YOROKOBU
- 06/04/2020
El 2 de octubre de 1884
The Times publicaba en Londres un artículo sobre las
propuestas que los profesores españoles Francisco
Giner de los Ríos y Manuel
Bartolomé Cossío habían expuesto días atrás en la
International Conference of Education.
Destacaba el diario
londinense que la propuesta de los fundadores de la Institución
Libre de Enseñanza (ILE) de integrar la educación técnica con
la formación general hasta entrada la adolescencia ofrecía «una
solución original al difícil problema de la educación moderna».
La cita procede de un artículo de Eugenio Otero, uno de los
comisarios de la exposición Laboratorios de la nueva educación.
En el centenario del Instituto-Escuela, que puede visitarse en la
sede de la ILE en Madrid hasta el 12 de abril.
Alumnas del Instituto-Escuela de viaje a Barcelona, años veinte. Residencia de Estudiantes, Madrid. |
En España, los
planteamientos de la ILE se hicieron realidad en el mundo de la
enseñanza pública entrado ya el siglo XX en ese Instituto-Escuela
(I-E). Una experiencia exitosa que solo fue abatida por la irracional
fuerza de las armas. En realidad, y del mismo modo que ahora, cuando
se habla de educación, se suele poner como ejemplo a Finlandia, hace
un siglo numerosas instituciones europeas miraban qué se estaba
haciendo en el I-E e instituciones similares en España.
El Instituto-Escuela
(I-E) lo creó en 1918 la Junta para la Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas, que dependía del Ministerio de
Instrucción Pública, la presidía el premio Nobel Santiago Ramón y
Cajal y tenía como factótum a su secretario, José Castillejo. Con
el I-E se pretendía, ni más ni menos, que conseguir que la
enseñanza pública educase a ciudadanos capaces de gobernar su vida.
Inicialmente fue un
proyecto piloto –consolidado en 1924– de lo que hoy se conoce
como innovación educativa. En él se contemplaban los fines y
métodos de la escuela, las relaciones con las familias y la
sociedad, y se utilizaban pedagogías activas con el fin de permitir
al estudiante construir su proceso de aprendizaje y su personalidad,
con la ayuda del maestro. Un aprendizaje que huía de la instrucción
memorística, del libro de texto y de los exámenes. Un aprendizaje
que se abría al contacto con la naturaleza y se completaba con la
visita a fábricas y cárceles, a museos y exposiciones. En el curso
1924-1925, por ejemplo, los estudiantes del Instituto-Escuela
hicieron más de quinientas excursiones y visitas.
«O educación o
exámenes», decía Giner.
«Rompamos los muros de
la clase», proclamaba Cossío.
Porque una parte
importante de las ideas pedagógicas que se pusieron en práctica en
el Instituto-Escuela no son otras que las que venía planteando la
Institución Libre de Enseñanza desde su creación en 1876.
DE LA ILE AL I-E
Los gobiernos de Cánovas
del Castillo legislaron contra la libertad de cátedra con la
pretensión de que toda la enseñanza impartida en España estuviera
de acuerdo con la fe católica, la monarquía y, en general, con la
visión más conservadora del sistema político de la Restauración
del último cuarto del siglo XIX. En uno de esos ataques, varios
catedráticos y profesores, incluido Giner de los Ríos, terminaron
en la cárcel y separados de la Universidad.
Junto a un grupo de
colaboradores, Giner proyectó entonces la Institución Libre de
Enseñanza, que era un proyecto pedagógico y político que concebía
la educación y la extensión de la ciencia y la cultura como el
medio para modernizar y transformar el país.
Alumnos del Grupo Escolar Cervantes trabajando en un proyecto, años veinte. Residencia de Estudiantes, Madrid. |
Dicho proyecto
contemplaba una serie de instituciones que, a modo de laboratorios,
buscaban esa renovación de la enseñanza y entre los que se
encontraban el Museo Pedagógico Nacional, para la formación de los
maestros; las colonias de vacaciones; la Junta para la Ampliación de
Estudios, que creó la Residencia de Estudiantes y la Residencia de
Señoritas, y, finalmente, el Instituto-Escuela.
En la materialización
del Instituto-Escuela –y siguiendo los principios de la ILE–
desempeña un papel esencial el diseño de los espacios educativos,
comenzando por los propios edificios. Es así como se construyen en
Madrid uno junto al parque de El Retiro, en el denominado Olivar de
Atocha, y otro en los Altos del Hipódromo, en la colina que se alza
frente a los actuales Nuevos Ministerios.
Pero más importante aún
era el proyecto pedagógico que estaba detrás. En él se aunaba la
educación de los alumnos con el desarrollo de nuevos planes de
estudios y métodos de aprendizaje, al tiempo que jóvenes profesores
se formaban o mejoraban su práctica educativa.
La enseñanza en el aula,
en la que jugaban un papel primordial las actividades científicas,
artísticas y manuales, se combinaba con visitas a museos y todo tipo
de instituciones, viajes, además de la enseñanza de idiomas, la
coeducación de niños y niñas siempre que se pudo, o el deporte, en
el que se incluían numerosas salidas al campo y la montaña.
