08 noviembre, 2022

A través de la pluripolaridad al socialismo: MANIFIESTO

 


[El siguiente Manifiesto se puede leer y descargar (pdf) en 15 idiomas en: INTERNATIONAL MANIFIESTO GROUP]

A través de la pluripolaridad al socialismo:

Un manifiesto

International Manifesto Group

Septiembre de 2021


La clase gobernante que no puede garantizarle a la clase trabajadora su existencia «es incapaz de seguir siendo la clase gobernante e imponer sus condiciones a la sociedad para existir», dijeron Karl Marx y Friedrich Engels al instar a los revolucionarios a asfixiar al capitalismo en su cuna europea, en 1848. Esa Primavera de los Pueblos pronto fue sucedida por la Comuna de París, y la actividad revolucionaria en todo el mundo mantuvo al fantasma del comunismo atormentando a las clases capitalistas y fomentando la democratización de las relaciones sociales frente a determinada contrarrevolución.


En la esencia imperial del capitalismo, la lucha de la clase trabajadora le permitió ganar estados de bienestar y capitalismos regulados después de la Segunda Guerra Mundial, en sus periferias, independencia nacional y estados de desarrollo. Mientras tanto, algunos países, a partir de la Revolución Rusa en 1917, se embarcaron en la tarea de construir el socialismo. Progresivamente, organizaron la producción por necesidad, distribuyeron el trabajo y su recompensa de manera equitativa y se relacionaron unos con otros con un espíritu cooperativo. A pesar de los triunfos incompletos, las grandes dificultades y los retrocesos asombrosos, la lucha que iniciaron por un mundo más allá del capitalismo, la alienación, el imperialismo y otras injusticias sociales continúa.


Hoy en día, tras décadas de crecientes contrasentidos capitalistas, clases gobernantes capitalistas, neoliberales o que devinieron en social democráticas, en países ricos y pobres, le están dando a las palabras de Marx y Engels un significado macabro. Durante cuatro décadas de políticas que favorecían al capital, el capitalismo financializado neoliberal perdió dinamismo productivo y se convirtió en saqueo improductivo, creó una pobreza masiva inaceptable, desigualdad estremecedora, agudizó la división social, la represión política draconiana, una amenaza creciente de guerra nuclear exterminista, movimientos masivos de población y emergencia ecológica por el calentamiento global, la polución y la pérdida de biodiversidad, lo que convierte a nuestro planeta en un lugar cada vez más inhabitable. Y como si esto fuera poco, en el presente enfrenta una pandemia furiosa mediante el sacrificio de vidas en pos del capital y las ganancias y la creciente represión política. Es muy conocido el temor que Rosa Luxemburgo tenía a que la alternativa al socialismo fuera el barbarismo. Hoy en día, sin embargo, es la aniquilación planetaria y humana. En la década de 2010, el descontento latente estalló en llamas con una frecuencia cada vez mayor.


La década comenzó con las protestas en Túnez que desencadenaron la Primavera Árabe y continuó con protestas en Europa contra la austeridad. Concluyó entre protestas de estudiantes en contra del cambio climático, la lucha de las mujeres musulmanas de la India por sus derechos como ciudadanas, Black Lives Matter, los Chalecos Amarillos en Francia y las protestas contra la economía desalentadora y la represión política desde Turquía hasta Chile y Nigeria. En 2020, los agricultores asediaron un intento del gobierno de privatizar la agricultura y los trabajadores organizaron la Huelga General más importante en la historia de la India, el país capitalista más grande del mundo.


Como los capitalismos precarios respondieron a la pandemia, inevitablemente, de manera caótica, estos asuntos cayeron en picada. Ya sea si la negaban o si creaban una falsa dicotomía entre vida y subsistencia —el eufemismo capitalista para decir «ganancias»—, su respuesta a la pandemia constituyó el asesinato social de millones y provocó crisis económicas de magnitudes históricas.


A mediados de 2021, los ciudadanos exigían investigar estas respuestas asesinas en países imperiales, millones en las calles de Brasil acusaban a su gobierno de genocida y, en India, iban camino a lo mismo. También surgió una gran marea de descontento contra el capitalismo: los chilenos eligieron a una mujer mapuche para presidir su asamblea constituyente ganada a duras penas. Los bolivianos fueron testigos de un intento de golpe de estado. Los palestinos encontraron una unidad sin precedentes y decidieron ir en contra de otro ataque israelí.


El mundo capitalista de hoy es un polvorín político: se cuestiona la pertinencia del capitalismo como nunca antes, el poder político está perdiendo el control y la credibilidad de los medios de comunicación dominantes está desgastada.


Por el contrario, las respuestas de los países socialistas a la pandemia fueron ejemplares: China, Vietnam e incluso la bloqueada isla de Cuba perdieron, relativamente, muy pocas vidas y hasta ayudaron a otros países a luchar contra la pandemia. China, al final, también reanudó su crecimiento a un buen ritmo.


De hecho, en 2021, ningún país representa el progreso —económico, tecnológico, ecológico y social— de la clase trabajadora más que China, aunque los logros en otros países socialistas como Cuba también son muchos. A este récord impresionante —ser el país con las revoluciones políticas e industriales más importantes, con una erradicación exhaustiva del feudalismo, que puso fin a la pobreza extrema, que hizo los mayores aportes para resolver la emergencia ecológica, incluida la emergencia en energías renovables, reforestación y fusión nuclear—, China ahora sumó la reivindicación contra el reciente coronavirus y el liderazgo internacional en la lucha para combatirlo.


Por eso no sorprende que el Partido Comunista que gobierna China haya celebrado su centenario con orgullo en julio de 2021. El partido convirtió a China en la nación indispensable en la lucha de la humanidad por el socialismo y ofrece ayuda e inspiración como un ejemplo digno de un país que busca el camino al socialismo de conformidad con sus condiciones nacionales.


Sin embargo, hoy en día, esa lucha está en un momento peligroso. Con esta crisis que viene gestándose hace tiempo y llegó a su punto de ebullición con la pandemia, y que contrastó pésimamente con los múltiples éxitos de China, la nación imperialista principal busca conducir a los demás países imperialistas y lacayos a una Nueva Guerra Fría en contra de China. Al igual que en la antigua Guerra Fría, esta también es una ofensiva imperialista general contra el desarrollo autónomo de los pueblos, desde Palestina hasta Perú, y desde Vietnam hasta Venezuela. La variedad de medios que usan se ve respaldada por el arsenal más aterrador del mundo que incluye armas nucleares, químicas, biológicas y cibernéticas de destrucción masiva. Tanto poder destructivo nunca estuvo concentrado en tan pocas manos irresponsables y desesperadas listas para ejercerlo en contra de una mayoría de los pueblos del mundo y de pueblos con un interés objetivo en el socialismo.


Nuestro Manifiesto surge en este momento de peligro, en el seno de discusiones amplias y profundas entre activistas de todos los continentes que representan muchas tradiciones socialistas. Su evaluación histórica y teórica de la coyuntura del presente busca el progreso de las luchas nacionales y de clases por el socialismo.


La economía geopolítica del capitalismo y el socialismo


El capitalismo tiene una relación estrecha con las revoluciones. Las revoluciones burguesas tuvieron que introducirlo en la historia, las revoluciones lo amenazaron desde el inicio y, desde 1917, las revoluciones populares lo estuvieron expulsando de la historia. Esto se debe a que, al contrario de lo que indican los mitos liberales, es la forma menos natural de producción social con la que la humanidad puede tener oportunidades, fundada sobre la base de «la separación del trabajo gratuito de las condiciones objetivas de su realización», «desde el suelo como [nuestro] taller natural» y desde otros medios de producción.


