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– 21/01/2009
Traducción del inglés: Arrezafe
Después del
derrocamiento de los gobiernos comunistas en la Europa del Este, el
capitalismo se presentó a sí mismo como el invencible sistema portador de
prosperidad y democracia, el sistema que prevalecería hasta el final
de la historia.
Sin embargo, la actual
crisis económica ha convencido, incluso a algunos prominentes
ultraliberales, de que algo va muy mal. A decir verdad, el capitalismo
aún no ha llegado a un acuerdo con algunas fuerzas históricas que siempre le han causado interminables problemas: la democracia, la prosperidad y el
capitalismo en sí, las mismas entidades que los gobernantes
capitalistas dicen estar fomentando.
Plutocracia vs.
Democracia
Consideremos en primer
lugar la democracia. En Estados Unidos oímos que el capitalismo está
unido a la democracia, de ahí el enunciado "democracias
capitalistas". De hecho, a lo largo de nuestra historia ha
habido una relación, en gran medida antagónica, entre la democracia
y la concentración de capital. Hace unos 80 años, el juez de la
Corte Suprema Louis
Brandeis comentó: "Podemos tener democracia en este
país, o podemos tener una gran riqueza concentrada en manos de unos
pocos, pero no podemos tener ambos". Los intereses
monetarios han sido opositores, no defensores de la democracia.
La propia Constitución
fue creada por acomodados caballeros que se reunieron en Filadelfia
en 1787 para advertir insistentemente sobre los efectos perjudiciales
y peligrosos de la igualdad democrática. El improvisado documento,
lejos de ser democrático, estaba trufado de normas, vetos y
requisitos de mayorías artificiales, un sistema diseñado por la
clase dirigente para mitigar el impacto de las demandas populares.
En los primeros días de
la República, los ricos de clase alta impusieron a conveniencia las
condiciones apropiadas para votar y ocupar cargos públicos. Se
opusieron a la elección directa de candidatos (nota, su Colegio
Electoral todavía está vigente). Y durante décadas se resistieron
a extender la franquicia a los grupos menos favorecidos, como los
trabajadores sin propiedad, los inmigrantes, las minorías raciales y
las mujeres.
Hoy, las fuerzas
conservadoras continúan rechazando características electorales más
equitativas, como la representación proporcional y las campañas
financiadas con fondos públicos. Continúan creando barreras al
voto, ya sea a través de requisitos de registro excesivamente
severos, ya sea mediante purgas de votantes, normas de votación
inadecuadas y máquinas de votación electrónicas que constantemente
"funcionan mal" en beneficio de los candidatos más
conservadores.
En ocasiones, los
intereses de la clase gobernante han suprimido las publicaciones
radicales y las protestas públicas recurriendo a redadas policiales,
arrestos y encarcelamientos, aplicados recientemente con toda su
fuerza contra manifestantes en St. Paul, Minnesota, durante la
Convención Nacional Republicana de 2008.
La plutocracia
conservadora también busca hacer retroceder los logros sociales de
la democracia, como la educación pública, la vivienda asequible, la
atención médica, la negociación colectiva, un salario digno,
condiciones de trabajo seguras, un entorno sostenible no tóxico; el
derecho a la privacidad, la separación de la iglesia y el estado, la
libertad del embarazo obligatorio y el derecho de cualquier adulto a
casarse con quien quiera.
Hace aproximadamente un
siglo, el líder laboral estadounidense Eugene
Victor Debs fue encarcelado durante una huelga. Cofinado en su
celda, llegó a la conclusión de que en las disputas entre dos
intereses privados, capital y trabajo, el estado no era un árbitro
neutral. La fuerza del estado –con su policía, milicias,
tribunales y leyes– estaba inequívocamente del lado de los amos de
las compañías. A partir de ahí, Debs concluyó que el capitalismo
no era solo un sistema económico sino un orden social absoluto que
manipulaba las reglas de la democracia para favorecer las bolsas de
los ricos.
Los gobernantes
capitalistas continúan haciéndose pasar por los padres de la
democracia, incluso cuando la subvierten, no solo en casa sino en
toda América Latina, África, Asia y Medio Oriente. Cualquier nación
que no sea "amigable para los inversionistas", que intente
utilizar su tierra, trabajo, capital, recursos naturales y mercados
de manera soberana, fuera del dominio de la hegemonía corporativa
transnacional, corre el riesgo de ser demonizada y atacada como "una
amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos".
