A Óscar Chávez, in
memoriam
Un virus es información
genética que engaña células. La desinformación viral engaña
mentes. Ambos destruyen.
Escucho llegar de la
calle o de algún patio voces de niños jugando y conversando. Uno de
ellos usa la palabra “coronavirus”. No alcanzó a escuchar todo
lo que dicen. No me imagino qué pasa por la mente de esos niños
cuando escuchan o dicen la palabra “coronavirus”.
No puedo imaginarme qué
pasa por la mente de sus padres o cualesquiera otros adultos en la
Ciudad de México cuando escuchan palabras como “coronavirus” o
“Covid-19”.
Es muy popular la
corriente negacionista. Personas que reclaman el cadáver de un
pariente dicen: “Sabemos que el Covid no existe” y esparcen el
rumor calumnioso de que “los médicos están matando a los
pacientes”.
Se ha hecho del virus un
mal moral y cada quien ve al otro, real o imaginario, como el
culpable, el portador, el contagioso, el asesino. El personal médico
es el más estigmatizado y agredido. Así como el VIH fue
estigmatizado en sus inicios por homofobia, hoy la fobia es contra
trabajadores explotados que arriesgan sus vidas.
De manera irresponsable,
se esparce la calumnia de que en los hospitales “les inyectan algo
para que mueran”, y que lo hacen “para quitarles un líquido de
sus rodillas que vale más que el oro o el platino”. Según una
nota periodística, grupos de narcotraficantes han amenazado a los
médicos y enfermeras con matar a diez del personal de salud por cada
narco que muera, porque “el Covid no existe y los médicos matan a
los pacientes”.
Las teorías de la
conspiración más desquiciadas conviven en las mismas mentes: el
virus “no existe”, pero, al mismo tiempo, es un virus creado en
laboratorio, puede ser esparcido deliberadamente desde el aire o
inyectado por los médicos para matar a pacientes que no murieron de
Covid-19 porque “no existe”: todo es obra de los poderosos.
¿Quiénes son esos poderosos? Sabrá dios qué imaginan las personas
cuando piensan en esos poderosos. La tecnología para muchos es
magia: creen que ya controlan el planeta y el clima como una
maquinaria.
En una época en que hay
clubes de personas que defienden que la Tierra es plana, que los
seres humanos no llegaron jamás a la luna, que nos gobiernan
reptiles extraterrestres que adoptan una apariencia humana, un virus
(no perceptible a simple vista) tiene todas las características para
candidato a no existir (sólo existe lo que veo, y eso si yo decido
que existe) o candidato a ser un monstruo de maldad moral: conatos de
quemar hospitales donde hay pacientes con Covid-19 o baños en agua
clorada o hirviente a personal médico, etcétera. Agresiones con
balas a indígenas “acusados de tener Covid”.
Para comentar todos esos
disparates mentales y acciones irracionales no puedo, ni quiero,
censurar palabras como ignorancia, fanatismo, prejuicios,
supersticiones, rumores, falsedades y violencia criminal, resultado
de esa ignorancia, narcisismo y prepotencia.
No puedo compartir la
postura indulgente (soberbia disfrazada de paternalismo) que
defiende al “pueblo pobre” o al “pueblo bueno”, porque el
problema es estructural. La violencia estructural nos hace víctimas
a todos, pero no nos exime de hacernos responsables por lo que
hacemos como seres pensantes. Por ejemplo: el patriarcado es
estructural y sistémico, pero si un hombre comete un delito de
violencia misógina no se debe defender porque “es estructural”,
tiene responsabilidad individual y debe tener sanción individual.
Las víctimas pueden
volverse victimarios, como muchos psicólogos constatan.
¿Por qué tendríamos
que tener reparos en reconocer que la sociedad mexicana adolece de
ignorancia? Es un problema grave y con raíces estructurales e
históricas difíciles de comprender y, sobre todo, de superar. La
postura de negar, por motivos “morales”, la ignorancia es otra
especie de negacionismo. Negar un problema no lo soluciona y lo más
probable es que lo agrave. Para afrontar un problema hay que
reconocer su existencia y no minimizar sus dimensiones.
La ignorancia no es
solamente un problema de clase, ni un problema nacional: la
ignorancia rampante y brabucona de un Donald Trump o un Jair
Bolsonaro están ahí para recordárnoslo.
En México padecemos, en
diversos grados y medidas, y en todas las clases sociales,
ignorancias diversas, no excluyentes entre sí, sino que se refuerzan
y retroalimentan. Una lista no exhaustiva de ignorancias es:
analfabetismo a secas, analfabetismo funcional (a veces llegan a
posgrados personas que no dominan la lectoescritura), analfabetismo
político, analfabetismo digital, analfabetismo científico. Y los
reforzamos en lo cotidiano con posturas antiintelectualistas.
