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Paul Rumsey |
1
La ideología se cristaliza como un mapa en la memoria. Se
legitima propagando la falsa idea de que el mundo en que se vive es el mejor de
los mundos posibles, o el sistema que mejor funciona, sin importar sus
falencias. Por eso, no es extraño escuchar decir que el socialismo es mejor que
el capitalismo, el libre mercado mejor que el estado proletario, la democracia
mejor que el fascismo, la dictadura militar mejor que el comunismo, la
república mejor que la monarquía, el feudo mejor que la esclavitud, la ciudad
mejor que el campo, etcétera. Cualesquiera sean los argumentos que se esgriman,
todos caen en última instancia en el disparate, porque tienden a justificar la
represión en aras de un supuesto orden necesario. De este modo, la ideología
demoniza a sus opositores como partisanos del -también supuesto y construido-
caos, alabando la mesura y fomentando la resignación. Así, la ideología
paralogiza y engatusa a los incautos para que acepten todo el mal como algo
inevitable, ya sea con un dejo de fatalidad u orgullo, pero siempre con
renuncia y sacrificio. Por lo mismo, no es raro oír decir que los cambios son
imposibles, o que ya no hay ideales por qué luchar ni esperanzas qué abrazar. La ideología planifica la desesperación colectiva:
Aliena. Derrota. Es tanto o más recalcitrante que un dogma, porque su finalidad
no es otra que perpetuarse. Para ello despliega todo el abanico de instrumentos
que tiene a su alcance: el genocidio, el ecocidio, las elecciones, o
simplemente el miedo, que fija la imaginación, o la borra.
La ideología opera como una narrativa que domestica a
través de su lógica sistémica estandarizadora. Se expande como un virus -o
plaga transparente y mimetizante- que se expresa en las modas o en las
identidades con etiqueta. Así nadie la ve, nadie la siente, nadie la toca: pero
todos hablan por su boca. Asfixia la mente, que se conecta a un servidor -o a
una máquina-madre- y enchufa los ojos. Luego se reproduce mecánicamente y
acumula el deseo insatisfecho que rueda en una espiral oscilante, como si
fuesen los pliegues de un acordeón o el corazón artificial que bombea agónico,
hasta que el imperio se rearme, el gobierno se reagrupe, la casta reviva, o el
sistema fallezca por propia decadencia.
La ideología se cristaliza como un mapa. Da una falsa
noción del mundo, como si fuese una creación mental, o un escenario construido
sobre la base del engranaje productivo: la burbuja ideológica y material que
funda los llamados sistemas políticos y económicos que organizan las formas de
dominación ecosocial. La ideología se justifica propagando la falsa idea de que
éste es un mundo feliz -y viable- y que a pesar de sus falencias es mejor
cerrar los ojos para acostumbrarse a sobrevivir y evitar cualquier sueño
disruptivo. Cuando un sujeto sueña, se acaban las pesadillas y la fantasía
florece. Esto puede ser altamente subversivo, porque además de echar a volar la
imaginación, borra las narrativas y da vuelta a los mapas, que quedan
arrumbados en el fétido vertedero de los despojos.
2
La domesticación es un proceso que sufren algunos
animales en este planeta. Reduce lo silvestre y acostumbra a la ausencia del
jardín natural de seres vivos en este planeta. Elimina cualquier rasgo salvaje
que se niegue con naturalidad díscola a la estandarización de este planeta.
Borra lo agreste y lo espontáneo que hicieron posible este planeta. Homogeneiza
a todas las criaturas en grupos y uniforma la vida en unidades que
categorizan todo lo que vive y respira en este planeta. Clasifica a los seres
humanos fuera del reino animal, creando las categorías de reinos y ordenando a
las plantas e insectos como objetos de vida muerta en este planeta. La
domesticación es un proceso que se sufre como extraña enfermedad que arrasa la
vida a lo largo y ancho del planeta, amenazando destruir la existencia de todos
lo que habitamos su relieve mágico.
|
Do Hu Su |
3
El cariño da fuerza. Sin él es muy difícil lidiar con
experiencias demasiado intensas que duele soportar. La ternura es un modo de
vida, opuesta a la automatización del reloj y del trabajo forzado. La
robotización es un modo de muerte, opuesta a la liberación del tiempo y del
ocio, que le permiten al cariño crecer como un tallo saludable en el huerto de
todos y así extender su aroma entre los seres vivos que habitamos el jardín
planetario. La globalización, por el contrario, impone un molde automatizador a
nuestro jardín. Se manifiesta en un proceso triple, que
comprende la expansión imperial del capital, la estandarización mundial a
través del control económico de las empresas transnacionales y la domesticación
del suelo por medio del monocultivo, destruyendo la variedad natural y
pavimentando la tierra. Su avaricia atenta contra todo ciclo natural. El suelo
es la piel y la carne que cubre a nuestro planeta. El aire limpio es el paisaje
que nos brinda oxígeno y nos protege de morir quemados por la penetración de
los rayos ultravioletas. Los cóndores y las ovejas magallánicas se han
enceguecido a causa del debilitamiento de la capa de ozono. El agua nos da la
vida. Tierra, aire y agua son partes del un ciclo natural que la contaminación
interrumpe. Luego el fuego nos da la energía que necesitamos y el sol nos nutre
de compasión y ternura.
Ciertamente todos necesitamos ternura. El gato que se
restriega entre las piernas de los invitados, o que ronronea en las faldas de
quien se sienta. El perro que salta entusiasmado y mira, esperando su
reconocimiento. La ternura nos reconecta a todos y nos hace bien. ¿Quién no ha
sentido gusto al pasar la mano por el rostro de un ser amado o ha gozado sus
caricias sobre el cuerpo?
|
David Plumkert |
Las réplicas robóticas cibernéticas sólo trabajan.
Perciben falsamente el tiempo, que habitan como una línea continua donde el
pasado, el presente y el futuro se entrecruzan y existen simultáneamente, pero
de un modo irreal. La noción de tiempo es una imposición autoritaria del orden
social y se justifica con la falsa idea del progreso, que no es sino un modelo
de legitimación del orden dominante: la industrialización, el encarcelamiento y
la delimitación territorial. Materialmente vivimos en el presente, que no es
sino la existencia misma.
“Hic et nunc”, dice el refrán latino, aquí y ahora. Por
eso, la memoria -siempre activa y arbitraria, cambiante y selectiva- nos
entrega una percepción de nuestra propia experiencia. La experiencia amplifica
la peculiaridad, que es distinta a la historia, es decir, a la estandarización
de lo oficial. El único factor común a todas las peculiaridades que hay en la
Tierra es la ternura. El afecto es una necesidad primaria del ser humano. Sabio
es entender entonces que sin cariño ni amor, no hay revolución que sea posible.
4
La eficiencia es inflexible. Un cobrador automático
procesa solamente la cantidad exacta para imprimir un boleto de microbús, de
otro modo no funciona e invalida la operación. El cajero automático se alarma
ante un guarismo no programado y rechaza la tarjeta de plástico. Ésa es la
lógica de la eficiencia, o la razón de la inflexibilidad. Por lo mismo, ante
esa lógica, ser indeciso es un signo de ineficacia, que marca y quema con la
mácula de lo flexible.
La savia que fluye en la naturaleza se desparrama sin un
patrón estable de identidad. Su fluir corre espontáneamente, a borbollones. No
se reproduce de modo idéntico y rechaza los moldes de la mecanización. El
fluido es el movimiento constante. Mientras el río corra, las gotas que lo
constituyen no tienen réplica posible. Por lo mismo congelar una gota,
apartarla, aislarla es un acto contra natura. Clonar la naturaleza a fin de
verter su réplica en un tubo de probeta es un acto reificador. La naturaleza es
peculiarísima y frágil como cada copo de nieve. Su espíritu es flexible. La
lógica de la estandarización, en cambio, se articula a través de los mecanismos
de la eficiencia. Un experimento no puede flexibilizarse, ya que requiere de un
patrón estable que sea puesto a prueba bajo condiciones y coordenadas
inflexibles. La vida que fluye de modo orgánico, como la savia de las plantas,
no es un experimento de laboratorio bajo control científico. Por el contrario,
florece con la flexibilidad de un capullo. La savia riega el mundo por medio de
cada una de sus peculiaridades. La eficiencia niega la naturaleza, puesto que
trata de imponer un panel de control sobre el jardín que brota espontánea y
orgánicamente. La eficiencia se expande y coloniza, ignorando toda
peculiaridad. Por ello, su función es construir categorías que operen con la
lógica de la estandarización taxonómica. Así diferencia y crea conjuntos, a la
vez que niega las diferencias de esos mismos conjuntos, que tampoco logran
resistir la luz y la organicidad de sus propias peculiaridades.
La realidad es un jardín de peculiaridades labrado en una
constelación de otras peculiaridades, que a su vez se deshacen en el universo
propio de sí mismas, al ritmo de la savia que fluye y florece. El fluido no se
organiza ni se representa. Es sólo un flujo. Todo lo que lo habita es su
organicidad, que crece en el movimiento constante de cada constelación, única e
irrepetible. La organicidad de los cambios -que a veces se expresa a borbotones
como agua hirviendo- surge cuando los seres humanos concentran su energía -que
se vuelve conciencia autorreflexiva- y corrigen el curso de los hechos
cotidianos. Pero la organicidad también es natural e independiente a la
conciencia. El calentamiento global causado por la tecnología humana, hará que
el planeta se enfríe a fin de contrarrestar el calor espantoso y artificial de
los gases fósiles. Esto causará inundaciones, maremotos y hasta la desaparición
de poblados costeros. No entender esto es alienarse del curso de la vida que
fluye entremedio de nosotros mismos. Es caer en la cosificación, es decir, en
esa lógica que pone a los sujetos como objetos muertos en un panel de control.
Ése es el tablero que enciende y apaga los sistemas maquínicos, negando con su
tic-tac pausado el permanente derivar de la vida.
5
Hay pocas cosas ciertas, o por lo menos, casi
irrefutables. Una de ellas es que siempre la vida florece alrededor de los
árboles. Otra, que los árboles no viven sin agua. Al contrario, se secan. La
tala forestal y las represas no sólo implican el dominio humano y corporativo
sobre la naturaleza, sino que también la destrucción de toda fuente de donde
emana la vida. La defensa del planeta, por todos los medios posibles, no es
sólo una cuestión de autodefensa, sino que también de sobrevivencia.
|
Pawel Kuczynski |
La autopreservación de la especie humana
ha llevado al dominio de la naturaleza. Pero este mismo dominio atenta contra
cualquier autopreservación. Esto es un círculo vicioso que tarde o temprano
deberá ser roto. De otro modo, el único derrotero será la destrucción total. Su
ruptura es mental y material. Tiene que ver con los modos de percibir la
realidad y también de interactuar en ella.
El dominio del medio ambiente y de las criaturas que lo
habitamos no lleva a la preservación, sino que a la colonización. Su efecto es
concreto: la conquista del planeta, de los animales, de las plantas, de los
insectos y, por cierto, de los seres humanos. Las personas reales que aún no
han sido alienadas de sí mismas -por fortuna o resistencia- todavía sienten una
fuerte relación con la tierra y mantienen una estrecha conexión con sus
ancestros. Los pueblos originarios tienen un sentido de sensatez que no se
observa en las culturas civilizadas. La población primitiva todavía conserva su
sabiduría atávica. A sus ojos, comprender que los seres humanos no somos sino
naturaleza, es un acto de simple lucidez.
Esta revelación radical desconstruye cualquier taxonomía
-y clasificación epistemológica- tendiente a justificar la objetivación de la
gente en categorías reificadoras: reinos, clases, razas u órdenes de cualquier
tipo. Los seres humanos no somos sino naturaleza. Cada criatura es auténtica e
irrepetible. La clonación colonizadora y la noción de una identidad monolítica
-en tanto identidad subjetiva idéntica a la de sus semejantes y, por lo mismo,
petrificada- niega la peculiaridad de cada ser. La civilización -y su expresión
sublime: las ciudades- encarna dicha negación. Su tendencia apunta a la
expansión, que trae consigo el colonialismo o la guerra santa. Las
civilizaciones cristiana, musulmana, inca, azteca, nipona, otomana,
greco-latina o china, entre otras, han sido proclives a la invasión y a la
conquista. La civilización -vista como segunda naturaleza- ha legitimado la
destrucción de todo aquello que no es sino la propia naturaleza. La negación de
lo natural fundamenta el orden civilizado, que se expande como dominio y se
manifiesta de modo sanguinario en el exterminio de los pueblos indígenas y de
las culturas autóctonas.
Para la civilización, todo acto de destrucción de sus íconos
es un acto iconoclasta o terrorista. Cuando la civilización destruye la vida y
la cultura -ajena a su orden civilizado- deviene acción civilizadora. Ésta ha
sido la lógica de la colonización.
El exterminio de los pueblos colonizados no se ha llevado
a cabo solamente a través del restallido del látigo o del disparo del cañón,
sino que también a través de la tala de los bosques y de la construcción de
represas.
6
El individuo tiende a verse a sí mismo como un sujeto
individual. Esto es, como un ser indivisible, único y monolítico. Dicha visión
ha generado una falsa conciencia del ser que justifica tanto el individualismo
pragmático, como la incorporeidad cartesiana del ser: “Cogito ergo sum”, la
mente sobre el cuerpo, el mundo virtual, el espacio propio, etcétera. La
propaganda institucional de las escuelas y el autoritarismo de la voz
científica de los expertos, han impulsado a la población civilizada a
internalizar la noción de un sujeto monolítico, cuya identidad incorpórea se
cosifica en un ego expansivo, reproduciendo la lógica instrumental del
pensamiento colonizador de Occidente. El yo expansivo se asume en tanto
individuo único e indivisible, negando con ello su multiplicidad, su pluralidad
y su flexibilidad. Todo lo cual constituye lo peculiar de sí. Por lo mismo,
mientras la identidad monolítica niega la multiplicidad, lo incorpóreo rechaza
la realidad. Así, la identidad indivisible se reifica por medio de la conciencia
incorpórea del yo. Y esa conciencia se nutre y se forma a través de los
mecanismos estandarizadores del conocimiento taxonómico.
El individuo no es un ser aparte de la totalidad, ni está
fragmentado entre su cuerpo y su conciencia. El individuo es parte de la
totalidad y su cuerpo interactúa en la realidad. Desconocer esto es justificar
la alienación. Sentir el viento, por ejemplo, que cruza los poros cuando nos
detenemos bajo la noche a mirar las estrellas, es prueba suficiente de que la
totalidad existe. Creer lo contrario, es estar tristemente enajenado.
La poesía y el arte evitan la estandarización de la
peculiaridad. El lenguaje artístico sugiere, en vez de describir
comprehensivamente, la presencia inmediata del ser. El arte y la poesía
desbaratan la reducción a que somete el control intelectual, permitiendo que sus
cultivadores devengan parte de la totalidad. A este devenir se le llama
autenticidad o voz propia, o sea, lo genuino que existe en cada cual. Dicha
autenticidad no es sino la peculiaridad de cada ser: aquello que se opone a su
estandarización, expresada -entre otras formas- a través de la reificación del
yo. Pensar, por ejemplo, que uno es una imagen proyectada en un espejo, o creer
en la combinación formal y pictórica de un retrato, o en la imagen reproducida
por medios mecánicos -la fotografía, el video o el celuloide- representa el
distanciamiento alienante entre la realidad del ser y la conciencia cartesiana
reificadora a que somete el mundo civilizado. Las imágenes como constructos
ideológicos mediadores de las relaciones humanas constituye lo que Guy Debord
llamó tempranamente “la sociedad del espectáculo”. Desde entonces, el mundo se
ha conglomerado como un enjambre de abejas alrededor de centros panópticos de
domesticación: la tele, Hollywood, la fama. Sin contar la vigilancia y el
control. Las imágenes llevan masivamente a los individuos a verse a sí mismos
como sujetos individuales. Esto es, como seres indivisibles, únicos y
monolíticos, ignorando con ello su flexibilidad, su pluralidad y su
multiplicidad. Ésta última trilogía es la que conforma la peculiaridad innata
de cada ser.
7
Las mónadas -según el sistema filosófico de Leibniz- son
sustancias indivisibles de naturaleza distinta que componen el universo. El
neutrino -según las ciencias físicas que especulan con pozos negros y universos
paralelos- es una partícula eléctricamente neutra de masa inapreciable. Los
seres humanos somos parte del universo. Y cada cual tiene una naturaleza
distinta a la del otro. La personalidad no se reproduce, sino que se crea. Y
esto ocurre porque somos seres divisibles, múltiples y flexibles: el niño que
fue, no es el anciano que será pronto. La personalidad testaruda también varía.
Es única y polidimensional. Cada dimensión del ser es divisible por el todo que
lo constituye: mente, cuerpo, experiencia, memoria, etcétera. Inclinarse por la
neutralidad también es negar una parte del ser. Irradiamos vibraciones
negativas o positivas. También podemos ser magnéticos y arbitrarios.
Nuestra masa corpórea es vista, palpable y disfrutable.
Se aprecia. El cuerpo es real. Ni el neutrino ni las mónadas pueden describir
al ser humano a cabalidad. Menos los genes. La multiplicidad que nos agobia o
da plenitud describe a escala humana esa misma multiplicidad del universo: la
multitud de universos múltiples. Por cierto, todo habita en todo, aunque sin
carencias de contradicciones. Los universos múltiples son una realidad. Es como
ir a una fiesta y encontrarse con personas múltiples, paralelas a sí mismas.
Probablemente, la colisión de dos universos provocó otros
universos, que nacieron, crecieron, se desarrollaron, maduraron, envejecieron y
murieron con el tiempo. En algún punto de ese acertijo estamos nosotros, como
la vida microscópica que hospedamos adentro. La expansión del universo
representa su crecimiento y envejecimiento. Y tendrá la edad suficiente al
momento de morir o concentrar su todo múltiple en un agujero vacío. Nosotros
nada podemos hacer al respecto, porque no existe ninguna máquina que pueda
llevarnos de este universo a otro -aunque tal vez la muerte no sea sino un
viaje a otros cuadrantes donde aún cruza la estampida de aquella energía que
nos mantiene vivos. Retomar el camino a fin de corregirlo es lo que piensan los
sabios indoamericanos. Tal vez eso sea volver a un estado preneolítico sabiendo
lo que ya sabemos. ¿Es eso un dilema? No hay drama en nacer, crecer,
desarrollar el cuerpo, madurar, envejecer y tal vez morir. Lo importante es que
en el intertanto podamos vivir en un estado de permanente celebración. La vida
organizada como un acto carnavalesco -y prolongado de ser- es una manera
inteligente de paliar el dolor. Celebrar nuestra estadía en este astro
rotatorio estimula el afecto comunitario. Todos tenemos que vivir alrededor de
todos y con todos. No tenemos otra opción. La festividad permanente lleva al jolgorio
del ser y éste tiene un movimiento liberador. Por eso, la pulsión parrandera,
desjerarquiza y alegra. Y en los momentos de tranquilidad, silencio y ocio,
bueno es apreciar la expansión de la noche y el crecimiento nuestro entremedio
de la madurez de todo lo que habita el planeta. El domo astral que nos brinda
alero y nos hace vivir.
8
La belleza es frágil.
Y esto es
otra verdad casi
irrefutable. A las orquídeas calipsos que crecen bordeando
los senderos en el bosque templado les lleva por lo menos nueve años
regenerarse. Esto es un acto heroico de palingenesia que se da entremedio del
bosque. Su color rosáceo estalla en primavera en las faldas de los pinos. Pero
si un intruso palpa sus tallos mueren instantáneamente . No así si sólo se tocan
los pétalos. Esa es la belleza de la vida: frágil y delicada, como todo lo que
pasa por nuestras manos. Los seres humanos no somos sino naturaleza. Pretender
lo contrario es caer en la alienación. Es olvidar la belleza. Cuando niños, o
niñas, los peques van al zoológico. Esa experiencia es parte de un primer
entrenamiento: distanciarnos del resto de los animales. Todos habitamos este
planeta, que nutre y brinda alero a todas las criaturas vivientes. El balance
entre todos y el planeta, es frágil y precario como una orquídea. No buscar la
función de la naturaleza, a fin de hallar su utilidad para controlarla y
dominarla, parece ser un desafío crucial. En cambio, observarla para
apreciarla, es buscar la plenitud. De ello depende nuestra existencia y la de muchos
otros. Por eso, desaprender el primer entrenamiento de la infancia para poder
disfrutar la belleza que hay en lo natural, es una necesidad primordial.