La democracia se
convierte en un problema para las empresas estadounidenses, no cuando
no funciona, sino cuando funciona demasiado bien, ayudando a la
población a avanzar hacia un orden social más equitativo y
habitable, reduciendo la brecha, aunque modestamente, entre los super
ricos y el resto de nosotros. Por lo tanto, la democracia debe
diluirse y subvertirse, sofocarse mediante la desinformación,
alimentando a los medios con ingentes gastos en campañas de propaganda,
con elecciones amañadas y electores manipulados que aseguran las
falsas victorias de los principales candidatos y partidos.
Capitalismo y
prosperidad
El capitalismo
corporativo no fomenta la prosperidad que dice propagar mediante la
democracia. La mayor parte del mundo es capitalista, y la mayor parte
del mundo no es próspera ni particularmente democrática. Basta
pensar en Nigeria capitalista, Indonesia capitalista, Tailandia
capitalista, Haití capitalista, Colombia capitalista, Pakistán
capitalista, Sudáfrica capitalista, Letonia capitalista y varios
otros miembros del “Mundo Libre”, o más exactamente, del “Mundo
del Mercado Libre”.
Una población próspera,
políticamente alfabetizada, con altas expectativas de su nivel de
vida y un acusado sentido del derecho, impulsando continuas mejoras
sociales, no es precisamente la noción ideal de una plutocracia. Los
inversores corporativos prefieren las poblaciones pobres. Cuanto más
pobre seas, más duro trabajarás y por menos. Cuanto más pobre
seas, menos equipado estarás para defenderte de los abusos del
capital.
En el mundo corporativo
del "libre comercio", el número de multimillonarios
aumenta más rápido que nunca, mientras que el número de personas
que viven en la pobreza crece a un ritmo más acelerado que la
población mundial. La pobreza se extiende a medida que la riqueza se
acumula.
Consideremos a los
Estados Unidos. Solo en los últimos ocho años, mientras se
acumulaban grandes fortunas que alcanzaban tasas récord, seis
millones de estadounidenses se hundieron por debajo del nivel de
pobreza. El ingreso familiar promedio disminuyó en más de 2.000
dólares, la deuda del consumidor se duplicó con creces, más de
siete millones de estadounidenses perdieron su seguro de salud y más
de cuatro millones perdieron sus pensiones. Mientras tanto, aumentó
la falta de vivienda y las ejecuciones hipotecarias (desahucios)
alcanzaron niveles pandémicos.
Solo en países donde el
socialismo ha sido controlado hasta cierto punto por la
socialdemocracia, la población ha sido capaz de asegurar una cierta
prosperidad. Me vienen a la mente naciones del norte de Europa como
Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Pero incluso en estas
democracias sociales, las ganancias populares siempre corren el
riesgo de retroceder.
Es irónico atribuir al
capitalismo el genio de la prosperidad económica cuando la mayoría
de los intentos de mejoramiento material han sido vehementemente y a
veces violentamente contestados por la clase capitalista. La historia
de la lucha laboral proporciona una ilustración interminable de
esto.
Que en cierta medida la
vida sea soportable bajo el actual orden económico de los EE.UU., se
debe a que millones de personas han librado amargas luchas de clase
para alcanzar niveles de vida y derechos como ciudadanos, llevando
algo de humanidad a un desalmado orden político-económico.
Una bestia que se
devora a sí misma
El estado capitalista
tiene dos roles reconocidos por los pensadores políticos. Primero,
como cualquier estado, debe proporcionar servicios que no se pueden
desarrollar de manera confiable a través de medios privados, como la
seguridad pública y el tráfico ordenado. En segundo lugar,
proteger a los que tienen de los que no tienen, asegurando el proceso
de acumulación de capital y beneficiando los intereses de los
adinerados, limitando en gran medida las demandas de la población
trabajadora, como observó Debs desde su celda en la cárcel.