Este hecho simple es menos comprendido de lo que debería porque muchos socialistas no entienden, como sí lo hicieron los bolcheviques y la Tercera Internacional, que capitalismo e imperialismo van de la mano. Explotan a las clases trabajadoras y a las naciones coloniales y semicoloniales. Ambos resisten. Las naciones, al igual que las clases, luchan por el socialismo en el terreno de la economía geopolítica y política del capitalismo. Además, cada comunidad igualitaria que se topó con el capitalismo se opuso a él y, hoy en día, los pueblos originarios que sobrevivieron a su embate siguen resistiéndose a él en nombre de la comunidad, el entorno, la tierra y los derechos ancestrales. En la lucha de clases entre capitalistas y clases trabajadoras cada vez más organizadas políticamente, las últimas impusieron concesiones relacionadas con el bienestar, restricciones normativas e impuestos sobre las primeras para proteger el trabajo, la tierra y la sociedad.


Internacionalmente, en el dialecto entre el desarrollo combinado y desigual, los estados poderosos buscaron preservar su supremacía imperial en vano a través de medios económicos, políticos y militares, a menudo entrando en competencia entre ellos mismos. Quienes se resistían a ellos intentaron desarrollar fuerzas productivas por medio de la protección y dirección estatal, para reafirmar su soberanía económica. Esta resistencia, no la extensión del mercado mundial o imperialismo, propagó su capacidad productiva alrededor del mundo. El éxito de desafiar al imperialismo por medio del desarrollo económico fue el mayor y más sostenido cuando una revolución popular exitosa desplazó al capital privado del poder político. El resultado de estas luchas entre los poderes imperiales y en contra de los poderes imperiales fue la multipolaridad o lo que Hugo Chávez llamó con mayor precisión «pluripolaridad» haciendo referencia a la multiplicidad de polos de poder y la variedad de sus capitalismos y socialismos nacionales.


La pluripolaridad temprana derivó en una competencia entre Gran Bretaña y sus rivales antiguos y nuevos —Francia, Alemania, los Estados Unidos y Japón— no solo por los mercados, sino también por las colonias y el «territorio económico» porque todavía podían tomar y retener estados débiles y territorios sin estados.


Esta competencia culminó en la Primera Guerra Mundial y una auténtica Crisis de los Treinta Años (1914-1945) del capitalismo y el imperialismo, debilitando sus cimientos con las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión. En este curso, las luchas nacionales y de clases culminaron con la derrota del fascismo, dos revoluciones que hicieron temblar la tierra —la rusa y la china— y la revuelta colonial contra Occidente. Vale la pena identificar los detalles de estas crisis.


Crisis del imperialismo


La Rusia zarista fue el eslabón débil en la cadena imperial y la revolución rusa en su contra comenzó la larga marcha de la humanidad hacia el socialismo. Al ocurrir fuera de las tierras natales del capitalismo, tenía que lograr justicia social y desarrollar fuerzas productivas contra la hostilidad imperialista incesante. De hecho, la revolución rusa y la incipiente revolución china fueron dos focos de la tormenta de fuerzas progresivas que asaltaron al capitalismo y al imperialismo en todo el mundo, marcando la diferencia entre la victoria y la derrota contra el fascismo en Europa y Asia con un costo de, aproximadamente, 30 y 20 millones de vidas, respectivamente.


Reconocida como uno de los aliados clave en contra del fascismo, China terminó casi con todos los Tratados Desiguales en 1943, se volvió independiente y se convirtió en uno de los cinco miembros fundadores de las Naciones Unidas en 1945. Cuatro años más tarde, los comunistas de Mao continuaron para conseguir la victoria en la guerra civil que siguió la derrota de Japón, aunque el bloqueo estadounidense lo mantendría fuera de la ONU y del Consejo de Seguridad desde ese momento hasta 1971.


En el momento de crisis imperialista, los países coloniales y semicoloniales también lograron su independencia, sistemáticamente apoyados solo por la Unión Soviética y, después, por China y otros países socialistas. La postura de los Estados Unidos fue, en cambio, ambigua. Ansiosos por preservar la supremacía occidental, lanzaron bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki para intimidar a la Unión Soviética. Ávidos por acceder económicamente a las excolonias europeas, les dieron algo de apoyo a su independencia, pero también fueron a la guerra contra naciones del Tercer Mundo, al menos 50 veces después de 1945. No obstante, su costoso arsenal no fue rival para la determinación política de pueblos heroicos que luchaban por su independencia como los coreanos, ayudados por voluntarios chinos, o los vietnamitas, liderados por Ho Chi Minh. Los fracasos militares de los Estados Unidos incluyen Irak, Siria y, el caso más dramático de todos, Afganistán, en la actualidad.


Las naciones independientes del Tercer Mundo se embarcaron en un desarrollo nacional y una industrialización autónomos e igualitarios para romper las cadenas imperialistas, ambos inspirados y ayudados por la gran cantidad de socialismos actuales que también tuvieron que desarrollar sus sistemas productivos desde un nivel bajo. Mientras que los países recientemente industrializados de las décadas de 1970 y 1980, junto con el grupo BRICS y las economías emergentes de la década del 2000, están entre los triunfos más conocidos, otros países también lograron avances importantes.


La extinción de la Unión Soviética hizo retroceder al socialismo, pero no lo hizo desaparecer; solo marcó el final del comienzo del socialismo. El camino hacia el socialismo y, finalmente, hacia el comunismo, es largo. Las sociedades que lo están transitando no se liberan mágicamente de las contradicciones históricas y de clases. Es posible que haya retrocesos. Al fin de cuentas, las revoluciones socialistas hasta la actualidad ocurrieron en países pobres. Desarrollar sus fuerzas productivas no solo es mucho más difícil que alimentarse de los beneficios del imperialismo; sino que, además, el desarrollo debía alcanzarse en contra de la presión imperialista. Los liderazgos políticos que emprenden esta tarea también pueden volverse burocráticos y perder el contacto con el pueblo. Aspectos de la colectivización de Stalin o el Gran Salto Adelante de Mao involucraron combinaciones de estas dificultades.


La historia del socialismo hasta el momento nos hace pensar en Engels, quien decía que el socialismo no es «algo que permanece cristalizado definitivamente», sino que está «en proceso de cambio y transformación constantes»; y también en los comentarios de Marx sobre las revoluciones proletarias:


«[...] las revoluciones proletarias [...] se critican a ellas mismas constantemente, se interrumpen a ellas mismas constantemente, [...] vuelven sobre lo que supuestamente se logró para comenzar de nuevo; se burlan con rigor cruel de las medidas parciales, de las debilidades y de la mezquindad de sus primeros intentos, parecen derrotar a sus oponentes para que estos puedan obtener fuerzas nuevas de la tierra y levantarse ante ellos una vez más, pero más gigantes que nunca, retroceden constantemente y se alejan de la majestuosidad indefinida de sus propios objetivos; hasta que se crea una situación que hace que sea imposible retroceder».


La enorme magnitud de nuestras tareas requiere que aseguremos el legado de la Unión Soviética y todos los intentos que se hicieron para construir el socialismo hasta el momento con un balance de situación histórico de sus logros, limitaciones y fracasos. Al fin y al cabo, estos intentos, irónicamente, también rescataron a un capitalismo en crisis.


Crisis del capitalismo


Sobre la base de las ideas de Marx, Lenin y otros marxistas argumentaron adecuadamente que el capitalismo había llegado a su «etapa más alta» a principios del siglo XX. Había cumplido su misión histórica de desarrollar las fuerzas productivas al socializar la producción, aunque de manera brutal y caótica. El capitalismo competitivo temprano socializó el trabajo entre las firmas. Más adelante, el capitalismo monopolista profundizó la división técnica del trabajo entre ellas. A partir de entonces, en lugar de toda virtud vigorosa de competencia que siempre había tenido, el capitalismo manifestó progresivamente los vicios decadentes y rentistas del monopolio, desviando los recursos de la producción y eliminando a la competencia.