Los seres humanos podemos ser criaturas hermosas. Para
ello es necesario traslocar nuestra percepción de lo real, e ir desde lo
utilitario a la apreciación. Esto es: sustituir lo instrumental por lo
estético. El módulo ideológico que hace aparente lo presente desencadena la
razón tecnológica, pero también despliega la creación. Heidegger le llama “poiêsis”
a esta última agitación mental. Pero para reemplazar la pulsión por dominar,
expandir y colonizar -en virtud de desmantelar radicalmente las economías
basadas en la competencia y la comparación- es absolutamente necesario
almendrar el ojo. Esto es, remodelar la mirada a fin de apreciar el día, la
noche, las estaciones, el oleaje, la potencia de los ríos, el canto de los
pájaros, el desplazamiento de los animales, el bosque, las abejas, la mujeres,
los hombres y todas las constelaciones de peculiaridades que forman otras
constelaciones de peculiaridades y que brotan salvajemente como orquídeas en el
bosque.
9
El Estado existe porque se territorializa. Esto es, se
materializa mediante su expansión colonizadora territorial. Dicha expansión se
lleva a cabo a través de la desterritorialización forzada de los habitantes
originarios de las tierras, que el Estado se ha ido apropiando. Toda
apropiación implica movilizar la fuerza militar que el Estado pueda ejercer, a
fin de ampliar o mantener su dominio. Esto ha significado guerras y genocidios.
El Estado también tiene sus expertos que escriben la historia. Así, tergiversan
los hechos, justifican sus atrocidades y obligan a las nuevas generaciones a
repetir en letanías sin sentido la narrativa oficial que escriben los expertos.
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Tetsuya Ishida |
La educación, por tanto, no es sino la
institucionalización de los campos de adiestramiento y domesticación donde los
niños y los jóvenes perpetúan el sistema dominante. Allí acceden al orden
simbólico y comienzan su proceso de cosificación. En estos campos -o escuelas
de adoctrinamiento social- se reproduce la ideología que legitima al sistema.
Los nuevos miembros de la sociedad internalizan la falsa conciencia que bombea
como un pulmón artificial, a fin de que todos repitan con más o menos eficacia
el mismo discurso. Su idea es que todos digan, sueñen y piensen que éste es el
mejor de los mundos posibles. Y que si tiene fallas, no importa porque es
mejorable. Pensar lo contrario, es militar en las filas del anarquismo, caer en
la locura o llamar a la insurrección. La estandarización, a decir de Adorno,
obliga al sujeto a elegir entre la mercantilización o la esquizofrenia. No hay
salida fuera de este molde binario. En esta sociedad preferir el jardín al
cemento es visto con desconfianza. Y dependiendo de quién ocupe el poder de
turno, esa preferencia puede costar la vida. Cuando el sistema cruje y los
borregos se desprenden del rebaño, surgen con eficiencia criminal las cárceles,
los golpes de Estado, los allanamientos, las bombas lacrimógenas, las fuerzas
represivas, la guerra, etcétera. Mientras eso ocurre, el Estado refuerza la
propaganda radial, televisiva y periodística. Así se materializa en la mente de
los individuos.
Los Estados nacionales congregan hoy en día sus aparatos
represivos -policíacos y militares- para proteger a las compañías
transnacionales que expanden un modo de vida de estandarización basado en la
reducción humana a unidades económicas de producción y consumo. Con esto se
produce un nuevo tipo de territorialización y esclavitud laboral. La tecnología
y los bienes que un grupo minoritario de la población mundial usufructua, son
manufacturados en galpones fabriles que operan con la lógica de la explotación.
Las escuelas y las fábricas son centros de control que imponen los Estados.
Para abolir el Estado hay que abolir las fábricas y las escuelas. El
autoritarismo que el orden civilizador reproduce en estas instituciones es el
responsable de los exterminios étnicos, de los genocidios políticos y de la
explotación social. Para construir un mundo sin jerarquías, ni cárceles, ni
propaganda, ni golpes militares, hay que barrer el Estado. Y depende de
nosotros borrarlo de la faz de la tierra.
10
Cualquier intento de estandarizar la vida es una forma de
dominación que impone un modelo alienante sobre la gente. La colonización
europea y la transnacionalización norteamericana imponen patrones
estandarizadores sobre las diferencias y las peculiaridades del planeta y de la
gente. Cada patrón estandarizador es el subproducto de la planificación estatal
y empresarial que opera en términos témporo-lineales: la progresión hacia
metas macroestandarizadoras que privan de toda libertad. La colonización
impulsada por el llamado mundo civilizado anula la peculiaridad de la
naturaleza -personas, animales, vegetación, suelo, etcétera- y destruye la
libertad de la vida. Defenderse contra estas perpetraciones es una voluntad
vital que requiere pensar -con imaginación y audacia- un mundo distinto. Por
eso, a falta de centros escolásticos, bienvenida sea la educación
personalizada: de uno a una, de una a uno y todos al mismo tiempo. Si la mitad
del mundo le transfiere su sabiduría a la otra mitad, no hay porqué desear
campos autoritarios de estandarización.
La educación institucional reproduce en las nuevas
generaciones la falsa idea de que éste es el mejor de los mundos posibles, o al
menos, el sistema que mejor funciona, sin importar sus falencias. Así, el
proceso de normalización del conocimiento a través de los textos escritos -en
desmedro de la oralidad- no es sino el proceso de estandarización de una cierta
percepción del mundo. En tal sentido, la educación tiene una función
ideológica: reproducir un discurso estandarizador normado por las reglas del
Estado. Se autolegitima por medio de la coincidencia que fabrica entre el poder
y el conocimiento. Vale decir, entre el control estatal y el campo profesional
de los expertos. Por eso, la apropiación de uno no existe sin la apropiación de
otro y viceversa. Sólo cuando los grupos humanos vivan orgánicamente en
comunidades y cultiven el alimento necesario, a fin de disfrutar del ocio
liberador en un estado de carnaval permanente y de apreciación estética
prolongada, la educación formal -así también como la explotación del noventa
por ciento de la población humana y la destrucción del planeta- no tendrán
cabida en la realidad.
El garante de la represión destructiva es el Estado. Y
depende de nosotros desmaterializarlo.
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Jacques Armand Cardon |
11
La noción de
raza está vinculada
a las prácticas
colonizadoras. Occidente se construyó sobre la base de la distinción
entre un nosotros y un ellos. O sea, entre lo que constituye la etnia propia
-que por arte de birlibirloque deviene el patrón estandarizador racialmente
neutro- y los otros: aquello que se asocia a los bárbaros, o lo étnico en
terminología moderna.
El etnocentrismo desplegó la lógica esclavizadora,
imponiendo las categorías supremacistas eurocéntricas. El maquiavélico concepto
de superioridad racial se perpetuó mediante la equivalencia de lo
europeo-caucásico con lo civilizado. Así, la noción de raza justificó -y
justifica- la colonización, que no es sino el dominio etnocéntrico sobre la
naturaleza y las otras etnias. La expansión colonial de Occidente clasificó y
categorizó lo colonizado -grupos de gente, animales, plantas, suelo, etc.- a
través de sus taxonomías técnicas autojustificatorias. De este modo se fue
imponiendo la racionalidad científico -instrumental que autojustifican las
prácticas colonizadoras y sus modelos universalistas.
El capitalismo mercantil desplegó los mapas e imprimió
los diccionarios, acelerando la marcha de la máquina aplanadora. Dicha
expansión étnica, fue la expansión del ego colonizador autolegitimado en las
diversas narrativas históricas con el mote de civilización. En nombre de la
civilización se ha construido la noción de raza. Y esta noción es una
consecuencia directa del mecanismo instrumental del pensamiento tecnológico que
categoriza la experiencia humana y estandariza la realidad.
12
La noción de humanidad está ligada a la noción de mundo.
Su origen es religioso. En Occidente, por ejemplo, Dios creó al hombre y luego
a la mujer. Cuando ambos comieron del fruto del árbol del conocimiento, Dios encolerizado
los arrojó fuera del paraíso, obligando a la humanidad a vivir fuera del jardín
del edén y a buscar incansablemente un salario y un domo donde protegerse. Esa
es la narrativa justificatoria de la domesticación. Así, Dios puso a la
humanidad en el mundo. Y así también, el mundo europeo fue caracterizado por la
presencia humana. A esa narrativa se le llamó Sagrada Escritura o Biblia. Los
libros sagrados del Medio Oriente tuvieron otros nombres: Corán, Talmud o Tora.
En estas narrativas, la coincidencia humanidad y mundo fue elaborada sobre la
base del concepto del pueblo elegido: los hijos de Alá o de Jehová. Esta visión
religiosa también se encuentra en algunas cosmologías indígenas. Por ejemplo,
en el libro maya Popol Vuh, el Creador pone a los “hombres de maíz” sobre la
tierra. De este modo, el triunvirato creación, humanidad y mundo forman parte
de un triángulo discursivo -ideológico y religioso- que explica la vida por
medio de fantasías y mitologías fundacionales.
Estas nociones entraron en crisis con la conquista
europea. Para los conquistadores, la posibilidad de que existieran otros seres
humanos en territorios desconocidos era algo complicado, puesto que rebatía las
doctrinas teológicas y desconstruía la visión oficial impuesta por el clero.
Para los indígenas, los barbados de ultramar eran semidioses. Lamentablemente
descubrieron su verdadera naturaleza demasiado tarde.
En este contexto de conflictos ideológicos, la idea de
Nuevo Mundo vino a solucionar la crisis ideológica europea, comenzando de paso,
la larga y triste crisis cosmogónica, social y vital de los pueblos indígenas.
La colonización se inicia con las nociones de humanidad y de mundo. Y estas
nociones son las que galvanizaron el empuje de la modernidad que -entre otras
cosas- humanizó la naturaleza, mientras naturalizaba el control ecológico.
13
La
colonización no ha
sido sino la
expansión del capital
y del pensamiento tecnológico por
medio de la cultura de la estandarización a escala mundial. Esta práctica
alcanzó su punto cúlmine con la expansión europea. Luego, a partir del siglo
XX, desató todo su poder destructivo y condujo a la aparición del imperialismo:
fase oligopólica del capitalismo. No es, sin embargo, un fenómeno ligado
exclusivamente a las construcciones nacionales y étnicas (por lo menos no en
esta etapa caracterizada por la llamada globalización). Por primera vez en la
historia -que repetimos y recordamos- un grupo de individuos controla a escala
transnacional una maquinaria mundial capaz de destruir severamente el planeta y
extinguir la vida de muchas criaturas, entre ellas, la de los seres humanos.
Esta etapa colonizadora tiene una pulsión monetaria cuya base es ideológica. El
capital requiere estandarizar los estilos de vida, los valores culturales, la
arquitectura, el idioma, el paisaje, el pensamiento, etcétera. Busca, en suma,
uniformar la percepción de la realidad, asegurando así su permanente expansión.
Su fundamento ideológico, que racionaliza la conquista como índice de
crecimiento, le asigna un valor positivo a la pulsión expansionista. Crecer por
la razón de crecer, invadir por invadir y expandirse para siempre es el
raciocinio de la expansión. Es también la lógica del capital, que crece y se
extiende hasta consumir y destruir a todos los organismos anfitriones que
permiten y amparan la vida en el planeta. Es, sin lugar a dudas, la ideología del cáncer, que no se
detiene hasta alcanzar la implacable metástasis.
14
En el folleto “¿Reforma o revolución?”, escrito a finales
del siglo XIX, Rosa Luxemburgo aboga por el fin del sistema de salarios, en
contraposición al programa reformista de Bernstein, centrado en la lucha
sindical a fin de lograr mejoras salariales por medio de reformas al sistema.
La historia de las luchas sociales de los últimos siglos ha dividido sus rumbos
en dos tendencias totalitarias: aquellas que privilegian los fines a los medios
-o viceversa- impulsando políticas sectarias o ingenuas, o cayendo, según sea
el caso, en el fanatismo o en la vacilación. Lo radical, ciertamente, es abolir
el sistema de salarios. No obstante, frente a una situación de subsistencia y
de agobio material, cada chaucha -o centavo- marca una diferencia substancial en
la sobrevivencia cotidiana de los desposeídos. Negarles esto a aquellos que
mueren de hambre día a día es caer en el mesianismo vanguardista. Es negar la
solidaridad.
El capitalismo -empresarial o estatal- ha usufructuado de
esta reducción de la vida humana al ámbito de lo material. En virtud de mejorar
los estándares de vida, se ha estropeado la calidad de la existencia y se han
destruido a gran escala los recursos naturales. En las sociedades dependientes
de la producción en masa, la noción de un buen estándar de vida funciona como
mecanismo de ajuste a fin de compensar la alienación provocada por la vida
industrial, a la vez que crea la fantasía del consumo. Ser capaz de acceder a
los productos manufacturados -por obreras y obreros forzados a una dependencia
económica- es visto como un ejercicio de la libertad. Y claramente ésta es una
estrategia de estandarización. En el modelo actual, el papel de los
trabajadores es formar parte de un engranaje sistémico que limita las
posibilidades de imaginación y esclaviza la vida humana por medio de la
dependencia salarial. El sueldo es una cuantificación del valor que el sistema
le asigna a cada vida humana. Así se lleva a cabo el proceso de
mercantilización de los seres humanos. Y en este proceso, cada individuo
deviene una suerte de unidad económica -o mercancía- cuya labor es producir y
consumir. De esta forma el sujeto opera como un insumo más de la parafernalia
productiva que impone la maquinaria social. Las diferencias establecidas en
grupos y clases no sólo están en relación al puesto y al rol asignado en dicha
parafernalia, sino que también en la capacidad de consumo y adquisición de
bienes y servicios. Esta acción está destinada a descomprimir la presión
laboral, la locura burocrático-administrativa y las injusticias del proceso de
venta de la fuerza de trabajo. Los ingredientes que garantizan esta sumisión al
sistema social son dos. Por un lado, la dependencia forzada de poblaciones
enteras de las empresas productoras y distribuidoras de los productos de
consumo masivo. Por el otro, la manutención de un alto número de personas
marginadas del sistema -cesantes temporarios y desempleados permanentes- que
operan, según decía Marx, como “ejército de reserva”. En este caso, la
consecución de un empleo es a veces un privilegio por cuanto permite la
subsistencia. Así se borra y encubre su carácter esclavizador y domesticador.
Se refuerza además el sedentarismo y subyuga a un horario rígido, simbolizado
por el acto de “marcar tarjeta”, o el pito de la sirena que anuncia la vuelta
al trabajo después de la hora de colación.
En las lenguas románicas la palabra trabajo proviene del
latín "tripalium": nombre dado a un instrumento de tortura usado por
los romanos, que consistía en un armazón de "tres palos". En el mundo
anglosajón, la palabra "work" proviene del escocés “weorc”, que en
términos teológicos refiere a todas aquellas actividades morales consideradas
como una justificación de la vida. Usualmente, su uso contrasta con las
nociones de “destino” o “gracia”. Así, la imposición del trabajo como
actividad torturante -o acción justificadora del pragmatismo mojigato y
santurrón- es una forma de asegurar la domesticación. Por medio del trabajo
asalariado se asegura la territorialización de poblaciones enteras en una zona
delimitada por las instituciones autoritarias. Así, el Estado garantiza el
sedentarismo y el control social, necesarios para administrar la producción.
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David Plunkert |
El latín “domus” significa casa, raíz etimológica de
domesticación y domiciliación: dos procesos que se articulan conjuntamente en
la medida en que el Estado extiende su presencia material para establecer su
dominio. Un ejemplo claro de territorialización son las reservaciones
indígenas, que emulan abiertamente a los campos de concentración o a los
centros de relegación estatal. Otro ejemplo son los guetos. También existe la
represión contra todos aquellos que están en movimiento permanente: los
nómadas, los gitanos, los vagabundos, etcétera. En las actuales circunstancias,
la legalidad dominante no prevé espacio para los “sin techo”: indigentes que el
sistema desecha y desconoce porque alteran el proceso de domiciliación. El
toque de queda y el estado de sitio son dos manifestaciones crudamente
represivas que ha creado este proceso. Por cierto, junto a la domiciliación
viene la numeración. Primero fue de las casas, luego de los individuos: número
de teléfono, contraseña cibernética, número de identificación nacional, social
o de afiliación laboral, etcétera. Así es cómo la ideología construye sus
métodos de identificación e inserta la noción de identidad, a la vez que
agiliza la mercantilización humana. Cada criatura se convierte entonces en un
guarismo fácil de ser archivado, categorizado y cosificado. Los animales
domésticos son numerados y devienen artículos de fetiche casero. Las personas
se transforman en pura mercancía de identidad numérica. Su rol social es
mediado por el mercado, a través de la asignación de dígitos que clasifican a
cada cual en tanto unidad productora, consumidora, rentable o desechable: el
sueldo. Por eso, el sistema de salarios y la valoración monetaria son
inherentes al sistema. Para deshacerse de uno hay que destruir el otro.
La ideología utilitaria que reduce la vida humana al
ámbito de lo material y económico es la matriz del sistema. Su base teórica se
haya en las distintas narrativas elaboradas por la razón instrumental. Su
práctica política es la domesticación, que se apoya en los escuadrones de
represión estatal y en el cuerpo legal autojustificatorio. Su objetivo es la
perpetuación del orden civilizado. Esto falsifica el mundo, promoviendo una percepción
de la realidad ajena a la totalidad y reduciendo la vida humana a cifras
artificialmente construidas (p.e. gráficos y estadísticas) Para desmantelar
dicha ideología hay que evitar la reducción estandarizadora y fomentar el
florecimiento de las peculiaridades de cada criatura que habita el planeta.
Tal vez un primer paso sea aprender a apreciar aquello
que se halla fuera del orden civilizado, eludiendo el gesto civilizador tantas
veces inculcado en el hogar y en la escuela. Tal vez sea necesario imaginar una
existencia plena de medios y de fines que se intersecten -a decir de Octavio
Paz- en un “presente perpetuo”. Tal vez no sea tan difícil reconocer la
necesidad del ocio. Tal vez la solidaridad sea posible sin tener que elegir a,
b, c o d: base de la lógica cretinizante de la selección múltiple. La
contradicción entre revolución o reforma no es del todo exacta y, ciertamente,
varía de acuerdo al estado del presente perpetuo. Un individuo es
revolucionario solamente cuando hay revolución, el resto del tiempo resiste o
provoca. Y en ninguno de ambos casos la solidaridad debe retractar los fines y
los medios. Si así fuera, quiere decir que todo lo humano -y también lo
natural- ha sido reducido al ámbito de lo económico. Quiere decir también que
nada ha cambiado, salvo la jerga que acelera o aminora la retórica de la
fricción y que juega al paredón de la muerte en el muro de la guerra o de la
lucha de clases.
15
El
patriarcado se manifiesta
claramente en la interacción humana cotidiana. Si
un hombre tiene una personalidad fuerte es considerado carismático. Pero si es
una mujer, el sistema la marca peyorativamente como casquivana, marimacho o
entrometida. El patriarcado es una realidad de opresión y de control. Se
reafirma con la violación y la violencia física. Y existe en la medida en que
hay categorías de género separatistas, cuyo meollo ideológico radica en la
presunción de ciertas características físicas, sicológicas, sociales,
emocionales, intelectuales, morales, etcétera, distinguidas por género. Pensar,
por ejemplo, que las mujeres son en general de una forma y que los hombres son
en general de otra, presupone la existencia de perfiles humanos determinados
categóricamente por el sexo de cada cual: mujeres a un lado, hombres al otro.
El patriarcado es, por un lado, el discurso escrito por los hombres para
justificar los privilegios masculinos y, por el otro, una práctica política
represiva. Es ideología y poder. Y depende de la separación genérica. De otro
modo, todo el mundo se degeneraría. Para desmantelarlo, es necesario recrear
otro tipo de discurso que no sólo degenere la ideología, sino que también
establezca una nueva forma de relación política.