Hay una tercera función
del estado capitalista que rara vez se menciona. Consiste en evitar
que el sistema capitalista se devore a sí mismo. Considere la
contradicción central que Karl Marx señaló: la tendencia hacia la
sobre-producción y la crisis del mercado. Una economía dedicada a su
aceleración y a los recortes salariales, para hacer que los
trabajadores produzcan cada vez más por menos, siempre está en
peligro de sufrir un colapso. Para maximizar las ganancias, los
salarios deben mantenerse bajos. Pero alguien tiene que comprar los
bienes y servicios que se producen. Para eso, los salarios deben
mantenerse. Hay una tendencia crónica, como estamos viendo hoy,
hacia la sobre-producción de bienes y servicios del sector privado y
el consumo insuficiente de las necesidades por parte de la población
trabajadora.
Además, existe la
autodestrucción que con frecuencia se pasa por alto creada por los
propios jugadores adinerados. Si se abandona por completo su control,
el componente más activo y poderoso del sistema financiero comienza
a devorar las fuentes de riqueza menos organizadas.
En lugar de tratar de
ganar dinero con la ardua tarea de producir y comercializar bienes y
servicios, los merodeadores aprovechan directamente los flujos de
dinero de la economía misma. Durante la década de 1990, fuimos
testigos del colapso de toda una economía en Argentina cuando los
contables, libres y sin control, despojaron a las empresas, se
embolsaron grandes sumas y dejaron la capacidad productiva del país
en ruinas. El estado argentino, atiborrado de una pesada dieta de
ideología de libre mercado, titubeó en su función de salvar al
capitalismo de los capitalistas.
Algunos años más tarde,
en los Estados Unidos, llegó el saqueo multimillonario perpetrado
por conspiradores corporativos en Enron, WorldCom, Harkin, Adelphia y
una docena de otras compañías importantes. Jugadores internos, como
Ken Lay, convirtieron a las empresas corporativas exitosas en
escombros, eliminando los trabajos y los ahorros de miles de
empleados para acumular miles de millones.
Estos ladrones fueron
detenidos y condenados. ¿Eso no muestra la capacidad de
autocorrección del capitalismo? Realmente no. El enjuiciamiento de
tal malversación, que en cualquier caso llegó demasiado tarde, fue
producto de la responsabilidad y la transparencia de la democracia,
no del capitalismo. En sí mismo, el mercado libre es un sistema
amoral, sin restricciones.
En la crisis de 2008-09,
el creciente superávit financiero creó un problema para la clase
adinerada: no había suficientes opciones para invertir. Con más
dinero del que sabían manejar, los grandes inversores invirtieron
sumas inmensas en mercados inmobiliarios inexistentes y otras
empresas poco fiables, una gran cantidad de fondos de cobertura,
derivados, alto apalancamiento, swaps de incumplimiento crediticio,
préstamos predatorios y cualquier otra cosa.
Entre las víctimas se
encontraban otros capitalistas, pequeños inversores y muchos
trabajadores que perdieron miles de millones de dólares en ahorros y
pensiones. Quizás el principal forajido fue Bernard Madoff. Descrito
como "un líder de larga trayectoria en la industria de los
servicios financieros", Madoff manejó un fondo fraudulento
que recaudó 50 mil millones de dólares de inversores ricos,
devolviéndolos "con dinero que no estaba allí",
como él mismo lo expresó. La plutocracia devora a sus propios
hijos.
En medio del colapso, en
una audiencia en el Congreso en octubre de 2008, el ex presidente de
la Reserva Federal y devoto ortodoxo del libre mercado Alan Greenspan
confesó que se había equivocado al esperar intereses monetarios de
una inmensa acumulación de capital que necesitaba ser invertido en
algún lugar para su control.
La teoría clásica del
laissez-faire [dejar hacer] es aún más absurda de lo que
Greenspan hizo. De hecho, la teoría afirma que todos deberían
perseguir sus propios intereses egoístas sin restricciones. Esta
competencia desenfrenada producirá, supuestamente, los máximos
beneficios para todos porque el mercado libre se rige por una "mano
invisible" milagrosamente benigna que optimiza los resultados
colectivos. ("La codicia es buena.")
¿Fue la crisis de
2008-09 causada por una tendencia crónica de sobreproducción y
acumulación hiperfinanciera, como dijo Marx? ¿O es el resultado de
la avaricia personal de personas como Bernard Madoff? En otras
palabras, ¿el problema es sistémico o individual? De hecho, no son
mutuamente excluyentes. El capitalismo engendra delincuentes y
corruptos, recompensando a los menos escrupulosos de ellos. Los
crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de un sistema
racional, sino lo contrario: son resultantes racionales de un sistema
básicamente irracional y amoral.