Estos capitalismos demasiado maduros sumergieron al mundo en la Gran Depresión o Crisis de 1929 que se prolongó durante la década de 1930, y, después de 1945, las economías capitalistas pudieron estabilizarse e, incluso, disfrutar tres décadas de «edad dorada» gracias a que tomaron prestados el bienestar social, la propiedad pública y la planificación y, en el caso de Japón, Corea del Sur y Taiwán, la reforma agraria de las medidas políticas de los países liderados por el comunismo. Estas medidas promovieron el crecimiento, expandieron el consumo de la clase trabajadora (compensando por los mercados coloniales perdidos) y patrocinaron investigación y desarrollo para el crecimiento de la productividad. Los Estados Unidos fueron forzados a tolerar e, incluso, ayudar en la recuperación «milagrosa» de los estados de los rivales porque ellos inocularon a las clases trabajadoras occidentales y a los campesinos del comunismo.


Sus atracciones eran importantes. Los países comunistas disfrutaban de un crecimiento sostenido sólido y envidiable, reforzado por la innovación tecnológica. La Unión Soviética había producido armas nucleares disuasorias para 1949, lanzó el satélite Sputnik en 1957 y puso a Yuri Gagarin en órbita en 1961, lo que forzó a los Estados Unidos a sentir la vanidad envidiosa de llevar al «hombre» a la luna.


Era de esperar que muchos otros países del Tercer Mundo se alinearan con el comunismo mientras que otros esfuerzos de los países del Tercer Mundo más comprometidos también preferían los modelos soviético o chino en lugar de las recomendaciones de «desarrollo» occidentales. Su éxito fue considerable, aunque careciera de grandes expectativas.


El mundo de posguerra se había movido decididamente hacia la izquierda, y lo mismo hizo el orden internacional. Aunque los Estados Unidos buscaron emular el estilo de supremacía mundial del Reino Unido del siglo XIX, la pluripolaridad había llegado demasiado lejos. A pesar de la fanfarronería de la Guerra Fría, los Estados Unidos estaban limitados por poderes capitalistas rivales que buscaban un desarrollo combinado dirigido por el estado, los socialismos que proliferaban y estabilizaban, y los países del Tercer Mundo que afirmaban su soberanía.


Las instituciones Bretton Woods de alcance internacional, con la Organización de las Naciones Unidas en el centro, pusieron énfasis en la igualdad y la soberanía de las naciones y la no agresión.


Los Estados Unidos lograron imponer el dólar en el mundo, pero solo gracias a la promesa de la convertibilidad del dólar con el oro, una carga que sería imposible de llevar. Logró crear la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que sería desalentada por el Pacto de Varsovia. Los controles de capital, la planificación, la gestión económica y comercial, y las políticas fiscales y monetarias orientadas hacia el pleno empleo y el desarrollo eran normales y dominantes, y confinaron el capital en cajas nacionales.


Los países del Tercer Mundo, con mucho que perder en estos acuerdos, crearon instituciones y movimientos internacionales poderosos —la conferencia de Bandung, el Movimiento de Países No Alineados, el Grupo de los 77 y China, y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo— para potenciar el desarrollo, la autonomía y la cooperación Sur-Sur. Los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica —respeto por la soberanía y la integridad territorial, la no agresión, la no interferencia en los asuntos internos, la igualdad y el beneficio mutuo, y la coexistencia pacífica—, acordados por Zhou Enlai y Jawaharlal Nehru en 1954, hicieron retroceder al imperialismo y al capitalismo.


Si bien hubo algunos retrocesos de la izquierda, dentro de los que se destaca la ruptura sinosoviética, la mayoría esperaba que la inclinación del mundo hacia la izquierda deviniera en socialismo.


Sin embargo, el capital siguió al mando de las economías imperialistas. Al mismo tiempo que ampliaba la capacidad productiva con el apoyo de los estados, aunque aumentó el consumo de la clase trabajadora y los progresos socialistas y evolutivos ampliaron la demanda considerablemente, fue inevitable que la producción superara a la demanda. El crecimiento de la productividad también llegó a su punto máximo; a pesar del apoyo estatal considerable y dado que las clases trabajadoras occidentales que estaban bien organizadas y los países del Tercer mundo demandaban salarios y precios más altos, exprimieron las ganancias del capital imperialista. A medida que la inversión y el crecimiento se hacían más lentos, las economías imperialistas entraron en una crisis: la Segunda Caída de la década de 1970, que coincidió fatídicamente con la derrota estadounidense en Vietnam.


Neoliberalismo: ¿el elixir para el capitalismo senil?


Las economías capitalistas ahora debían hacer una elección: profundizar la reforma, iniciativa y propiedad pública socialistas e invertir en el todavía creciente Tercer Mundo para expandir la demanda o, como recomendaban los bancos neoliberales arrastrados por el capital, levantar las restricciones de la posguerra sobre el capital a nivel local y hacer campaña para levantarlos también en el extranjero. La primera opción favorecía a la clase trabajadora y al Tercer Mundo, y la segunda opción favorecía al capital y a sus lacayos compradores.


El capital ganó. La izquierda era política e intelectualmente débil, históricamente dividida por el reformismo, la Primera Guerra Mundial, las subsiguientes revoluciones socialistas posteriores a 1917, la represión dominante e insidiosa de la Guerra Fría y los estados de bienestar, y las mejores condiciones de vida. No pudo organizar a la vasta mayoría —trabajadores, mujeres, movimientos nacionalistas— que tenían todo para ganar con la primera opción y todo para perder con la segunda opción, y constituir una alternativa política significativa. Tampoco pudo el Tercer Mundo. A pesar de los progresos socialistas y revolucionarios en, por ejemplo, Afganistán, Yemen del Sur, Angola y Nicaragua, los procesos evolutivos y revolucionarios enfrentaron una presión intensa por parte de fuerzas imperialistas y de compradores, y una traición de la contrarrevolución que se estaba desplegando en la Unión Soviética.


El neoliberalismo anunció su llegada con un ataque a la clase trabajadora y sus beneficios históricos, y un aumento de la tasa de interés descomunal que envió a la mayoría de los países del Tercer Mundo a toda velocidad a dos «décadas perdidas» de desarrollo. La miseria de la clase trabajadora se propagó a la ex Unión Soviética y a los países socialistas europeos donde se restableció el capitalismo.


Sin embargo, aunque reinaba, el neoliberalismo fracasó. No pudo recuperar el crecimiento capitalista dinámico ni siquiera en las economías imperialistas. Tenía que fracasar. Es intelectualmente deshonesto. Emergiendo en la etapa de monopolio del capitalismo, buscaba defender los privilegios del capital en contra de las clases trabajadoras empoderadas y, más adelante, contra los socialismos y el desarrollo nacional autónomo, cantando las alabanzas de la libertad económica, los derechos de propiedad y la libre competencia de mercado. Al patrocinar su resurgimiento más de medio siglo después, el capitalismo neoliberal soñaba nada más y nada menos que con un capitalismo imperialista y autoritario previo a 1914.


Sin embargo, el reloj histórico no puede volver el tiempo atrás, y el neoliberalismo progresó de manera errática —se alejaba más en el corazón angloamericano del capitalismo que ya era más liberal— y se enfrentó a una oposición popular en cada paso que daba.


A nivel local, las políticas neoliberales hacían dar marcha atrás a la propiedad estatal, las normas y la protección social. Atacaban a los sindicatos y a la clase trabajadora de izquierda con desempleo alto, salarios reales estancados, menos beneficios, un estado de bienestar menor, mayor poder para los empleadores y menos servicios sociales.


A nivel internacional, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se convirtieron en alguaciles dominantes de los países imperialistas. Pasando por alto la responsabilidad de los acreedores, obligaron a los países del Tercer Mundo a pagar la deuda. En las décadas de 1980 y 1990, como multiplicaron las exportaciones, los mercados para los pocos productos básicos y los productos industriales de baja tecnología que producían quedaron saturados, y los precios, los ingresos por exportación y las ganancias cayeron. Al demandar un estado reducido, también evitaron el desarrollo combinado dirigido por el estado que los países del Tercer Mundo necesitaban para volverse más productivos, competitivos y capaces de pagar la deuda con un esfuerzo menor. Mientras tanto, en demasiados países del Tercer Mundo, el capital imperialista disfrutaba de un acceso mayor a recursos, bienes y empleo, anulando la soberanía, la democracia del pueblo y el desarrollo nacional.