La política es una noción proveniente del concepto de
“polis”: la antigua ciudad griega, germen de la civilización occidental. Su
organización se configura definitivamente con la idea romana de “cosa pública”
(del latín “res publicus”). En la antigua Roma, los asuntos públicos -o
comunes- estaban en manos de un grupo de varones patricios. Son ellos los que
escribieron tempranamente la ley que relega a las mujeres a un espacio otro,
fuera de lo público. En Grecia, los poetas también fueron expulsados de ese
espacio público. El proyecto platónico de “República”, no consideraba ni a los
artistas ni a los poetas con méritos suficientes como para integrar los asuntos
de Estado. Por supuesto, las mujeres estaban relegadas al domo. En realidad,
todos fueron expulsados de tamaña cosa pública, menos los patricios. Para
justificar la expulsión de lo estético del ámbito público, Platón repetía
insistentemente que “los poetas eran mentirosos”, puesto que no se ajustaban a
su lógica sofista. Por lo mismo, acaso también eran considerados mujeriles y
sensibleros. Esto es algo que aún se repite y piensa en variados círculos,
especialmente en aquellos ligados al poder. La infantilización de las mujeres,
de los poetas y artistas, de los indígenas, de las minorías, las culturas
primitivas, etcétera, se ha llevado a cabo por medio de su exilio al llamado
“mundo de lo femenino”. Éste se asocia peyorativamente a lo débil, lo emocional y
lo ilógico. Dicha noción fue tempranamente aprendida a la fuerza por los
pueblos colonizados y universalizada luego por el logos civilizador: el
pensamiento lógico instrumental. Así, la “res” pública cosifica los modos de
interacción social e intersubjetivos entre los seres humanos y acelera el
proceso de reificación.
En castellano, hablar de reses -para referirse al ganado
vacuno- es hablar de cosas. Para el logos, la naturaleza es una cosa que se
instrumentaliza. El patriarcado ha instrumentalizado a las mujeres, pero
también a los hombres. Es, en rigor, una ramificación ideológica de la razón
instrumental, porque construye categorías genéricas entre hombres y mujeres,
para suprimir y controlar.
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David Plunkert |
La peculiaridad desmantela estas categorías. Una mujer es
una criatura peculiar e irrepetible. Un hombre es otra criatura peculiar e
irrepetible. Las categorías “mujer” y “hombre” tienden a anular esa
peculiaridad, a la vez que generan el separatismo. Tal vez la única política
posible que anule las formas de interrelación social e intersubjetiva
jerárquicas, sea a través del carnaval. Éste es un festival donde todos los
pétalos de las peculiaridades humanas se desplieguen sin bases sistémicas,
salvo las que ordene la propia naturaleza. Y se debe practicar todos los días.
Todos tenemos un lugar en el jardín del planeta: hombres y mujeres, niños y
niñas, ancianos y ancianas. Nuestras diferencias biológicas o preferencias
amatorias no han de ser motivo alguno para que alguien quede proscrito del
huerto planetario. La distinción entre lo privado y lo público ha sido
construida artificialmente para garantizar el funcionamiento represivo del
control patriarcal. Abolir dicha distinción, significa abolir también las
nociones genéricas que marcaron el inicio de esta civilización.
16
La división del trabajo no es en sí la noción que produjo
el pensamiento tecnológico-instrumental. Fue un tipo de división del trabajo,
organizada en forma tal que unos comenzaron a usufructuar de la fuerza laboral
de otros y de otras. La división del trabajo no es sino una práctica. Por el
contrario, la razón instrumental es producto de una práctica de control que
genera formas de división laboral sofisticadas, puestas en escena en las
sociedades de producción masiva donde se cristaliza la estandarización del
mundo: las ciudades. En comunidades construidas a escala humana -con relaciones
sociales directas y personales, cara a cara- las prácticas de control
instrumental no tienen cabida. Pero sí caben las prácticas de convivencia
mutua. Así, por ejemplo, mientras alguien cocina, otro prepara los almácigos
para cultivar las hortalizas. O labra la tierra de la era, donde se creará el
arriate. Otros reúnen la leña para el fuego o recogen los alimentos del pomar.
Mientras una mujer pare un crío, otros ayudan con agua y cuidados. Mientras
unos tienen más energía, los otros caminan lento, como los ancianos. Así es el
curso de la vida y el movimiento orgánico de la naturaleza: se divide en
estaciones, días y noches. Hay una temporalidad pendular. La división del
trabajo puede ser el comportamiento orgánico de las actividades sociales, en
vez de una imposición salarial que acondiciona la vida. En una comunidad
construida a escala humana es imposible hacer de todo. La ubicuidad nos ha sido
negada. Cuando todos hagan de todo, simultáneamente, o con ritmos paralelos,
sin especializarse, será posible vivir en un presente perpetuo. Sólo así se
transgrede la noción lineal del tiempo planificado. Cuando nuestra existencia
logre expresarse en la forma verbal del presente progresivo: estaremos viviendo
en el aquí y ahora. Eso implicará abrir los grilletes de la estandarización.
El carnaval es un “memento vivere”: nos recuerda que hay
que vivir y celebrar el viaje de la vida con dignidad, integridad, solidaridad,
amor y ternura. Es también una práctica, que puede transformarse en la política
del bien común.
17
El arte opera
como una apropiación
simbólica de la
realidad. Al representar la
realidad o mediar nuestra relación con el mundo -a través de un objeto o un
producto de arte-simbólico- se refuerza el proceso de reificación. El arte es
una representación que reemplaza a la realidad. Es, por lo tanto, una forma de
mediación de las relaciones sociales e intersubjetivas. Dicha mediación se
produce a través de una razón cognitiva que filtra los modos de apreciación de
la realidad. Al interiorizar la realidad, el sujeto la internaliza. Esto es una
apropiación, que ocurre colando la realidad por medio de un cedazo funcional y
utilitario. Los códigos del filtro que cuela, son los códigos de la
racionalidad instrumental, que proyecta la expansión de la interioridad del
sujeto sobre la exterioridad del mundo. Esto desarrolla los mecanismo
cognitivos de apropiación, categorización y control del otro: lo siempre
desconocido y poco familiar. Estos mecanismos son producto del temor que
infunde la exterioridad. Por eso, la proyección de la interioridad sobre el
mundo exterior, se produce con un afán expansivo y colonizador que proyecta el
ego sobre el otro: el mundo externo (la naturaleza) y las criaturas que lo
habitamos (los seres humanos, los animales, las plantas y el suelo). La
proyección expansiva del yo sobre la naturaleza acelera el proceso de
reificación de ésta.
Kant se extasiaba frente al espectáculo majestuoso de la
naturaleza. Esta emoción le producía una suerte de “agitación mental”, a cuya
experiencia le llamó “sublime”. Pero dicha emoción también es una vivencia del
temor que se sublima a través del arte: la petrificación del espectáculo
natural del mundo. Cuando el arte es una institución o un mero objeto
-simbólico y separado de la vida- se convierte en un símbolo del proceso de
reificación. El sofisticado meta-arte no es sino un símbolo del símbolo, o una
reificación de la reificación. Este proceso agudiza el mecanismo ideológico de
cosificación del propio sujeto, que al mercantilizarse se aliena de la realidad
y pierde la perspectiva.
Sustituir la razón instrumental por la razón estética no
significa reemplazar los mecanismos de cosificación. La cosificación en el arte
existe porque éste simboliza aquello que se le ha quitado a la vida: la
experiencia de la belleza. El arte y la vida han sido divididos en dos planos
paralelos, sin interconexión real entre sí. Esto hace que el arte sea la
institución de lo sublime, mientras que la vida es la praxis de la esclavitud.
El arte ha sido la válvula de escape de la alienación. Tradicionalmente ha
albergado a todos aquellos valores y energías enajenados de la vida,
permitiendo mantener a lo largo de la ‘historia’ la ilusión de humanidad. La
separación entre el arte y la realidad, ha hecho que ambos planos de
experiencia sean vividos como esferas aisladas, sin espíritu, ni emoción. El
arte se petrifica en los museos, en las galerías, en los salones y en las
bibliotecas, mientras que la existencia transcurre al ritmo del minutero que
subyuga al trabajo asalariado. Allí la belleza se suprime, el jolgorio se doméstica,
el ocio se esclaviza y la peculiaridad se uniforma. El arte es un espejo
negativo de la realidad, que compensa las miserias de la vida con la ilusión de
la libertad. Remover el arte de la esfera de la institución, significa vivir el
arte en la vida y viceversa. Significa destruir la alienación que implica la
distinción entre lo artístico e intelectual y lo burdo y manual. Significa
embellecer la vida y vivificar el arte, pero ambos como un todo unitario y
orgánico. Significa también crear una humanidad de artistas, humanizando a los
artistas que ya lo son.
18
Los militantes de todas las épocas se han preguntado cómo
será la revolución y qué sucederá después de que acontezca. Tal vez ese futuro
-mediato o inmediato- no sea tan sangriento ni impertérrito como algunos
profetas lo visualizaron. Tal vez sea calmo como un arroyo fresco y fértil como
una vega. Tal vez sea como un jardín cultivado con paciencia y manos que
distingan la peculiaridad de cada cepa.
El jardín de las peculiaridades se manifiesta en aquello
que algunos confunden con la identidad. La identidad se conforma de modo
reflejo y reactivo en relación a modelos que integran las categorías
identitarias dominantes. Dichas categorías forman parte de un mapa: el eje
Sur-Norte, Latinoamérica, África, Primer Mundo, etcétera. Son las categorías simbólicas
del orden civilizador. Por lo mismo, dichas categorías son construidas de
acuerdo a patrones estructurales. Así funciona la estandarización. La identidad
entonces refleja una serie de otras identidades que se erigen como paradigmas,
pero que en la práctica son impuestas al sujeto sin previo aviso: nacionalidad,
raza, clase, sexualidad, ideología, idioma, papá, mamá, etcétera. Esas nociones
- que generalmente se dan por sentado y que el individuo aprende casi por
osmosis- son las etiquetas de la estandarización.
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Sebastián Schramm |
La identidad es identificarse con algo, hacerse idéntico,
ya sea a un tipo, un modelo, una norma, un patrón, un nivel o una referencia.
La estandarización ajusta al modelo, tipifica. La peculiaridad, en cambio,
escudriña en esas zonas subjetivas que sitúan al sujeto como un todo que habita
la totalidad y se relaciona con otros sujetos en tanto otras peculiaridades. La
noción de peculiaridad desmantela la estructura de poder, que promueve la homogeneización
y el autoritarismo, porque no cabe ni en el orden jerárquico ni en la
enfermedad de la competencia. El sujeto es capaz de relacionarse con todas las
otras criaturas del orbe sin necesidad de estandarizar a nadie. Reconocer la
peculiaridad de otras criaturas permite la coexistencia. Esto desvanece el
módulo mental, aplacado por la máscara de hierro de la razón instrumental. Si
se observa cuidadosamente la peculiaridad del otro, el sujeto no lleva a cabo
el proceso de otrocización, porque se le revela el entendimiento de que ese
otro es tan peculiar como el yo mismo, que constituye el sujeto y la totalidad.
Reconocer que ese otro no es sino un yo, un otro-peculiar que también existe en
el mundo, libera.
A través de la otrocización se cosifica al otro -o a la
otra- y al medio ambiente. Este mecanismo de reificación fragmenta al sujeto
interno, arrancado de la totalidad desde su nacimiento. Cuando el ser y el todo
conforman una totalidad, la cosificación desaparece. Entonces, el sujeto -que
constituye la peculiaridad de un ser- aprende la magia de la apreciación
artística. Esto sustituye el módulo de la razón instrumental y plantea un nuevo
desafío: la razón estética.
Lo anterior no niega la necesidad de crear bloques
identitarios a fin de resistir la penetración cultural, económica y militar del
orden civilizador. De hecho, existen -desde el punto de vista político- las
identidades subalternas y los movimientos libertarios. Un ejemplo claro son los
movimientos de las minorías étnicas en el Primer Mundo, el movimiento indígena
en Latinoamérica, los movimientos por la libertad de las opciones sexuales, el
movimiento feminista, el movimiento obrero, los movimientos independentistas y
anti neo-coloniales, la resistencia urbana anarquista, el movimiento de los
okupas, los movimientos contra la globalización neoliberal, el movimiento
ecologista y verde, las organizaciones de derechos humanos, los movimientos
artísticos, los movimientos rebeldes, etcétera. O sea, la problematización de
la identidad como noción es discutible desde el punto de vista de los
movimientos antiautoritarios que oponen resistencia al proceso de
estandarización. No obstante, desde un punto de vista también político, es
preferible entender esos movimientos como constelaciones de peculiaridades que
habitan el jardín de la realidad y resisten los embates de la aplanadora
instrumental. La máquina ideológica de la estandarización uniforma con sus
motes identitarios. Cuando el jardín se desjerarquiza, cada aroma, cada color,
cada forma, cada gusto y cada murmullo, crea el paisaje cuya pulsión -única e
irrepetible- abre las puertas a la apreciación de la belleza. Esto sustituye el
módulo de la razón instrumental por una visión estética que desbanca en forma
radical la lógica funcional y utilitaria del sistema. Es el primer paso hacia
la peculiarización del orbe. Y no sólo abre el mate y desenchufa el cerebro
humano de la máquina de la ideología, sino que también rompe las vitrinas de
todas las cadenas comerciales, niega la autoridad y grita con voz clara y
prístina: ¡Ya basta!
19
El “instrumentum” es un dispositivo mental que modula el
pensamiento tecnológico. Opera como herramienta y hace posible los mecanismos
de la operación técnica. En griego, la palabra “tecnê” tiene un doble
significado: manufacturación y revelación. Ésta última es la capacidad de hacer
aparente lo presente. Para Heidegger, la “tecnê” deriva en un doble sentido: hacia
la tecnología o hacia la “poiêsis”. El arte también hace aparente lo presente,
pero sin la lógica instrumental de la eficiencia ni la ideología económica de
la competencia y la comparación, cuyo eje lo constituyen las transacciones.
|
Ronso |
Cuando el arte sea removido de la esfera institucional
para ser (re)instalado en la praxis de la vida, no habrá más separación entre
el arte y la vida. Por supuesto, la vida debiera vivirse como si fuese una obra
de arte. Y el arte debiera experimentarse en la vida: no en los salones, ni en
las bibliotecas, ni en los museos, ni en las casas muertas. Cuando el arte se
experimenta en la vida -y viceversa- se evita el surgimiento de mercados “sui
generis” desarrollistas, promotores de los procesos de producción de arte en
masa a través de medios mecánicos. El arte se realiza en forma artesanal e
implica una apreciación estética genuina. Esta apreciación no es sino la
manifestación de un módulo mental diferente a la instrumentalización que, en
cierta medida, aún puede resucitar la ilusión de humanidad. Por lo mismo, la
razón estética puede ser una esperanza. De otro modo, todos los caminos
conducen a la destrucción total. Ya sean las autopistas de la razón
instrumental o la caverna prehistórica (que dio origen al arte simbólico y a la
representación de la realidad) . Evitar la cosificación es desear la vida. La
representación de la realidad -como mediación entre la naturaleza y la
conciencia- produce un efecto cosificador. La reificación total ocurre cuando
esa representación sustituye a la realidad. Así se inicia una escalada
cosificadora infinita, que sólo se detiene con la muerte.
El arte simbólico transformó la práctica estética
artesanal en un fetiche, separando aguas entre la “ poiêsis” (que es el acto de
creación de la apariencia de lo presente) y la vida (donde se expresa el acto
creador) Al mantener el arte y la vida en esferas disímiles, el pensamiento
instrumental despoja a la vida de ciertos valores básicos tales como la
solidaridad, la integridad, la dignidad, la ternura, etcétera. De hecho, a
veces sólo es posible hallar dichos valores en el arte o en la praxis vital no
alienada, fragmentando la vida humana de modo radical y sentando las bases para
la producción del mercado artístico lucrativo. Con esto se autojustifica la
alienación de la vida humana moderna y se desnaturaliza todo lo que proviene de
la naturaleza; naturalizando -como contrapartida- el tubo de la alienación.
20
Para desterritorializar al Estado hay que oponerse al
militarismo y a su base ideológica: la idea de estado-nación. Si fuera posible
suprimir lo imaginario de las comunidades imaginadas, existentes en los diversos
proyectos de construcción nacional, la comunidad devendría en un grupo real de
personas con rostros y nombres identificables. Su interacción diaria sería a
escala humana y la comunidad sería verdadera. Así se desterritorializa al
Estado.
A la idea de estado-nación se le liga la noción de raza:
fundamento de la xenofobia y del racismo. El Estado nunca ha dejado de ser un
instrumento clasista y racista de control y opresión. Su territorialización
ocurre mediante el movimiento de tropas y el despliegue militar. Para
desmaterializar al Estado hay que desmantelar el militarismo y el armamentismo.
El Estado opera como si fuese un gran galpón nacional, que invierte en terrenos
de ensayo bélico: las guerras. Con la desmaterialización del Estado se desterritorializa
la nación y las fronteras limítrofes pierden realidad, deviniendo lo que son:
límites artificiales construidos por los predicadores de todo tipo de
nacionalismos y regionalismos, responsables de los vínculos políticos impuestos
por el Estado a los sujetos. El nacionalismo persigue subyugar a la gente bajo
las prácticas sedentarias derivadas tanto del control urbano como de la
economía territorial agropecuaria. El efecto de esas prácticas es la
domiciliación, que trae aparejada la acción domesticadora del Estado. No
obstante, cuando el dispositivo que promueve el concepto de territorio nacional
se disuelve, uno de los mecanismos de la estandarización también deja de
funcionar. Desplazarse libremente de una zona a otra -de comunidad a comunidad-
sin ser controlado por los sistemas aduaneros ni por las intendencias
policiales, conlleva a que la libertad se corporeice en una práctica cotidiana.
El movimiento constante es una fuerza incontrolable. Su carácter libertario
radica en su capacidad de abolición del sedentarismo y de la domiciliación,
desbaratando todo control estatal. Desplazarse es desdomesticarse. Ir de un
lugar a otro, conocer gente, aprender sus idiomas y entender otras visiones de
mundo, es una praxis libertaria. Dicha praxis agudiza la peculiaridad.
|
Do Hu Su |
El fascismo es fomentado por el nacionalismo: sentimiento
de propiedad nacional que exacerban las clases poseedoras y adineradas. Ese
sentimiento es transferido a los desposeídos y pobres de la ciudad por medio de
los mecanismos de propaganda y adoctrinamiento cívico, oficial y nacional.
Algunas personas, por ejemplo, repiten discursos -que publicitan la ideología-
en la primera persona plural. Se conjuga el verbo en la forma del nosotros,
promoviendo el control idiomático y reforzando las identificaciones entre
patria, bandera, gobierno y gente. Decir por ejemplo: “tenemos un parque, una
cordillera, un buen equipo o una economía estable”, implica un grado
lingüístico de aceptación de cierta identidad colectiva nacional asignada y/o
impuesta. Éste es el nosotros de la realeza, adaptado a los tiempos modernos
para hacer pensar a la gente que el gobierno y sus instituciones financieras
representan al individuo común.
La gente habla de las acciones del gobierno como si
hubiese tenido alguna participación en la decisiones gubernamentales o en la
represión militar. Ésta es la alienación nacionalista que facilita la aparición
del fascismo. El adoctrinamiento se reproduce a través de las escuelas, el
deporte, los valores tradicionales, las reglas, las narrativas oficiales y los
medios de control. La propaganda se aviva a través de las pantallas lumínicas
(p.e. la televisión, el cine, la informática, etc.), los medios impresos, la
radio, la educación, etcétera. El fascismo se cristaliza en la noción de nación.
Por ello, toda identidad comunitaria asignada y/o impuesta tiende a reforzar
dichas nociones: nacionalidad, regionalismos, idioma, rol social, colegiaturas,
creencias religiosas, clanes familiares, hermandades, relaciones de trabajo,
oficio o profesión, etcétera.
La comunidad real no transita por el sendero de estas
aplicaciones identitarias. La comunidad real tiene que ver con el compañerismo
y la amistad. Y no es difícil imaginarla. La constituyen todos aquellos
familiares, amigos y amigas que vemos a diario y con quienes preferimos
relacionarnos y disfrutar cada día. Allí se vivencia la solidaridad cotidiana y
se le niega presencia al Estado. Allí hay reconocimiento mutuo y respeto a
ultranza. Allí también se desterritorializan las fronteras y se arrían con
bravura las torpes banderas de la xenofobia.
21
La única taxonomía posible son las drogas. Hay dos tipos
de drogas: químicas y naturales. Unas dependen de la producción industrial en
masa. Las otras son parte de la naturaleza. Y se cultivan, recogen o encuentran
a campo abierto (prados, montañas o desierto). El uso de las drogas naturales
se remonta a una época de sabiduría ancestral, en que se practicaba la medicina
natural y holística. El uso de las drogas químicas, en cambio, se masificó con
la revolución industrial y con el ascenso de los médicos al poder. Ése fue el
comienzo de la tiranía de los hombres de delantal blanco. Las drogas químicas
controlan la paciencia, el ritmo y la pasión. Su objetivo es que el sujeto
disfuncional se readecúe al sistema para que siga produciendo sumisamente. Pero
si los sacerdotes de toga blanca fallan en su intento y pierden el control
sobre el paciente, terminan arrojándolo a los centros ideológicos de reclusión
social: los manicomios, los asilos, los albergues de caridad, los hogares de
ancianos, etcétera. Estos centros son los vertederos para el enfermo terminal.
