PORTAL LIBERTARIO OACA 23/11/2017
La confusión reinante
en relación a lo que ocurre hoy en Cataluña no es casual. Ya dice el refrán que
a río revuelto ganancia de pescadores. En este sentido lo que actualmente
sucede en Cataluña no es una excepción a tenor de los últimos acontecimientos.
Por esta razón es preciso señalar la existencia de dos niveles de análisis de
la realidad para una mejor comprensión de los hechos que acontecen en Cataluña.
En primer lugar nos
encontramos con el marco general en el que se inserta la opinión pública, y que
está definido por el enfrentamiento entre las elites de Madrid y Barcelona.
Este conflicto puede resumirse como una lucha entre diferentes legalidades. La
legalidad del Estado español que pretende conservar su control sobre el
territorio y la población de Cataluña, y por otro lado la legalidad que trata
de imponer la Generalitat sobre Cataluña para constituirse en un Estado
independiente. En el marco de este rifirrafe se inscribe todo el conflicto y
debate que hoy se desenvuelve en torno a Cataluña, y del que el referéndum del
pasado 1 de octubre únicamente constituye un instrumento de los políticos
nacionalistas para legitimar la construcción de un Estado propio. A los líderes
nacionalistas nunca les ha interesado el derecho a decidir, salvo que este consista
en ratificar su voluntad y consecuentemente su programa político. De hecho, es
bastante clarificador comprobar que la pregunta formulada en el referéndum
girase en torno a la creación de un Estado catalán o, en su caso, la
permanencia de Cataluña dentro del Estado español. Así pues, los
acontecimientos se han desenvuelto en este marco político e ideológico
establecido por las instituciones oficiales del sistema de dominación.
La lógica del conflicto
en Cataluña se desarrolla, entonces, entre el Estado central y la Generalitat,
el nacionalismo español y el nacionalismo catalán, el españolismo y el
catalanismo, la burguesía española y la burguesía catalana. Se trata de una
lógica del poder que ha dirigido la escalada de la confrontación a la que diferentes
sectores de la población han sido arrastrados. Si el Estado español ha empleado
la represión para imponerse y tratar de asegurar con ello el cumplimiento de su
legalidad, los políticos de la Generalitat no han sido menos y han utilizado
sus recursos institucionales (Mossos, sistema educativo, burocracia, medios de
comunicación, etc.) y monetarios para movilizar a la sociedad y hacer valer así
sus intereses. Asimismo, el nacionalismo español no ha dudado en movilizar a su
correspondiente base social tanto en Cataluña como en el resto del Estado
español para legitimarse y crear más presión sobre la élite nacionalista
catalana. Es, por tanto, un conflicto de carácter nacional en el que el
nacionalismo, a partir de los hechos diferenciales en el terreno identitario,
es empleado para politizar y movilizar a la población y lograr su adhesión a
alguna facción de la élite dirigente. Como resultado de todo esto el espacio
público, político, ideológico, cultural y social se divide entre el
nacionalismo español y el nacionalismo catalán, lo que permite la colaboración
entre clases y la supeditación de los sectores más populares a los intereses de
cada facción de la élite dominante.