Posturas correspondidas, en círculo vicioso, por la soberbia, el
desprecio y la pedantería de muchos intelectuales hacia el resto de
la humanidad. (Cf. Genealogía de la soberbia intelectual, de Enrique
Serna).
Los negacionismos cuentan
en su favor con la ignorancia y con el narcicismo para creer sólo lo
que yo quiero.
Una sociedad así es
pasto para las noticias falsas y los rumores, la propaganda, la
manipulación y la fabricación del consenso. Uno de los peligros
graves del momento es la tendencia del gobierno y sus apoyadores para
imponer el dogma de que solamente la información gubernamental es
verdadera y toda otra fuente es censurable y bloqueable. Operar con
ese dogma es el suicidio del pensamiento crítico.
La hegemonía de la
ideología neoliberal es un claro ejemplo de cómo lo imperante no es
la verdad: no es científicamente válida, pero se enseña en las
universidades y domina en los opinólogos de los medios. A nivel
popular, “neoliberal” es una mala palabra, pero el neoliberalismo
como fe en el dinero, el mercado y el desarrollismo depredador de la
naturaleza, es un dogma no sólo intocado sino tan aceptado
tácitamente que cuestionarlo lleva casi inexorablemente al fracaso
en una discusión o al menos a que los interlocutores te dejen de
escuchar.
El método de los rumores
(hoy llamadas fake news) no es nuevo. En los años setenta,
circulaban rumores de que hordas de padres de familias iban a las
escuelas a impedir a las enfermeras vacunar a los menores, porque
temían que les pusieran una inyección para esterilizarlos. Tal vez
fue una campaña de rumores de la derecha contra las iniciativas de
los gobiernos priistas para llevar a la escuela pública la educación
sexual, la información sobre anticonceptivos y la promoción de la
planificación familiar.
Otros rumores, ya en la
era digital, produjeron que muchas personas no se vacunaran. Como
resultado resurgieron epidemias que ya se habían superado, como el
sarampión. También respecto al VIH hubo rumores de que no existía.
En cuanto el Estado dejó de dar prioridad a la información sobre el
virus y repuntaron los contagios.
Los estados de la
república azotados por el crimen organizado padecieron rumores,
aparentemente diseminados desde esferas gubernamentales, de que los
criminales atacarían escuelas y generaron, con ellos, olas de pánico
y de padres que iban por sus hijos a las escuelas o rumores que no se
debía salir a partir de cierta hora, y las personas acataban el
toque de queda de hecho.
El rumor calumnioso
contra las enfermeras, los médicos y el personal de salud se
convierte de facto (y médicos lo han denunciado) en una campaña de
desprestigio contra el sistema público de salud, y justamente en el
momento en que, a nivel mundial, la pandemia exhibe la inmoralidad y
criminalidad de la privatización de la salud, su tratamiento como
mercancía y el desmantelamiento de los sistemas de salud públicos y
del enfoque de la salud como derecho humano.
Los rumores en sociedades
desinformadas e ignorantes (habrá que estudiar minuciosamente por
qué son inútiles los medios de comunicación que informan y hasta
sobreinforman, pero a los cuales amplios sectores de la sociedad no
les creen ni hacen caso) son como fuego en pasto seco. Refutarlos es
casi inútil porque las masas víctimas del rumor son inmunes a los
argumentos: se cree o no se cree porque se quiere, no importa lo
demás.
Algunos medios digitales
desmienten noticias falsas, pero no suelen dar una explicación clara
y fehaciente de la falsedad y muchas veces apelan a la autoridad. Eso
no ayuda a fomentar el pensamiento crítico vigilante.
Y “casualmente”, el
miedo, la violencia, la ira, la confusión que propician los rumores
suelen desarmar los intentos de solidaridad y organización y dejar a
los trabajadores y a la gente más vulnerable a merced de los poderes
fácticos.
Hace un par de semanas,
en plena avenida Insurgentes, entregaron a los trabajadores obligados
a ir a trabajar en plena cuarentena volantes “negacionistas”. El
panfleto decía, en resumen: “El virus no existe y todo es una
maniobra manipuladora de los poderosos.” Esto en una página tamaño
carta llena de errores gramaticales. Los argumentos son del estilo:
“el virus no ha sido presentado oficialmente”. Qué significa:
“presentado oficialmente” es un misterio. Pero el razonamiento
narcisista es contundente: yo no lo he visto caminando por la calle
por lo tanto no existe, como decir, yo no estuve en la luna para
atestiguar que Armstrong la pisó, por lo tanto, nadie ha llegado a
la luna. Bueno, tal vez los extraterrestres, en cuyo caso el
razonamiento es el mismo, pero la conclusión inversa: los gobiernos
niegan que hay extraterrestres, por lo tanto, lo ocultan. No los han
“presentado oficialmente”, por ende, existen.
