Pero la vida es
perdida
trabajando en campo
ajeno:
unos trabajan de
trueno
y es para otros la
llovida.
Jorge Cafrune
La
Oveja Negra – 26/04/2020
El trabajo mata. El
trabajo enferma. «Me matan si no trabajo y si trabajo me matan.»
La existencia del trabajo mata, tengamos o no un empleo. Matan e
invalidan los automóviles que transportan o van y vienen del
trabajo. Matan, invalidan y enferman las máquinas del taller y la
fábrica. Mata, golpea y humilla la división sexual del trabajo.
Mata y envenena la producción de alimentos y materias primas. Mata y
hambrea la falta de trabajo. Mata mediante suicidio y enferma la
falta de trabajo.
En un mundo con
trabajo jamás habrá suficiente para todos. El desempleo es una
condición del mundo del trabajo. El desempleo es un rasgo permanente
y estructural de la sociedad capitalista, que precisa de una masa de
desocupados para garantizar bajos costos salariales y condiciones
laborales siempre deficientes. En otras palabras, si todos
estuviésemos empleados o tuviésemos la posibilidad de cambiar de un
empleo a otro podríamos exigir siempre mejores sueldos o mejores
condiciones laborales sin el fantasma del desempleo pisándonos los
talones.
Sin embargo, nuestra
realidad es que quienes somos privados de nuestros medios de
producción generalmente debemos vender nuestra fuerza de trabajo
para sobrevivir. Aunque existen otras posibilidades como
sobrevivir a costa de ayudas estatales o del robo o la estafa, lo
cual se asemeja bastante a un laburo.
El término proletariado
es relativamente antiguo, tiene más de 2000 años y se rastrean sus
orígenes en el Imperio romano. Los proletarii (los que crían hijos)
eran quienes conformaban la clase social más baja (la sexta clase),
los pobres sin tierra. Exentos del servicio militar y de impuestos,
carecían de propiedades y solamente podían aportar prole (hijos)
para engrosar los ejércitos del imperio. El término fue rescatado
por Karl Marx, seguramente en sus estudios de Derecho romano, para
identificar en el capitalismo a la clase sin propiedades ni recursos
más que su fuerza de trabajo y sus hijos. Los proletarios modernos
que, privados de medios de producción propios, nos vemos obligados a
vender nuestra fuerza de trabajo para poder existir.
En unos viejos
manuscritos de Marx, de 1844, señalaba que: «en su trabajo, el
trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino
desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual,
sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. (…) Su trabajo
no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es
la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño
se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no
existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del
trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que
el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo.
En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad
del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le
pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo,
sino a otro.»
Por tanto, es evidente
que cuando insistimos otro 1° de mayo con la consigna «¡Abajo el
trabajo!» no estamos proponiendo abandonar el empleo mientras existe
el mundo del trabajo, sino que proponemos la lucha por abolir la
sociedad del trabajo, y por tanto de la propiedad y de su
administrador: el Estado. No proponemos dejarnos morir de frío y
hambre sino luchar por un mundo sin dinero: el comunismo. Para que
nuestra especie pueda satisfacer en común sus necesidades de
alimento y techo, así como de goce y creatividad sin convertirlas en
una coartada para generar ganancias y jerarquías sociales.
Índice
de mortalidad
De acuerdo al Informe
Anual de Asesinatos Laborales en Argentina ha muerto más de un
trabajador por día en su puesto de trabajo en el año 2019:
«Considerando los días laborables, es decir quitando domingos y
feriados, la recurrencia se traduce en una trabajadora o trabajador
cada 14 horas.»
El espacio Basta de
Asesinatos Laborales (BAL), desde el año 2018 y mediante un
observatorio propio, realiza un relevamiento de los asesinatos
laborales en Argentina, recopilando todas las noticias publicadas por
medios de comunicación y relevando las cifras oficiales que publica
la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT). Desde el espacio
señalan a su vez que en el último informe han logrado incluir buena
parte de aquellos perpetrados sobre trabajadores no formales, a la
vez que comenzaron a analizar los casos de enfermedades laborales que
no concluyen en muertes.(1)
Estiman que
aproximadamente 200 de los 534 casos relevados en el presente informe
no fueron reconocidos por ninguna patronal ni cubiertos por ninguna
Aseguradora de Riegos de Trabajo (ART).