Pero existe otro nivel
de análisis la realidad que subyace a todo lo antes descrito y que es el que
ataña a lo que ocurre entre bastidores. Si la representación del conflicto es
hecha en términos nacionales es porque obedece a una intencionalidad política
que hay detrás de todo ello, y que en última instancia responde a la necesidad
de forzar una redistribución del poder institucional. El procés y el referéndum han servido al claro propósito de forzar la
creación de una situación de excepcionalidad política que permita arrancar al
Estado español una serie de concesiones a través de la reforma constitucional y
estatutaria. Es aquí donde cobra sentido la apertura del correspondiente debate
político para reformar la constitución con el propósito de mantener a Cataluña
dentro del marco político de un Estado español de carácter federal. De un proceso
de reforma como este sólo cabe esperar un reforzamiento del poder del Estado
español, y sobre todo un aumento del poder de sus delegados en la periferia
como es la élite política catalana. Inevitablemente todo esto implica, a su
vez, un aumento de los recursos económicos de la autoridad regional, de lo que
se deduce rápidamente que en toda esta serie de desencuentros políticos
calculados están en juego sustanciosas cantidades de dinero, pero también de
cargos en la burocracia autonómica, de privilegios, sinecuras y prebendas como,
por ejemplo, en las empresas a cargo de la Generalitat o en aquellas otras que
dependen de sus contratos y subvenciones. Así, puede entenderse que en
determinados sectores políticos, encuadrados sobre todo en el nacionalismo catalán
y en aquellos que se encuentran en la órbita del soberanismo, ligados tanto a
organizaciones partidistas como de carácter social y movimentista,
estén tan implicados e interesados en el desarrollo del procés como para haber puesto en marcha una movilización social en
Cataluña que no se veía desde 2011.
Si el impulso principal
del procés y de todo cuanto ha girado
en torno al referéndum ha venido de las instituciones oficiales en Cataluña, y
más concretamente de la Generalitat, su ejecución ha contado con la casi
imprescindible colaboración de diferentes actores sociales, políticos y
sindicales que han operado como correa de transmisión para movilizar a una
parte considerable de la población. No se trata de un apoyo desinteresado, sino
que existe un gran interés en recoger los correspondientes frutos derivados de
una gran movilización popular que, todo hay que decirlo, ha destacado por un
elevado grado de organización, coordinación y eficacia a la hora de ofrecer
resistencia a las autoridades enviadas desde Madrid para abortar las
iniciativas de los políticos catalanes. El nacionalismo catalán se ha dotado
así de una importante base social que el 1 de octubre hizo de parachoques de la
élite catalana al ser la que recibió los embates de la represión ejercida por
la fuerza armada del Estado español. Quienes participaron en esta movilización
fueron utilizados de un modo completamente descarado por la casta de
mercenarios políticos apoltronados en la Generalitat, quienes no dudaron en
alimentar una serie de esperanzas que ellos mismos se encargaron de destruir el
10 de octubre y que tuvieron como consecuencia la decepción y el descrédito.
Sin embargo, hay que destacar que la movilización popular puesta en marcha por
diferentes actores ubicados en los movimientos sociales, el sindicalismo y la
política, se inscribió en el marco antes descrito y que bajo el pretexto del
derecho a decidir buscaba la construcción del Estado catalán. La fundación de
una república catalana, de carácter capitalista, burgués, estatista,
partitocrática, europeísta, etc., o la permanencia de Cataluña en el Estado
español son las únicas opciones posibles presentadas a los catalanes. Las
alternativas giran, por tanto, en torno a un estatismo catalán y un estatismo
español, de manera que a los catalanes únicamente se les pretende brindar la
oportunidad de elegir el color y el propietario de las cadenas de su
esclavitud.
La élite política
catalana, sabedora de la inviabilidad de fundar un Estado catalán
independiente, atizó el nacionalismo como instrumento de movilización para
generar la presión social necesaria con la que desencadenar una crisis política
e institucional en el seno del Estado español y, de este modo, forzar algún
tipo de proceso de reforma del que obtener las consecuentes concesiones. Estas
concesiones en la forma de considerables sumas de dinero constituyen una
importante motivación que los actores involucrados en la movilización social
anhelan conseguir en un futuro próximo. Así se entiende el colaboracionismo no
ya sólo de sectores abiertamente nacionalistas, sino también de aquellos otros
que históricamente han pertenecido a la disidencia política cuyo eje de coordenadas
ideológico natural se ubica en el terreno de la lucha de clases, de las
aspiraciones emancipadoras y transformadoras. Sin embargo, la conversión del
independentismo, el nacionalismo, el referéndum y, en definitiva, el
soberanismo, en una moda en Cataluña ha hecho que los sectores pertenecientes a
la disidencia política se hayan subido al carro del procés para integrarse de manera ordenada en el sistema y recoger
las debidas prebendas que, más pronto que tarde, serán repartidas entre los
participantes en función de sus correspondientes méritos al servicio de la
causa nacionalista.