Las drogas químicas legales -que administra el Estado a
través de sus Ministerios de Salud- tienen sus pares gemelas: las drogas
químicas ilegales. Además de ser un gran negocio lucrativo, éstas le permiten
al Estado justificar la represión en zonas consideradas fuera de control: los
guetos urbanos, las barriadas marginales o la selva guerrillera. En otros
casos, las drogas duras ilegales también se usan como pretexto cuando la
justicia y sus guardias pretorianos persiguen a aquellos individuos subversores
del orden impuesto. Justamente es su ilegalidad la que genera el lucro y
racionaliza el autoritarismo.
Las drogas naturales, en cambio, liberan porque dejan ver
en la oscuridad de la alienación. Ayudan al cuerpo. Son biodegradables y
fuentes energéticas. La planta de cáñamo, por ejemplo, atenta contra las
industrias que ejercen el control ideológico y energético. La industria
farmacológica impone una visión de realidad. Luego, las industrias petrolera,
minera y forestal -el triunvirato de la sociedad de producción y consumo
masivos-llevan a cabo la concreción material de esa visión de realidad. Las
drogas naturales, por el contrario, curan. Mientras que cualquier alteración de
la conciencia en las sociedades altamente alienadas permite un escape hacia la
apreciación de la naturaleza, en las sociedades primitivas -no alienadas ni
alienantes- las drogas naturales son una ratificación de que la realidad no es
lineal ni se manifiesta en un solo plano. En efecto, a través de las drogan
naturales los pueblos primitivos han experimentado el carácter múltiple de la
realidad. Así como la tierra no era plana, la realidad no es una. Al contrario,
está poblada con tantos pliegues y multiplicidades, como peculiaridades tenga
la naturaleza. Los surrealistas señalaron que el mundo de los sueños también
era parte de la realidad, tal como lo es la percepción del mundo en vigilia. La
posibilidad de que haya otros mundos, sin la lógica lineal tridimensional, ha
sido probada por la sicodelia. Los doctores y expertos -que trabajan para la
sociedad de producción y consumo masivos- le llaman escapismo a cualquier
alteración de la conciencia producida por las drogas naturales. Cuando el
escape hacia la apreciación de la naturaleza deviene fuerza energética, los
doctores y los expertos dejan su trabajo en manos del ejército o de la policía.
Ésa es la llamada guerra contra las drogas.
Las drogas naturales son altamente subversivas. Cada hoja
y tallo que libera y alivia ya existe previamente en el jardín planetario. Por
lo mismo, no hay necesidad de manufacturarlos. Es un hecho que la sabiduría
ancestral está relacionada a la medicina natural. Muchas mujeres fueron
acusadas de brujas -por los médicos y expertos de la época - y quemadas vivas
en las hogueras de la Inquisición católica, protestante y patriarcal. He ahí la
civilización.
Comer, fumar, hervir y deglutar las drogas naturales son
actos de convivencia solidaria. Su ocurrencia depende de los niveles de salud
de las personas. Cuando el ritmo de la vida está controlado por el tic tac
automático de la máquina estandarizadora, los niveles de salud disminuyen. La
alienación y la ideología son una enfermedad. Las drogas naturales escardan el
jardín y labran la tierra. Cada vez que se ingieren drogas naturales -orgánicas
como nosotros mismos- nos recuperamos de las enfermedades biológicas y sociales
que producen la alienación y la ideología. La humanidad necesita recuperarse
del trauma de la civilización. Para Chellis Glendinning, la civilización es un
estado del que hay que mejorarse. El trauma del primer día de clases, el
nerviosismo causado por las amenazas de expulsión del colegio, los dolores de
estómago, los castigos irracionales, o el impacto de la represión institucional
contra la manifestación libertaria del ser que quiere huir de la alienación y
de la ideología, son la consecuencia de una experiencia traumática que tratamos
de ignorar cada día. La civilización es el fundamento del entrenamiento forzado
para privilegiar lo simbólico sobre lo imaginario y así domar el estado de
‘salvajería’ natural que nos habita.
Las drogas naturales despliegan los pétalos de la
imaginación. Y ése tal vez sea el efecto que producimos nosotros, toda vez que
interactuamos orgánicamente con el medio y ampliamos nuestro universo hacia lo
que todavía no hemos soñado, pero que aún podemos imaginar. Nuestra presencia
tiene un efecto alucinógeno. Somos, en efecto, una droga poderosa que puede
iluminar todo lo que imaginemos. Y una vez liberados, no hay droga química, ni
pantalla, ni ejército que puedan detener el efecto seductor y opiáceo que
provoca nuestra aparición. Para construir un nuevo mundo hay que imaginarlo. Y
para imaginarlo hay que liberarse. Esa liberación conlleva a la creación de una
nueva humanidad. He ahí la importancia de las drogas naturales.
22
El impacto de la vida humana sobre el planeta y el resto
de las criaturas vivientes tiene un carácter ineluctable. Las consecuencias de
cada vida es inevitable: caminamos y destruimos. El efecto destructor que
produce nuestra existencia se amplifica a través de la razón instrumental. Ésta
no es sino un módulo mental que opera como ideología obnubilante: no permite
ver ni sentir ni entender. Una vez atrapada por esta armazón, la conciencia se
enrosca como un tejido duro cosificado. Para sensibilizarse, hay que explorar
en lo estético. El arte y la poesía ayudan a ver en medio de la alienación.
Abolir la razón instrumental no significa abolir los pensamientos lógicos y
analógicos, ni mucho menos la inteligencia, ni la capacidad práctica. La
analogía y la lógica conviven en la naturaleza y en la mente humana como un
todo inseparable. Asociar, por ejemplo, el chirrido de los grillos al ronroneo
de la naturaleza, como si ésta fuese un gato feliz y satisfecho, es parte del
pensamiento estético. La analogía se manifiesta a través de los procedimientos
lógicos, intelectuales y lingüísticos, pero su aproximación es estética antes
que instrumental. Privilegia la apreciación del mundo natural y su belleza, en
vez de la funcionalidad que se pueda extraer de la naturaleza. Para abolir la
razón instrumental hay que desalienarse y desaprender el entrenamiento
ideológico y social. Dicho desafío radica en la desarticulación de las
herramientas que lo permiten: el lenguaje que constituye al sujeto.
Sin lenguaje la noción de sujeto se desvanece. Las
razones instrumental, estética y ética -divididas en esferas aparte entre la
economía y la política, el arte y la poesía, la ética y la religión-
permitieron la aparición del lenguaje. La razón instrumental se apoderó del
lenguaje, generando formas de explotación humana y natural que la civilización
impulsó por medio de un sofisticado sistema de división laboral. Los
antropólogos creen que ese momento fue el comienzo de la historia, de la
agricultura y del sedentarismo. Tal vez también fue el inicio del lento proceso
de objetivación del sujeto y de la aceleración del movimiento expansivo de la
civilización, racionalizado a través de la noción de progreso. La máxima
socrática: “conócete a ti mismo” obligó al sujeto a reificarse filosóficamente
a fin de transformarse en su propio objeto de estudio. De paso, esto significó
la disección y separación del sujeto de la realidad, convirtiéndose en una
entidad aparte, distinta y extraña del todo que forma la naturaleza.
|
Viktor Cohen |
23
John Zerzan plantea que el lenguaje se apropia de la
realidad para luego sustituirla. De acuerdo al pensamiento anarco-primitivista,
la división del trabajo produce una secuencia reificadora que termina
construyendo lo simbólico. Para Zerzan, lo simbólico no sólo reemplaza a la
realidad sino que también la sustituye. Esta sustitución es una forma de
alienación y constituye el principio de la civilización, donde la razón instrumental
amplifica los mecanismos de control del lenguaje, estandarizando absolutamente
todo y rechazando completamente cualquier peculiaridad. Así, la realidad se
transforma en un conjunto de objetos, donde el sujeto es un objeto más que
ocupa el espacio de una categoría. La civilización y la alienación son entonces
dos quistes de la misma naturaleza que es necesario extirpar.
24
En 1987 J.A. Lagos Nilsson publicó en Buenos Aires el
manifiesto anarquista “Contracultura y provocación”, en oposición a los manidos
términos cultura y civilización utilizados por las dictaduras del cono sur para
autojustificarse y racionalizar sus prácticas genocidas. Para Lagos Nilsson el
mundo cultural es un modelo, un patrón, un marco o una referencia: es lo que estandariza.
Así, la cultura estandarizadora y la civilización son el producto de la
expansión de la razón instrumental, que sicológicamente se manifiesta como
proyección del ego sobre la naturaleza. La alienación produce el extrañamiento
del sujeto en el mundo, que se vuelve extraño a lo externo y a sí mismo. Ésa es
la enfermedad transmitida en el tubo de la ideología. Y en ese remolino, sólo
el arte y la poesía liberan y desalienan. Dicho acto liberador tiene sus raíces
en la contracultura, que no es sino una forma de provocación significativa. Por
obvias razones, la contracultura niega la cultura oficial y aboga por el
derecho a la peculiaridad. Evidentemente, la contracultura no pacta ni convive
con el poder, aunque éste trate de cooptarla. Si lo logra, la contracultura
deviene en un puro fetiche de consumo, o un artículo de museo que el poder se
cuelga de la solapa de su chaqueta como si fuese una medalla de guerra.
El poder se perpetúa a través del ejercicio represivo y
de la enfermedad de la alienación. Si bien ésta es una práctica de lo
simbólico, no es necesariamente expresión de la cultura simbólica. La
diferencia entre lo simbólico y la cultura simbólica permite distinguir entre
la representación y sustitución reificadora de la realidad y la manifestación
estética del ser. Confundir civilización con cultura significa mezclar dos
manifestaciones equidistantes. La civilización es la proyección de la razón
instrumental. Su expresión sublime son las ciudades que, legitimadas como
segunda naturaleza, organizan el proceso de entrenamiento ideológico y social
en los modernos campos de concentración subliminales. La cultura, en cambio,
cuando emana del sujeto es una forma de ser, o una contracultura. La cultura se
autorregula por medio de la interacción del ser. Por el contrario, en la
civilización, cuyo tablero de interacción es el mercado, no existen verdaderos
mecanismos autorregulatorios, ya que su base de apoyo es la utilidad, la
ganancia o el lucro. La civilización es, por tanto, unidimensional. Al contrario,
la cultura es múltiple, peculiar y multifacética. Lo que orienta las formas de
manifestación cultural es el ser. El hacer se relaciona a la manipulación y a
la producción. Y aunque también pueda ser un acto de creación, está
profundamente ligado a la operatividad instrumental. El ser y la creación
entretejen la hebra de la cultura. En rigor, todos tenemos cultura, esto es,
una forma de ser. Y si bien la cultura mediatiza nuestra experiencia, nuestro
ser es cultural.
La lucha de los pueblos originarios en América Latina no
es sino la lucha por la defensa de sus culturas contra la penetración de la
máquina civilizadora y la cultura estandarizadora. La cultura de un pueblo es
la manifestación estética de su ser comunitario. Esa es su cultura simbólica.
Los Neanderthal, desparecidos aproximadamente hace unos
treinta mil años, pulieron figuras de piedra y construyeron flautas talladas en
huesos de osos, capaces de tocar hasta tres notas musicales: do, re, mi.
También contaron con una forma de comunicación y con actividades espirituales y
artísticas. La cultura simbólica no necesariamente conduce a una autopista
civilizadora sin salida. Los mayas, por ejemplo, abandonaron sus ciudades sin
explicación alguna. Es probable que hayan entendido en algún momento, que su
civilización era insostenible, aunque no hay pruebas concretas de ello. Es
posible también, que hayan tenido conciencia plena de que su tecnología se
desarrollaría de un modo tan drástico que no habrían sido capaces de
retribuirle a la tierra todo cuanto le hubieren extirpado. Esta cosmología de
la retribución aún forma parte de la cultura simbólica actual maya, cuyo
entendimiento de la naturaleza sobrepasa con creces a las cosmologías modernas
occidentales.
Al contrario de la cultura maya, la civilización
occidental y sus réplicas no han provocado sino la destrucción acelerada de la
naturaleza. Cuando Marcuse propone que la historia niega la naturaleza, se
refiere a la cultura civilizadora -la estandarización- y no a la cultura humana
como expresión del ser. La manifestación del ser es estética y cultural. Esa
manifestación se radicaliza cuando deviene expresión peculiar del ser. Por eso,
negarle a una persona su forma de ser, es colonizarlo. Dicha práctica reproduce
la pulsión expansiva de la civilización, que no es sino la destrucción de la
naturaleza y de los seres humanos. La civilización, por tanto, coloniza la cultura
y la domestica, volviéndola una categoría estándar: la cultura oficial.
Desconocer que cada criatura en el planeta tiene una forma de ser: cada gato,
cada ave, cada planta, cada flor, nosotros mismos, es negar la peculiaridad de
la naturaleza. Negar la cultura es estandarizar. Los seres humanos tenemos
distintas formas de ser. Cada cual ve el mundo, lo siente y lo aprecia
culturalmente. Cada cultura es peculiar. Las constelaciones de peculiaridades
son formas culturales que devienen en idiosincrasias de sujetos.
Los genocidios y ecocidios en el norte y sur del
continente americano han tenido una línea directriz: negar la cultura indígena.
La cultura, por consiguiente, se contrapone a la civilización. No son
sinónimos, sino territorios distintos. La civilización implica estandarización;
la cultura, peculiaridad.
25
El lenguaje cumple una doble función: estandariza e
impone significados, pero también libera. A través del lenguaje el sujeto
resiste la objetivación que produce la razón instrumental mediante sus
prácticas estandarizadoras: las categorías ideológicas, el monocultivo
industrial, la ganadería, etcétera.
La conversación desaliena y congrega, desmantelando las
políticas sistémicas que tienden al aislamiento individual. La estandarización,
por el contrario, cretiniza. Para ello simplifica el lenguaje, reduciendo la
capacidad de reconocer la realidad. Esta simplificación deviene en la neolengua
orwelliana, que reduce la conciencia y atrofia la imaginación. El sujeto no es
la conciencia en sí, como tampoco el lenguaje es la comunicación. Si confiamos
en los resultados de la ciencia, es posible establecer que la escritura
apareció hace 60 mil años o incluso antes. Las marcas calcáreas dejadas por los
aborígenes australianos en las rocas es prueba de ello. Obviamente no es la
escritura occidental, pero sí son inscripciones gráficas significativas. Es
probable también que el lenguaje siempre haya acompañado a los seres humanos,
ya sea como una forma de verbalización gutural, que poco a poco se fue
articulando con mayor claridad, o como simple comunicación gestual. Hay textos
antropológicos que sostienen que el lenguaje y el pensamiento simbólico han
existido por un millón de años. Las herramientas de piedra cuya data se remonta
a dos millones y medio de años, evidencian la existencia de mecanismos
racionales que no sólo se relacionan a lo simbólico, sino que también a la
evolución biológica bípeda, al uso del pulgar y a la organización grupal.
Marcel Griaule señala que para los miembros del pueblo africano Dogon,
habitantes de Mali, la primera palabra enunciada por los seres humanos fue el “
respiro”. Esto sugiere que el origen del lenguaje no fue la articulación, sino
la respiración misma. En efecto, la peculiaridad del habla se caracteriza por
el biorritmo inhalante y exhalante de cada cuerpo. El habla es propia y única
como el acento que cada uno tiene en su propia lengua.
El sujeto organiza su personalidad estructuralmente. Así
anula la conciencia, aunque también la puede amplificar a través del lenguaje.
Por lo mismo, crear conciencia significa darnos cuenta de nuestra existencia en
el cosmos: la totalidad. A través de la conciencia creamos el mundo. Esto es,
señalamos y puntualizamos eventos o problemáticas que de otro modo se
mantendrían en la oscuridad o en el silencio. Por el contrario, la alienación
enceguece, forzando a los individuos a seguir una carrera con anteojeras o a
encerrase en sus cubículos. El lenguaje es, por tanto, una herramienta de
entrenamiento, pero también es un arma de liberación. En las actuales
condiciones de domesticación humana, animal y ecológica, la separación
alienante del sujeto de la totalidad se ve como un proceso irreversible. Volver
a un estado primitivo anterior al lenguaje articulado, implica desaprender los
idiomas (cuestión que es prácticamente imposible, a no ser que se elimine a
toda la población humana de la faz del planeta) Abolir la noción de lenguaje,
sin un genocidio exhaustivo de toda la humanidad, es una tarea irrealizable y
siniestra. No hay garantía además de que el aspecto instrumental del
pensamiento simbólico no vuelva a aparecer en algún momento del desarrollo de
la vida. Y con ello surjan nuevamente formas de alienación y de dominio
funcional de la naturaleza y de control normalizador de los seres humanos.
Esperar, por tanto, utópicamente la construcción sintética de un orden
comunista primitivo -basado en la recolección y en la caza, que por extensión
garantice la sobrevivencia sólo a los más fuertes y reemplace el lenguaje por
formas telepáticas de comunicación- también parece lejano.
La vida ha perdido su valor mismo mediante el control
simbólico de la razón instrumental. En las sociedades alienantes y alienadas,
sólo el arte y la poesía pueden devolverle su valor original a la vida, puesto
que la esfera estética ha sido separada del ámbito de lo vital. Esta separación
no es sino una estrategia de compensación de lo que se ha perdido. Para que el
arte le devuelva su valor a la vida, es necesario destruir esa línea divisoria
entre la creación simbólica y la existencia, mixturando vida y estética en un
solo ciclo. Así, combatir lo simbólico con lo simbólico implica una
contradicción, pero también una posibilidad de emancipación ideológica y de
abolición de la razón instrumental. Orientar las actividades humanas en torno a
la razón estética, puede corregir el curso de la vida sobre el planeta y salvar
a muchas criaturas -y a nosotros mismos- de la extinción total.
26
El eslovaco Slavoj Zizek señala que cada proyecto
ecológico orientado a cambiar la tecnología para mejorar el estado de nuestro
ambiente natural se delegitima a sí mismo, por cuanto cada iniciativa de este
tipo confía en la misma fuente del problema: el modo tecnológico de
relacionarnos con todas las otras entidades a nuestro alrededor. Ésta es la
misma contradicción que se repite al combatir lo simbólico con lo simbólico: la
escritura, el pensamiento articulado, el lenguaje. Ambas contradicciones, sin
embargo, son falsas, porque operan como trampas sistémicas que promueven la
inacción: el silencio en un caso, la complacencia en el otro. Ciertamente, los
efectos de la vida humana sobre el planeta son ineluctables: caminamos y
destruimos, respiramos y aniquilamos. Ese impacto destructor se amplifica a
través de la razón instrumental: el modo tecnológico de relacionarnos con todas
las otras entidades a nuestro alrededor. Y se multiplica por medio de los
mecanismos masivos de producción y reproducción mecanizantes. La razón
instrumental es, por tanto, una ideología funcional y obnubilante, que le
arranca lo estético a la vida en virtud de imponer un proyecto civilizador
sobre el planeta. Este proyecto media la vida social, humana y animal a través
de la domesticación. La razón instrumental es un amansamiento ideológico que
aletarga, apoltrona, borra la imaginación y atrofia los sentidos. Cuando el
animal chúcaro es domado, deja de ser animal y se transforma en un ser
doméstico: la mascota. Estar domesticado y dominado es estar recluido al domo:
repetición arquitectónica que estandariza el paisaje. El domo de los animales
chúcaros es el corral, el rancho, el establo, la porqueriza. El domo humano son
las habitaciones solitarias, o cohabitadas en contubernio, que dibujan el gris
panorama de la ciudad.
|
Igor Morski |
La alienación en las ciudades -espacios al borde del
colapso fatal- y la destrucción que genera la producción en masa, son
características propias de la vida bajo el control de la acción domesticadora
de la razón instrumental. La razón estética no propone el dominio humano sobre
la naturaleza. Por el contrario, vislumbra la existencia humana de modo
interdependiente con y en la naturaleza, sin control alguno. La vida es una red
flexible y orgánica de sucesos cotidianos. La razón estética amplía la
conciencia, amplifica la imaginación y promueve la integridad y la
responsabilidad como éticas necesarias. Es un proyecto que no carece de
elasticidad, ni de sentido práctico, ni de inteligencia. Pero privilegia lo
artístico sobre lo funcional. Su finalidad entonces es el despliegue radical de
todas las peculiaridades antiautoritarias que habitan el planeta.