Peor aún, los
consiguientes rescates gubernamentales multimillonarios se están
convirtiendo en una oportunidad de saqueo. El estado no solo no logra
regular, sino que se convierte en una fuente de saqueo, extrayendo
grandes sumas de la máquina de dinero federal y sangrando a los
contribuyentes.
Aquellos que nos riñen
por "acudir al gobierno en busca de ayuda", corren ahora a
solicitar ayuda del gobierno. Las empresas estadounidenses siempre
han disfrutado de subvenciones, ayudas, garantías de préstamos y
otras subvenciones estatales y federales. Pero la "operación de
rescate" de 2008-09 ofreció un rescate récord con fondos
públicos. Más de 350 mil millones de dólares fueron distribuidos
por un secretario de tesorería de derechas a los bancos y firmas
financieras más grandes sin supervisión, sin mencionar los más de
4 billones de dólares provenientes de la Reserva Federal. La mayoría
de los bancos, incluidos JPMorgan, Chase y Bank of New York Mellon,
declararon que no tenían intención de dejar que nadie supiera el
destino del dinero.
Los grandes banqueros
usaron parte del rescate, lo sabemos, para comprar bancos más
pequeños y apuntalar bancos en el extranjero. Los CEO [Chief
Executive Officer] y otros altos ejecutivos bancarios están gastando
fondos de rescate en fabulosas bonificaciones y lujosos retiros.
Mientras tanto, los grandes beneficiarios del rescate financiero,
como Citigroup y Bank of America, despidieron a decenas de miles de
empleados, invitando a preguntarnos, en primer lugar: ¿por qué se
les dio todo ese dinero?
Mientras se repartían
cientos de miles de millones a las mismas personas que habían
causado la catástrofe, el mercado de la vivienda continuó
debilitándose, el crédito permaneció paralizado, el desempleo
empeoró y el gasto de los consumidores se hundió a niveles récord.
En resumen, el
capitalismo corporativo de libre mercado es, por su propia
naturaleza, un desastre a la espera de suceder. Su esencia es la
transformación de la naturaleza viva en montañas de mercancías y
las mercancías en montones de capital muerto. Cuando se deja
enteramente en manos de sus propias leyes, el capitalismo impone su
antieconómica toxicidad a la población general y al medio ambiente
natural para, finalmente, comenzar a devorarse a sí mismo.
La inmensa desigualdad
del poder económico existente en nuestra sociedad capitalista se
traduce en una formidable desigualdad del poder político, lo que
hace aún más difícil imponer regulaciones democráticas.
Si los paladines de la
América Corporativa quieren saber qué es lo que realmente amenaza
"nuestra forma de vida", es su forma de vida, su ilimitada
manera de robar al propio sistema, destruyendo la base sobre la que se
encuentran, la propia comunidad de la que tan generosamente se
alimentan.
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Reformar lo irreformable. Desde el momento que se permiten las donaciones, osea, la financiación privada de los partidos, se convierten en empresas y desaparece la democracia. Desde entonces da igual lo que se diga, lo que se vote o lo que se proponga, todo pasa por los finaciadores. Así que eso es lo que vemos cada vez que se reunen los verdaderos amos de españa en el palco del madrid. Múltiplícalo por 200 países.
ResponderEliminarSalud!
Estoy de acuerdo contigo. El artículo es de 2009, pero lo que denuncia es tan viejo como el capitalismo. El voto es una mercancía más.
EliminarSalud!
Una democracia como la copa de un cactus
ResponderEliminarBuena descripción!
EliminarMagnífico artículo de M.Parenti,como todos los que a realizado a lo largo de su historia, intelectual que habla con una claridad y se entiende nítidamente. Aunque sea el art.. de hace 11años,sigue siendo vigente actualmente. Van pasando los años y se sigue demostrando el precio que hay que pagar por la caída del Muro de Berlín, y sus consecuencias por el apoyo que recibió de casi todos proges y supuesta izquierda repugnante. Conclusion: la crisis que la paguen los millonarios y los bancos los nacionalismos, y negarse a pagar la Deuda odiosa Ilegal, pelear y luchar no hay otra alternativa
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