Entre los
colaboracionistas encontramos a un sector considerable del movimiento
libertario. Desde un punto de vista ideológico no deja de ser llamativa esta
participación, lo que hace necesario buscar las razones reales que se
encuentran detrás. Aunque no han sido pocas las voces críticas con esta postura
lo cierto es que este tipo de fenómenos tampoco constituyen una novedad, sobre
todo si tenemos en cuenta que fueron bastantes las ocasiones del pasado en las
que una parte del entorno libertario se prestó a colaborar con ciertos
elementos de la clase política, e incluso con las autoridades. Por este motivo
es importante buscar las razones de fondo que explican esta actitud y contrastarlas
con aquellas explicaciones justificadoras utilizadas por quienes se involucran
en este tipo de procesos políticos y sociales.
Si hay algo
verdaderamente peculiar en el entorno libertario es esa extraña propensión a
apuntarse al jaleo allí donde lo hay. Esto suele justificarse bajo el pretexto
de que es necesario estar en las denominadas luchas populares para tratar de
radicalizarlas y conseguir de este modo dotarlas de un carácter revolucionario.
En el fondo esto no deja de ser la expresión de una vieja táctica empleada por
los marxistas y que no es otra que el entrismo. Con ello se busca
parasitar las movilizaciones sociales organizadas por otros para extraer los
consecuentes réditos tanto sociales, como políticos y económicos. Lo que se
busca en estas ocasiones no es la consecución de un cambio en un sentido
emancipador, pues es de sobra sabido que el reivindicacionismo de las luchas
parciales sólo logra en el mejor de los casos meras reformas del orden
constituido en la forma de concesiones, de migajas que son dispensadas por el
poder a las élites subalternas que encabezan las protestas. En este contexto es
en el que se inscribe esa propensión de algunos sectores ácratas a participar
en las trifulcas políticas que se tercien. Pero en el fondo únicamente
persiguen mantener y reproducir sus organizaciones, crecer a expensas de las
movilizaciones, de tal manera que la agitación social es el río revuelto en el
que lanzan sus redes para pescar en medio de la confusión. Todo esto en el
marco del procés deja bien clara la
existencia de un anarquismo que opera de manera reactiva, que crece y se
desarrolla al amparo del poder establecido así como de sus iniciativas. Un
anarquismo integrado por quienes hoy aspiran a recoger los frutos de su
participación en un fenómeno político y social encaminado formalmente a la
construcción de un Estado catalán independiente. Un anarquismo cuyas
organizaciones e integrantes persiguen las dádivas de las instituciones en la
forma de prebendas de todo tipo, y que sólo demuestra que en el fondo de estas
maniobras se encuentra la intención de integrarse de forma ordenada en el
sistema establecido.
No sin razón Errico
Malatesta señaló en su momento el sinsentido de que los anarquistas apoyasen a
aquellos que aspiran a alzarse con el poder. Esta afirmación sigue siendo
válida en lo que respecta a los libertarios que de manera entusiasta se han
sumado al procés. La agitación social
que ha acompañado al procés no es
otra cosa que las burbujas que emergen en la superficie de un fenómeno que
constituye en esencia una lucha de las élites por una redistribución del poder,
y en el que determinados sectores sociales sólo son instrumentos al servicio de
los intereses de dichas élites. Así, la denominada construcción nacional con la
creación de un Estado catalán está en las antípodas de cualquier aspiración de
carácter emancipador. El colaboracionismo demuestra ser una gran inconsecuencia
cuya justificación suele ser respaldada con la reivindicación del referéndum
como expresión del derecho a decidir. Sobre esto ya se ha dicho bastante en
otra parte, pero cabe recordar que un pueblo no tiene la posibilidad de decidir
su futuro en el marco político del Estado, y un Estado catalán tampoco va a
resolver nada de esto. Por el contrario, el referéndum únicamente ha sido un
instrumento de legitimación de la elite catalana y de su proyecto político.
