NdeLH: Artículo publicado por La Haine el 21/05/2010, que
reproducimos por su actualidad.
El de las pandillas es un fenómeno urbano, pero con
raíces en la exclusión social, en la huida de masas rurales de la pobreza
crónica y de la violencia capitalista
Para situar el problema: En algunos de los países
del istmo centroamericano (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua en menor
grado) desde hace ya unos años, y en forma siempre creciente, el fenómeno de
las pandillas juveniles violentas ha pasado a ser un tema de relevancia
nacional. Se trata de un fenómeno urbano, pero que tiene raíces en la exclusión
social del campo, en la huida desesperada de grandes masas rurales de la
pobreza crónica y de la violencia de las guerras internas que estos últimos
años asolaron la región.
Estas pandillas, surgidas siempre en las barriadas
pobres de las ciudades cada vez más atestadas y caóticas, son habitualmente
conocidas como "maras" –término derivado de las hormigas marabuntas,
que terminan con todo a su paso, metáfora para explicar lo que hacen estas
"mara-buntas" humanas–. Las mismas, según la representación social
que se generó estos últimos años, han pasado a ser el "nuevo demonio"
todopoderoso. Según el manipulado e insistente bombardeo mediático, son ellas
las principales causas de inestabilidad y angustia de estas sociedades, ya de
por sí fragmentadas, sufridas, siempre en crisis; es frecuente escuchar la
machacona prédica que "las maras tienen de rodilla a la ciudadanía".
El problema, por cierto, es muy complejo; categorizaciones
esquemáticas no sirven para abordarlo, por ser incompletas, parciales y
simplificantes. Entender, y eventualmente actuar, en relación a fenómenos como
éste, implica relacionar un sin número de elementos y verlos en su articulación
global. Comprender a cabalidad de qué hablamos cuando nos referimos a las maras
no puede desconocer que se trata de algo que surge en los países más pobres del
continente, con estructuras económico-sociales de un capitalismo periférico que
resiste a modernizarse, y que vienen todos ellos de terribles procesos de
guerra civil cruenta en estas últimas décadas, con pérdidas inconmensurables
tanto en vidas humanas como en infraestructura, los cuales hipotecan su futuro.
Las maras, de esa forma, son una expresión patéticamente
violenta de sociedades ya de por sí producto de largas historias violentas, o
mejor aún: violentadas, hijas de una cultura de la impunidad de siglos de
arrastre, de países que se siguen manejando con criterio de Estado finquero
donde las diferencias económicas son irritantes (Guatemala, por ejemplo, es el
país del mundo con mayor porcentaje de avionetas particulares y vehículos
Mercedes Benz de lujo per capita, mientras que más del 50 % de su población
está por debajo del límite de la pobreza). Sociedades donde transcurrieron
monstruosas guerras civiles en la década de los 80 del pasado siglo –guerras
contrainsurgentes, expresión caliente de la Guerra Fría, y en el caso de
Nicaragua, guerra a partir de la contrarrevolución antisandinista– que dieron lugar
a procesos de post guerra donde no hubo ni culpables de las atrocidades vividas
ni medidas de reparación para atender las secuelas derivadas de tanto dolor.
Sociedades, en definitiva, estructuradas enteramente en torno a la violencia
como eje definitorio de todas las relaciones: patriarcales, racistas,
machistas, excluyentes; sociedades donde todavía funciona el derecho de pernada
y donde la noción de "finca" (el feudo medieval) es parte de la
cultura dominante (cuando alguien es llamado responde "¡mande!" en
vez de "usted dirá").
Las maras empiezan a surgir para la década de los
80 del siglo pasado, aún con todas esas guerras en curso. En un primer momento
fueron grupos de jóvenes de sectores urbanos pobres que se unían ante su
estructural desprotección. Hoy, ya varias décadas después, son mucho más que
grupos juveniles: son "la representación misma del mal, el nuevo demonio
violento que asola el orden social, los responsables del malestar en
Centroamérica"…, al menos según las versiones oficiales.