La subjetividad de la
certeza degeneró en narcisismo: más que lo que sea o no verdad
importa el “Yo no creo”…
Una cacería de brujas es
una consecuencia muy “razonable” de toda esa desinformación e
ignorancia. El virus no existe porque yo no lo veo, pero al personal
de bata blanca sí lo veo y, por eso, contra ellos.
A estas alturas, me
parece muy difícil que si el Estado mexicano se propone deshacer el
rumor de que el “Covid no existe, por lo tanto los médicos matan
personas”, lo logre.
Pero no podemos cruzarnos
de brazos. En el colmo de la irracionalidad, los mexicanos estamos
impotentes ante la ignorancia y el narcisismo de una sociedad que
aprendió a dar la espalda a las noticias, a los hechos, a las
verdades: ante tanto dolor, cerró las ventanas y declaró que la
realidad es lo que “yo creo” y lo falso es aquello en que “yo
no creo”. No es la verdad algo independiente de mi narcisismo. Y lo
más patético es que “lo que yo creo” no es un ejercicio de
autonomía del sujeto, sino lo que los poderes fácticos han hecho
creer.
Si el coronavirus no
existe, al igual que el capitalismo, lo único que queda es que cada
quien se defienda de la violencia por sus medios. ¿Y el Estado? El
Estado está empeñado en hacernos creer que ya es bueno, que combate
la corrupción, que quienes informan de cosas inconvenientes para el
Estado son malos y conspiradores o son bots.
El delirio paranoico que
ha enfermado a amplios sectores de la sociedad tiene también
infectado al Estado y sus aparatos ideológicos. La realidad borrada
por voluntarismo.
Un escenario así es el
más propicio para que el virus se propague y enferme y mate… Así
como el VIH se ha podido enfrentar con información y prevención, el
coronavirus y las epidemias o pandemias que vengan tendrán que ser
enfrentados por sociedades bien informadas, críticas, alertas y
solidarias. Estamos muy, pero muy, lejos de eso.
Y en la fase que sigue,
digamos la fase 4, vienen el desempleo, la crisis estructural y
sistémica, el hambre y probablemente el pillaje, el de los
hambrientos y el pillaje sistemático del capital. El hambre por sí
sola no genera conciencia. Sin un resurgimiento y una propuesta de
conciencia de la organización y organización de la conciencia de la
izquierda anticapitalista (disculpen el pleonasmo), masas hambrientas
serán caldo de cultivo para la derecha fascista. Necesitamos más
ciencia, y en cuanto al capitalismo, más Karl Marx.
Terrible. Un país todavía más ignorante que el nuestro, y por eso mismo más peligroso.
ResponderEliminarCuando yo era niño todavía se hablaba del hombre del saco, el sacamantecas, porque creían que la grasa de niños curaba la tuberculosis. En un capítulo de Platero y Yo se habla de "unos hombres que sacan el unto para curar a la hija del rey, que está hética"...
Desde el "dios te va ha castigar" pasando por el "¡Detente bala! ... el corazón de Jesús está conmigo". Aún quedan encendidos rescoldos de tan supersticiosa manera de no pensar. Terrible... y muy triste.
EliminarLa ignorancia y la indiferencia son, junto con el odio y la avaricia, los peores males de occidente. Desconfío de las buenas intenciones de los que no hacen un esfuerzo por saber y de los que han permitido y permiten abusos y atrocidades a lo largo de la historia parapetándose en un "ah, y yo qué sé..."
ResponderEliminarBertolt Brecht les dedicó el siguiente poema:
EliminarEl analfabeto político
El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas
dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político
es tan burro, que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo
que odia la política.
No sabe, el imbécil, que,
de su ignorancia política
nace la prostituta,
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos,
que es el político trapacero,
granuja, corrupto y servil
de las empresas nacionales
y multinacionales.
Creo que el artículo hierra. La gente no es ignorante, el burrismo es una actitud ante el exceso de oferta informativa.Este es un mundo muy complejo, el volumen de información es ingente y abarca muchos ángulos. La información ya no es veraz o falaz, ahora es conveniente o inconveniente. ¿Cómo combatir una propaganda que no se cree nadie pero que es conveniente? ¿Cuando ni si quiera la contrapropaganda surge efecto porque no conviene? Reconociendo la conveniencia, el interés, y ofreciendo una mejor alternativa. A los terraplanistas les conviene su información porque generan visitas en youtuve. Guerra perdida.
ResponderEliminarSalud!
Supongo que habrás querido decir que el artículo "yerra". Yo, sin embargo, pienso que es plenamente acertado en lo concerniente a la responsabilidad individual y colectiva. Las actitudes y principios se demuestran precisamente ante los excesos, sean de la índole que sean. La desinformación se combate con contrainformación, como bien se define La Tarcoteca.
EliminarSalud!