Aunque formalmente se afirma que se aspira a la creación de un Estado catalán,
lo que es completamente inviable, lo que realmente se persigue es algo mucho
más factible como es conseguir nuevas concesiones del Estado español.
Los libertarios
favorables a la participación en el procés
aducen que la única alternativa es quedarse en casa y no luchar. Esto
constituye un grave error porque demuestra impotencia para organizar un espacio
de lucha propio en la sociedad, pero también manifiesta un carácter reactivo al
depender de las iniciativas ajenas. A esto hay que sumar que participar en el procés significa involucrarse en un
conflicto cuyo eje central es la denominada lucha nacional y no la lucha de
clases, con lo que en la práctica supone afianzar la dinámica de colaboración
entre clases que hoy se ha implantado en Cataluña. En el marco social, político
e ideológico del procés no hay
ninguna posibilidad para que la protesta popular, definida en términos
puramente nacionales, adopte un carácter revolucionario y emancipador porque
está dirigida, al menos formalmente, a construir un Estado catalán y no a poner
fin a la sociedad de clases. Quienes controlan este proceso son no sólo las
instituciones oficiales, sino sobre todo sus colaboradores en los movimientos
populares a través de una red de organizaciones y colectivos, tanto políticos
como sociales y económicos, que orbitan en torno a la Generalitat, y de la que
de un modo u otro comen. Por esta razón, cuando se elige participar en un
espacio político, social e ideológico que no es el propio, y que por el
contrario constituye un territorio que pertenece al enemigo, ya se está preso
antes de luchar y la batalla está perdida de antemano. Es materialmente e
ideológicamente imposible desvincular el procés
de su finalidad política nacionalista dirigida a reforzar el poder de las
élites catalanas, y eventualmente construir un Estado catalán propio que cada
día que pasa es cada vez más lejano e imposible.
Como consecuencia de la
asunción de las premisas políticas e ideológicas del nacionalismo que equiparan
la autodeterminación con el referéndum, las votaciones y en última instancia la
construcción de un Estado catalán, vemos cómo algunos sectores libertarios no
han dudado en reivindicar uno de los mayores símbolos de la esclavitud de
nuestra época actual como son las urnas electorales. Del abstencionismo y de
consignas como la de «no nos representan» se ha pasado a defender las
votaciones bajo la fórmula fraudulenta del derecho a decidir. Pero lo cierto es
que un pueblo únicamente consigue disponer de la capacidad decisoria para
determinar su futuro cuando el Estado ha sido destruido, y no cuando se
desarrolla un proceso electoral dirigido a ratificar la voluntad de las elites
para construir un nuevo Estado, y consecuentemente una nueva máquina de
opresión dirigida a conservar y reproducir las jerarquías de la sociedad de
clases. El colaboracionismo se traduce, entonces, en contrarrevolución que es
ejecutada de un modo más o menos consciente por los principales responsables de
las organizaciones libertarias implicadas en el procés, todo ello con la esperanza de conseguir los consecuentes
recompensas por los servicios prestados. Pero igualmente esta colaboración es
desarrollada, muchas veces de un modo inconsciente, por ese rebaño de
activistas alienados que hace tiempo delegaron en otros cualquier labor
reflexiva.