No cabe ninguna duda que las maras son violentas;
negarlo sería absurdo. Más aún: son llamativamente violentas, a veces con
grados de sadismo que sorprende. No hay que perder de vista que la juventud es
un momento difícil en la vida de todos los seres humanos, nunca falto de
problemas. El paso de la niñez a la adultez, en ninguna cultura y en ningún
momento histórico, es tarea fácil. Pero en sí mismo, ese momento al que
llamamos adolescencia no se liga por fuerza a la violencia. ¿Por qué habría de
ligarse? La violencia es una posibilidad de la especie humana en cualquier
cultura, en cualquier posición social, en cualquier edad. No es, en absoluto,
patrimonio de los jóvenes. De todos modos, algo ha ido sucediendo en los
imaginarios colectivos en estos últimos años, puesto que hoy, al menos en estos
países de los que estamos hablando, ser joven –según el discurso oficial
dominante– es muy fácilmente sinónimo de ser violento. Y ser joven de barriadas
pobres es ya un estigma que condena: según el difundido prejuicio que circula,
provenir de allí es ya equivalente de violencia. La pobreza, en vez de
abordarse como problema que toca a todos, se criminaliza.
A esta visión apocalíptica de la pobreza como
potencialmente sospechosa se une una violencia real por parte de las maras que
a veces sorprende, por lo que la combinación de ambos elementos da un resultado
fatal. De esa forma la mara pasó a estar profundamente satanizada: la mara pasó
a ser la causa del malestar de estas eternamente (al menos para las grandes
mayorías) problemáticas sociedades. La mara –¡y no la pobreza ni la impunidad
crónicas!– aparece como el "gran problema nacional" a resolver. No
caben dudas que se juegan ahí agendas fríamente calculadas, distractores
sociales, cortinas de humo: ¿pueden ser las pandillas juveniles violentas –que,
a no dudarlo, son violentas, eso está fuera de discusión– el gran problema de
estos países, en vez de enormes poblaciones por debajo de la línea de pobreza?
¿Pueden ser estos grupos juveniles violentos la causa de la impunidad reinante
("los derechos humanos defienden a los delincuentes", suele
escucharse), o son ellos, en todo caso, su consecuencia? Si fue posible
desarticular movimientos revolucionarios armados apelando a guerras
contrainsurgentes que no temieron arrasar poblados enteros, torturar, violar y
masacrar para obtener una victoria en el plano militar, ¿es posible que
realmente no se puedan desarticular estas maras desde el punto de vista
estrictamente policíaco-militar? ¿O acaso conviene que haya maras? Pero, ¿a
quién podría convenirle?
Los jóvenes: entre promesa y peligro
Algunos años atrás la juventud –"divino
tesoro" por cierto…, al menos, así se decía– era la semilla de esperanza.
Algo sucedió con aquella promesa de la juventud como "futuro de la
patria" para que haya pasado a ser ahora un "problema social".
¿Cómo se dio ese movimiento? ¿Qué pasó con aquella visión, expresada en 1972
por Salvador Allende diciendo que "ser joven y no ser revolucionario es
una contradicción hasta biológica", que se transformó en una juventud
despolitizada, desinformada, light? Y peor aún: si huele a pobre, proveniente
de barrios pobres, ni hablemos si está tatuada: ¡peligrosa! En los países
centroamericanos, de composición indígena en muy buena medida –cruel paradoja
de la historia– la exclusión social está ligada en relación inversamente
proporcional a la blancura de la piel. Si se viene de barrios pobres –donde en
general asienta la población menos "blanca"– la posibilidad de ser un
"potencial delincuente" se dispara: "blanco manejando un
Mercedes Benz: empresario exitoso; negro o indio manejando un Mercedes Benz:
vehículo robado".