Es importante recordar
que en este informe sólo se incluyen las muertes en el lugar de
trabajo, excluyéndose los asesinatos llamados in itinere (en el
desplazamiento de la casa al trabajo y del trabajo a la casa).
Históricamente, sabemos, esos asesinatos, que tampoco accidentes,
son de una magnitud semejante a los ocurridos en el trabajo.
La causa más numerosa
de muertes laborales es el choque de vehículos. Esto se da
especialmente en transporte de cargas pero afecta también a otros
trabajadores que desarrollan sus tareas en la vía pública. Y
nos es imposible separar esto de la peste urbanística. Los
denominados accidentes de tránsito son una de las principales causas
de muerte en el mundo entero. La experiencia nos demuestra que
mientras existan ciudades y automóviles no se podrán evitar, por
más campañas de concientización que se realicen. El automóvil se
apropia de las calles de la ciudad con una agresividad comparable a
los tanques de guerra en territorio enemigo. No solo las rutas y
autopistas, la ciudad está diseñada para el transporte, por tanto
es más bien excluyente de los seres vivos o los incluye en tanto que
transporte de la mercancía fuerza de trabajo.
Debemos señalar la falta
de descanso, el apremio por los tiempos, la falta de personal, el no
respeto por el descanso entre jornadas, así como la falta de
mantenimiento de los vehículos. Pero tampoco podemos plantear
aisladamente el problema del transporte, debemos ligarlo siempre al
problema de la ciudad, de la división social del trabajo y la
división del espacio capitalista: un lugar para trabajar, otro lugar
para alojarse, otro para aprovisionarse, otro para instruirse y otro
para divertirse.
En segundo lugar se
encuentra la construcción, donde son altamente frecuentes los
“accidentes” de todo tipo. Y aquí se deben hacer algunas
precisiones. En esta rama, el trabajo no registrado es mucho mayor
que en la mayoría de las actividades (abarca más del 40% de los
trabajadores asalariados), y además hay un alto porcentaje de falsos
cuentapropistas que en realidad trabajan para empresas constructoras.
Las principales causas de muerte suelen ser el derrumbe o desplome de
edificios y las caídas de altura. Ambas formas son indicadores
claros de trabajo en condiciones precarias, sin equipamiento ni
instalaciones seguras.
En tercer lugar, nos
encontramos con la actividad agropecuaria, donde el trabajo precario
es moneda corriente. Aquí debemos tener en cuenta que, al igual
que en la construcción, el trabajo no registrado es muy elevado
(llegando a casi al 50%), de modo que el subregistro de las muertes
también es muy pronunciado en este sector.
También cabe señalar la
importante, e inesperada, cantidad de muertes detectadas en la rama
de la administración pública y la educación. Demostrando que los
asesinatos laborales no se dan sólo en el ámbito privado sino
también entre los trabajadores del Estado, y que no es necesario
estar en zonas o trabajos de riesgo para morir por las ganancias de
un burgués y por el mantenimiento del orden capitalista.
En base al relevamiento
del Informe de BAL cerca de la mitad de los trabajadores muertos eran
personas jóvenes, menores a los 40 años. La edad promedio es de 42
años. Pero también resaltan aquellos casos de personas de edad
avanzada, que deberían estar jubiladas y murieron trabajando para,
contradictoriamente, ganarse la vida. Además, como se señaló en el
anuario 2019, se conocen casos de personas jóvenes, en su primer
empleo o sus primeros días de trabajo, que fueron enviadas por las
jefaturas a realizar tareas muy peligrosas, sin la capacitación
adecuada y los elementos de seguridad necesarios.
En este marco, quienes
confeccionaron el Informe comparten una inquietud respecto de los
datos de su observatorio: la baja proporción de mujeres que hay en
la totalidad de los asesinatos laborales relevados, los cuales
constituyen el 10% de los casos. Señalan también que, al ser
mayormente elaborados a partir de las noticias publicadas en
distintos medios de comunicación, lamentablemente los datos
reproducen la carencia de información sobre otras identidades de
género que pueden ser invisibilizadas en la construcción de las
noticias.