Un claro ejemplo de
todo lo dicho lo representa la convocatoria de huelga del 3 de octubre bajo el
pretexto de protestar contra la represión. Una represión, que al menos en el
momento en el que la huelga fue convocada, era llevada a cabo contra algunos
altos funcionarios de la Generalitat y no contra el conjunto de la sociedad
catalana. Sin embargo, se cerraron filas en torno a los políticos catalanes y
el relato antirrepresivo no tardó en vincularse desde el primer momento a la
celebración del referéndum, en tanto en cuanto la represión fue presentada como
una vulneración de los derechos y libertades ciudadanas. Una vez más nos
encontramos con que sectores pretendidamente disidentes, e incluso
revolucionarios, asumen la ideología ciudadanista y terminan defendiendo los
principales instrumentos de opresión política de los que dispone el sistema de
dominación, tal y como ocurre con los procesos electorales. En este sentido el procés ha dado lugar a bastantes
paradojas como que ciertos anarquistas defiendan las urnas electorales y con
ello apoyen el estatismo, sea a través de la permanencia de Cataluña en el
Estado español o de la construcción de un Estado catalán. En último término
este sector libertario no ha hecho sino asumir como propia toda la mitología
nacionalista que ha sido construida en torno al referéndum.
Asimismo, es interesante
constatar que la huelga política convocada para el 3 de octubre rápidamente
consiguió el apoyo y patrocinio de las máximas autoridades en Cataluña, además
del apoyo y la participación de una facción significativa de la patronal
catalana y otros elementos destacados del establishment como,
por ejemplo, los partidos políticos. Tal es así que la mencionada huelga no
tardó en convertirse en un paro nacional con todo lo que ello conlleva en el
terreno político y simbólico. De este modo comprobamos una vez más que la
denominada disidencia social y política tiene poco de disidente cuando sus
principales exponentes se suben al carro de las iniciativas impulsadas desde el
poder, lo que demuestra su oportunismo con el que tratan de reproducir sus
organizaciones al parasitar este tipo de procesos sociales y políticos, además
de intentar granjearse toda clase de prebendas y privilegios en los estamentos
de la burocracia estatal y política.
De todo lo anterior
podemos concluir que ese anarquismo de Estado, toda esa farándula libertaria
que se presta a la colaboración entre clases, que sirve de apoyo para la clase
política y sus proyectos de creación de un Estado catalán, y que vive de las
subvenciones, los privilegios y el mercadeo de prebendas de todo tipo con la
administración, no es otra cosa que la expresión de una disidencia controlada y
dirigida por el poder, que desempeña el papel de remolque o furgón de cola en
las movilizaciones desencadenadas por las instituciones. Si la naturaleza del procés, tal y como fue indicado en
otra parte, es la revalorización de la clase política catalana y sus
instituciones oficiales, la participación en semejante espectáculo constituye
una forma de afianzar la contrarrevolución en curso. El procés ha servido para impedir cualquier tipo de movilización
autónoma de la sociedad en Cataluña dirigida a subvertir el orden establecido,
destruir las instituciones, la propiedad privada y las estructuras de poder que
sostienen al Estado en aquella región. La lucha de clases ha sido sustituida
por la lucha nacional en la que opresores y oprimidos se dan la mano, lo que ha
servido para dirigir la protesta social hacia el callejón sin salida del
nacionalismo y el estatismo, y que en última instancia significa el
mantenimiento y reproducción de la actual sociedad de clases.
El procés mismo forma parte de la estrategia contrarrevolucionaria
puesta en marcha por la élite dirigente catalana después de verle las orejas al
lobo en 2011 cuando la población rodeó el parlamento, hasta el punto de que
Artur Mas, así como otros colaboradores suyos, tuvo que entrar en helicóptero
como Batman. Una estrategia que, a tenor de los más recientes acontecimientos,
les ha funcionado de maravilla con la innegable colaboración de algunos
elementos vinculados al activismo, los movimientos sociales y la disidencia
política. Hoy, Artur Mas, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Anna Gabriel y
tantos otros, son los héroes nacionales de Cataluña junto a las instituciones
autonómicas como el parlament, los Mossos, etc. La represión del Estado español
ha contribuido a reforzar esa imagen de héroes y mártires que han logrado
construirse, pues el victimismo, un rasgo inherente a todas las ideologías
totalitarias y que de forma especial se da en los nacionalismos, es la
principal herramienta para la movilización social y la presión política para,
así, legitimar las aspiraciones de la clase política catalana.