Las pandillas son algo muy típico de la
adolescencia: son los grupos de semejantes que le brindan identidad y
autoafirmación a los seres humanos en un momento en que se están definiendo sus
papeles sociales, sus imágenes de sí mismo como adultos. Siempre han existido;
son, en definitiva, un mecanismo necesario en la construcción psicológica de la
adultez. Quizá el término hoy por hoy goza de mala fama; casi invariablemente
se lo asocia a banda delictiva. Pero de grupo juvenil a pandilla delincuencial
hay una gran diferencia.
En la génesis de cualquier pandilla se encuentra
una sumatoria de elementos: necesidad de pertenencia a un grupo de sostén, la
dificultad en su acceso a los códigos del mundo adulto; en el caso de los
grupos pobres de esas populosas barriadas de cualquier capital centroamericana
se suma la falta de proyecto vital a largo plazo. Por supuesto, por razones
bastante obvias, esta falta de proyecto de largo aliento es más fácil
encontrarlo en los sectores pobres que en los acomodados: jóvenes que no hallan
su inserción en el mundo adulto, que no ven perspectivas, que se sienten sin
posibilidades para el día de mañana, que a duras penas sobreviven el hoy,
jóvenes que desde temprana edad viven un proceso de maduración forzada,
trabajando en lo que puedan en la mayoría de los casos, sin mayores estímulos
ni expectativas de mejoramiento a futuro, pueden entrar muy fácilmente en la
lógica de la violencia pandilleril. Una vez establecidos en ella, por una
sumatoria de motivos, se va tornando cada vez más difícil salir. La sub-cultura
atrae (cualquiera que sea, y con más razón aún durante la adolescencia, cuando
se está en la búsqueda de definir identidades).
Constituidas las pandillas juveniles –que son
justamente eso: poderosas sub-culturas– es difícil trabajar en su modificación;
la "mano dura" policial-militar no sirve. Por eso, con una visión
amplia de la problemática juvenil, o humana en su conjunto, es inconducente
plantearse acciones represivas contra esos grupos como si eso sirviera para
modificar algo. De lo que se trata, por el contrario, es ver cómo integrar cada
vez más a los jóvenes en un mundo que no le facilita las cosas. Es decir: crear
un mundo para todos y todas. O más aún: si se quiere trabajar de verdad el
problema, habría que partir por plantearse dónde están las causas, y sobre
ellas actuar. Y no son otras que la exclusión crónica, la pobreza, las
asimetrías sociales. Pero lo que vemos es que estos grupos, en vez de ser
abordados en la lógica de poblaciones en situación de riesgo, son
criminalizados.
Tan grande es esa criminalización, que eso lleva a
pensar que allí se juega algo más que un discurso adultocéntrico represivo y
moralista sobre jóvenes en conflicto con la ley penal. ¿Por qué las maras son
el nuevo demonio? Porque, definitivamente, no lo son. ¿Hay algo más tras esa
continua prédica?
¿Una estrategia de control social?
Cuando un fenómeno determinado pasa a tener un
valor cultural (mediático en este caso) desproporcionado con lo que representa
en la realidad, por tan "llamativo", justamente, puede estar
indicando algo. ¿Es creíble acaso que grupos de jóvenes con relativamente
escaso armamento y sin un proyecto político alternativo se constituyan en un
problema de seguridad nacional en varios países al mismo tiempo?
Hoy día el discurso oficial que barre las distintas
naciones centroamericanas –y Washington también participa en esta
"preocupación", para lo que impulsa una iniciativa regional a nivel
militar conocida como Plan Mérida (la réplica mesoamericana del Plan Colombia)–
presenta a estas maras como un flagelo de proporciones apocalípticas.
Definitivamente el accionar de estos grupos es muy violento (llamativamente
violento, nos atreveríamos a decir). En modo alguno, desde ningún punto de
vista, se puede minimizar su potencial criminal: matan, asaltan, violan,
extorsionan. Todo eso es un hecho. Ahora bien: la dinámica donde todo eso se da
abre sugestivas preguntas.
Definitivamente, para poder contestarlas a
profundidad, deberían realizarse investigaciones muy minuciosas que, dada la
naturaleza de lo que está en juego, se torna muy difícil, cuando no imposible.
