¿Coronavirus chino? |
La historia no se
repite, pero rima: ahora los malos son los chinos
Hay quien duda de la
capacidad de la prensa para manipular la opinión pública. No
obstante servidor tiene un ejemplo in mente que no logra
despegarse de sus sinapsis neuronales, lugar en el que se almacenan
los recuerdos según los que saben.
En mi juventud conocí
algunos rusos, gente afable, muy dada a cantar como los dioses esos
cantos eslavos que elevan el alma, con una acentuada tendencia a
caerse en el botellón de vodka, sin la más mínima señal de
discriminación hacia el pisco, el whisky, el calvados, el cognac,
los orujos y otros destilados varios, un pelín arrogantes y
condescendientes hacia sus ‘hermanos de la comunidad socialista’
de esa época, pero tíos normales a fin de cuentas, seres humanos
como tú y yo.
Al llegar a Europa, –tu
me entiendes, a la Europa ‘occidental’ y más precisamente a
Francia–, me sacaron de mi craso error y me precisaron que un ruso
normalmente constituido se pasea con un cuchillo entre los dientes,
espera que te duermas para atacarte a mansalva, invadir tu
territorio, violar a tu mujer, comerse a tus niños y robarte el
reloj, parece que allá, relojes, no tienen.
En la RDA –Alemania del
Este– sin embargo, me habían explicado con legítimo orgullo:
«Nuestros relojes son los mejores del mundo porque avanzan más
rápido». Los suizos, casi tan neutros como Ricardo Lagos, se
aprovechaban de la guerra fría (como Ricardo Lagos) porque sabían
que los relojes yanquis tenían un retraso de siglos, razón por la
cual concebí la tesis de que los EEUU son un país en vías de
subdesarrollo sin que los acontecimientos que siguieron hasta el día
de hoy hayan desmentido o invalidado el producto de mi intuición.
De modo que cada vez que
el Imperio, gran potencia, le ladra a los rusos, los europeos se
creen obligados a lanzar su aullido de quiltro tiñoso, intentando
mostrar, cada uno de ellos, que aullaron primero. Lo que a pesar de
todo no ha sido óbice u obstáculo para que crezcan mi apasionada
admiración por el tenis que juega María Sharapova, de la planta de
los pies hasta la cumbre de su cabecita –dios la guarde–, y mi
reticencia a acercarme a Serena Williams por razones que no logro
poner en evidencia. Lo cierto es que, si le agregas el drive,
el lift, el passing shot y el ‘revés’ de
Anna Kournikova, podrías coincidir conmigo en que si los rusos son
malos, las rusas son muy buenas.
Hasta que aparecieron los
chinos. En el ámbito económico digo, visto que si el Imperio del
Medio no titilaba ningún radar hasta hace unos 30 años, de ahí en
adelante la cosa se puso amarilla, si oso escribir. Su desarrollo
integral –económico, financiero, comercial, científico,
deportivo, cultural, militar, aeroespacial, geopolítico… – y un
crecimiento acromegálico susceptible de acojonar al más pintado
comenzaron a suscitar envidia, primero, una mala leche de mucho
cuidado más tarde, y finalmente una abierta y enconada hostilidad.
La llegada del
coronavirus despertó en Occidente algunas ocultas esperanzas: ahora
se van a ir de espaldas los chintoks, pensaron sin decirlo: tú
ya sabes, la diplomacia es el arte patriótico de mentir en nombre de
tu país. Cuando Pekín decidió confinar la provincia de Hubei, –con
una población equivalente a la de Francia, Gran Bretaña o Italia–,
la prensa occidental adujo: 'eso es posible solo en una dictadura'. Y
con malévola condescendencia agregó: «Los chinos son unos boludos:
¡Qué les costaba hervir un poco más el murciélago!».
Era la época en la que
Donald Trump afirmaba sin sonrojarse que It's going to be just
fine… We have it totally under control (sic).
Entretanto Europa
descubrió que estaba en cueros: la mayor parte de la industria
farmacéutica y de tecnología médica había sido reinstalada en
China para aprovechar salarios más bajos y la oportunidad de un
lucro aun mayor. La respuesta de Macron en Francia fue la de hacer de
necesidad virtud: decretó que las mascarillas y los tests de
diagnóstico eran perfectamente inútiles. Visto que no habían… (y
aún no hay).
Habida cuenta de que la
pandemia ha causado los peores estragos en países ‘desarrollados,
ricos, democráticos, capitalistas y occidentales’, mayormente
porque en las últimas décadas recortaron masivamente los
presupuestos de la sanidad pública y además tuvieron un sospechoso
retraso en el encendido, se hizo evidente la urgente necesidad de
poner cara de yo no fui. Y, contemporáneamente, de echarle la culpa
a alguien. Ahí es donde entra China. Complots, fake news,
suposiciones gratuitas, mentiras descaradas, perversas insinuaciones,
todo sirve. ¿Pruebas? Ninguna.
