar y la dignidad de todas las personas, pueblos y cultura que somete y domina. Incapaz de mantener y/o potenciar una convivencia social (respeto, entendimiento....).

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    1. Respeto. Ese es, en su más amplio y profundo sentido, el mejor antídoto contra tanta barbarie.

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  3. Estólida desfachatez. ¡Qué felices el rey "Emérito" y el sátrapa árabe! ¿Lo exigía el protocolo?

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  4. Opino como conrado y a demás digo que el mundo es una colonia de las élites trasnacionales, que viven entre Nueva York y suiza mientras esquilman las riquezas sudamericanas y deslocalizan el entramado industrial en europa. Internet se creó para que ellos pudieran invertir en el mundo las 24h del día; ni para enviar email ni para ver youtuve.
    Salud!

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