Podemos agregar que, en
Argentina, según datos del 2015, el porcentaje de las mujeres que
trabajan o buscan hacerlo se ubicó en 66,6% si se considera a la
población de entre 25 y 54 años. Entre los hombres, en cambio, en
ese rango de edades el índice llega a 94,3%.
Las cifras en Argentina
son muy ilustrativas: en cuanto a las denominadas actividades
primarias (agricultura, ganadería, pesca, caza, forestal, minería)
la participación de mujeres es mucho menor, al igual que en la
industria, el sector de electricidad, agua y gas, así como en la
construcción. En el comercio la relación no es tan drástica, y aún
más equilibrada en lo que refiere a servicios. En salud y educación
la proporción de mujeres es mayor, y alcanza el 99% en el trabajo
doméstico. Del mismo modo en la prostituciín la amplia mayoría de
quienes la ejercen no son hombres.
Donde sea que miremos
podemos observar que los trabajos llevados a cabo por mujeres son
generalmente aquellos considerados “femeninos”. Por otra parte,
ya que algunas mujeres tienen bebés en algún momento de sus vidas,
el mercado considera que todas las mujeres pueden tener bebés y van
al mercado de trabajo con una desventaja potencial. En la sociedad
capitalista la exaltación de la maternidad convive con su
consideración como un obstáculo.(2)
Enfermedad
laboral
Así como el trabajo
fulmina en minutos o segundos, hay muertes que se producen
lentamente. La explotación nos daña física y psíquicamente,
si es que vale la pena hacer tal diferencia.
En dicho Informe señalan
que el patrón de desgaste, o sea el modo y la velocidad con que las
patronales nos enferman, nos accidentan e incluso nos matan, depende
del lugar y la forma en que participamos en la producción.
En Argentina la mayoría
de las denuncias de enfermedades laborales hechas a las ART son
negadas, dadas por preexistentes o se culpabiliza a los mismos
trabajadores de sus enfermedades. Del mismo modo que se culpa a los
trabajadores en los “accidentes”. Las empresas de salud así
como los sindicatos también tienen como prioridad la ganancia ante
la vida, esto no hay que olvidarlo jamás. Y cuando se hacen
cargo monetarizan las muertes, las mutilaciones, las enfermedades,
nada escapa de la lógica capitalista, de la cual son aguerridos
defensores.
Y la moral del trabajo
naturaliza nuestras molestias y lesiones: “son gajes del oficio”,
“no te quejes que este es un trabajo de hombres”, “se queja
porque es una histérica”, “el trabajo no es pesado, son vagos”,
“le pasó porque se descuidó”, “ya vino loco de antes”.
Y cuando se atienden las
enfermedades o lesiones la medicina lo hace, cómo no, desde la
ideología dominante. La forma de atender y entender las enfermedades
por parte de este modelo es fundamentalmente biologicista,
individualista y ahistórica. Y esta concepción no es inocente ni
está aislada del resto de explicaciones de la realidad que el
capitalismo pretende imponer. No puede más que fundamentar
técnicamente la idea de que la enfermedad está causada por agentes
externos que causan daños sobre un huésped en un ambiente dado. Es
decir, los fenómenos se consideran aislables y de carácter
individual lo cual permite identificar los agentes presentes en un
ambiente para buscar la corrección de su incidencia. Pero son las
condiciones laborales las que nos enferman, su exigencia, su
inestabilidad, su rutina, su esfuerzo desmedido, su violencia
institucional, sus movimientos repetitivos, sus acosos sexuales, las
largas jornadas, el salario que nunca alcanza, la mierda que
generalmente producimos.
¡Abajo
el trabajo!
Desde el comienzo
dijimos que no se trata de accidentes. Porque hay desidia y
desprecio de los patrones, sea este un particular o el mismísimo
Estado. Estos “accidentes” son responsabilidad absoluta de
quienes mantienen y se benefician de este orden capitalista:
patrones, empresarios, sindicalistas y gobernantes. Ellos son quienes
calculan las pérdidas en dinero, se rompa una maquinaria, se pierda
una licitación, pierdan un juicio o se muera un trabajador.