El sentimiento de nación
agraviada siempre ha sido muy funcional para las élites dominantes de todas
partes. El fascismo surgió de ese sentimiento generalizado en las poblaciones
de Italia y Alemania. Este victimismo ha demostrado ser muy útil políticamente
al servir para elaborar un relato que presenta un conflicto nacional entre
buenos y malos, y en el que los referéndums sólo son un elemento legitimador
para reforzar la posición de poder de las élites, pero también un mecanismo con
el que buscar la unanimidad a nivel interior en contraposición al enemigo
exterior. La ley de las mayorías, la ley del número que socava toda
individualidad, impone una dinámica totalitaria en la que el hecho diferencial
en el terreno de la identidad constituye la línea divisoria que enfrenta a un nosotros
frente a un ellos que niega esa misma identidad. En última instancia el
nacionalismo catalán ha logrado llevarlo todo hasta el extremo de vincular el
derecho a decidir con la construcción de un Estado independiente, lo que ha
servido para trazar una línea divisoria perfectamente clara entre quienes están
a favor de ese proyecto político y quienes lo rechazan. Todo se resume a la
consigna de «estás conmigo o estás contra mí». Como consecuencia de esto
quienes no comulgan con ruedas de molino son rápidamente metidos en el mismo
saco del españolismo y sus representantes políticos.
Hoy vemos cómo una
mascarada que algunos se atreven a llamar revolución sirve para subvertir
cualquier posibilidad emancipadora y transformadora en el terreno social, hasta
el punto de que la movilización de la población ha significado su alineamiento
con el nacionalismo catalán o el español, así como con sus respectivas élites
de referencia.
Desafortunadamente la mentalidad democraticista parece haberse
impuesto en algunos sectores del radicalismo político, hasta el punto de que
parece que los millones de personas que participaron en el referéndum del 1 de
octubre no pueden estar equivocadas. Pero lo cierto es que la libertad no sale
de las urnas, y que esta no es posible en el marco político de un Estado, sea
español o catalán. Por este motivo se hace necesario que ante esta dinámica
contrarrevolucionaria los sectores más conscientes de la disidencia política,
tanto en Cataluña como en el resto del Estado español, desarrollen su propio
espacio de lucha en un marco más amplio que el de sus particulares
enfrentamientos contra el poder. Inevitablemente esto significa poner en marcha
una lucha ideológica dirigida a romper la colaboración entre clases que hoy ha
impuesto el nacionalismo, tanto español como catalán, y de esta forma extender
entre la población la oposición al sistema de dominación vigente. Se trata de
recuperar la lucha de clases como eje central del conflicto social, lo que
inevitablemente conlleva dar la espalda a las instituciones y enfrentarse a
ellas al mismo tiempo.
Todo parece indicar que
los acontecimientos que hoy se desenvuelven en Cataluña van a servir para
provocar una crisis política e institucional que fuerce la reforma del orden
constituido, y consecuentemente que facilite el reforzamiento del sistema de
dominación. Ante esta coyuntura histórica se hace preciso reformular la lucha
en unos términos ideológicos y estratégicos antagónicos a la lógica y a la
dinámica del poder. Esto implica la conformación de un único frente de batalla
contra el sistema de dominación en el que existan diferentes trincheras desde
las que desarrollar esa lucha común, hasta el punto de generar un espacio de
lucha propio dirigido a destruir el Estado y su sociedad de clases. Así pues,
desde diferentes ámbitos se impone la necesidad de orientar la lucha en ese
sentido revolucionario y emancipador, lo que constituye una actitud que hoy
fácilmente puede ser resumida en la vieja consigna de paz entre pueblos y
guerra entre clases.
