27/09/2017
En ciertos sectores de la izquierda
todavía persiste la idea –tan absurda como conveniente para los poderes
establecidos– de que el independentismo y el internacionalismo son
incompatibles, por no decir antagónicos. El internacionalismo une a los pueblos,
mientras que el independentismo los divide, argumentan algunos, ya sea de forma
ingenua o tendenciosa. De forma tan ingenua o tan tendenciosa que olvidan
incluso algo tan elemental como que, por definición, el internacionalismo
presupone la existencia de diversas naciones –y nacionalismos– capaces de
interrelacionarse solidariamente. Lo que, a su vez, supone entender el
nacionalismo no como la exaltación arrogante de determinadas peculiaridades
culturales ni como la reivindicación excluyente de privilegios arbitrarios,
sino como la pura y simple afirmación de la propia identidad y de la propia
soberanía frente a quienes las niegan o las limitan. Y en una época en la que
el capitalismo adopta la forma de un imperialismo avasallador que intenta
arrebatarles a los pueblos su identidad para poder arrebatarles todo lo demás,
la defensa de la soberanía y el derecho de autodeterminación se convierte en un
aspecto fundamental de la lucha anticapitalista.
Así lo han entendido la mayoría de
los cubanos, para quienes “socialismo o muerte” y “patria o muerte” se han
convertido en lemas equivalentes, puesto que tienen muy claro que la defensa de
su soberanía nacional y la defensa de su proceso revolucionario son una misma
cosa. Así lo ha entendido una buena parte del pueblo vasco, cuya lucha contra
la opresión de los estados español y francés se funde y se confunde con la
lucha de clases. Y así lo han entendido también diversas organizaciones
independentistas catalanas, gallegas, castellanas, aragonesas, andaluzas… Y así
empiezan a entenderlo, por fin, algunas formaciones de izquierdas de ámbito
estatal.
Sin embargo, el incontenible clamor
soberanista que en estos días sacude Catalunya ha provocado el paradójico
rechazo de una parte de la izquierda, esa que repite como jaculatorias ciertas
consignas marxistas que, sacadas de contexto, dejan de tener sentido o, lo que
es peor, se prestan a todo tipo de tergiversaciones. Y una de las más equívocas
de esas consignas descontextualizadas (que llevaron al propio Marx a decir “Yo
no soy marxista”), invocada recurrentemente por quienes se oponen al
independentismo, es “Los obreros no tienen patria”. En el marco del Manifiesto
comunista, la frase tiene pleno sentido, pues lo que dicen expresamente Marx y
Engels es que el proletariado no puede identificarse con el modelo de nación
burgués –basado en la explotación de unas personas por otras y de unos países
por otros– y ha de construir su propio modelo solidario; fuera de ese contexto,
la frase se ha utilizado a menudo para cuestionar las reivindicaciones
identitarias y soberanistas de los pueblos oprimidos, y la izquierda
institucional no puede hacerse cómplice de esta manipulación.
Cuando en América Latina y en Oriente
Próximo los desheredados del mundo libran una batalla decisiva contra el
imperialismo, las privilegiadas izquierdas europeas tienen la insoslayable
responsabilidad política e histórica de unirse en un frente común, en una
quinta columna que desde el propio interior de los países ricos, desde el
corazón de la bestia, contribuya a desbaratar los planes de expolio y
exterminio de un capitalismo exasperado que también entre nosotros, y hoy más
que nunca en Catalunya, está mostrando su rostro más brutal.
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