Sin embargo, lo único que podía hacer un capitalismo moribundo era usar incorrectamente sus ventajas políticas. No podía revertir la merma en el crecimiento económico, la productividad y la inversión. Su miserable negación a pagar impuestos, salarios o precios de suministros decentes empeoró las condiciones de la demanda y la desigualdad, al igual que la externalización de la fabricación a lugares donde los salarios eran más bajos.


Y lo que es aún peor, en lugar de invertir en producción, el capitalismo, especialmente en países imperialistas, disfrutaba cada vez más de una actividad financiera improductiva, predatoria y especulativa. Los Estados Unidos ayudaron a esto. Después de que se puso fin a la equivalencia entre el dólar y el oro en 1971, sistemáticamente, alentó una actividad financiera denominada en dólares y, por lo tanto, la demanda de dólares; así, el valor del dólar permaneció alto. La creciente deuda y las burbujas de activos succionaron el dinero de la clase trabajadora, los pequeños empresarios, los gobiernos y los contribuyentes al mismo tiempo que inflaba la riqueza de élites reducidas dado que los gobiernos resolvían las crisis financieras cada vez más frecuentes en favor de los acreedores.


La tecnología de la información y la comunicación (TIC) desempeñó el papel más irónico en todo esto. La cibernética experimental de la era soviética había demostrado el potencial que tenía la TIC para la gestión y la planificación de las economías socialistas democráticas. Los capitalistas neoliberales, en cambio, la usaban para externalizar la producción al mismo tiempo que la controlaban, para contribuir a la concentración y la centralización del capital, para involucrarse en saqueos y especulación financiera, para apropiarse de la tierra y los recursos, para aumentar el control sobre los empleados y manipular a los clientes, para evitar el problema de la demanda en lugar de abordarlo y para proliferar necesidades falsas en mares de necesidades reales insatisfechas. Estos capitalismos redujeron el bienestar humano, la calidad y la cantidad de empleo, y los servicios sociales.


El capitalismo neoliberal también condujo, a pesar del crecimiento en decadencia, a una emergencia ecológica causada por la polución, el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la crueldad indescriptible sobre los animales de ganadería a medida que el capital convertía todo lo que la tierra ofrece a la humanidad gratis en botín y ganancia. De hecho, la pandemia actual podría ser apenas el más reciente virus zoonótico que pase a los seres humanos gracias a la acelerada intromisión en los hábitats silvestres y en su destrucción.


A pesar del claro consenso político que apunta a la necesidad de la acción estatal e internacional, la insistencia del capitalismo en obtener ganancias e implementar «soluciones» impulsadas por el estado solo empeoran la situación.


El neoliberalismo empeoró el resultado del crecimiento del capitalismo década tras década y, después de 2008, el crecimiento fue más lento que durante la Gran Depresión. A finales de la década de 2010, los observadores más perspicaces esperaban una crisis económica importante del capitalismo hundido tipificado por los líderes neoliberales, los Estados Unidos y el Reino Unido, a medida que proliferaban el malestar social y las protestas. En este caso, la pandemia suscitó la crisis, y expuso y empeoró la perversidad sorprendente de las economías capitales neoliberales como nunca antes. Para reactivar las economías y abordar la emergencia ecológica y la pandemia, se requerirán políticas industriales, inversión estatal, redistribución social, planificación medioambiental e infraestructura de salud pública a una escala comparable al socialismo, y se requerirá poner fin al control de los capitalistas sobre el estado y las políticas.


El camino para lograrlo está abierto. El descontento popular con el capitalismo neoliberal es amplio y profundo, en especial, entre aquellos marginados por su género, raza u otros motivos.


La abdicación de la izquierda y el populismo


Sin embargo, los partidos políticos y sindicatos históricos de izquierda, con algunas honorables excepciones, han fracasado, principalmente, en la movilización de este descontento.


Los sindicatos importantes en países capitalistas, históricamente, han optado por la colaboración de clases con multinacionales e instituciones supranacionales capitalistas bajo la influencia desmovilizante de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) y la Confederación Sindical Internacional (CSI). Ante el ataque neoliberal, dichos sindicatos tendieron a encogerse y dejaron una precariedad laboral creciente en un mundo más que desorganizado. De todos modos, hay una proliferación de múltiples organizaciones sindicales de base y la Federación Sindical Mundial (FSM), heredera de las luchas antifascistas y anticoloniales, permanece socialista y antimperialista, con más de 120 millones de trabajadores y trabajadoras en 135 países de la división imperialista.


A los partidos históricos de la clase trabajadora les fue peor. Cuando los partidos de derecha se movieron más hacia la derecha, hacia el neoliberalismo en la década de 1970, muchos de estos partidos los siguieron y perdieron su vínculo con la clase trabajadora, en muchos casos, después de luchas encarnizadas. Aunque más claros en Occidente y en Europa Oriental, estos cambios también son visibles en algunos países del Tercer Mundo.


Los elementos ilustrados o intelectuales de estos países guiaron el camino. Combinaron las grandes clases trabajadoras con pequeños grupos de intelectuales. Sin embargo, en las últimas décadas, los últimos, liderados por políticos como Tony Blair y los Clinton, crecieron en cantidad para dominar los partidos a los que sirvieron alguna vez y cambiaron su rumbo hacia el neoliberalismo, muchas veces, bajo el manto de la «globalización».


Para expandir las burocracias corporativas y públicas de posguerra, se necesitaba personal acreditado, y esto amplió el estrato profesional gerencial. Bajo el neoliberalismo, la producción en el extranjero centralizó la gestión, la ingeniería, el diseño, el asesoramiento legal, la comercialización, la publicidad, las finanzas y otras funciones del estilo en los países occidentales, lo que agrandó mucho más a estos grupos. Esta capa gerencial profesional, elevada por encima de la masa de la clase trabajadora, disfruta de muchos privilegios, incluido el acceso a los recursos privados o públicos. La clase política neoliberal —burócratas y políticos elegidos en los gobiernos, sindicatos y ONG— saluda desde ese estrato. Con vínculos profesionales y familiares que trascienden los límites de los partidos políticos, emerge una clase política formada por distintos partidos que refleja el consenso político neoliberal para ofrecernos espectáculos desorientadores que muestran a la Fundación Ford financiando el Foro Social Mundial, a Tony Blair elaborando las leyes para la financiación de los partidos políticos en la UE, y los partidos políticos y las fundaciones dependiendo de la financiación de la Unión Europea y del estado, inevitablemente, con hilos neoliberales.


Hoy en día, las diferencias entre los partidos consisten, cada vez más, en el modo en el cual los partidos movilizan a sus votantes. Mientras los partidos de derecha naturalmente apelan al conservadurismo social pequeñoburgués, los partidos históricos de las clases trabajadoras, ahora dominados por profesionales, combinan el neoliberalismo que provee sus ingresos y estilos de vida con un liberalismo social. En el mejor de los casos, el liberalismo social se centra en las luchas de los individuos, generalmente miembros privilegiados de grupos sociales marginados: mujeres, minorías «visibles», minorías sexuales, minorías étnicas. Mientras que el liberalismo social impulsa las «guerras de culturas» que acaparan los titulares, dejan de lado a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras que forman parte de estos grupos, que se ven desproporcionalmente empobrecidos y son víctimas del desempleo y el empleo precario, cuya situación no mejora y, en combinación con el neoliberalismo, hasta empeora. Este es, principalmente, el motivo por el cual los partidos socialdemócratas tradicionales de Europa perdieron apoyo tan precipitadamente.