Un mundo orientado en torno a la razón estética sugiere
una vida artesanal y comunitaria. La cosmovisión que integra dicha razón es
biocéntrica. Y escarda el antropocentrismo del jardín planetario, mientras
deposita el humanismo ilustrado en el arcón del abono. El biocentrismo no es
sino la revelación de que la vida es la esfera incluyente de la realidad, sin descontar
por ello que existan otras realidades y percepciones de realidad. El jardín de
las peculiaridades es un proyecto de humanidad: construir la vida en un jardín
planetario poblado de comunidades desjerarquizadas, autónomas y libertarias,
que operen con el pensamiento analógico y estético. La analogía permite
establecer asociaciones y conexiones en forma simultánea, múltiple, flexible,
transparente e interdependiente, desmantelando la lógica lineal y el
aislamiento, para combatir -en el mismo flanco - contra todas las formas
perversas de alienación. Tal vez en ese jardín sea posible volver a
comunicarnos cabalmente por medio de ciertas facultades perdidas y atrofiadas
por la domesticación. Tal vez desarrollemos otros sentidos.
Las gallinas, por ejemplo, son capaces de reconocer hasta
un máximo de cincuenta miembros en su comunidad. Su sistema organizacional está
basado en el reconocimiento mutuo. Así evitan cualquier conflicto surgido por
la pugna de los granos y establecen una dinámica social basada en la empatía
con las otras gallinas, dando preferencia a las aves mayores al momento de
picotear. Con la domesticación industrial, los gallineros se llenaron con
cientos de gallinas que fueron forzadas a olvidar su sabiduría natural y a
desconocer a las otras formas de su especie, despertando la violencia, si es
que no la locura. Los seres humanos hemos perdido y olvidado nuestra sabiduría
natural. Los aborígenes australianos que se marchan al desierto aún son capaces
de comunicarse telepáticamente a varios kilómetros de distancia. Cuando la
poesía y el arte devienen en una contraideología asistémica, nuestras
facultades reviven. Entonces somos capaces de crear el mundo y expresar
libremente nuestra peculiaridad que el sistema niega. Algunas peculiaridades
tienen los pétalos más abiertos que otros. Eso no importa. La estandarización
igualatoria es una treta socioliberal, que cínicamente deniega el igualitarismo
social, dado que existe en virtud de las diferencias jerárquicas. Lo importante
es que cada pétalo brote, siempre a su ritmo y condición, estableciendo una
íntima sincronía con el mundo de los seres vivos. La máquina igualatoria es
injusta con la peculiaridad. La vida es una energía que permite recrear el
mundo en diferentes mundos peculiares. La libre creación de constelaciones de
peculiaridades -la libre asociación, en idioma socioliberal- es una noción que
puede ayudar a describir mejor las condiciones de vida bajo el movimiento
orgánico de comunidades autosuficientes. La comunidad fluye en la convivencia
gregaria -lo social, en idioma socioliberal- haciendo florecer la peculiaridad
de cada criatura. Dicho florecimiento no es sino el despliegue total y
libertario de nuestro ser, permitiendo así una interacción orgánica entre los
seres humanos y el planeta.
En el jardín de las peculiaridades, las flores y las
plantas realizan el proceso de fotosíntesis al ritmo de su propia savia. Nadie
las detiene. Nadie las retrasa. Nadie las apura ni controla. Los animales e
insectos que se desplazan con sigilo por el huerto, cruzan el breve latido del
presente. Así se mantiene vivo el movimiento perpetuo de la tierra. Así también
pervive el planeta: el domo astral que nos brinda alero y nos hace vivir.
27
¿Hubo prácticas antropofágicas durante la época en que
los humanos recolectaron y cazaron, o incluso anterior a ello? ¿Ha sido la
carne humana alimento de otros humanos? ¿Tenemos un pasado caníbal? Al parecer
todo indica que sí, aunque no sabemos si con fines de sobrevivencia o puramente
simbólicos.
El estudio de los molares de los restos de cráneos
encontrados en algunas cuevas de Gran Bretaña demuestra que los antepasados de
los ingleses fueron caníbales. En los siglos XVII y XVIII los médicos de
algunas cortes europeas solían prescribir como dieta curativa órganos humanos
para aliviar ciertas enfermedades. Los bancos de órganos no fueron inusuales en
aquella época, ni lo fueron tampoco las ejecuciones, necesarias para abastecer
las bodegas de riñones, hígados, intestinos y otras partes del cuerpo que
demandaban los cortesanos ávidos de curación. La guillotina se desaceleró al
momento en que Europa borró su historia antropofágica y comenzó una nueva
etapa: atribuir el canibalismo a los pueblos dominados, que no eran vistos sino
como buenos salvajes o peligrosos bárbaros “comehombres”.
En la novela “El entenado”, basada en las memorias del
español Francisco del Puerto (que llegó a la costa oriental del cono sur con la
expedición de Díaz de Solís el año 1516), Juan José Saer relata en bella prosa
la experiencia de un cautivo en territorio guaraní. El canibalismo
indoamericano no estuvo sustentado en la necesidad de la supervivencia, sino
más bien en un ritual simbólico: distinguir al otro del nosotros y así afirmar
el orden precario del universo. Toda vez que los tupis guaraníes realizaban una
fiesta de la carne -o carnaval- reafirmaban su rol en la preservación del
frágil balance cósmico. Esta visión etnicista y antropocéntrica, filtrada a
través de la práctica caníbal, no tenía sino un fin simbólico y ceremonial:
sostener que la verdadera gente no se come a sí misma. Por el contrario, los
caníbales sólo saboreaban a los forasteros, u otros, que ante los ojos de la
aldea etnocéntrica, no existían ni formaban parte de la verdadera gente. La
dialéctica ejercida entre el canibalismo y la autoidentificación grupal, como
estrategia de construcción identitaria, habría sido la base de toda expresión
simbólica. La noción del nosotros se distingue de este modo de la noción de
ellos. Y dicha distinción se ratifica de modo ritual mediante la práctica
caníbal. Es, en cierto modo, una mitología que explica el cosmos y afianza la
convicción de pertenencia, pero que carece de una verbalización articulada. Eso
es tal vez lo que Francisco del Puerto presenció mientras estuvo en cautiverio
por casi 10 años. Y ésa es la razón también por la cual los charrúas del Río
del Plata lo mantuvieron cautivo. El testigo del acto caníbal era el observador
necesario para ratificar la existencia de los guaraníes entre los miembros de
otras aldeas. Pero para el imperio español, el canibalismo fue utilizado como
argumento para demonizar a las culturas indígenas y así justificar la
carnicería genocida.
La noción de un nosotros proviene de otra noción previa:
el yo. La noción del yo surge de la conciencia de la propia condición mortal,
que vislumbra en una situación hipotética, futura e impertérrita, la muerte.
Esta visualización del futuro es la que separa a la conciencia humana del
instinto de supervivencia, o de la hipersensibilidad para adivinar el riesgo, o
de cualquier otro tipo de conciencia animal.
Cuando el soldado Bernal Díaz del Castillo entró bajo las
órdenes de Hernán Cortés en la ciudad de Tenochtitlán, construida en el lago
Texcoco, su asombro ante el mercado y la grandeza imperial azteca se vieron
disminuidos por el terror sentido ante la presencia de cadáveres apilados en el
interior de los templos sagrados. Los aztecas no sólo practicaban sacrificios
humanos sino que también fueron caníbales. En su relato, Bernal Díaz rememora
cuando Moctezuma se sirve en su plato de monarca pequeñas criaturas humanas
que no son sino niños y guaguas. Así Bernal Díaz demoniza al otro y escandaliza
a los españoles, cuyo temor se vehicula a través del discurso religioso. La
distinción que hacen los europeos es establecer la diferencia entre un ellos y
un nosotros. Esto es, entre la barbarie -atea o endemoniada que fomenta la
antropofagia- y la civilización católica que, no obstante, también bebe y come
simbólicamente el cuerpo de Cristo. Dicho racionamiento es utilizado por el
imperio para justificar el genocidio practicado en las Américas y así reafirmar
el supuesto derecho a la conquista. La cruz cristiana y la liturgia son todavía
formas simbólicas de sacrificio y canibalismo. Los sacrificios y las prácticas
antropofágicas de los aztecas fueron formas simbólicas de reafirmación
identitaria, cultural y colectiva, como también consecuencia de su cosmovisión.
Otros pueblos sudamericanos también practicaron
sacrificios rituales, aunque aún se discute si fueron caníbales o no. Dichos
sacrificios eran ofrendas a los dioses. Y su objetivo era alimentar el espíritu
de los elementos en busca de protección. Los mapuches del sur de Chile -uno de
los pocos pueblos no conquistados por los españoles- sacrificaban corderos en
sus rituales de curación. La hechicera -o machi- extraía el corazón del animal
y se bañaba en su sangre. Y éste no era sino un acto simbólico de redención con
las fuerzas de la naturaleza. Lo simbólico aparece con el surgimiento de la conciencia,
por cuanto representa a la muerte. El reconocimiento de nuestra condición
mortal sería la pulsión generadora de la confección de la noción de lo humano y
de lo no-humano, de lo animado y de lo inanimado, de lo crudo y de lo cocido.
En tal contexto, el canibalismo y el sacrificio animal no fueron sino prácticas
de reafirmación de lo humano. Comerse al otro, ya fuere humano o animal, era
ratificar la existencia de un nosotros: la horda primitiva o la tribu original.
Freud plantea que la civilización se basa en lo
reprimido. Esto es, en el tabú del canibalismo y del incesto. Esa represión es
la que origina las bases de la civilización occidental. Lo civilizado es lo
reprimido. La cultura también reprime, puesto que debe ocultar su carácter
antropofágico: el plagio, la cita, la mera referencia. Simbólicamente, la
cultura se engulle a sí misma en una red de conexiones que se expanden como
reacción en cadena. El vampirismo mercantil y esclavista se basa culturalmente
en una pulsión caníbal, cuya representación más acertada es la expresión
popular “chupar la sangre de otros”: los dominados. Por cierto, cuando la
cultura representa al canibalismo, lo hace con el sesgo del espectáculo. Lo
vuelve caricatura o le asigna características de aberración. Es un “tango
desnudo” o una distorsión individual de quien ha perdido toda noción de
humanidad. En el primer caso, el canibalismo es un espectáculo que contradice
la contradanza de la carne. Cuando los guaraníes realizaban sus bacanales, lo
hacían al ritmo de la danza y de los tambores y se suponía que era una
celebración recordatoria de su propia humanidad. Cuando los cristianos
esperaban la cuaresma, realizaban primero un carnaval, que también era la
fiesta de la carne, pero sublimado por lo simbólico. El “tango desnudo” es la
espectacularización estilizada, pero también cruda, del evento antropofágico.
Se manifiesta en el fascismo, en la tortura y en la vejación. Por el contrario,
la imagen del canibalismo como aberración individual, es una trampa ideológica
que refuerza la propaganda que auspicia el autocontrol, la autocensura y la
fuerza opresora. En ambos casos, se reprime la peculiaridad múltiple que habita
en la naturaleza. Ése es el velo que niega el origen de la idea de humanidad.
Es probable que la cultura simbólica y sus ramificaciones
reificadoras hayan provenido de una primera conciencia: la certeza de la
muerte. Dicha certidumbre genera, por medio de los mecanismos autorreflexivos
de la conciencia, el reconocimiento de la propia existencia. Esto conlleva a la
visión de un yo- nosotros, en oposición a un otro-ellos. En tal sentido, el
canibalismo fue una práctica de afirmación simbólica de la cosmovisión
beligerante entre nosotros versus ellos.
La antropofagia selectiva (comerse al desconocido pero no
al prójimo) es el establecimiento primigenio de un asco diferenciador y
autoconciente racionalizado mediante la noción de lo humano y de lo no-humano.
No es seguro, en todo caso, que los humanos seamos carnívoros. Al parecer, todo
indica lo contrario. Somos seres herbívoros, vegetarianos o veganos, que
todavía comemos carne o preparamos asados como inercia metabólica debido a una
dieta impuesta ancestralmente por razones simbólicas. Cuando el comensal
ingiere carne no-humana, es recompensado con el estatus de lo humano.
Las variantes geográficas también han influido en las
dietas regionales. La alimentación de los esquimales, por ejemplo, es casi cien
por ciento carnívora. Sin embargo, su ubicación en una zona de difícil
sobrevivencia obedece a un desplazamiento previo, determinante de su dieta.
Muchos pueblos nómadas se mantuvieron en movimiento al seguir la ruta de los
búfalos u otros animales. Los recursos marítimos hicieron que muchos de estos
grupos tribales se asentaran cerca de las áreas polares y se dedicaran a la
pesca como prolongación de una práctica carnicera anterior. Ése fue también el
caso de los Alacalufes o Selknam en Sudamérica. Hoy totalmente desaparecidos.
Asumir nuestra naturaleza animal implica entender que la
sociedad actual está reproduciendo una forma ancestral de canibalismo. Somos
animales que comemos otros animales. Somos animales herbívoros que comemos la
carne de otros. Por supuesto que las tribus cazadoras y pescadoras del
paleolítico y del neolítico fueron consumidoras de carne. Pero esas sociedades
ya habían tallado y pulido la piedra, lo que implica el uso de cierto
pensamiento tecno-instrumental para construir herramientas. Es muy probable
también, que esa aplicación incipiente de la razón instrumental haya surgido
luego de la aparición de la conciencia: la revelación de la propia muerte.
También es probable que la instrumentalidad haya aparecido luego del
surgimiento de las nociones de un yo y un tú colectivos. Dichas nociones son
los embriones del canibalismo, que no es sino un símbolo de ratificación de la
identidad comunitaria en la horda primitiva, en el clan o en la tribu. En tal
sentido, es probable que el consumo de carne animal no-humana haya perpetuado
un mecanismo simbólico de autoafirmación, que fue imponiendo, poco a poco -y
quizás por razones de supervivencia- la dieta carnívora a seres con muelas
planas y poros en la piel.
28
Fisiológicamente, los humanos somos seres herbívoros. No
tenemos garras, transpiramos por los poros -a diferencia de los carnívoros que
lo hacen a través de la lengua- y nuestros pequeños incisivos no son afilados
como los de los animales carnívoros. Además, tenemos muelas planas para
masticar y triturar y nuestro intestino es doce veces más largo que el total de
nuestro cuerpo, similar al de los otros herbívoros, cuya longitud fluctúa entre
diez y doce veces la longitud corporal. Si eso lo comparamos al intestino de
los carnívoros, cuya extensión es sólo tres veces la longitud del cuerpo -lo
que permite un veloz procesamiento de la carne descompuesta que pasa
rápidamente por del sistema digestivo- y a la presencia de fuertes ácidos
estomacales que ayudan a digerir la carne, siendo veinte veces más potente que
los ácidos estomacales presentes en los humanos y en los herbívoros, no hay
razones de tipo fisiológico para suponer que los humanos necesitemos comer
carne. Las razones que alega el carnivorismo son ideológicas. Y no tienden sino
a justificar la supremacía humana sobre el mundo animal.
Michael Klaper asevera que los humanos no somos
carnívoros ni por anatomía ni naturaleza. En uno de sus libros sobre dieta
vegana, señala que efectivamente los seres humanos no podemos comer carne cruda
con gusto -eso en caso de que lo hiciéramos- y contrapone el placer de comer
una manzana, una sandía o una ensalada al acto carnívoro, que generalmente
requiere de aliño y cocción a fin de volver lo comestible lo más distante
posible de su verdadera naturaleza: carne y nervios muertos.
En tal sentido, la dieta carnívora es una suerte de necrofagia
que se ha ido imponiendo socialmente y que deriva de la práctica antropofágica.
Ambas dietas no fueron sino actos simbólicos rituales. El canibalismo sirvió
como rito de distinción entre la identidad tribal y la de los otros, mientras
que el carnivorismo fue una ceremonia necesaria para distanciar a los seres
humanos de los animales. En efecto, a través del carnivorismo se ha perpetuado
la visión antropocéntrica que garantiza ideológicamente la “superioridad”
humana sobre los animales y justifica valóricamente el control humano sobre la
naturaleza. En ambos casos se objetiva lo comestible. Y en ambos casos también,
hay símbolo y cosificación.
Las tribus cazadoras prehistóricas expandieron su
territorio buscando animales para la caza. Tallaron herramientas y pulieron
piedras como armas de defensa y ataque. Diseñaron tácticas de cercamiento, de
control territorial y de asalto. Esto fue la base del desarrollo de la lógica
de la agresión instrumental que dio origen al combate y al almacenamiento.
Empero no fue un proceso homogéneo. Los indios de las praderas norteamericanas,
por ejemplo, respetaban al búfalo -que era sagrado en sus culturas- y no lo
mutilaban a gran escala ni lo domesticaban. En las civilizaciones carnívoras,
sin embargo, aún pervive este primer movimiento expansivo. Es un hecho que la
caza es una de las piedras angulares sobre la cual se levantan los cimientos de
la civilización carnicera. La irracionalidad asesina de la civilización opera
como paralelo de la irracionalidad humana. En efecto, somos la única especie de
animales, que siendo herbívoros, prefiere alimentarse de criaturas muertas. Eso
es la locura total.
29
La ciencia actual y la cosmología dominante no sólo
buscan sumir al máximo -por medios representacionales- el pasado caníbal de la
humanidad, sino que también tienen un ingrediente funcional instrumentalizador.
La utilización de embriones y fetos humanos en la medicina biogenética, el uso
de órganos animales y no-animales en los implantes al cuerpo humano, la
expansión “macdonalizadora” de la dieta carnicera, la producción biotecnológica
de alimentos transgénicos, la biopiratería, el deporte de la caza, la
compraventa de recién nacidos, etc., son todos modos ideológicos de
reconstrucción simbólica de una nueva noción de sujeto: los autómatas.
|
Igor Morski |
Los autómatas son seres robotizados que se conectan gran
parte del día a diversas máquinas (computadoras, televisores, celulares,
contestadoras, teléfonos, automóviles, audífonos, escaleras mecánicas,
marcapasos, relojes, alarmas, etc.) Los autómatas surgen como consecuencia
directa de la ciencia actual y de la cosmología moderna. No recuerdan porque su
pensamiento describe la ruta programada por la idea del tiempo lineal. Carecen
de espontaneidad, aunque improvisan. La espontaneidad detiene la programación
porque privilegia el presente orgánico y natural. Así prevé el decurso de la
vida. La improvisación, en cambio, se centra en su accionar inmediato y no
previene sus consecuencias. Es la lógica lucrativa, la urgencia cibernética, el
deseo de la ganancia.
El autómata es fome y poco sincero. Carece de
transparencia y responsabilidad. Su comida se basa en la gaya ciencia, que
fabrica organismos genéticamente manipulados y modificados, ocultando lo que
son con su apariencia: legumbres falsas, hortalizas que dejaron de ser
hortalizas, alimentos de plástico, fruta enlatada, etcétera. Todo esto responde
a una planificación del futuro y de la vida estrictamente reglamentada de
acuerdo a modelos y metas también estrictamente diseñados. El autómata, por
tanto, es incapaz de vislumbrar el efecto destructor y violento de su accionar.
Más bien lo niega.
|
Yaumil Hernández |
Así como la dieta carnívora y la religión fueron
intervenciones culturales naturalizadas, que representaron simbólicamente una
forma de represión causada por la acción civilizadora, cuyo fin no era sino
construir una identidad humana, así también, las ciencias y las máquinas
modernas son intervenciones culturales naturalizadas, que representan la
represión de la noción de humanidad, cuyo fin no es otro sino construir un
mundo de autómatas. El autómata es el modelo de la estandarización moderna. Su
integridad es el doble estándar: defiende la violencia ejercida por los
represores y ataca la autodefensa de los dominados. Su dieta ideal son las
píldoras. Y su ideología, la alienación.
30
Cualquier intento de estandarizar es una forma de dominio
porque impone un modo único de ser sobre la peculiaridad. Toda matriz valórica
e ideológica es un ejemplo de este dominio, puesto que la única integridad
posible se haya conectada al florecimiento múltiple, simultáneo y peculiar de
la naturaleza. La estandarización es una forma de colonización que impone un
patrón uniformador sobre las diferencias y las peculiaridades de cada cual.