El virus fue creado en un
laboratorio de Wuhan. China no informó a tiempo. La doctora china
que alertó del virus está desaparecida. China mintió en cuanto al
número de víctimas y la seriedad de la amenaza… Steve Bannon, un
acelerado de la epinefrina que dirigió la campaña electoral de
Trump, y que este relevó de su cargo de Consejero Presidencial
Estratégico por ser demasiado boludo (¿porqué te ríes?), va a la
TV a pedir una guerra contra China «para hacerle pagar el
coronavirus…». Todo ello acompañado de sabios calculitos en plan
coste/beneficio de «perdedores y ganadores en medio de la crisis».
Hay que joderse.
Ayer por la mañana, el
Wall Street Journal, diario de las finanzas planetarias,
publica en portada un edificante artículo. Helo aquí:
Errores del
Secretario de Salud retrasan la respuesta al virus
Secretario de Salud
esperó semanas para informarle a Trump, y vende progresos
inexistentes.
El 29 de enero el
Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, le dijo al
presidente Trump que la epidemia del coronavirus estaba bajo control.
«El gobierno de los EEUU nunca organizó una mejor respuesta
interministerial a una crisis», le dijo Mr. Azar al presidente, en
una reunión que tuvo lugar ocho días después de que los EEUU
anunciaran el primer caso, según altos funcionarios de la
administración. En ese momento el foco estaba centrado en contener
el virus.
Cuando otros
funcionarios preguntaron acerca del test de diagnóstico, el Dr.
Robert Redfield, director del Centro de Control y Prevención de
Enfermedades (CDC), comenzó a responder. Mr. Azar lo interrumpió
diciéndole al presidente: «es el test creado más rápidamente en
la historia de los EEUU», recordaron los funcionarios. Azar agregó
que más de un millón de tests estaría disponible en algunas
semanas.
Eso no ocurrió. El
CDC comenzó a enviar tests la semana siguiente, solo para descubrir
un defecto que obligó a devolver los tests a los laboratorios.
Cuando a fines de febrero los consejeros de la Casa Blanca criticaron
a Mr. Azar por los retrasos causados por el defecto mencionado, este
se descargó en el Dr. Redfield, acusando al director del CDC de
haberlo inducido en error en cuanto al plazo de corrección del
defecto del test. «¿Ud. me ha mentido?», recuerda un funcionario
que le gritó a Redfield. Seis semanas después de la reunión del 29
de enero el gobierno federal declaró la emergencia nacional…
En estos casos siempre
hace falta un fusible. El chivo expiatorio de servicio fue el Dr.
Redfield, confirmando eso de que el hilo siempre se corta por lo más
delgado. Sin ánimo de forzar el trazo, no puedo sino ofrecerte otro
párrafo del instructivo artículo del Wall Street Journal:
Muchos factores
embrollaron la respuesta del gobierno federal al coronavirus mientras
los altos cargos debatían de la severidad de la amenaza, incluyendo
comentarios de Mr. Trump que minimizaban el riesgo. Pero entrevistas
con más de dos docenas de funcionarios de Gobierno y otras personas
involucradas en los esfuerzos gubernamentales contra el virus
muestran que Mr. Azar esperó semanas antes de informarle al
presidente de la amenaza, sobre-vendió los progresos de su
ministerio en los primeros días y no coordinó eficazmente las
agencias de salud bajo su mando.
Llegados a este punto,
uno no puede hacer menos que suponer a qué punto los ataques contra
China no molan, visto lo cual hay que buscar con urgencia de acabo de
mundo un culpable de remplazo.
No olvides que dentro de
poco Trump se juega el pellejo buscando su reelección, y no es cosa
de cargarle el muerto, o para ser preciso las decenas de miles de
muertos que ha ocasionado su cantinflesca gestión de la crisis
sanitaria.
Ahí es donde entra Alex
Azar, que está haciendo el uno para recibir feroz patada en la parte
distal del dorso que en castellano castizo llamamos culo. No otro
objetivo tiene la nota del Wall Street Journal, diario que
como es sabido no da puntada sin hilo.
Como te decía, hay quien
duda de la capacidad de la prensa para manipular la opinión pública.
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Trump jugando al golf en plena pandemia |
La culpa de todo es de Fu Manchu.
ResponderEliminarBuen artículo. El capitalismo es una guerra, la primera víctima siempre es la verdad. Y se olvida de muchos enemigos, mexicanos, musulmanes, franceses, etc., etc. Y la prensa siempre hace muy bien su trabajo. Salud!
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