No fueron hechos
aislados, son el resultado del ahorro patronal, de la falta de
control estatal en connivencia con los sindicatos. Podemos afirmar
que si pudieron evitarse no son accidentes, son asesinatos. Pero
¿pueden evitarse completamente? La triste realidad es que no,
porque como señalábamos al comienzo de eso se trata el mundo del
trabajo: de generar ganancias y no de crear lo necesario para vivir y
cuidar a quienes trabajamos. Esto queda demostrado en las denominadas
“huelgas a reglamento” (o “huelgas de celo”), la cual
consiste en que los trabajadores cumplan estrictamente la normativa
laboral de salud e higiene, y con rigurosa aplicación de las
disposiciones de los convenios laborales. Esto causa una paralización
de la actividad, dejando en evidencia que el trabajo precisa hacerse
mal, rápido y a lo bruto para que funcione y genere las ganancias
necesarias.
Hay,
entonces, una necesidad que nos lleva más allá del trabajo, y es la
de generar una profunda transformación social.
Es a partir de nuestras
condiciones de existencia que sacamos las lecciones para “hacer
teoría” y no tenemos “principios” previos a los hechos. El
malestar y la necesidad que padecemos quienes trabajamos, las
situaciones de precariedad y peligro a las que nos vemos sometidos,
nos fuerzan a tomar conciencia de la sociedad en la que estamos y a
la cual contribuimos día a día a mantener. De nosotros depende
ampararnos en personajes que nos quieren dirigir y nos llevan a
diversos callejones sin salida o comenzar a pensar y explorar otras
posibilidades. Para esto es importante que no confundamos la defensa
de la fuerza de trabajo con la defensa de la fuente de trabajo. Ni
defendamos la ganancia de los explotadores. Ni confiemos en quienes
viven de nuestro esfuerzo. No sirve atacar individuos sin atacar su
rol social. Es cierto que la injusticia no es anónima, tiene nombre
y dirección, pero cambiarle el rostro y mudarla no acaba con la
injusticia.
En 1886, los proletarios
revolucionarios recordados como “los mártires de Chicago”
luchaban en lo inmediato por las 8 horas, es decir, por trabajar
menos. Y luchaban también por la revolución social, por el
comunismo y la anarquía. La revolución social no es algo
diferente de nuestras necesidades urgentes, aunque tampoco es
simplemente la suma de nuestras reivindicaciones inmediatas. Las
reivindicaciones por menos horas de trabajo o para no exponernos a
determinados riesgos en nuestros lugares de trabajo, manteniendo el
mismo salario, son un ataque directo a nuestros explotadores, a su
ganancia. Asumamos esa lucha hasta el final.
Y eso significa
reapropiarnos de los medios para la satisfacción de las necesidades
de alimento, techo, vestimenta, placer, comunicación y transporte,
con el objetivo de atacar al Capital y abolir las clases sociales y
el Estado. El salto entre las revueltas y la revolución no se
resuelve con una unificación política o sindical del proletariado
sino por las rupturas necesarias con el orden existente.
¡Viva
el 1° de mayo! ¡Viva la revolución social!
Notas:
1. Sin embargo
también señalan que, según datos del INDEC del tercer trimestre de
2019, el 35% del total de los asalariados del país tiene empleos no
registrados (sin aportes jubilatorios). A eso hay que sumarle un 9,7%
de “cuentapropistas” en la población activa que en muchos casos
no son más que asalariados no blanqueados por sus patrones. Estas
cifras nos permiten aproximarnos a la dimensión del problema, ya que
no existe ningún organismo estatal que se ocupe de las muertes y
enfermedades de esta enorme masa de trabajadores. Estas personas no
sólo se ven expuestas a una gran pérdida de derechos laborales
básicos (como los aportes sociales) sino que además sus vidas se
encuentran en riesgo constante sin que “cuenten” en ninguna
estadística oficial.
2. Respecto a la
división sexual del trabajo y el trabajo doméstico, recomendamos la
lectura de los números 13 y 14 de la revista Cuadernos de Negación:
Notas sobre el patriarcado y Notas sobre trabajo doméstico.
Qué pena de 1º de Mayo. El capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción y en el salario, que permite recoger beneficios por la explotación del trabajo enajenado. Elimina uno u otro y habrás acabado con el mismo.
ResponderEliminarPara distribuir la propiedad privada de los medios necesitas a los propios trabajadores. Trabajadores que no están por la labor. Esto va así, pierden el trabajo y les empujas a la acción o esto no cambiará nunca. Veremos que pasa cuando empiecen a tocar las pensiones.
Salud!