Pero pueden intuirse ciertas perspectivas que, al menos, dan idea de por dónde
se direcciona la cuestión.
Por lo pronto, y aunque no se disponga de datos
concretos terminantes, todo esto deja preguntas que permiten concluir algunas
cosas:
- Las maras no son una
alternativa/afrenta/contrapropuesta a los poderes constituidos, al Estado, a
las fuerzas conservadoras de las sociedades. No son subversivas, no subvierten
nada, no proponen ningún cambio de nada. Quizá no son funcionales en forma
directa a las grandes empresas, pero sí son funcionales para ciertos poderes
(poderes ocultos, paralelos, grupos de poder que se mueven en las sombras) que
–todo así lo indicaría– las utilizan. En definitiva, son funcionales para el
mantenimiento sistémico como un todo, por lo que esas grandes empresas, si bien
no se benefician en modo directo, terminan aprovechando la misión final que
cumplen las maras, que no es otro que el mantenimiento del statu quo.
- No son delincuencia común. Es decir: aunque
delinquen igual que cualquier delincuente violando las normativas legales
existentes, todo indica que responderían a patrones calculadamente trazados que
van más allá de las maras mismas. No sólo delinquen, sino que, esto es lo
fundamental, constituyen un mensaje para las poblaciones. Esto llevaría a
pensar que hay planes maestros, y hay quienes los trazan.
- Si bien son un flagelo –porque, sin dudas, lo
son–, no afectan la funcionalidad general del sistema económico-social. En todo
caso, son un flagelo para los sectores más pobres de la sociedad, donde se
mueven como su espacio natural: barriadas pobres de las grandes urbes. Es
decir: golpean en los sectores que potencialmente más podrían alguna vez
levantar protestas contra la estructura general de la sociedad. Sin presentarse
así, por supuesto, cumplen un papel político. El mensaje, por tanto, sería una
advertencia, un llamado a estarse quieto.
- No sólo desarrollan actividades delictivas sino
que, básicamente, se constituyen como mecanismos de terror que sirven para
mantener desorganizadas, silenciadas y en perpetuo estado de zozobra a las grandes
mayorías populares urbanas. En ese sentido, funcionan como un virtual
"ejército de ocupación".
- Disponen de organización y logística (armamento)
que resulta un tanto llamativa para jovencitos de corta edad; las estructuras
jerárquicas con que se mueven tienen una estudiada lógica de corte militar,
todo lo cual lleva a pensar que habría grupos interesados en ese grado de
operatividad. ¿Pueden jovencitos semi-analfabetos, sin ideología de
transformación de nada, movidos por un superficial e inmediatista hedonismo
simplista, disponer de todo ese saber gerencial y ese poder de movilización?
Por supuesto que no podemos responder aquí con
exactitud todas estas dudas, por la carencia de datos precisos al respecto.
Pero el sólo hecho de plantearlas y ver cómo los poderes mediáticos bombardean
en forma sistemática con mensajes que potencian esa sensación de indefensión de
las grandes mayorías, permite inferir que estas maras pueden jugar un papel
político que va muchísimo más allá que lo que sabe cada uno de estos jóvenes
que actúa en ellas. Podría decirse que hay en estas apreciaciones una óptica
confabulacionista. Espero que el discurso paranoico no me doblegue, pues está
claro que todos estos patrones arriba mencionados, más que responder a
abstrusos fundamentalismos que ven conspiraciones de la CIA en cada esquina,
abren interrogantes que "llamativamente" ningún medio de comunicación
contribuye a aclarar sino, por el contrario, oscurece más aún día a día.
Se entremezclan en todo este proceso varias
lógicas: por un lado, efectivamente hay una búsqueda psicológica de estos
jóvenes en relación a "familias sustitutas", deseos de protagonismo,
sensación de poder; elementos que, sin dudas, la mara les confiere (en mayor o
menor medida, cualquier joven participa de esas búsquedas en cualquier parte
que esté).