Todos los modelos esconden un sistema de planificación que organiza al modelo
mismo. Cada plan requiere de la linealidad temporal a fin de “ progresar” e
impulsar la moción desarrollista. La ciencia actual y la cosmología moderna
dominante justifican la colonización de la peculiaridad de la naturaleza
-gente, bosques, plantas, animales, aves, suelo, etc.-mediante los índices del
llamado ‘estándar de vida’. Aquellos que se acomodan a los distintos estándares
de vida devienen autómatas. El autómata se opone a la naturaleza, perdiendo su
humanidad -construida tal vez por el canibalismo en la horda primitiva- y
devanando su memoria como una cinta de video para volver a ser programada por
la máquina estandarizadora. Luego sobrevive rebobinando la misma cinta. Ése es
el aburrimiento. Por lo mismo, el autómata borra su pasado, se obnubila con el
presente y pierde su historia, la que en otras circunstancias habría sido
ancestral como la de los humanos. El autómata valora sólo lo que recuerda: las
contraseñas electrónicas, los dígitos de su patente de auto, los números de
código y de barra que le asigna la gran máquina-madre, etcétera. Carece, por
tanto, de historia. Ése es su orgullo y también su perdición.
|
David Plunkert |
31
En un lugar del noroeste americano, en las afueras de
Eugene, Oregon, se celebra anualmente un pipiripao jipón. Este pipiripao no
alcanza a ser un quilombo, aunque podría serlo. Los quilombos son desordenados,
rebeldes, revueltos y dionisíacos. Le permiten a las peculiaridades su
reencuentro en un estado natural de anarquía que se manifiesta en el presente
perpetuo. El pipiripao del noroeste, sin embargo, induce a cada participante a
resaltar un aspecto de su individualidad, normada por una variada gama de tipos
culturales previamente conformados: la moda, el fetiche, la apariencia. Esto
estandariza el jolgorio e impide la verdadera celebración, uniformando el
divertimento. Al contrario, el verdadero carnaval es un ritual recordatorio,
que tañe las campanillas de alerta sobre nuestra propia realidad y resume una
sabiduría primigenia: los seres humanos no somos sino naturaleza. Y la muerte
es prueba suficiente de ello. El pipiripao, en cambio, necesita reglas,
sistemas de seguridad, guardias y policías secretos, todo lo cual atenta contra
la naturaleza, el planeta y la expresión divertida del ser. Hoy, por ejemplo,
es ilegal fumarse un pitillo de marihuana. Aunque no siempre fue así. De hecho,
la feria de Oregon comenzó como un festival sesentista para emular los
carnavales del medioevo, siendo altamente contestataria en un principio. Allí
acudían jipitecas y papachos de todas partes del mundo, desplegando colores y
sonrisas opositoras a la uniformidad.
Los lugareños forman combos de música y tocan una suerte
de cueca larga que se identifica con la música del campo. Lo curioso es que
cantan historias que a veces pueden parecerse demasiado a las historias
personales de quien los escucha. En realidad, esto no es extraño. Es el
producto de la estandarización. Los héroes y personajes que destacan sus
canciones, devienen estereotipos producidos, administrados y masificados por la
cultura simbólica que reproduce el control a través de la imagen. De este modo,
la estandarización se apropia de la peculiaridad y la transforma en una
tipología reconocible: arquetipos, fisiotipos, estereotipos, etcétera.
Los estereotipos son formas chabacanas de entender la
estandarización y existen en virtud de ella. Por ejemplo, los choferes de
microbuses se saludan siempre al cruzarse en un camino. Dicha conducta ocurre
en todos los territorios donde la civilización haya tenido un impacto
homogeneizante y uniformador. Mientras más estereotipos tengan las sociedades,
mayor será su grado de estandarización y alienación. El estereotipo es una
imagen cargada sígnica y semánticamente por las categorías. Su acción -que se
proyecta sobre la realidad- se impone sobre los grupos dominados en las formas
del exotismo o de la demonización. Lo exótico es una categoría construida por
lo dominante a fin de infantilizar lo otro y apropiárselo. La demonización
autojustifica la agresión sobre el otro. Sin categorías, las tipologías y las
imágenes colectivas no podrían ser reconocidas ampliamente. El estereotipo
espectaculariza lo uniforme. Esto es obvio en la cultura de masas: la cultura
de los medios masivos de comunicación audiovisual o la cultura del “mainstream”
norteamericano, por ejemplo. Su ideología es la mediocridad y su propósito
apunta a que todos los seres humanos integren el engranaje social y productivo
como tuercas de un mecanismo mayor e incomprensible. Por eso, la
estandarización es un proceso de cretinización humana a través de los formatos
estándares promedio. Dichos formatos contienen los valores de la democracia
plutocrática que se parapeta tras los logros del sistema de mediocracias. Esto
es, el gobierno estandarizador, sin contar -por cierto- a las ideologías:
concepciones democráticas que se encarnan abiertamente en el fascismo. Para que
el pipiripao devenga en algún tipo de quilombo, hay que desplegar todas las
plumas silvestres de la peculiaridad. De otro modo, la fiesta se transforma en
un campo de concentración con challas y con globos, pero sin comensales ni
risas ni contertulios. Esto no es muy distinto a lo que ocurre en los
fomenajes, eventos oficiales que se repiten una y otra vez en las escuelas, en
las instituciones públicas y privadas, en las ceremonias laborales, etcétera.
Por cierto, el objetivo de esas seudo celebraciones es preparar el terreno
ideológico y emocional para el entrenamiento propagandístico y el control
represor: las dos armas que el sistema utiliza para mantener la inmovilidad. Al
contrario, el quilombo -en tanto carnaval verdadero- es una forma de
escenificación social de la conciencia, cuya práctica dionisíaca libera y
aparta de la máquina de adiestramiento y de control conductual. Lo dionisíaco,
en este caso, no sólo desbarata la cultura de la “razón” al oponerse
antitéticamente a lo apolíneo, sino que también desvanece la norma instrumental
al desmantelar la dualidad entre Baco y Apolo que se esfuma en el carácter
rebelde de la celebración.
32
Toda revolución tiene reformas, aunque sin revolución
nunca se aceleran las reformas. Los medios y los fines se encuentran en un
presente perpetuo en el que coinciden la realidad y la imaginación, el deseo y
su realización, el arte y la vida. Por lo mismo, borran la línea divisoria que
limita los órdenes de lo imaginario y lo simbólico, lo orgánico y lo
estructurado, lo animado y la totalidad. Esta combinación binaria de asuntos
diversos -que imponen generalmente una placa a la conciencia de entendimiento
del mundo- se desmantela cuando se percibe la táctica del segundo como parte de
la estrategia global. Por lo mismo, la comprehensión de la totalidad como un
todo interdependiente borra la línea divisoria entre la libertad y el temor,
mellando la cáscara que separa a los seres humanos del mundo natural.
En la tierra se halla contenida la noción de toda
libertad. Y tras las barras de acero surge la desafortunada experiencia de la
prisión y del enjaulamiento. La revolución debiera transformar lo cotidiano en
una ética que se realice en el presente perenne. Pero esto es algo
especulativo, ya que se basa en la urgencia ética de transformar. La
inmovilidad, en todo caso, rinde homenaje a la represión. Sólo el movimiento
libera.
33
El sistema estandarizador domestica. La domesticación es
una forma de dominio que vuelve a las criaturas vivientes en seres caseros que
se apoltronan en sus domos. Fuerza así a la domiciliación, cuya expresión
cúlmine de represión es el toque de queda. Como todo sistema, éste genera sus
anticuerpos: los cesantes que operan como ejército de reserva laboral y los
vagabundos sin techo que el sistema desecha.
La producción en masa genera crisis de sobreproducción y
estancamiento: desempleo, pobreza, distinción entre clases sociales, etcétera.
Además galvaniza la lógica de la acumulación y de la racionalidad reificadora a
través del control masmediático, produciendo como consecuencia una suerte de
plusvalía masiva de imágenes que refuerzan el consumo y aceleran la propia
acumulación.
Para desmantelar el sistema estandarizador y la
producción industrial en masa es necesario resolver dos puntos radicales: los
modos de relación societal y las formas de alimentación y manufacturación de
artículos. Claro está que para construir un jardín planetario es menester
proponer formas de relación social desjerarquizadas, que se esparzan
orgánicamente como una red de constelaciones de peculiaridades. Esto es, como
un conjunto de comunidades o agrupaciones similares a las bandas tribales. El
eje alimentario debiera estar basado en la horticultura y la permacultura,
practicadas en huertos comunitarios autosustentables y mantenidos única y
exclusivamente para la satisfacción mediata e inmediata (y no para la venta ni
la acumulación de bienes o dinero) Por supuesto, nadie debiera regular el
trabajo de otro -u otra- mientras las decisiones se tomen en conjunto. La
responsabilidad es un acto conciente de solidaridad. El tiempo ocioso debiera
ser altamente valorado, lo mismo que la capacidad de apreciación de la
naturaleza y del universo, que son fuentes de energía vital. En efecto, el
corazón del planeta y del cosmos merece ser celebrado tanto en lo cotidiano
como en lo colectivo. De este modo, la holganza, lo estético y la vida social
pueden ser hilvanados fuera de toda jerarquía, construyendo una política basada
en la celebración y en la convivencia ritual carnavalesca.
El consumo puede ser mediado a través de una suerte de
cooperativas donde cada cual aporte con lo suyo. Obviamente, en el jardín
planetario no habrá dinero ni trueque valorativo que dé pábulo al valor de
cambio. No obstante, la producción de artículos manufacturados es inevitable.
Los seres humanos manipulamos y fabricamos herramientas. Ésa es la naturaleza
de nuestro pulgar opuesto al resto de los dedos de la mano. Así fue en el
paleolítico y así es ahora. La función que cumple nuestra capacidad de asir
objetos y de crear belleza, se representa en dos prácticas vitales: la
recolección de alimentos y la entrega de amor cuando brindamos y recibimos
cariño. En tal sentido, la utilización de tecnologías apropiadas independientes
de los procesos de producción industrial masivos puede ser clave a la hora de
la sobrevivencia. La ingeniería basada en el corazón humano, como las
bicicletas, o en la energía eólica o solar son alternativas concretas al
industrialismo poluto. Si la vida societal se visualiza en comunidades abiertas
-en contacto cotidiano con la naturaleza- el riesgo a la cosificación se
desvanece. La naturaleza no sólo nos cuida, sino que también nos libera y sana,
evitando que caigamos en las trampas de la alienación.
La palabra “foresta” proviene del latín “foris” , que en
rigor significa “puerta de entrada al aire libre”. La desdomesticación implica
un abandono del domo para internarse al aire libre: la selva o el bosque. Ese
abandono es la quintaesencia de toda liberación. Por lo mismo, cruzar el umbral
del inmovilismo significa echar abajo las puertas del domo y barrer todas las
entradas de auto, disminuyendo el concreto. Requiere también deshacerse de todo
cuanto nos ate al palenque de la civilización, que no sólo niega la animalidad
humana, sino que desmiente su naturaleza lúdica y díscola.
34
John Trudell propone la distinción entre autoridad y
poder para aludir, por un lado, a la naturaleza del sistema estandarizador que
encarna la civilización y sus prácticas domesticadoras y, por el otro, a la
capacidad de resistencia contra dicho sistema. Ciertamente, toda práctica
autoritaria proviene de la noción de autoridad, que no es otra cosa sino que el
ejercicio del poder ejercido para subordinar y forzar al acatamiento de su
investidura. El poder es un medio de represión que perpetra el autoritarismo.
La autoridad somete a través del poder. Así, el poder autoritario no es sino la
fuerza que ilusamente trata de utilizar la energía vital contra la vida. La
autoridad carece de poder, pero utiliza la fuerza. El poder, en cambio, puede
ser autoritario o liberador.
La estructura del poder perpetúa la autoridad e
irremediablemente neutraliza, controla, doma y corrompe. Por eso, la
resistencia contra ese poder a través de los mismos mecanismos de poder puede
ser nefasto para cualquier movimiento de resistencia. Esa ha sido la triste y
cándida historia de las revoluciones nacionales de independencia política,
social o económica. Autoridad y poder están entonces en una relación de círculo
vicioso que cerca cualquier intento de ida al aire libre. Curiosamente, en la
corrupción del poder y la pérdida de autoridad radica la fuerza de la energía.
La corrupción del poder le permite a la resistencia romper conjuntamente el
cerco obnubilante de la autoridad, que se materializa en la arbitrariedad de
los discursos, de las reglas y de las leyes. Su falta de consistencia es su
debilidad. Por eso, en una sociedad libertaria el ejercicio de la autoridad
societal debe ser evitado a toda costa. Cualquier condena o sentencia que
culmine en el encierro o en la privación de libertad de un individuo, tiende a
construir nuevamente ese cerco autoritario que el sistema estandarizador ha
perfeccionado mediante sus técnicas de ultra sofisticación represiva y que ha
dado origen a la actual sociedad panóptica de control.
En las comunidades -o constelaciones de peculiaridades-
dispersas al aire libre, el poder se diluye en fuerza, deviniendo en un medio
de acción y movilidad. Eso es la energía o materia negra que, según la física
cuántica, no emite ningún tipo de radiación y se distribuye en forma similar a
la materia visible, estando cada una al tanto de la presencia de la otra. Esto
hace que contra la fuerza energética del cosmos no haya poder ni autoridad que
valgan. El dilema consiste en no reproducir la lógica dominante. Por eso, la
aplicación del ostracismo es una defensa grupal que no daña la integridad de la
libre creación de constelaciones de peculiaridades. La decisión de alejar
temporal o indefinidamente a un miembro de la comunidad -en caso de haber
conflictos irresolutos- son mucho más sanas y menos atentatorias contra la
praxis vital que cualquier otro tipo de pena. Obvio resulta contraponer el
ostracismo a la aberración de las ejecuciones: práctica institucional horrorosa
de exterminio, genocidio y represión.
El medio de acción y movilidad en el que radica la fuerza
energética proviene de la vitalidad, que emana del planeta y de los seres
vivos. Su fuente es la naturaleza, que mantiene a todas las criaturas que
habitan el jardín de la Tierra. Es por lo tanto, una energía magnética,
concentrada e indestructible, que puede desmantelar la autoridad y la
estructura del poder sin mayor esfuerzo. Por lo mismo, pensar en el sistema
como algo poderoso es irrisorio. La capacidad de destronarlo está en nuestro
espíritu. Y ni con todos sus aparatos técnicos de intimidación, control y
muerte podrán detener la avalancha de la fuerza energética cuando ésta
erupcione. Ése es el verdadero poder humano. Huelga decir que antes de que se
extinga la vida en este planeta, producto de la contaminación y de la
irresponsabilidad del actual modelo autodestructivo, todo rastro humano -y por
cierto el de la civilización misma- desaparecerá de la faz de la tierra. Eso
ocurrirá inexorablemente si no corregimos lo antes posible el rumbo siniestro
que marca el timón de la estandarización. De otro modo, no quedará nada, salvo
un par de cráneos en cuyos molares se adivine una naturaleza herbívora con un
pasado carnívoro.
35
No estar civilizado significa estar fuera de la
estandarización. Pronunciar, por ejemplo, una palabra erróneamente a lo dictado
por los diccionarios -en oposición al sentido común, al ritmo fonético de un
idioma o al uso que le da una determinada comunidad lingüística- es atentar
contra el minutero tiránico de la uniformidad. La televisión ha sido en los
últimos cuarenta años el vehículo siniestro de la estandarización. No sólo ha
impuesto una forma de decir, sino que también una manera de ver el mundo y de
soñar. Incivilizarse es romper con la homogeneidad mediocrática. Para liberarse
hay que asir lo propio de cada cual: aquello que conforma la peculiaridad
innata del ser. La pobreza del progreso es producto de la autoestandarización.
Ideológicamente, la autoestandarización significa aprender exitosamente el
entrenamiento moderno para pensar el curso de la vida en términos lineales y
progresivos. Dicha visión del tiempo, determinante de la percepción moderna de
la realidad, hace que el sujeto viva su vida planificando metas y compromisos
que nunca se acaban de cumplir. Esto genera ansiedad: primer paso hacia la
alienación y hacia el vacío posmoderno, que se lanza al abismo del sin sentido.
Otra forma de autoestandarización es internalizar el control del poder
autoritario mediante una vida paranoica y autorrepresiva. Esto refuerza la
autocensura y lleva a rechazar la espontaneidad, sindicándola como parte de
algo nocivo e inconveniente. Como contrapartida, conduce a la improvisación:
conducta que no pondera ni dimensiona los efectos de la acción humana sobre el
planeta y el resto de los seres vivos, negando así el ritmo de la vida que
exhala e inhala permanentemente. La ‘salvajería’ es liberarse de la pobreza del
progreso, que no es sino una mezcla simbiótica de pobreso: la marca registrada
del producto civilizador, cuyo matasellos y código de barras ha sido estampado
en la oficina de la estandarización. La ‘salvajería’ es, entre otras cosas, la
única riqueza posible, porque rebosa en paz, abunda en tiempo y le sobra vida y
espontaneidad. La ‘salvajería’ enriquece
el espíritu.
36
El mundo es la proyección de la conciencia. Un mundo sin
conciencia es un mundo unidimensional. La máquina estandarizadora tiende a
uniformar la conciencia a fin de anularla.
|
David Plunkert |
El autómata carece de conciencia, porque también carece
de realidad. Cuando las conciencias proyectan sus peculiaridades en la
realidad, se crea la noción y la sensación de mundo. Dado que el lenguaje
configura la conciencia, ésta se proyecta por medio de la forma del lenguaje.
La importancia del lenguaje radica tanto en su capacidad de construcción del
mundo como en su talento para verbalizar la experiencia. Por lo mismo, argüir
contra la lingüística generativa, que aboga por una “estructura profunda” en
todos las lenguas, a fin de probar la existencia de un mecanismo innato en el
cerebro humano, que le permite a cualquier sujeto aprender idiomas y crear
neologismos, resulta inútil. Si el lenguaje es o no innato carece de
relevancia. Lo que importa es que a través del lenguaje el sujeto se libera,
porque así logra verbalizar y construir su experiencia de acuerdo a su imagen
de mundo. Este texto es prueba de ello. Otros textos que lo refuten también serán
prueba de lo mismo. Lo contrario sería el mutismo, la censura, el
silenciamiento, la persecución o la cárcel, prueba suficiente de que el
lenguaje verdadero atenta contra el control.
Cuando la máquina estandarizadora entra en acción impone
un lenguaje sin sentido -la neolengua orwelliana- y una conciencia y un mundo
irreales. En esa realidad estandarizada, tanto el lenguaje como el mundo y la
conciencia, parecen entidades alienantes y reflejo de la estandarización. Pero
esa es la trampa que esparce la ideología. Su objetivo es mantenernos tensos,
nerviosos e inseguros, además de faltos de amor y de esperanza. Por cierto, eso
lo lograrán si nos quedamos mudos e incapaces de articular nuestra experiencia.
La autocensura y la lengua trabada que trastabilla por su falta de elocuencia
tienen su origen en la acción del control.
Las palabras pueden ser serias -y también mágicas- porque
concentran la energía que permite el movimiento del mundo, como el viento que
baila en las hojas de los árboles. Y eso no es sino arte y poesía. La
contradanza del paisaje que brilla en nuestros ojos y nosotros mismos que
bailamos en medio del follaje.
37
Thomas Belt estudió en Nicaragua un cierto tipo de
hormigas que suelen saquear las plantaciones de café y los naranjales hasta
arrasarlos por completo. Otras hormigas observadas fermentan hojas y encierran
un tipo de pulgones en corrales. Esta práctica es decidora de su civilización.
Cito:
“Algunas [hormigas] se ocupan de cortar pedazos de hojas con sus
mandíbulas en forma de tijeras, mientras otras en el suelo van recogiéndolos
para transportarlos al hormiguero. Pero estos fragmentos de hojas no
constituyen el alimento de las hormigas, sino que los dejan pudrirse y
fermentar para formar una base fértil en la que insertan, cuidadosamente,
pedazos de hebras de micelio. Así cultivan los hongos de que se alimentan. Pero
aún es más sorprendente el caso de las llamadas hormigas ganaderas. Ellas
cuidan y vigilan las poblaciones de pulgones que se reproducen a ritmos
vertiginosos hasta cubrir por entero las plantas sobre las que se fijan. Les
regalan caricias y carantoñas que son recompensadas rezumando un líquido dulzón
que para las hormigas es un alimento exquisito. A veces, incluso, les fabrican
pequeños corrales en los hormigueros, donde los ceban a ellos y a sus crías,
que vigilan con esmero”.
Esta práctica se asemeja con creces a la civilización
humana.
