LA Progressive - 24/03/2021
Traducción del inglés: Arrezafe
Con el fin de fabricar consenso y recabar apoyo para sus constantes agresiones, Estados Unidos culpa a sus competidores de crímenes inexistentes, obviando los suyos.
El primer compromiso de un revolucionario es con la verdad, pero para el común de los mortales, descifrar la verdad se ha convertido en una tarea difícil en Estados Unidos, sobre todo porque el descomunal aparato de desinformación está directamente vinculado a los imperativos del propio estado imperialista. Cualquier separación entre el complejo industrial militar y los medios corporativos estadounidenses es cosa del pasado.
El imperialismo estadounidense ha dedicado gran parte de la última década a originar gradualmente una nueva guerra fría con China, y los medios de comunicación han fabricado el consenso para todas y cada una de sus agresivas políticas. Una reciente encuesta de Gallup reveló que el 80 por ciento de los estadounidenses tienen una opinión negativa de China, una opinión negativa solo superada cuando se trata de Irán y de la RPDC, dos de las naciones más denigradas por la maquinaria de propaganda estadounidense.
Los estadounidenses son continuamente bombardeados con titulares contra China por todo el espectro político mediático. Las mentiras referentes al intervencionismo humanitario representan la forma más peligrosa de desinformación que actualmente alimenta la nueva guerra fría iniciada por Estados Unidos. La más destacada, la fábula de que se está cometiendo un "genocidio" contra los musulmanes en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang en China.
Este mes, CNN publicó un informe del Newslines Institute que afirma verificar, por primera vez de forma “independiente”, el "genocidio" en Xinjiang. El informe no ofrece pruebas, más allá de las reiteradas afirmaciones vertidas durante varios años por dudosas fuentes, como Radio Free Asia y Adrian Zenz, un fundamentalista cristiano de extrema derecha que se cree predestinado por Dios para derrocar al Partido Comunista de China.
El Newsline Institute es en sí mismo una fuente de información dudosa. El jefe del grupo de expertos con sede en Washington, Ahmed Alwani, es un exasesor del Comando Africano de Estados Unidos. Cabe señalar que dicho Comando lideró la destrucción de Libia por parte de EEUU y la OTAN en 2011, una intervención respaldada por la Hermandad Musulmana vinculada a Alwani. El editor gerente de Newsline Institute, Robin Blackburn, fue anteriormente editor de Stratfor, una empresa de inteligencia privada conocida como la "CIA en la sombra".
Ya sea por las decenas de millones de dólares que la Fundación Nacional para la Democracia (NED) ha invertido en el Congreso Mundial Uigur o por las sumas que fluyen de los contratistas militares a las arcas del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI), está claro que las fuentes que venden narrativas humanitarias intervencionistas en los medios corporativos estadounidenses están lejos de ser dignas de confianza. Esto no ha impedido que la administración de Joe Biden respalde la narrativa del “genocidio” con el propósito de cambiar la imagen de la Nueva Guerra Fría.
Si bien algunos creían que Biden reduciría las tensiones con China, la temperatura de esta nueva guerra fría ha aumentado en las últimas semanas tras las maniobras militares de la nueva administración. A principios de este mes, el Comando Indo-Pacífico de EEUU solicitó 27.400 millones de dólares para una “red de misiles anti-China” que se displegaría a lo largo de islas clave en la frontera China, como Okinawa, Taiwán y Filipinas. Biden se unió a la alianza "Quad" anti-China de Japón, India y Australia el 12 de marzo, en la primera cumbre internacional de su mandato como presidente de Estados Unidos. Dicha alianza se fortaleció bajo la administración Trump tras más de una década de inactividad. La elección de Biden del "Quad" como su primera cumbre envía un mensaje claro de que la nueva guerra fría, dirigida por Estados Unidos contra China, continuará bajo el pretexto de fortalecer alianzas y abordar “preocupaciones humanitarias".
Para el observador pasivo, el intervencionismo humanitario del imperio estadounidense es contemplado como algo “normal”. Sin embargo, la verdad es que enmascara los crímenes de guerra reales cometidos por Estados Unidos y sus lacayos imperiales. Las repetidas afirmaciones de "genocidio" en China o de "armas químicas" en Siria adquieren un nivel de importancia mayor que el genocidio verificable cometido contra los palestinos por el principal aliado de Estados Unidos en Israel, o las decenas de miles de venezolanos que han muerto a causa del impacto de las sanciones impuestas por EEUU, en cuya prensa, dicho sea de paso, no se dedica ni un minuto a los millones de muertes ocasionadas por la invasión de la República Democrática del Congo (invasión que duró un cuarto de siglo) por los regímenes patrocinados por EEUU en Ruanda y Uganda, o las decenas de millones de muertos o desplazados como consecuencia de las invasiones de Libia y Siria lideradas por Estados Unidos a partir de 2011.
Sin embargo, sería demasiado simple caracterizar el intervencionismo humanitario como una mera tapadera de crímenes de guerra al servicio de la hegemonía estadounidense. La mezcla de humanitarismo y guerra rezuma excepcionalismo estadounidense. Se presupone que el imperio estadounidense es el culmen de la civilización, el faro que ilumina, incluso mediante los métodos más violentos. Pero el sentido común se impone, no hay nada humanitario en el historial, pasado o presente, del imperio. La hegemonía estadounidense simplemente existe.
La ilusión de fuerza descansa sobre la base de decadencia sistémica. El intervencionismo humanitario no solo renombra los crímenes de guerra como operaciones de derechos humanos, sino que también borra las verdaderas motivaciones detrás de ellos. Estados Unidos se ha acostumbrado a emprender guerras humanitarias en momentos en que sus intereses se ven amenazados. En 2014, Obama intensificó las sanciones contra Venezuela y el apoyo de Estados Unidos a figuras violentas de la oposición de derecha, una vez quedó claro que la muerte de Hugo Chávez no marcaría el fin de la Revolución Bolivariana. Desde que comenzó la guerra, hace más de una década, el gobierno sirio ha sido acusado en reiteradas ocasiones de utilizar armas químicas contra civiles, a pesar de estar en la posición más favorable para derrotar a los mercenarios estadounidenses y extranjeros.
En cuanto a China, ha contenido la pandemia COVID-19 y es, de las grandes economías, la única que registra un crecimiento positivo en medio de una depresión mundial. Además, la inestabilidad que una vez sacudió a la Región Autónoma Uygur de Xinjiang ha dejado de existir gracias a los esfuerzos del gobierno para frenar el terrorismo y aliviar la pobreza. La estabilidad y el crecimiento han permitido a China avanzar en sus planes para desarrollar una red comercial global financiada con fondos públicos, la Iniciativa Belt and Road.
Los llamamientos al intervencionismo humanitario se han redoblado a medida que el declive de Estados Unidos se acentúa paralelamente al ascenso de China en el escenario mundial. Si la nueva guerra fría no se convierte en una guerra caliente no será precisamente por la moderación de Estados Unidos en el ámbito de la política. La historia ha demostrado sobradamente que el imperio estadounidense se erigió para destruir, y la disyuntiva entre la guerra o la paz estará determinada por la oposición popular que pueda desarrollarse contra las falsas narrativas humanitarias que impulsan el obsceno intervencionismo estadounidense en pleno siglo XXI.
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