Pero además, articulándose con ese nivel subjetivo,
todo indicaría que hay determinantes político-ideológicos en los planes de
acción de estos grupos que llevan a pensar que, "curiosamente", allí
donde puede generarse la protesta social, aparecen las maras. Si las grandes
masas urbanas empobrecidas no se benefician con esto, sino que, al contrario,
viven en la permanente zozobra, maniatados, guardando un forzado silencio,
¿quién sacará provecho de esto? Si podemos entenderlas entonces como mecanismos
de control social: ¿quién controla? Seguramente los mismos poderes que vienen
controlando todo desde hace un buen tiempo; y sabemos que los poderes no son
nunca ni "buenitos", ni transparentes. "El fin justifica los
medios", se dijo hace mucho…, y no se equivocaba quien lo dijo, que fue
alguien que sabía mucho de estas opacidades del poder: Maquiavelo.
Insistimos: todas estas son hipótesis. Pero la
experiencia nos enseña que estos rimbombantes hechos mediáticos –como la caída
de las Torres Gemelas en Nueva York con los avionazos del 11 de septiembre del
2001, el "fundamentalismo islámico" que es el nuevo demonio para otra
parte del mundo (el Medio Oriente), el narcotráfico (que nos toca a los
latinoamericanos en buena medida), o en su momento, durante la Guerra Fría, el
"comunismo internacional" que abría supuestas cabezas de playa por
todos lados–, funcionan como fantasmas que sirven para atemorizar, y por tanto:
controlar. En cada país con petróleo o agua dulce aparece sugestivamente una
célula de Al Qaeda que, por supuesto, justifica todo. ¿Se estará repitiendo la
misma historia con esto de las maras? ¿Por qué el gran "problema
nacional" de los sufridos países de Centroamérica son las maras y no la
pobreza y exclusión que las producen?
Un artículo lúcido. Sin embargo, las dudas e hipótesis que lanza, para mí, no son dudas ni hipótesis, sino auténticas certezas. La creación del enemigo y del estado de terror para justificar y continuar el status quo. Hay además la otra forma de violencia brutal en estos países que el artículo denuncia indirectamente: las grandes propiedades de las élites nacionales y la ostentación del lujo en medio de una población depauperada. Y este es el modelo del sistema económico-social que se ofrece a la juventud, el del "sálvese quien pueda" y "antes mis dientes que mis parientes" Salud!
ResponderEliminar"No hay significancia independiente de las significaciones dominantes" (Gills Deleuze), o lo que es lo mismo, la clase dominante impone sus modelos y valores. Y este, que tan acertadamente señalas, es el principal problema: el de sustituir dichos modelos y valores.
EliminarSalud!
...todo indicaría que hay determinantes político-ideológicos en los planes de acción de estos grupos que llevan a pensar que, "curiosamente", allí donde puede generarse la protesta social, aparecen las maras. No es por casualidad, interesa al poder esta desestabilización, la pancarta de la foto lo resume: La desigualdad también es violencia.
ResponderEliminarsalut
Las maras son las mafias de los guetos. No muy distintas a las mafias de las fabelas o de cualquier barrio degradado de españa. Por supuesto salvando diferencias con el acceso a las armas.
ResponderEliminarLa diferencia con el crimen de high standing es que en cuanto a la droga se comportan mas como consumidires que como vendedores.
Son el verdadero lumpemproletarien de Marx. Desclasados, al servicio de los poderes, sobre todo policiales, y vendiendo droga a sus propios hijos. Por los motivos que sea son la escoria de la clase obrera y el paraestado. Con 15 años se creen los reyes de la calle, con 30 ya no les llevan flores. Si to/ os fijais los unicos sitios donde no se vende droga es donde no hay policia. Salud!
Interesante observación:"Si os fijáis, los únicos sitios donde no se vende droga es donde no hay policía". Nunca se me había ocurrido pensarlo, pero es cierto, tienes razón.
EliminarSalud!
El comentario de antes era mio! Salud! Pablo Heraklio
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