¿A donde fueron los albañiles que terminaron la muralla china?, esa si es una buena pregunta, dicen la que la muralla es el mayo cementerio del mundo...
ResponderEliminarAseguraría que el mayor cementerio del mundo es el de la muralla existente entre ricos y pobres. Entre explotadores y explotados.
EliminarTotalmente de acuerdo.
EliminarLa entrada es extensa. Merece ser releida porque es posible que haya cosas que se me hayan pasado, y otras que las haya entendido a medias (no será la primera vez).
ResponderEliminarConvengo en un principio que los enfrentamientos son, a mi entender, de las élites burguesas dominantes, la española y la catalana. Y añadiría que todo comenzó cuando lo que les interesa empezó a decaer, que no es más que el dinero.
Hay otra burguesía dominante, que es el PNV, pero ellos, a buen criterio, hicieron números que les salieron a largo plazo redondos. Con ellos y el sistema central no hay problemas.
Es una entrada muy lúcida.
Vuelvo a la lectura desde un principio, pero ya le digo que convengo en lo largo del análisis.
Salut
No obstante, y estando muy de acuerdo con cuanto el artículo expone, yo no haría distingos entre burguesías, en el fondo son la misma. Es una lucha en su propio seno, más leguleya que social, por apropiarse del lucrativo poder que otorga el aparato estatal a quienes lo gobiernan.
EliminarEstoy de acuerdo contigo en que es una entrada muy lúcida. Desgraciadamente, la armada mediática nunca propiciará una visión desde este ángulo, ni de la cuestión catalana ni de ninguna otra cuestión socialmente relevante.
Salut!
Una vez más de acuerdo. No está al mismo nivel la lucha de clases que la pugna interna entre sectores de la burguesía.
EliminarAprovecho para recordar que durante la vigencia del nacionalsindicalismo hubo sectores del sindicalismo cenetista que colaboraron con los sindicatos verticales. El falangismo "de izquierdas" tuvo también un injerto anarquista. Claro que las Comisiones Obreras también se aprovecharon, en otro momento y otras circunstancias, del sindicalismo vertical, pero muchos sindicalistas de los años cuarenta parece que realmente hubieran creído que el Estado corporativo y paternalista era contrario al capitalismo...
Los falangistas joseantonianos siempre se declararon contrarios al capitalismo, pero yo pienso que de lo que estaban en contra era del capitalismo laico, es decir protestante, no católico.
EliminarEn cuanto a las Comisiones Obreras, según tengo entendido, se infiltraron en el Sindicato Vertical para, llegado el momento, controlarlo. Por esa razón, dicen, cuando llegó la llamada transición estaba ya ideológicamente desactivado.
Poco que añadir, quizás solo unos aplausos. ;)
ResponderEliminarCreo que hay que hacer una reflexión y entender que al margen de la repulsa que se tenga al estado español o a las instituciones de cualquier estado, todo esto lo está organizando un estado y sus fines no favorecerán en nada al pueblo, pero además van a perjudicarlo para que gane alguien al margen de ambos estados, alguien que posiblemente subvenciona a los dos.
Salud!
Ese "alguien", que no está para nada al margen de ningún Estado, se llama Capitalismo.
EliminarSalud!
Coincido plenamente con el análisis aquí expuesto. La destrucción del estado y su sociedad de clases ese el camino a emprender como bien dice el autor.
ResponderEliminarSalud!
Yo también estoy de acuerdo con Esteban Vidal. Pero conviene no olvidar que cada circunstancia demanda una estrategia concreta. Un ejemplo. Federica Montseny es nombrada ministra es nombrada ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno de la República en noviembre de 1936, cargo que acepta a pesar de su declarado antigubernamentalismo y las dudas iniciales. Teniendo en cuenta los revolucionarios cambios sociales que en el breve ejercicio de su cargo propició ¿podemos reprochárselo?
EliminarSalud!