Este trato profesional prefiere las reuniones, las conferencias, los foros, los debates mediáticos y las campañas electorales al trabajo duro de la organización política masiva en vecindarios y fábricas de la clase trabajadora. Mientras tanto, las personas trabajadoras que sufren por los salarios bajos, los precios bajos de sus productos, el desempleo, la alienación y la precariedad buscan un socialismo de sus derechos colectivos. No obstante, se los divide por ingresos, habilidades, género, raza y otras características sociales y se ven desconcertados por las «guerras culturales» manipuladoras entre la izquierda y la derecha de la clase política neoliberal contrarrevolucionaria y objetivamente reaccionaria y su cacería habitual de líderes y movimientos genuinamente radicales.


Esta clase muestra como «populistas» a los esfuerzos de la derecha y de la izquierda por movilizar a las masas de personas disconformes con el neoliberalismo. Tanto la política de extrema derecha de Trump, Bolsonaro o Modi como la política de izquierda de Corbyn o Maduro son acusadas por centrarse en la división social. Sin embargo, la primera manipula las divisiones sociales creadas por el neoliberalismo para obtener poder; y la segunda busca sanarlas al revertir el neoliberalismo. Aún peor, la imparcialidad de las clases políticas es ilusoria: pueden tolerar el mandato de Trump, pero hay que detener a los políticos genuinamente progresistas antes de que se acerquen al poder o se los acosa constantemente si están en ejercicio.


No se debate sobre los problemas comunes de las personas; mucho menos se intenta solucionarlos. Aunque las mayorías en los países capitalistas —el Tercer Mundo, los países poscomunistas o el occidente desindustrializado— mantienen su oposición al neoliberalismo, dado que las clases políticas se niegan a hacer hasta las concesiones más leves—, esta oposición encuentra una expresión política mínima o nula.


Como el deterioro económico reduce la carrera profesional de la clase media, el trabajo precario aparece para incluir a jóvenes formados y a gerentes adultos. De forma inquietante, como en la Alemania de entreguerras, muchas «clases medias» que solían ser de centro ahora se ven tentadas por las ideas de la extrema derecha. Muchos en rebeliones espontáneas contra el neoliberalismo en las que se expresaba la tenacidad de la clase trabajadora, como los «chalecos amarillos» de Francia, no logran generar una reacción. La crisis política y moral del comunismo internacional después de 1991 y la traición de los líderes comunistas, que prefirieron el ascenso profesional a través de las burocracias del partido en lugar de servir a la clase trabajadora, constituyen el problema. Las «solidaridades» ficticias —etnicismo, racismo, comunalismo— los vuelven, demagógicamente, en contra de otras víctimas del mismo sistema para evitar la identificación de los verdaderos responsables de su desgracia.


Hoy en día, por lo tanto, la lucha de clases arde dentro de la izquierda cuando, en realidad, debería ser librada por la izquierda.


De todos modos, como la crisis económica se profundiza, las clases políticas neoliberales pierden el control sobre la política, en especial, debido a que, en el ámbito internacional, los triunfos de las sociedades socialistas resaltan el decaimiento del capitalismo y sus costos.


Neoliberalismo y decadencia occidental


El neoliberalismo no pudo sostener el impacto y el asombro de su ofensiva inicial contra las personas trabajadoras, el Tercer Mundo y, finalmente, contra la Unión Soviética y el socialismo de Europa Oriental. Como la amplia brecha entre las ideas neoliberales y la realidad siguió agrandándose, el neoliberalismo se vio obligado a transformarse como respuesta y mutar su forma original de Thatcher-Reagan en la «globalización» durante la década de 1990, en el «imperio» estadounidense durante la década del 2000 y en «austeridad» en la década del 2010.


Cuando Oriente bailó sobre la tumba de la Unión Soviética, el filósofo Francis Fukuyama, que trabajaba en el Departamento de Estado de los Estados Unidos, anunció que la historia había terminado. La humanidad había alcanzado su objetivo: democracia liberal y capitalismo. No podía ir más allá. Un mundo atónito esperaba la unipolaridad y deseaba un dividendo de paz. Pero la historia tenía otros planes.


¿Unipolaridad?


En vez de generar unipolaridad, aceleró el progreso hacia la pluripolaridad. Como el neoliberalismo bloqueó al Occidente en un crecimiento cada vez más lento, el centro de gravedad de la economía mundial comenzó a inclinarse hacia la economía de mercado socialista de rápido crecimiento de China y hacia importantes países capitalistas en desarrollo que se habían apartado de lo peor del fundamentalismo del libre mercado, como, por ejemplo, Brasil, India y Rusia.


En la década de 2010, estos países exigieron una reforma de las instituciones de gobierno internacionales, incluidos el FMI y el Banco Mundial. Cuando Occidente se negó a cooperar, dichos países, en especial China, crearon nuevas instituciones. Entre ellas, se encuentran el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, la Organización de Cooperación de Shanghái, el Nuevo Banco de Desarrollo y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. China y Rusia también lideraron la integración euroasiática, aprovechando el crecimiento económico de China (dos tercios de los países del mundo actual comercian más con China que con los Estados Unidos), la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la potencia militar reactivada de Rusia para satisfacer las necesidades económicas y de seguridad de los países vecinos. El polo euroasiático, que incluye casi un tercio de la población del mundo y más de la mitad de su territorio, supera el legado destructivo de la ruptura sino-soviética, al menos, para fines antimperialistas.


África y Latinoamérica también se declararon en contra de Occidente. La «Marea Rosa» latinoamericana de los gobiernos de izquierda se negaba a desaparecer a pesar de los esfuerzos feroces de los Estados Unidos por debilitarla. En África, a pesar de las dificultades que había en lugares como en Libia, las fuerzas nacionales y de izquierda se están movilizando. Las excolonias africanas francesas fueron testigo de movimientos masivos contra el neocolonial franco CFA. La ocupación francesa de la República Centroafricana, de gran importancia estratégica, debió enfrentar una oposición, y se organizaron elecciones bajo la protección de las tropas de Rusia y Ruanda. Los países de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (CDAA) se opusieron a los esfuerzos de cambio del régimen británico en Zimbabue, al mismo tiempo que una cantidad de países vecinos ayudan a Mozambique a luchar contra la sublevación influenciada por el ISIS en el norte del país.


Hoy en día, África y Latinoamérica son más independientes económica y políticamente, y están reactivando el panafricanismo y el panlatinoamericanismo por el cual lucharon generaciones de hombres y mujeres revolucionarios, demostrando, de este modo, que sus semillas revolucionarias siguen dando frutos.


¿Dividendo de paz?


El dividendo de paz tampoco se materializó. Los Estados Unidos intentaron compensar su centralidad económica cada vez más decreciente con agresión militar. Proliferaron las guerras, engalanadas con eslóganes sobre los «derechos humanos», la «democracia» y la «responsabilidad de proteger» a los ciudadanos de supuestos estados fallidos, y se volvieron híbridas. No promovieron la democracia, sino el capitalismo neoliberal para abrir la puerta de los países pobres a la sobrexplotación del capital imperialista, que incluye hasta la esclavitud, al mismo tiempo que viola los derechos humanos más básicos: a la vida y al desarrollo. También castigaron a los países desafiantes como Siria, Cuba, Venezuela, la República Popular Democrática de Corea (RPDC) o Yemen con bloqueos de medicamentos, petróleo y alimentos.


Estas guerras también demostraron ser interminables. Debido a que el Occidente financiarizado y desindustrializado seguía albergando industrias de producción de armas importantes, las guerras eran una política industrial. Capaces de destruir, pero no de reconstruir, luchaban guerras para probar las armas y hacerles publicidad y, también, para ganarlas; pero el Occidente liderado por los Estados Unidos, con la asistencia de estados militarizados como Israel, no obtuvo ninguna victoria. Solo dejaron estelas de destrucción.