De todo ello quedaba
constancia en los cuadernos escolares, que sustituyeron a los libros
y manuales al uso, y que reflejaban el progreso de los alumnos.
Incluso se editó una colección de clásicos de la literatura –La
Biblioteca Literaria del Estudiante–, para uso y consulta de los
estudiantes y cuyo objetivo último era despertar en ellos la afición
a la lectura.
Se generaron de esta
forma unos espacios educativos que fomentaron la creatividad y la
autonomía de los jóvenes que estudiaron en ellos.
Tras el Instituto-Escuela
de Madrid el proyecto renovador se extendió por el país, con los
Institut Escola en Barcelona y Sabadell, y los I-E de Valencia,
Sevilla y Málaga. En paralelo, y en algunos casos con antelación,
habían ido surgiendo otras iniciativas que participaban de los
mismos planteamientos como el Grupo Escolar Cervantes, en Madrid, o
la Escola del Bosc, en Barcelona.
ESPAÑA, REFERENCIA
EDUCATIVA
Como consecuencia de todo
ello, puede decirse que durante aquellos años España fue una
referencia para otros países de Europa en lo que a innovación
educativa se refería.
Así, por ejemplo, el
director de la Escuela Moderna de Bruselas, Alexis Sluys, reconocía
en 1923 que el flexible sistema de enseñanza del I-E «evita la
especialización prematura en los estudios para los diversos exámenes
de Estado y se tienen en cuenta las disposiciones intelectuales
reales de los alumnos».
En 1928, en un congreso
pedagógico celebrado en Viseu (Portugal) y en relación a la
formación del profesorado, se debatía la necesidad de crear un
liceo modelo «semejante a los seminarios pedagógicos del extranjero
o, mejor aún, al Instituto-Escuela de Madrid».
El pedagogo francés
Adolphe Ferriere, por su parte, visitó el Instituto-Escuela en 1930
dentro de su recorrido para acreditar centros dentro del movimiento
de la Escuela Nueva.
Sin embargo, todo aquel
impulso modernizador se eclipsaría con la llegada de la Guerra
Civil, primero, y de la larga posguerra del Franquismo, después.
Desde el primer momento se sucedieron las acciones para acabar con la
renovación pedagógica emprendida por la Institución Libre de
Enseñanza y asumida por el Estado en las primeras décadas del siglo
XX.
Tres días después del
fin de la guerra se decretaba, por ejemplo, que las instalaciones del
Instituto-Escuela de los Altos del Hipódromo y de Atocha se
convirtieran en los institutos de enseñanza media Ramiro de Maeztu e
Isabel la Católica. A él siguió la expulsión de numerosos
profesores vinculados a la ILE y al Instituto-Escuela de la carrera
docente.
Sin embargo, como había
proclamado unos años antes Miguel de Unamuno, vencer no es
convencer. La labor de la ILE siguió viva a través de muchos
profesores tanto en el exilio exterior como en el interior, y ello a
pesar de las duras condiciones en las que hubieron de ejercer y
sobrevivir.
En la exposición
Laboratorios de la nueva educación se sigue también su
rastro, al tiempo que se muestra cómo la innovación educativa y la
búsqueda de la transformación de la sociedad a través de la
enseñanza y el aprendizaje siguen siendo hoy una realidad. Una
realidad que se plasma en numerosos centros educativos renovadores y
a la que sigue contribuyendo la ILE, tras su revitalización con la
recuperación de la democracia.
Ah, que tiempos aquellos en los que se aprendía a leer con la biblia y la letra con sangre entra. Todos esos avances por el suelo. En muchas escuelas se adoptaron estándares militares y la nota se confería según la aportación paterna al patrimonio de la institución. Normal que los niños dejasen de acudir con 8 años. Ahora mismo de toda la mierda que te enseñan nada interesante. Normal que haya fracaso. El fracaso es el de la propia escuela.
ResponderEliminarSalud!
Tras la caída de la República no hubo enseñanza propiamente dicha, sino un feroz adoctrinamiento clasista con destacados tintes teocráticos. Un espantoso adoctrinamiento cuyas secuela aún hoy padecemos. La caída de la II República es el más trágico y doloroso acontecimiento de nuestra historia contemporánea.
EliminarSalud!
Sin olvidar (algo que se suele hacer) las aportaciones fundamentales en el terreno de la pedagogía de Ferrer i Guardia y la Escuela Moderna de Barcelona. Salud!
ResponderEliminarCierto, Conrado. Y si yo hubiera escrito este artículo lo habría tenido muy en cuenta.
EliminarSalud!
No parece real que haya existido y funcionado una enseñanza así en España. Efectivamente todo lo posterior es adoctrinamiento clasista, machista, homofobo, y me quedo corta. Una pesadilla... que se repite estos días por las calles de ciertos barrios. ¿ Cuando nos podremos quitar este lastre de encima?. Un abrazo.
ResponderEliminarEso mismo me pregunto yo hace años. Un abrazo.
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