La Haine - 2/12/2017
Rajoy repite sin cesar que quiere
devolver la “normalidad” a Catalunya. Albiol quiere que en TV3 haya gente
“normal”, y que en el 21-D participen candidatos “normales”
¿Es casual este nuevo mantra del PP?
¿Es normal que no paren de hablar de normalidad?
Lo lógico sería que los políticos
supuestamente constitucionalistas y paladines del Estado de derecho apelaran a
la legalidad; pero resultaría un tanto paradójico que los miembros del partido
más corrupto de Europa, sobre los que no cesan de llover las imputaciones pese
a la pertinaz sequía, abusaran de ese término peligrosamente autorreferente, y
esa es una de las razones de que a veces lo sustituyan por otro más vago y
menos comprometido.
La otra razón es que son normópatas.
No hay más que verlos, repeinados y maqueados como comparsas de telenovela (que
de hecho es lo que son). No hay más que oírlos. No hay más que leer sus
biografías y sus antecedentes. ¿Y qué es un normópata? El prestigioso psicólogo
mexicano Enrique Guinsberg lo define como “aquel que acepta pasivamente por
principio todo lo que su cultura le señala como bueno, justo y correcto, no
animándose a cuestionar nada y muchas veces ni siquiera a pensar algo
diferente, pero, eso sí, a juzgar críticamente a quienes lo hacen e incluso a
condenarlos o a aceptar que los condenen”.
Para el normópata, lo normal es que
una familia la formen un hombre y una mujer, por lo que el matrimonio
homosexual (y la homosexualidad misma) es una aberración. Para el normópata,
siempre ha habido ricos y pobres, siempre ha habido reyes y súbditos, siempre
ha habido obispos pederastas impunes, siempre ha habido brutalidad policial
impune, siempre ha habido políticos corruptos impunes, y por tanto es normal
que los ricos, los reyes, los obispos, los policías y los políticos sigan
abusando impunemente de los demás. Y, consiguientemente, también es normal que
quienes se oponen a estos abusos normalizados vayan a la cárcel.
La normopatía está muy cerca de
aquella “banalidad del mal” de la que hablaba Hannah Arendt al analizar el caso
de Adolf Eichmann, que no parecía un individuo especialmente retorcido o
enfermo. Cometió sus horribles crímenes por el mero deseo de ascender en su
carrera profesional (como la mayoría de los políticos), y, según repetía sin
cesar en su defensa, se limitó a cumplir las órdenes de sus superiores. “Fue
como si en sus últimos minutos resumiera la lección que su larga carrera de
maldad nos ha enseñado –escribió Arendt–, la lección de la terrible banalidad
del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.
Pero, aunque el pensamiento normópata
de Rajoy, Albiol, Rivera y compañía sea impotente ante el mal y su terrible
banalidad, nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones no lo
son. No podemos aceptar su “normalidad” y no la aceptamos. No aceptamos su
corrupción sistemática, ni su manipulación de la justicia, ni su brutalidad
policial, ni su encarcelamiento de inocentes, ni su Constitución mordaza, ni su
monarquía franquista, ni su españolismo casposo. Lo demostramos el 1 de octubre
y seguiremos demostrándolo, hasta la victoria y más allá, hasta que sea normal
ser diferente, hasta que sea normal librarse de los normópatas.
plas plas plas, aplausos!
ResponderEliminarCuidado con la banalidad.
ResponderEliminarEstamos banalizando el mal y no nos damos cuenta.(Arendt)
Todo se acepta como "normal" .
Esto se está poniendo de verdad muy feo. Mucho.
Hay que mimetizarse con un pepero para pensar como un pepero. El medio habitual del pepero macho real es el bar. Rajoy llama a la normalidad indicando que los contrarios son los anormales; y no mires mas alla del chascarrillo, no hay.
ResponderEliminarEn lo politico UE-EU, en lo economico FMI y Goldman-Sachs, en lo social clases y castas; y fungol, mucho fungol. Pin pan toma lacasitos!
Salud! Pablo Heraklio