El militarismo, la represión, el empobrecimiento y la destrucción medioambiental en aumento generaron olas de inmigrantes que sufrían más represiones en los controles fronterizos de los países occidentales y se iban a estados vecinos. El Muro de Berlín puede haberse caído, pero surgieron cientos más durante su velorio, y estos limitaron la libertad de expresión, la revelación de la verdad, las denuncias y las protestas. Las violaciones a los derechos humanos se volvieron rutina, no solo en el Tercer Mundo, sino también en ciudades occidentales como Minneapolis o París.


¿Cómo pueden existir los derechos humanos sin paz ni desarrollo, sin justicia social ni derechos sociales? ¿Cómo pueden los estados y los pueblos adquirirlos sin soberanía, sin reconocer la pluripolaridad del mundo y sin respetar, en lugar de estigmatizar, a países como China o Cuba o Nicaragua, que buscan cumplir los derechos humanos más fundamentales?


El capitalismo comete crímenes contra la humanidad y contra toda posibilidad de sociedad al ritmo de propaganda anticomunista, en un intento por evitar que las personas se den cuenta de que el socialismo protegería mejor sus derechos humanos: libertad de expresión, religión o asociación, así como derechos a tener una vida decente, ocupada, saludable y culturalmente rica.


Este era el estado lamentable de la economía, la sociedad, la política y la influencia internacional en occidente cuando llegó la pandemia.


El capitalismo y el socialismo en la prueba de la pandemia


Por estar desprevenidos, a pesar de las advertencias previas, y por negar inicialmente su gravedad, la pandemia golpeó fuertemente a los países capitalistas, ricos y pobres. Las infraestructuras sociales y sanitarias, que ya estaban muy debilitadas por décadas de financiación insuficiente, se vieron abrumadas en la mayoría de los países ricos y colapsaron en muchos países pobres. Aumentaron las necesidades sanitarias insatisfechas, ya sea por COVID o por otras enfermedades. Los gobiernos capitalistas declararon que se enfrentaban a la dicotomía entre salvar vidas y garantizar la subsistencia cuando, de hecho, estaban poniendo en peligro a las personas a cambio de ganancias capitalistas.


En los Estados Unidos, las autoridades públicas priorizaron ayudar a los mercados financieros que se desvanecían, en una escala sin precedentes y con diversas medidas, por sobre todas las cosas. Algunos gobiernos neoliberales incluso coquetearon con la idea de alcanzar la «inmunidad de rebaño» mediante el contagio, sin importar la cantidad de víctimas. La indignación del público evitó esto, pero no pudo evitar la única estrategia de «mitigación» levemente menos asesina: implementar confinamientos que reducían las ganancias con la mayor prudencia posible para mantener las hospitalizaciones lo suficientemente bajas para que los débiles sistemas sanitarios públicos no colapsaran.


Fieles a su compromiso con la medicina corporativa y mercantilizada, los gobiernos neoliberales se rehusaron a reforzar los sistemas de salud o desarrollar una capacidad de asistencia médica y social comunitaria para testear, hacer el seguimiento y asistir en el aislamiento de los casos y contactos estrechos; acciones necesarias para eliminar el virus. En cambio, los políticos les ofrecieron a sus amigos capitalistas oportunidades para obtener ganancias privadas en nombre de la asistencia sanitaria y los servicios públicos. Mientras tanto, los confinamientos implementados con duda se prolongaron y repitieron inevitablemente, lo que causó el derrumbe de las economías que cayeron en un territorio profundamente negativo y pusieron en peligro la subsistencia real de miles de millones de personas.


Los ciclos caóticos de confinamientos dudosos y las flexibilizaciones demasiado tempranas en los países capitalistas neoliberales también mantuvieron expuestos a muchos trabajadores «esenciales», y las comunicaciones gubernamentales de mala fe mantuvieron mucha resistencia a las restricciones y vacunaciones para luego registrar algunas de las tasas de mortalidad y de casos más altas del mundo.


Mientras los países ricos ofrecían algunas transferencias (para mantener la demanda alta, en lugar de para ayudar a las personas), esto no fue posible en la mayoría de los países pobres que ya estaban endeudados cuyos gobiernos se volvieron cada vez menos capaces de responder a la pandemia o de satisfacer las necesidades básicas.


Las divisiones sociales que ya eran profundas se profundizaron aún más. Quienes tenían ingresos altos trabajaban desde casa. Con salarios completos y gastos reducidos, hasta pudieron saldar deudas. Como la asistencia a los mercados financieros los dejó en medio de un período durante el cual los precios de las acciones subían, las élites adineradas se volvieron más ricas y aumentó la cantidad de personas multimillonarias.


La clase trabajadora, en especial las mujeres con empleos precarios, las minorías racializadas y los demás grupos vulnerables, por el contrario, sufrieron pobreza, desempleo, aislamiento, pérdida de los ahorros, deudas predadoras y una auténtica angustia, o eran trabajadores «esenciales» o de «primera línea» mal remunerados que seguían trabajando además de estar expuestos a la infección, la enfermedad y la muerte. El acceso deficiente a la atención médica, las viviendas precarias superpobladas y de ocupación múltiple, y la falta de hogar aumentan el riesgo de infección, morbilidad y fatalidad. Como hay muchos sindicatos que representan a estos trabajadores de manera inadecuada o que, directamente, no los representan, y los empleadores oportunistas no logran proteger su salud, su grave situación permaneció, en gran medida, sin tratarse.


Las mujeres, como personas gestantes sujetas al control masculino, las principales prestadoras de la atención no remunerada de jóvenes, enfermos y ancianos y quienes poseen empleos con salarios más bajos, se vieron aún más retrasadas por la pandemia y los confinamientos. Las exigencias del cuidado de los niños con las escuelas y guarderías cerradas hicieron que millones de mujeres dejaran sus empleos. El golpe más duro lo recibieron los hogares en donde las mujeres están a cargo. Como los sistemas de salud colapsaron, millones de mujeres perdieron acceso a los métodos anticonceptivos y, durante los confinamientos, sufrieron una violencia doméstica desproporcionada.


Otros grupos marginales también eran vulnerables. Gracias a la desinformación de los gobiernos y el chivo expiatorio de la derecha, diversas minorías —asiáticos orientales en Norteamérica, musulmanes en la India—sufrieron cada vez más por la violencia y la incitación al odio. La discriminación en el empleo, la vivienda, la atención médica y los servicios sociales en contra de las minorías sexuales y de género se intensificaron, y también las expusieron a mayores riesgos de la salud.


Por último, el aislamiento y la falta de interacción y participación social, la educación y los exámenes interrumpidos tuvieron un gravísimo efecto en la población joven. Aquellos sin acceso seguro a computadoras, internet y electricidad sufrieron más, y muchos pueden abandonar la escuela por completo. Las oportunidades laborales lamentables y la posibilidad de nunca obtener un empleo intensificaron la desesperanza en la juventud.


El contraste con el sistema socialista de China fue asombroso. Equipada con una infraestructura sanitaria impresionante para un país en desarrollo, gobernado por un partido capaz de priorizar las vidas firmemente —mediante la construcción de hospitales totalmente equipados en días o la movilización de profesionales de la salud de todo el país a Wuhan—, China suprimió el virus, salvó vidas y ahora se jacta de una economía que, una vez más, lidera el crecimiento mundial.


Otras experiencias socialistas fueron similares: al 6 de agosto de 2021, junto con las 3,22 muertes por millón de habitantes de China, Vietnam, Laos (el país más bombardeado del mundo), Cuba, Venezuela y Nicaragua limitaron la cantidad de muertes por COVID-19 a 27,94, 0,96, 281,11, 128,92 y 29,59, respectivamente. Comparemos estos datos con los 1858,96, 1920,72, 704,81 y 1661,87 de los Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Francia, respectivamente, mientras que a las economías capitalistas del este asiático, Japón y Corea del Sur, con sus tradiciones de intervencionismo y las costumbres sociales «confucianas», les fue mejor con 120,61 y 41,21 muertes por millón de habitantes, respectivamente.