Las hormigas son depredadoras. Las marabuntas, por
ejemplo, atacan a todos los organismos vivos que hallan a su paso. Las hormigas
de fuego atacan y matan a otros insectos o animales pequeños y suelen
alimentarse de animales muertos. Hay otras hormigas que son nómadas y habitan el
desierto. En la foresta también existen hormigas jardineras. En efecto, la
mitad de los bosques del continente americano ha sido plantado por esta
especie. Ellas cuidan las plantas y los árboles de ciertos insectos nocivos y también
de las plagas. En las riberas del río Amazonas, por ejemplo, el llamado jardín
colgante que brota en las ramas de los árboles, no es sino una maravilla
natural creada enteramente por las hormigas jardineras que transportan hojas y
flores a la copa de los árboles y troncos para construir sus nidos.
Indiscutiblemente, esta modificación del paisaje tiene un efecto positivo en la
naturaleza.
El domo de las hormigas es el llamado hormiguero. Allí
pueden habitar cientos de miles de hormigas. Sin embargo, cuando dos de ellas
se cruzan, sólo les basta entrechocar sus antenas para identificarse. Las
hormigas acumulan los huevos que ponen las hormigas fértiles en un lugar
asignado del hormiguero. Algunas obreras hacen las veces de nodrizas,
alimentando a las larvas que tejen a su alrededor una tela de seda para
convertirse en ninfas y terminar su desarrollo en total inmovilidad. Cuando las
ninfas rompen sus capullos, ya son hormigas formadas que en pocas horas
comenzarán el trabajo común y social del hormiguero. En los hormigueros hay túneles
y pasadizos que se comunican unos con otros, denotando una conciencia
arquitectónica que recuerda a las ciudades humanas. Si el hormiguero se sitúa
en terrenos secos, algunas hormigas se sacrifican durante la estación húmeda,
llenando de agua sus vientres que se dilatan enormemente. Así se pueden
mantener por meses -incluso hasta por un año- a fin de proveer el agua que la
comunidad necesite. Si sus compañeras acuden en busca de agua, ellas mismas se
la sirven gentilmente en sus propias bocas.
En una conferencia celebrada en agosto del año 2001 en
Sudáfrica, el antropólogo Richard Leakey señaló que el mundo está sufriendo la
pérdida de 50 a 100 mil especies cada año debido a la actividad del ser humano,
lo que pone en serio peligro el equilibrio del ecosistema planetario. Esta
extinción masiva es comparable a la que afectó a los dinosaurios hace 65
millones de años. Claro está que todas las criaturas vivientes tienen un
impacto sobre la naturaleza. Pero el efecto que la civilización humana tiene
sobre el planeta es altamente destructivo. Se calcula que el peso de todas las
hormigas del mundo es equivalente al peso de los 6 mil millones de seres
humanos que habitamos el planeta. Pero el impacto de la civilización humana es
radicalmente distinto al efecto que producen las hormigas. De hecho, si los
seres humanos desaparecemos en este instante, probablemente las hormigas y
muchas de las miles de especies que se extinguen cada año, sobrevivirían. En
cambio, si las hormigas desaparecieran, la vida no sería posible en este
planeta. La actividad de las hormigas es esencial para las salud de la Tierra.
No sólo horadan y airean la tierra, sino que también la remueven y fertilizan,
teniendo incluso un efecto mayor que el de los propios gusanos de tierra. Las
hormigas pueden remover hasta veinte toneladas de tierra durante la vida total
de un hormiguero. En cambio, los efectos enajenantes, destructivos y
contaminantes de la vida total de una ciudad aún son inconmensurables.
40
Las termitas -también conocidas como hormigas blancas-
son enemigas mortales de las hormigas. Las hormigas capturan a las termitas y
mantienen una guerra a muerte contra ellas. Ambas especies compiten por el
mismo espacio vital. Las termitas roen madera y materia vegetal. Las hormigas
pueden ser carnívoras, e incluso pueden llegar a devorar a otros congéneres si
así lo requieren. Durante el verano, las hormigas acumulan granos y semillas
como previsión para el invierno.
Las termitas provienen de una familia distinta a la de
las hormigas (son lejanas parientes de las cucarachas), pero tienen un sistema
de organización social muy similar al de sus enemigas. Ambas especies
construyen nidos para habitar y desarrollar sus modos de vida social,
modificando la naturaleza. Algunas especies de hormigas fabrican sus nidos en
troncos de árboles, otras uniendo y doblando hojas para habitar el interior. La
mayoría de las hormigas excava la tierra para formar galerías y estancias
perfectamente organizadas. Ése es el terreno modificado donde crían su
civilización. Las termitas también construyen sus termiteros -que asemejan
domos isópteros- en vigas o en el suelo. Los termiteros del suelo son
montículos de tierra que pueden alcanzar gran altura y adquirir formas que
estimulan la imaginación. De hecho, los termiteros parecen diseños artificiales
que hacen pensar que el mejor paisajismo se haya en la naturaleza misma. Sólo
basta aprender a mirar. Esto borra la línea divisoria entre el mundo y el arte,
contrapuestos tempranamente por la instrumentalización ideológica y sus
metodologías taxonómicas. La naturaleza es estética en sí misma.
41
Especulemos un rato. Junto a la hipótesis de las
desaparición de los Neanderthals como linaje aparte de la especie de los
Sapiens, ocurrida hace unos 30 mil años, existen otras dos hipótesis. Una de
ellas arguye que en realidad hubo un proceso de mestizaje entre los
Neanderthals y los Sapiens, lo que habría significado la desaparición paulatina
de los Neanderthals debido a un lento hibridismo hegemonizado por la especie
Sapiens. Otra hipótesis, un poco menos optimista, sostiene que los Neanderthals
desaparecieron cuando fueron privados por los seres humanos de sus territorios
tradicionales, adonde practicaban la caza y la recolección. Tal vez ambas tesis
sean correctas. Especialmente a estas alturas, que es casi imposible sostener
posiciones de purismo racial o evolutivo de los especimenes homínidos que una
vez habitaron el planeta y que, según parece, remontan sus orígenes al
australopiteco aparecido hace unos cinco millones de años en África. Es lógico,
sin embargo, pensar que todos los seres humanos estemos mixturados entre sí.
El rostro de un niño Neanderthal, recreado
computacionalmente por los paleoantropólogos de la Universidad de Zurich,
Marcia Ponce de León y Christoph Zollikofer, arroja algunos datos sobre esta
especie de homínidos que se supone habitó en el Norte de Europa, el Cercano
Oriente, Asia Central y, probablemente, el Oeste de Siberia. La mandíbula de
los Neanderthals -que eran de escaso mentón y tenían dientes y muelas fuertes,
bien equipados para desgarrar carnes y moler raíces- señala que estos homínidos
tenían una dieta carnívora. Es probable que debido a su conformación
maxilofacial no hayan poseído un rico lenguaje verbal, pero sí contaban con
otras formas de comunicación y tenían actividades rituales, tanto espirituales
como artísticas. A diferencia de las hormigas y la termitas que mantienen una
guerra implacable, u otras especies también beligerantes, como los moscardones
con las abejas, que en vez de libar las flores y polinizar el jardín atacan a
éstas últimas y se comen a pedazos las flores, es muy posible que efectivamente
haya habido hibridismo entre los Sapiens y los Neanderthal. Es posible también
que ese primer mestizaje haya provocado una transformación genética que hiciera
que este nuevo grupo de seres híbridos no sólo adoptara la dieta carnívora como
forma de subsistencia, sino que también tuviera una influencia crucial en el
viraje hacia el cultivo de la tierra: la agricultura. Sabemos que eso significó
el sedentarismo y la domesticación, procesos que devinieron posteriormente en
todas las formas homogeneizantes de organización de la vida colectiva. Y aunque
los seres humanos seamos seres sociales, también necesitamos de la soledad y de
la holganza.
A diferencia de las hormigas y de las termitas, el mundo
humano no se construye sólo por medio del trabajo. Tampoco andamos buscando
comida todo el tiempo. A veces, descansamos, nos reímos o jugamos. Necesarios
son la diversión, el esparcimiento y el ocio. En el mundo de los himenópteros,
en cambio, el rígido sistema de castas impone a cada miembro activo del
hormiguero estar siempre cumpliendo una función: la reina-madre (como la
máquina-madre), las obreras, los soldados, los machos y los esclavos. Este
sistema ultra jerárquico de organización social carece completamente de
imaginación. Y se asemeja demasiado a las sociedades eficientes e inflexibles
que promueve la estandarización, donde cada sujeto desarrolla una labor a fin
de mantener vivo un engranaje mayor e incomprensible. Allí la máquina-madre
incuba sus huevos y el sistema se perpetúa. Por eso, eslóganes tales como: “ la
imaginación al poder”, “a imaginar lo imposible” , o la máxima einsteiniana “la
imaginación es más importante que el conocimiento”, no pierden validez mientras
la represión ideológica y el panel de control continúen dominando a la raza
humana. Aunque claro, todo esto es pura especulación.
42
El jardín burgués se expandió como plaga durante el
colonialismo. Es muy bonito pero irreal. Los escenarios que instala la
civilización, por artísticos que sean, carecen de realidad. En rigor, requieren
del espacio y de la erradicación de especies indeseadas, cosificando el tablado
sobre el cual se emplaza el jardín (como si fuese una fotografía instantánea)
El jardín civilizador esclaviza, mortifica y tarde o temprano se marchita. Esto
ocurre porque el jardín burgués tiende a la estandarización del terreno, antes
que a la apertura de sus límites hacia un espacio abierto y horizontal. Además
su objetivo es el lujo, aborreciendo del huerto comestible y austosustentable.
El jardín burgués tiende al encierro. Por lo mismo, con
la ilusión de iluminar los territorios civilizados, mata la noche. El jardín de
la peculiaridades desterritorializa y desjerarquiza. Ésa es su naturaleza. Deja
que el jardín crezca, orgánicamente, bajo el concepto de un reconocimiento
mutuo entre el jardinero o la jardinera y el jardín. La idea no es uniformar el
terreno, ni controlarlo. Por el contrario, el punto es aprender a vivir con la
naturaleza y en medio de ella, orientando el efecto humano hacia una práctica
estetizante antes que estandarizadora. Dicho aprendizaje parte por concebir la
otredad de la naturaleza como la propia otredad del sujeto. Sólo así es posible
desvanecer el ego entre el follaje de lo que siempre crece, para amparar y no
para conquistar.
43
La noción de peculiaridad se opone tanto a la
estandarización como al dualismo. La estandarización aplana y borra la
biodiversidad. A decir de César Vallejo, es “Lo mismo que padece nombre”. El
dualismo, en cambio, se ha sustentado en la genealogía del pensamiento
cognitivo, que ha construido disciplinas y metodologías por medio de la
oposición de términos aparentemente beligerantes o equidistantemente opuestos:
A o B, bueno o malo, claro u oscuro, concreto o abstracto, general o
particular, burgués o proletario, barbarie o civilización, etcétera.
Ciertamente, el dualismo cumple una función simplificadora, aunque ninguna de
sus oposiciones puedan considerarse del todo verdaderas, ya que son una mera
representación abstracta de parcelas de la realidad y de la naturaleza. Por lo
mismo, no hay oposiciones más radicales que otras, ni menos radicales, puesto
que el procedimiento racional en sí está errado desde un principio. Lo que
existen son oposiciones más claras que otras porque ayudan a comprender a
cabalidad ciertos procesos relativamente complejos.
Según lo anterior y siguiendo el modelo dualista
lacaniano, que opone lo imaginario a lo simbólico, es decir, el mundo no
estructurado del “niño” que proyecta imágenes sobre la realidad, contra el
universo libertario y aún no-estructurado por el proceso formal de represión de
los símbolos, es posible distinguir el siguiente derrotero. A lo simbólico
-cuya correspondencia comprende el orden civilizado- le siguen los símbolos: la
gramática patriarcal impuesta por medio de lo social. Siguiendo este
paralelismo, las imágenes se derivan de lo imaginario: la proyección de la
interioridad sobre el mundo. Así, las imágenes llevan a la imaginación y el
símbolo a la simbolización que se manifiesta en los ritos. Lo ritual instrumentaliza
la naturaleza, ya sea para dominarla por medio de la magia o por medio de la
representación. Dicha instrumentalidad es funcional y coercitiva, porque estructura
y manipula. En efecto, a través de los diversos instrumentos simbólicos se
tiende a representar la realidad, antes que a comprehenderla cabalmente. Las
imágenes, en cambio, crean las percepciones de mundo que se expresan
culturalmente en lo estético y fundan la cultura. Cuando esto ocurre, el ser se
manifiesta estéticamente, dando curso al despliegue de todas sus
peculiaridades. Al contrario, la instrumentalización conduce a la
estandarización, que esconde en su interior una pulsión controladora que lo
categoriza todo mediante las variadas metodologías de clasificación taxonómica.
Este proceso de estandarización produce el fetiche, que no es sino una falsa
conciencia de la realidad. La falsa conciencia se fundamenta tanto en la
espectacularidad de la vida como en la alienación.
Hay dos tipos distintos de enajenación. Una material, que
reduce la vida a la sobrevivencia económica. Y la otra ideológica, que genera
la deshumanización y la robotización del sujeto. Con la automatización, el ser
humano se separa de la naturaleza y de su propia condición natural. Con la
peculiaridad se crea conciencia, rehumanizando y religando comprehensivamente a
los seres humanos consigo mismos y con la propia naturaleza. La conciencia no
es inteligencia ni conocimiento. Es el reconocimiento del otro, que no sólo
ocurre en los términos dialécticos exclusivos de Hegel entre amo y esclavo. El
reconocimiento también puede ser inclusivo. La conciencia permite una
convivencia basada en el respeto mutuo y en el reconocimiento recíproco de los
otros, que no son sino nuestros propios semejantes: el medio ambiente y las
criaturas que lo habitamos y que constituyen la totalidad. La coexistencia sólo
es posible mediante una comprensión correspondida de la peculiaridad de todos
los otros seres, a fin de establecer una empatía radical por el derecho de
todos a la vida.
44
La imagen que proyecta la interioridad sobre el mundo
mantiene su carácter estético. La imagen que se refleja refuerza el proceso de
reificación. En sí todas las imágenes separadas de nosotros mismos alienan.
Cada imagen es una cosificación, puesto que las imágenes representan la
realidad, estableciendo una mediación entre los seres humanos y entre el sujeto
y el entorno natural. Dicha mediación reemplaza a la realidad. Cuando el niño
prehistórico vio por primera vez su rostro en el reflejo del agua -en el lago,
la poza o simplemente en el hielo- no vio sino una imagen. La ecuación que lo
llevó a verse a sí mismo como esa imagen, es decir, a identificarse a sí mismo
con lo que estaba viendo, despertó la noción de identidad. Dicha noción es la
que produjo la separación entre el individuo y la naturaleza, dando pábulo a la
fractura entre el sujeto y el objeto: fundamento original de la conciencia
humana. De este modo, la conciencia es la que origina en primer término la
alienación, por cuanto deviene metaconciencia: autorreflexión en torno a sí
misma. No obstante, sin conciencia autorreflexiva el ser humano está indefenso
frente al control imperial de la estandarización y de la máquina
propagandística que falsifica la realidad y manufactura la falsa conciencia
ideológica.
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Jonathon Rosenweb |
La alienación industrial moderna opera quitándole al
sujeto su presente. Para realizar dicho ataque, fuerza al sujeto a vivir en una
suerte de realidad virtual que se denomina futuro. La mentalidad moderna se
caracteriza por la planificación del futuro. Esta noción horada la mente humana
como si fuese un hierro que atraviesa a los individuos alineados en el
mostrador de la producción en serie. El horizonte del futuro se vivencia como
tiempo ilimitado que avanza progresivamente en una carrera a ciegas sin meta ni
fin. Para la mentalidad religiosa premoderna, el futuro es finito y acaba con
el juicio final o la ascención a cualquiera de los paraísos religiosos promovidos
por las distintas narrativas mítico-religiosas. En tal sentido, lo moderno y
lo premoderno fijan la temporalidad fuera del presente perpetuo, inscribiendo
la mentalidad humana en el campo de la domesticación. Vivenciar el presente, en
el aquí y el ahora, conduce a un estado predoméstico y atenta contra las ideas
de planificación y de desarrollo. La noción de futuro, por tanto, es la imagen
que refleja la ideología. Y para nadie es un misterio que su realización habita
en el campo de lo imposible, aunque su arribo también es inevitable.
45
La diferencia uniforma y homogeneiza la experiencia en
dos bloques que se suponen diferentes. Esto es parte del dualismo. “Beta” es
diferente a “alfa” y viceversa. De acuerdo a esta práctica binominal, la diferencia
determina la identidad. Pero ésa es la trampa de la categorización: estrategia
del imperio estandarizador. Plantear la identidad de ese modo, es concebirla en
términos beligerantes, antagónicos y opuestos. Así se niega la peculiaridad de
cada ser. Cada criatura es peculiar y diferente a todas las otras criaturas
peculiares y diferentes entre sí. La diferencia reduce la identidad a dos
bloques identitarios: “alfa” o “beta”. O “gama” o “épsilon”. O cualquier otro.
La peculiaridad del ser deshace el cerco binario y amplifica la conciencia
autoreflexiva: puente necesario para comprehender la experiencia del ser en la
totalidad. Esta comprehensión requiere necesariamente de una ‘nueva
humanidad’. Ése es el ‘mundo nuevo’ que construimos cada vez que nos desconectamos
de las máquinas estandarizantes y vivimos la vida de un modo distinto y más
naturalmente, a fin de desalienarnos y mejorarnos de la enfermedad de la
ideología. La ideología se transmite a través de la jeringa de la propaganda. Y
la diferencia es una trampa más de la propaganda.
46
Barbara Ehrenreich propone que tanto las guerras como los
sacrificios rituales son prácticas celebratorias que reconstruyen la transición
del animal humano de presa a depredador. La violencia humana rememora la
experiencia reprimida de haber sido presa para los predadores: nuestro rol
inicial en la cadena alimenticia. A través de la socialización y la
cooperación, las bandas primitivas fueron capaces de sobrevivir frente a los
ataques de los predadores. No obstante, los más débiles, lentos e indefensos
eran sacrificados por el bien del resto de la horda primitiva. Una vez que los
miembros más saludables y jóvenes lograban huir, las fieras se daban un festín
con los rezagados del grupo que morían devorados inescrupulosamente. Esto
despertó los sentidos de peligro y horror que gatillaron la conciencia de la
muerte. La sociabilidad fue un primer paso en la sobrevivencia, dando origen a
los sentimientos de solidaridad y cooperación comunitaria. La experiencia de
ser presa es anterior a la caza. Fue la manufacturación de herramientas y su
manipulación las que permitieron que el ser humano cazara a otros animales para
alimentarse y autodefenderse. Así también se agudizaron las prácticas
domesticadoras. El perro, por ejemplo, fue amaestrado primeramente como animal
de caza. Es probable, sin embargo, que anterior a la caza haya habido prácticas
carroñeras, lo cual habría sido el origen del carnivorismo. Con el tallado y el
pulimento de la piedra -y la fabricación de herramientas y armas de caza-los
seres humanos primitivos torcieron el curso de la naturaleza, volviéndose
depredadores ellos mismos. Eso originó el pensamiento bélico, a la vez que
sentó las pautas del desarrollo evolutivo instrumental del raciocinio. En este
proceso, los animales carnívoros fueron vistos como deidades, representadas
muchas veces en las pinturas rupestres y en los ritos simbólicos. Dicha
representación está ligada a los sacrificios que, por ejemplo, los antiguos
griegos transformaron en hecatombes. Las guerras no son sino ritos bélicos de
sacrificio humano, llevados a cabo en nombre de los ‘padres políticos’ que ha
diseñado la megamáquina estandarizadora y ‘embobecedora’ . Las guerras recrean
el horror de la presa, cuya adrenalina le dicta huir o luchar, al mismo tiempo
que realzan el espíritu conquistador del predador. En las sociedades modernas,
las tabletas antidepresivas suprimen los dictámenes de la adrenalina, reprimiendo
la capacidad de experimentar el riesgo y subsumiendo el instinto en la
frustración autorrepresiva y estresante. La megamáquina cretiniza a la
población, que se transforma en un grupo superfluo de individuos capaces de ser
manipulados por medio de eslóganes nacionalistas, derivados quizás de un
sentimiento primigenio socializante y prístino. El militarismo conduce a sus
soldados a una hecatombe moderna cuyo único efecto es el terror. Por eso,
trepar un árbol para defenderlo de la tala indiscriminada de las madereras,
liberar un animal de su jaula, dejar al ciervo y sus cervatillos pastar
tranquilamente, organizar ollas comunes, abrazar a los amigos y amigas,
etcétera, son actos de amor que desbaratan la lógica de la presa y del
predador. La guerra es la recreación material y simbólica de la transición a la
predación y se cristaliza en la revivificación ‘terrorista’ del horror. El
respeto más absoluto por todas las criaturas vivas es la única ética posible
contra la agresión depredadora. La sobrevivencia no se sustenta en el arte de
matar, ni en la política ni en la guerra. Por el contrario, la cooperación y la
comunidad responsables son primordiales para garantizar la convivencia humana
con el planeta. La depredación, el terror y la guerra son el tridente sanguinario
con que embiste la garra de la razón instrumental. Su lógica
autorracionalizante es la estulticia, que anula la conciencia e infiere miedo
en la imaginación. Para amplificar la conciencia en desmedro del determinismo
genético es necesario bloquear el paradigma ‘presa-predador’. Oponerse a las
guerras es un paso adelante.