No estaria del todo de acuerdo con lo del 1-O la gente no fué empujada, fue de motu proprio, yo el primero, que a las seis de la mañana estaba ante mi colegio electoral, por cierto lleno de gente. Y luego, hablar de burguesia a dia de hoy, se me hace extraño, como fuera de lugar, parece una etapa ya superada...
ResponderEliminarsalut
Supongo que, desde el punto de vista del anarquismo no es posible otro planteamiento muy distinto al del autor del artículo, sin que ello quiera decir que necesariamente se haya de estar de acuerdo con la totalidad del mismo.
EliminarPara mí, hoy, el principal enemigo es el Estado español, y más aún que éste, la vieja clase que utiliza al mismo como herramienta destinada a defender sus propios intereses y privilegios. Sea o no independentista, me solidarizo con el pueblo catalán, pero no con las élites políticas que hasta ahora lo han gobernado.
Tal vez donde dice 'burguesía' debería decir 'oligarquía' o simplemente clase dominante, pero para el caso viene a ser mismo.
Salut!
Humm. El texto es cojonudo, casi lo cuelgo en la tarco. Pero no lo hice porque es un texto que para mi no ofrece soluciones. Parece que invita a la parálisis.
ResponderEliminarDecir que los compañeros catalanes apoyan a su burguesía es cierto, decir que apoyan la creación de un estado es cierto, llamar entrista a quien apoya un movimiento social en su beneficio también..
Pero cual es la alternativa? Quedarnos sentandos como parece que propone? Hacer 'algo' y que te llamen entrista? Ver como unos se llevan el 3% y otros los sobres? Pues a tomar por tal, Contra todos y con nadie!
Los compañeros catalanes de la CNT y Anarquistas saben lo que se hacen porque lo están viviendo. Confio en ellos, y si me piden solidaridad porque les están machacando sea la causa que sea, solidaridad tendrán.
Y si esta basura cívica ha sido una burla a la lucha de clases es porque no ha habido lucha de clases, no hicimos los deberes.
Salud!
Estoy de acuerdo contigo y con el compañero Vidal, y si nos reuniéramos y conversáramos estaríamos los tres de acuerdo en lo esencial. Al menos en lo esencial de la teoría, que otra cosa es la práctica. Y aquí es donde se plantea lo que tú dices, que "no ofrece soluciones".
EliminarEn el ámbito estrictamente personal, la solución a cada problema concreto la buscará cada cual de la mejor manera posible según sus principios y criterio. La cuestión es cómo organizarse colectivamente en la búsqueda de soluciones de aquellos problemas comunes, cómo organizar la lucha y, sobre todo, como ampliar su radio de acción y su implicación en la misma. Es evidente que a l@s anarquistas nos falta organización y culminar metas concretas e inmediatas. Y también, preciso es decirlo, medios para nuestros propósitos.
"Cuando llegue el momento lucharemos", parecen decir algun@s. Esa postura es, a mi entender, opuesta al anarquismo o meramente teórica. El/la anarquista está en todo momento enfrentado al poder, y por tanto en lucha perpetua contra él. Pero es innegable que la unión multiplica la fuerza y la resistencia y que la lucha aislada desemboca en la frustración y la esterilidad. Solidaria unidad y organización son necesarias.
El anarquismo, dinámico como tú bien sabes, no es una doctrina, ni obedece a principios puristas e inamovibles. En pos de sus objetivos básicos, como en cualquier lucha, tácticas y estrategias no sólo son posibles, sino necesarias. Estoy acordándome ahora de Federica Montseny y de su breve pero fecundo paso por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social del gobierno de la República. Estrategia. ¿Traicionó sus principios? A mi juicio, no.
Yo también confío en las compañeras y compañeros catalanes. Podrán equivocarse, sí, pero solamente caen quienes caminan, no quienes permanecen sentados. Y tanto cuando caminen como cuando caigan, yo estaré a su lado.
Salud!