Los países capitalistas hicieron todo lo posible para no reconocer este triunfo socialista. Incluso el prestigioso diario de medicina The Lancet prefirió mostrar la superioridad de la supresión por encima de la mitigación con un estudio confinado a los países que integran la OCDE, y excluyeron a los modelos de supresión socialistas ejemplares.


Reacios a hacer inversiones públicas en habilidades y personas para eliminar el virus, ansiosos por aumentar las ganancias de las grandes empresas farmacéuticas, los gobiernos neoliberales apuestan todo a las vacunas. Sin embargo, las vacunas, aunque son necesarias, no son suficientes para combatir la pandemia. Un sistema comunitario de testeo, rastreo y aislamiento bien respaldado es esencial, en especial, cuando las dudas con respecto a las vacunas, como consecuencia del desgaste de la confianza, hace que la cantidad de vacunas sea muy inferior a los niveles requeridos para lograr la inmunidad de la población incluso en los países ricos, y el Tercer Mundo permanece, en gran medida, desprotegido, convirtiéndose en el lugar donde surgen y se propagan variantes nuevas.


De hecho, el apartheid de las vacunas neoliberal garantizará que así sea. Los países ricos compran todo el limitado suministro y lo mantienen limitado para honrar los «derechos de propiedad intelectual» de las grandes empresas farmacéuticas y evitar que muchos países fabriquen vacunas. Cuando China y Rusia aumentan el suministro de vacunas del mundo por medio de ventas accesibles y donaciones, el Occidente ridiculiza esta acción como «diplomacia de las vacunas» y desalienta a los países pobres a aceptarlas.


A medida que surgen variantes nuevas, si bien las nuevas vacunas o los refuerzos les traerán a las grandes empresas farmacéuticas más ganancias, también mantendrán a las sociedades capitalistas en un ciclo local o nacional de aislamientos y flexibilizaciones, y todo eso afecta el sustento de la clase trabajadora, además de profundizar la incertidumbre, la desigualdad, la falta de esperanza y la muerte.


Cuando se produzca la recuperación, está garantizado que será débil y en forma de K, lo cual profundizará más las desigualdades entre una élite pequeña, pero cada vez más obscenamente rica, y el resto.


Luchas nacionales y de clases por el socialismo


El claro contraste entre los triunfos socialistas y los fracasos capitalistas pusieron al destino del capitalismo en el equilibrio de poder internacional. El progreso hacia el socialismo en el futuro cercano involucrará una lucha internacional y una lucha doméstica de clases, o tal vez más situaciones.


Los capitalistas imperialistas responden tratando de inaugurar una nueva etapa del neoliberalismo, una etapa pseudofilantrópica. Su discurso dominante declarará que ofrece a las personas lo esencial, ya sea que se trate de vacunas, tecnologías ecológicas o médicas, o servicios de atención médica y educación. Por supuesto, con la demanda deprimida por la crisis económica causada por la pandemia, el estado será el cliente preferido. El discurso de los «derechos» de los ciudadanos a exigir determinados productos y servicios proliferará. Lo mismo pasará con la necesidad de que haya un mayor rol del estado y un mayor gasto estatal. La producción privada corporativa de estos «elementos esenciales» para obtener ganancias se justificará con argumentos sobre la «innovación», la «elección» y la «eficiencia» del sector privado. Los ingresos fiscales pagarán la producción privada que, en realidad, es ineficiente y autoritaria de productos y servicios mal hechos e inadecuados. La especulación financiera y la actividad rentista se mantendrán constantes.


Sin dudas, este nuevo neoliberalismo enfrentará una resistencia indiscutible debido a la profundización de las divisiones sociales y el aumento de la debilidad productiva del capitalismo. Incluso sin una oposición de izquierda organizada y astuta, sus fracasos evidentes en medio de la proliferación de descubrimientos de fraude y corrupción sacudirán a la política. En el plano internacional, los esfuerzos por exportar estas prácticas y discursos más allá del centro imperialista del capitalismo encontrarán un triunfo limitado dado que gobiernos más responsables buscan vínculos comerciales y de inversión alternativos, como aquellos centrados en China.


De hecho, como la pluripolaridad progresa, la supremacía imperialista y del dólar retrocede, y el capitalismo sigue funcionando incorrectamente, la propaganda de la Nueva Guerra Fría contra China sonará cada vez más vacía. Lo que es aún peor, las divisiones en el bando imperialista —dentro de la OTAN, entre los estados e, incluso, dentro de las clases capitalistas— no tienen más opción que aumentar gracias al creciente atractivo económico de China, incluso para Occidente, sus aliados tradicionales y las empresas. Los intentos estadounidenses para movilizar a sus aliados «democráticos» de Europa, Oriente, el sur de Asia y de las Antípodas, y desarrollar una nueva estrategia «indopacífica cuadrilateral» ya se están estancando.


El «orden internacional basado en las normas», basado en supuestos valores universales propuestos por los Estados Unidos, está cada vez más expuesto por lo que verdaderamente es: una negación imperialista del derecho del Tercer Mundo a desarrollarse impuesta mediante agresión militar, sanciones, embargos y guerras. El apoyo de China a una «comunidad internacional con un futuro compartido para la humanidad», basado en los valores comunes, los principios de la ONU y los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, ofrecen una alternativa mucho más atractiva capaz de abordar los problemas habituales de la humanidad.


El capitalismo está en un impasse nacional e internacional, y las clases y las naciones que luchan por el socialismo deben progresar en solidaridad. En este progreso, algunos gobiernos y movimientos como Irán o Ansarullah de Yemen, por ejemplo, pueden, a primera vista, parecer compañeros de viaje extraños para la clase trabajadora y sus naciones y movimientos socialistas. Sin embargo, ellos están sometidos a la agresión, las guerras, los bloqueos, las sanciones económicas y financieras, las revoluciones de colores y los cambios de regímenes del imperialismo y, por lo tanto, merecen recibir, al menos, solidaridad antimperialista.


Los pueblos y las demandas de los pueblos por el socialismo en la actualidad


Hace tiempo que el capitalismo dejó de ser históricamente progresista. La humanidad se enfrenta a la tarea de quitarle el control de la socialización de la producción del mundo justo en la antesala de una nueva revolución industrial que involucra robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, informática cuántica, biotecnología, la internet de las cosas, impresiones 3D y otros avances similares. El capitalismo no puede desarrollar su potencial completo mientras China sea líder, esté ganando cada vez más control sobre los estándares, la propiedad intelectual y las rentas asociadas del mundo capitalista y desafíe la cibersupremacía del estado de seguridad de los Estados Unidos.


En la actualidad, ya existe una cantidad de pueblos que están construyendo el socialismo, pero la mayoría debe pagar las consecuencias de controlar al capital extorsivo y en decadencia. Ya llegó la hora de que todos los trabajadores y todas las trabajadoras comiencen a construir el socialismo mediante su formación como una «clase en sí», el derrocamiento de la clase capitalista y la toma del poder político.


Sin dudas, llegaremos al comunismo —una sociedad que produce valores de uso, en lugar de valor de (intercambio) y distribuye la producción social tomando «de cada uno según su capacidad» y dándole «a cada uno según su necesidad»— solo después de un largo camino. Debemos atravesar muchas etapas del socialismo —producción, distribución y perspectiva cada vez más socializadas— antes de que nuestras capacidades productivas, nuestras sociedades y nuestras culturas sean capaces de relacionarse con otros individuos, grupos y sociedades en solidaridad al mismo tiempo que viven en armonía con otras especies y con el planeta.


Al hacerlo, la clave es quitarle el control del estado al capital. La función del poder público, el estado, es esencial y distintiva, y el control de este debe estar en las manos de la clase trabajadora. Aunque el capital puede gobernar iniciativas privadas considerables, especialmente durante las primeras etapas socialistas, un estado socialista debe someter, progresivamente, toda la producción a fines sociales por medio de la planificación del interés general. Socializar o no determinados medios de producción será una decisión contextual y, muchas veces, pragmática.