47
Para el pensamiento anarco-primitivista, la división del
trabajo produjo una secuencia reificadora que terminó construyendo lo simbólico
y sus ramificaciones: numeración, arte, tecnología, agricultura, lenguaje,
cultura, etcétera. El símbolo es entonces la línea divisoria que marca la
diferencia entre la vida prehistórica plena de vitalismo sensual y la vida
histórica actual, mediada por la cosificación y delirante por la alienación.
Para el marxismo esa división se produjo por la aparición de la sociedad de
clases, cuyos cimientos se remontan a la apropiación de la tierra y del
conocimiento de un grupo de sacerdotes que desplegaron el mapa de la
petrificación social entre clases dominantes y dominadas: amos y esclavos,
señores feudales y siervos de la gleba, burgueses y proletarios, etcétera. En
ambos casos se reconoce una fractura entre un tiempo prehistórico y otro
histórico: el primitivismo feral contrapuesto a la civilización y a la
domesticación, o el comunismo primitivo contrapuesto a las sociedades de clases
y a la explotación social. Las delimitaciones históricas para señalar el
momento de aquella ruptura varían según las distintas fechas que ofrezcan las
fuentes antropológicas usadas y la perspectiva de los diversos programas a los
que adscriban los creyentes de la gaya ciencia. Sin embargo, hay consenso en
que la adopción de la agricultura fue crucial en el giro hacia una vida
sedentaria, jerárquica y represiva. No obstante y, a pesar de todo el consenso
establecido, es mucho más probable que la ‘ expulsión’ del paraíso primitivo
provenga de un momento anterior del cual ni siquiera podamos aventurar su data.
Ése es el momento en que los seres humanos comenzamos a distinguirnos de la
naturaleza: el punto en que la conciencia, la identidad y el lenguaje pasaron a
formar el triángulo que llevó, simultáneamente, a la perdición natural y a la
creación de la noción de humanidad.
En rigor, la conciencia humana surge de la fragmentación
de la conciencia mayor de la naturaleza -y del cosmos- a la que todavía los
animales, insectos y vegetales están conectados. Nuestra conciencia nos separa
de la naturaleza, produciendo una división insoslayable. Surge de dos procesos
que tienen que ver con la identificación y la verbalización. Lo primero hace
referencia a la noción de identidad que se produce con el reconocimiento de la
muerte. La conciencia de la propia mortalidad genera la noción del yo que se
forma por oposición a la identidad de lo otro: los demás, la naturaleza, el
mundo animal, etcétera. Esta oposición básica entre interioridad y exterioridad
se intelige a través de la verbalización. El sujeto enuncia, mental o
fónicamente, el significado yo, que luego deviene en la noción de lo externo y
de lo otro: yo soy lo que lo otro no es. Esto inicia tempranamente la sujeción
a una tabla de contenidos y de signos arbitrarios que se representan “a
posteriori” en la forma de una gramática y que tienden a develar el sentido del
yo y del no-yo: base sicológica de la proyección del ego sobre la naturaleza.
Dicho proceso de autocomprehensión de la identidad a través del lenguaje
conlleva a la vivencia animista de la naturaleza. Se percibe entonces un
espíritu -o ánima- que habita todas las cosas del mundo: los elementos. Es
probable que durante ese momento la dieta generalizada haya sido exclusivamente
herbívora y que las formas básicas de provisión se hayan basado en la
recolección de alimentos. Así, los procesos de identificación y de verbalización
se fueron consolidando paulatinamente, haciendo que los forrajeros adoptaran
formas rituales de ratificación de sus identidades colectivas por medio del
desarrollo de prácticas caníbales que posteriormente derivaron en el
carnivorismo. Ésta es la época de la caza, la pesca y la recolección, además
del cambio de nuestra posición en la cadena alimenticia.
El rito conduce a lo simbólico, por cuanto a través suyo
surge la pulsión por dominar los ‘poderes’ de la naturaleza. Esto se hace a
través de prácticas ceremoniales que se codifican en actos simbólicos de origen
ritual. El símbolo es el germen de toda práctica cosificadora que deriva en el divorcio
entre la apreciación de la naturaleza y la convivencia práctica con ella. Dicha
separación fomenta la instrumentalización del mundo natural, cuya primera
manifestación se expresa en la magia chamánica que aspira a modificar la
naturaleza por medio de su poder sobrenatural. El chamanismo es la práctica de
invocación de los espíritus de las cosas -percibidos en la fase animista - a
fin de ordenar el curso de la naturaleza según la voluntad del chamán o de la
hechicera. Así, la instrumentalidad simbólica representa el mundo material de
la naturaleza que, poco a poco, es reemplazado por el propio símbolo.
Los Neanderthals desarrollaron figuras e instrumentos de
caza y de música hace por lo menos 30 mil años. Y ciertos grupos aborígenes en
Australia también desarrollaron ornamentos simbólicos hace más de 50 mil años.
Dicha mediación producida por la instrumentalidad simbólica modificó el
pensamiento e impuso un módulo mental, racional, lógico y funcional que se
expandió sin límites por sobre lo intuitivo y lo estético. Esta razón
instrumental es la generadora del pensamiento tecnológico que condujo a la
categorización: base de todo proceso estandarizador. Así, la división del
trabajo se hizo más compleja, dando origen a las sociedades de clases y a la
civilización: la historia. Allí se enmarcan el arte, el Estado, el lenguaje, la
economía, el dinero, las razas, la tecnología, la colonización, etcétera.
Paralelamente, la domesticación también comienza su realización total con la
historia, tanto a través de la agricultura y de la cultura simbólica, como a
través de la ganadería y de la normalización de lo agreste que conduce a la
tala forestal. El lucro y la alienación modernas son formas posteriores de
domesticación social, masificadas por medio de la expansión de la producción en
serie. Lo instrumental, por tanto, es la fuente de donde surgen las entidades
jerárquicas y categóricas. Éstas no son sino un conjunto de ideas acerca de la
realidad acumuladas con el tiempo. Ideas que constituyen la ideología de la
historia y del progreso. Justamente es esta ideología la que ha dado pábulo al
imperio de la estandarización y del pensamiento dualista.
La noción de lo peculiar desmantela radicalmente el
dualismo y la estandarización, ya que a través suyo el ser humano puede
religarse al mundo natural por medio de la apreciación de la naturaleza y de la
interacción estética con ella. Esto no sólo desbanca la falsa división entre
arte y realidad, que le arranca la belleza a la vida, sino que también
desbarata la razón instrumental que da origen a todas las nociones enajenantes
que perpetúa lo simbólico. La apreciación de la naturaleza implica su defensa
como también una práctica activa de compenetración orgánica con ella. Esto
comprende un respeto total por todas las criaturas vivas del planeta y una
convivencia social que garantice la retribución ritual por cada materia prima
extraída de la tierra y de la foresta.
Comenzar desde hoy a cultivar el propio sustento en
huertos ecológicos que respeten el ecosistema es una necesidad vital. La vida
en comunidad garantiza la autonomía y la independencia del sistema corporativo
y estatal. Valora las relaciones personales sin mediaciones jerárquicas ni
burocráticas. Y estimula la camaradería y la hermandad, basadas en el principio
de la cooperación. Proezas de este tipo se han llevado a cabo en distintas
comunidades del planeta, tales como en Christiania (Dinamarca), Aprovecho y
Alpha (ambas en Oregon, EE.UU.), Solentiname (Nicaragua), Gaviotas (Colombia),
GAIA (Costa Rica), etcétera. En Norteamérica hay alrededor de cuatro mil
experimentos comunitarios, sin contar las comunidades indígenas ancestrales a
lo largo de todo el continente americano que todavía siguen resistiendo la
penetración occidental colonizadora.
La solución general frente a la agricultura industrial y
el monocultivo es la permacultura, que no agota los recursos de la naturaleza y
permite llevar una vida autosustentable en armonía con el medio ambiente en los
diversos microclimas. El planeta es una constelación de microclimas -o
peculiaridades meteorológicas- donde es posible el florecimiento de comunidades
humanas rotativas y móviles. La noción de un clima óptimo y exclusivo para la
sobrevivencia es una argucia de la estandarización. Así como los animales
humanos somos un género peculiar de la naturaleza, así también son los climas,
los valles, las cordilleras, las costas, los bosques, las sabanas, etc.. Sentir
para comprender es una táctica de autosensibilización. La sensibilidad nos
reconecta a la tierra y nos vuelve sabios. Vivir en comunidad implica vivir en
armonía con el suelo que pisamos, el aire que respiramos, la brisa que nos
limpia, la foresta que nos alimenta, el agua que nos vida, etcétera. Vivir en
comunidad es vivir con los otros. Pero también es vivir entremedio del ambiente
y del clima que son peculiares. Sentir esa peculiaridad garantiza la
supervivencia.
El sabotaje contra la máquina infantilizadora y contra
los campos agroindustriales que lucran a expensas de la salud del suelo y de la
gente, también ha sido una táctica de autodefensa actual entre algunas
comunidades del planeta. La resistencia contra la penetración de las empresas
forestales y contra la construcción de represas hidroeléctricas ha sido
primordial para el advenimiento de una nueva conciencia biocéntrica. Ése es el
ejemplo del pueblo mapuche en el sur de Chile, o de la acción de los activistas
verdes en el noroeste americano, que se encaraman a la copa de los árboles a
vivir en plataformas de madera a fin de evitar la tala de los bosques
templados. Este ejemplo de integridad despierta la conciencia adormecida y
sometida por la aplanadora del imperio de la estandarización. Y dicha
conciencia brota y se opone a la agenda monetarista de los oligopolios,
reestableciendo la imaginación y abriendo las puertas a un nuevo mundo.
La conciencia creativa del siglo XXI comenzó a expresarse
en 1999 en la toma estudiantil de la UNAM en la ciudad de México y en la
batalla de Seattle contra la Organización Mundial de Comercio. Ese mismo año
ocurrió la protesta del 18 de junio en Eugene, Oregon, EE.UU. Mientras tanto,
la ofensiva campesina manifestada en los asaltos contra una tienda
norteamericana de comida chatarra en el sur de Francia y contra las
instalaciones transnacionales de comida transgénica en Brasil, ampliaron la
conciencia creativa ecosocial a un ámbito mayor de preocupaciones. Esto ha
generado un movimiento de resistencia que ha ido creciendo orgánicamente en
cada protesta contra la llamada globalización, obligando a los agentes
corporativos a parapetarse tras cercos protegidos por la guardia pretoriana del
imperio de la estandarización. Así sucedió en Praga, en Quebec y en Génova y
así seguirá sucediendo. Precisamente éste es el amurallamiento que aísla al
sistema que se derrumba por su propio peso y lo conduce a la autodemolición.
Por lo mismo, la destrucción de los pilares de entrada al capitalismo mundial
-simbolizados por el número once que formaban las torres gemelas del Centro
Mundial de Comercio en la ciudad de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001-
ha abierto un agujero irreparable en la burbuja del imperio de la
estandarización. Y éste es el comienzo del fin que abre una nueva época en
busca de la sabiduría ancestral hacia el jardín de todos y de cada
peculiaridad.
Cuando Colón llegó al continente ‘americano’, la empresa
colonizadora europea se puso en marcha y, con ella, la estandarización. En 500
años desapareció el 75% de las plantas nativas comestibles de las Américas,
entre ellas, muchas legumbres con proteínas similares a las que hoy ofrecen los
productos de soya. Como una extensión del genocidio invasor, muchas plantas
europeas fueron trasladadas al continente, invadiendo el suelo y destruyendo la
biodiversidad de los ecosistemas. Por cierto, el conocimiento racional europeo
era mucho más limitado que la sabiduría ancestral de los pueblos originarios
del continente, que entendían mucho mejor los ciclos de la naturaleza. En el
siglo XV, los europeos conocían sólo 17 variedades de hortalizas comestibles,
mientras que ya en el siglo IV, los indios Hohokam -habitantes de la región que
actualmente ocupa Nuevo México- cultivaban alrededor de 200 variedades de
vegetales comestibles. En Sudamérica, los Incas diseñaron un sistema de cultivo
en terrazas agrarias, que se extendían a lo largo de la Cordillera de los
Andes, a fin de aprovechar los diversos microclimas y la variada calidad de
humus, llegando a cosechar alrededor de 600 tipos de papas. Esto prueba que la
horticultura no tiene nada que ver con la pulsión estandarizadora de la
civilización, ya que en vez de domesticar al medio, se adapta a las
características peculiares del suelo y de los microclimas, manteniendo intactos
los ecosistemas y la biodiversidad.
La peculiaridad estética de los diversos modos de
resistencia -también peculiares- ha enaltecido la lucha centenaria de los
pueblos indígenas, cuya forma más elocuente de autodefensa se ha manifestado en
el estado de Chiapas (sur de México), en la región de la Araucanía, o
territorio Mapuche (sur de Chile), en Salta (norte de Argentina), Bolivia,
Ecuador, Colombia, etcétera. Así, la conciencia de la especie humana despierta
y abre los ojos para remecer la razón instrumental y tomar un atajo hacia el
mundo de la peculiaridad, que es el mismo mundo de la naturaleza. A diferencia
de la conciencia primigenia que provocó la fragmentación original, la
conciencia colectiva actual busca la conexión con el otro a través del
desvanecimiento del ego en la totalidad orgánica del planeta. La dilución del
yo en el espíritu de la naturaleza permite que el ser se manifieste en toda su
plenitud. Dicha manifestación es la expresión estética de la peculiaridad. Por medio
de ella se crea la cultura que deshace la estandarización y arranca todas las
etiquetas que fabrica el sistema de las categorías. Por cierto, cuando el ser
despliega todos los pétalos de su peculiaridad para expresarse estéticamente,
logra mejorarse tanto a sí mismo como también mejorar al mundo y a la
humanidad. Este proceso lo acerca a la autenticidad: condición de lo ‘genuino’
que en las sociedades altamente alienadas y alienantes es un privilegio casi
exclusivo de los artistas y de las personalidades de excepción. Por lo mismo,
la verbalización creativa subvierte el dualismo y reconstruye la noción de
humanidad. Y ésa es la razón por la cual la conversación es un acto vetado en
el mundo robótico del paradigma posmoderno del autómata. En tal sentido,
expresiones tales como “feral” en inglés y “bárbaro” en castellano, han ido
adquiriendo una connotación positiva que disloca a partir del idioma el modelo
patriarcal basado en el sistema dualista de la barbarie versus civilización.
Pensar un mundo remodelado que permita una coexistencia
basada en el respeto mutuo y total por todas las criaturas vivas que habitamos
este planeta es vital. Cada peculiaridad es un pétalo que hay que cuidar. La
horizontalidad y la ausencia de jerarquías son cruciales, ya que nadie goza con
ser mandoneado, controlado o detenido. Al contrario, estas situaciones parecen
un castigo. De la demolición de toda autoridad, depende la verdadera libertad.
El estado natural de los seres humanos es la anarquía, que no es sino el amplio
jardín libertario donde se expresa el espíritu. Contra el panel de control del
imperio estandarizador se yergue saludablemente el jardín de la peculiaridades.
Y puesto que en la tierra radica el poder verdadero, el desafío de este siglo
es volver a interactuar cotidianamente con la naturaleza, a fin de recuperarnos
del trauma civilizador. Esto es, remodelarnos a fin de mejorar nuestra
condición humana. Sólo construyendo una nueva humanidad será posible habitar un
nuevo mundo, basado en la sensibilidad y la racionalidad estéticas. Y aunque
esto sólo sea un punto de partida, el resto permanece en el misterio. Para el
futuro no hay panaceas.
Así como en los últimos cien años la explosión
demográfica aumentó siniestramente, así también la población mundial puede disminuir
en cien años. Una relación sensata con la tierra, que establezca cierta
coherencia perdida entre las tendencias reproductivas y la disponibilidad de
recursos locales, puede reducir notoriamente el número de seres humanos en el
planeta. Y esto se puede llevar a cabo sin planes sanguinarios. Saber dónde
estamos, cómo vivimos y cómo sobreviviremos, expande la conciencia global.
Además nos hace partícipes activos y responsables del proceso de continuidad de
la especie humana, devolviendo a la gente la independencia ancestral, tanto de
los procesos de producción en masa como de la medicina industrial. A principios
y mediados del siglo XX las familias solían procrear entre cinco y más hijos
por pareja. En los países colonizados, especialmente en el campo y en aquellas
zonas totalmente desposeídas, esta tendencia todavía perdura como forma de
sobrevivencia. Cuando el abrigo, la alimentación y la vivienda vuelvan a estar
en manos de la comunidad y dejen de ser monopolio de las cadenas comerciales y
de la producción en serie, la responsabilidad y la autonomía comunitarias
transformarán la conciencia humana en una conciencia integral, reunificando al
sujeto con la comunidad y el medio ambiente. Esto transformará las tendencias
reproductivas actuales. Y hará posible que en una o dos generaciones la
sobrepoblación del planeta no sea más que un ‘problema’ del pasado
industrialista.
El jardín de las peculiaridades es un proyecto de
humanidad. Su visualización consiste en darse cuenta de la peculiaridad de la
naturaleza. Si la conciencia primigenia surgió a través del reconocimiento de
la propia mortalidad, la conciencia liberadora surgirá a través del
reconocimiento de la propia peculiaridad. Esta revelación puede entregar una sola
certeza primordial: la vida no será borrada de la faz del planeta -tal cual la
concebimos hoy- mientras no le demos tregua al imperio de “Lo mismo”. El asunto
es aprender a vivir en este jardín planetario sin control ni autoridad. Y si la
vida es un viaje, hay que dejarse llevar por la corriente del río sin imponer
un control que la detenga. La corriente del río es la corriente de la naturaleza.
La corriente social, estandarizadora y mediocrática, es la electricidad del
control. Seguir en ella es morir de estrés, alienación, ansiedad, locura, hambre,
explotación, represión, miseria. Para irse por los rápidos de un río hay que
aprender a vivir. Cuando se sigue el movimiento plateado de cada gota
tumultuosa y salvaje se está en contacto con el ritmo del mundo natural. Seguir
esa cadencia, evitando las rocas, es un acto sabio. Caerse de la balsa o de la
piragua evidencia incomodidad. Esa incomodidad es la incompatibilidad entre el
control y la vida. El control engendra miedo e impide vivir. Desata la
paranoia. La vida, en cambio, se ofrece hermosa e ingenua como un fruto nativo.
Depende de nosotros morder la manzana y aprender a soñar.
La travesía al jardín de las peculiaridades es un viaje
sin regreso. Prestar oídos a los murmullos de la civilización una vez arribados
al sendero correcto es caer en la trampa del temor. Significa perderse, puesto
que la única salida es la puerta de escape hacia la carretera que lleva al
asfalto de la estandarización. Y aunque cada criatura requiera una morada para
vivir, no hay porqué pensar que el concreto deba ser necesario. El verdadero
lar humano puede ser una cabaña en el bosque, que junto a otras cabañas formen
una comunidad de peculiaridades. O también puede ser un barrio, que
despavimente la idiotez y el aislamiento, para dejar una que otra ruta
entremedio de otros barrios. Cada constelación de peculiaridades será una
suerte de comuna que garantice la autonomía horizontal de cada comunidad. Sólo
así se podrá abolir las jerarquías. Y como práctica social, entre seres
sociales, la festividad ritual y el jolgorio comunitario serán parte de la
estrategia para combatir la acumulación. De este modo, todo excedente que
eventualmente sea manufacturado será disfrutado como ingrediente del carnaval
colectivo.
El jardín de las peculiaridades es una apuesta hecha por
la conservación del medio ambiente y por la supervivencia de la raza humana.
Allí la intuición debe alumbrar. No extraviarse depende de nosotros. Sólo hay
un sendero que conduce al corazón de la vida.