Cada país, con su configuración histórica de desarrollo productivo, organización social y cultura, procederá a recorrer este camino a su propio ritmo y siguiendo su propio patrón. Algunos pueden sumarse al viaje más adelante; algunos pueden tomar desvíos interesantes; y otros, posiblemente una cantidad pequeña, no se sumarán en el futuro cercano.


El principio primordial que indica que «las personas y el planeta son más importantes que las ganancias» involucra las siguientes demandas principales de las personas y los pueblos que luchan por el socialismo:


1. El sufrimiento físico, económico y emocional durante la pandemia convierte a la socialización completa de la atención médica, con acceso universal gratuito en el punto de uso, en la puerta de entrada para el socialismo. Debe incluir sistemas de salud pública comunitarios extendidos a los distritos y pueblos más remotos, que sea capaz de ofrecer la mejor prevención y los mejores tratamientos para las pandemias actuales y futuras. Dichos sistemas de atención médica son posibles en los países pobres, así como en los ricos, y tienen dos ventajas más. Su necesidad de tener profesionales médicos capacitados expandirá la educación pública, la capacitación y la investigación en la prevención y cura, ofreciendo trabajo de alta calidad a muchos. Su necesidad por una autoridad pública activa que esté fuertemente comprometida con el bienestar social es objetivamente necesaria en la transición hacia una sociedad socialista. Si dicho sistema de salud pública es posible, aunque no sea en su totalidad, pero sí en su mayor parte, las personas verán con claridad, demandarán y tendrán la voluntad de trabajar para extender este modelo en otras esferas relacionadas, como la educación, el cuidado de niños y ancianos, o la vivienda.


2. Para trazar el camino del progreso socialista, recordamos lo que Marx sabía muy bien: los dos elementos principales de la producción —la tierra y la mano de obra— no son mercancías, así como tampoco el dinero es el instrumento principal de la organización social. Al tratarlos de esa manera, el capitalismo se enreda en contradicciones; de la apropiación privada de los frutos del trabajo social, la devastación ambiental y la precariedad de los productores agrícolas y de productos básicos, y mala gestión del dinero y crisis financieras.


La desmercantilización de la tierra, la mano de obra y el dinero constituirá un progreso importante hacia el socialismo.


La urgencia de resolver la emergencia ecológica resulta primordial. La tierra y el agua deben ser de propiedad pública para poder delinear un plan viable y procesable, para evitar la calamidad ecológica. Dicho plan debe estar basado en una amplia participación popular y en inversión estatal a gran escala. Además, necesariamente incluirá desinvertir en combustibles fósiles, invertir en energías renovables e implementarlas, y utilizar medios de transporte público sin emisiones de carbono a una escala sin precedentes, restableciendo la biodiversidad, la reforestación y la reorganización del sistema alimentario. Esto también promoverá la provisión racional y equitativa de la vivienda y la distribución de la tierra para diversos fines económicos.


El acceso universal al trabajo y sus recompensas para que todos puedan trabajar, combinado con el apoyo a aquellos que no pueden trabajar y una reducción del horario de trabajo para todos a medida que progresa la productividad, abre puertas a búsquedas autónomas y creativas capaces de alentar la realización personal, la ciencia y la cultura a niveles nunca antes imaginados.


Debemos nacionalizar el dinero y el sistema bancario para transformarlos en instrumentos de producción y distribución socialmente organizada.


En los últimos años, además de la tierra, la mano de obra y el dinero, los países imperialistas buscaron convertir en productos el conocimiento y la tecnología por medio de los derechos de propiedad intelectual. Al igual que la naturaleza, la cultura, el conocimiento y la tecnología son la herencia común de la humanidad, su segunda naturaleza. Debemos revertir esta mercantilización también y hacer que la educación y la investigación públicas, y la circulación del conocimiento sean libres.


3. El progreso socialista ulterior radica en que el principio racional de los monopolios —como la extracción de recursos, el transporte, las plataformas digitales cuya propiedad privada impide la explotación completa de su posible beneficio para la sociedad— y la producción de los elementos esenciales para la vida —alimentos, vivienda, educación o atención médica— deberían estar altamente regulados o ser nacionalizados. En estos ámbitos, la propiedad privada no es de ayuda para la sociedad.


El progreso hacia el socialismo fluirá mejor cuando, gracias a las luchas internacionales y de clase, la provisión pública y la propiedad pública ya hayan avanzado bastante. Sin dudas, debemos eliminar sus limitaciones existentes —los prejuicios de clase, patriarcales y racistas— y democratizarlos, no solo formalmente, sino sustancialmente.


4. Todos los países, en especial los ricos, también deben identificar, por medio del debate y la discusión, la necesidad real y la «necesidad» simulada causada por la necesidad del capitalismo de tener mercados por medio de la creación de una ilusión consumista y la obsolescencia planeada que generan, en lugar de saciedad, insatisfacción permanente y codicia, además de destrucción ambiental. Un corolario crítico es interrumpir toda actividad derrochadora; por ejemplo, la producción de armas (más allá de la defensa básica) o la especulación financiera.


Estos objetivos serán más fáciles de alcanzar para las sociedades en el contexto internacional correcto.


5. Debemos oponernos a la Nueva Guerra Fría patrocinada por los Estados Unidos y construir un gobierno internacional multilateral ambicioso que permita que todos los países se desarrollen; que creen igualdad económica, racial, religiosa y de género; y que aborden los desafíos compartidos mediante la cooperación económica, política, financiera, científica y cultural para el beneficio mutuo en relaciones en las que todos ganan. El verdadero desarrollo en el Tercer Mundo requiere inversión en las capacidades humanas y una nueva revolución científica y tecnológica para satisfacer las necesidades humanas y planetarias; integración cooperativa de las economías para mejorar las cadenas de recursos humanos, industriales y de datos; y una conectividad sostenible e infraestructura ecológica para difundir las ganancias ampliamente.


6. También debemos oponernos al universalismo falso e hipócrita con el cual los países imperialistas articularon su dominación durante siglos. Debemos reemplazarlo con valores y principios comunes para afrontar los desafíos comunes: inseguridad; falta de confianza; falta de respeto; guerras; desarrollo desigual; aumento de todo tipo de desigualdades; daño grave en la tierra, los suelos, el agua, los mares y el aire que preservan la vida humana y cuya degradación amenaza la salud ecológica; la infraestructura de salud deficiente; la gestión ineficaz de los desastres; y una deuda insostenible. La gobernanza internacional necesita reflejar la pluripolaridad objetiva y en desarrollo del mundo. Los ideales originales de la Carta de las Naciones Unidas y los principios de coexistencia pacífica promovidos por el Movimiento de Países No Alineados son bases excelentes para construir alternativas a las instituciones de dominio occidental y estadounidense.


La diversidad de nuestro mundo y sus civilizaciones son un gran recurso, y solo los principios de igualdad, respeto mutuo y confianza mutua pueden sostenerlas. Si bien la paz, el desarrollo, la igualdad, la justicia, la democracia y la libertad son valores comunes de la humanidad, no hay un modelo político universal. Por el contrario, el mundo debe involucrarse en el intercambio constante, participar del aprendizaje mutuo y compartir los beneficios del progreso.


Clases trabajadoras de todos los países, pueblos y naciones oprimidos, ¡unámonos!




2 comentarios :

  1. Un buen repaso. Me quedo con los puntos centrales del manifiesto. Pero solo digo una cosa, hasta que no surja el momento de crisis, hasta que no sea demasiado tarde, la sociedad occidental seguirá apaciguada por su comodidad. Salud!

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    1. Sospecho que la crisis a la que te refieres va a sobrevenir de golpe, el margen para amortiguarla es cada vez más estrecho. Las arcas y los silos se vacían, y hay una enorme fuga en la grieta ucraniana que acabará drenando las economías europeas.

      Salud!

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