El futuro nos demanda hoy vías de confluencia política entre organizaciones de los pueblos del Estado que entendemos que la tarea principal es la lucha contra el enemigo común.
Lo que más temen la oligarquía del
Estado español es que la clase obrera vuelva a descubrir que los representantes
políticos de quienes le destrozan la vida a diario son los mismos que
disfrazados de patriotas aplastan los derechos nacionales de los pueblos.
Ellos, plenamente conscientes de sus intereses de clase, en el conflicto de
Cataluña están usando a fondo en los medios de comunicación a su servicio a
personajes de la izquierda española para intentar impedir que conciencia de
clase y derecho de autodeterminación se aúnen, como hicieron en la lucha contra
la Dictadura.
Para ello están contando con el
impagable, o no, apoyo de Alberto Garzón, coordinador de IU y Paco Frutos, ex
secretario general del PCE, reeditando el papel de apagafuegos desempeñado por
ambas organizaciones desde la Transición ante situaciones que dificultaran el
control por parte de las clases dominantes.
Esa función fue perfectamente
identificada, ni más ni menos que por un editorial de ABC que reflexionaba
sobre los peligros de desaparición de IU tras su fracaso electoral en 2004.
Reconocía perfectamente este diario sus intereses de clase y decía así: “El
paisaje democrático español ofrece históricamente un espacio claro a la
izquierda del PSOE, donde debe asentarse una formación que refuerce la
centralidad política de la socialdemocracia y al tiempo sirva como dique de
contención para las tentaciones antisistema. IU ha ejercido, desde su
refundación a partir del viejo PCE, como factor de estabilidad que ha cargado a
sus espaldas con los distintos impulsos de izquierda alternativa que se han ido
configurando tras la crisis del marxismo tradicional, evitando que se produzcan
tentaciones escapistas y rupturistas al margen de los cauces de la democracia
(1).
La obsesión de las clases dominantes,
desde Franco hasta ahora, es tratar de evitar que la clase obrera vuelva a
descubrir la íntima vinculación en el Estado de español entre la lucha contra
la explotación y la de los pueblos por sus derechos nacionales. Como saben los
dos personajes autocalificados de comunistas, la mejor historia del PCE, la
anterior a la Transición, está repleta de programas y discursos que
identificaban al nacionalismo español con todo lo retrógrado y cavernario y al
progreso con la lucha de la clase obrera por su emancipación y por la libertad
de los pueblos.
Especialmente emblemático es el
mitin, en el Monumental Cinema de Madrid, en el que José Díaz,
Secretario General del PCE, identificaba el día 2 de junio de 1935 entre
los 4 pilares básicos que debían sustentar el futuro Frente Popular: La
liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo español. Que se conceda
el derecho de regir libremente sus destinos a Catalunya, a Euskadi, a Galicia y
a cuantas nacionalidades estén oprimidas por el imperialismo de España (2).
En otra intervención que lleva
por expresivo título ¿Quiénes son los patriotas? el dirigente
del PCE afirmaba el 9 de febrero de 1936, pocos días antes de que el Frente
Popular ganase las elecciones: Queremos que las nacionalidades de nuestro
país, Cataluña, Euzkadi y Galicia, puedan disponer libremente de sus destinos,
¿por qué no?, y que tengan relaciones cordiales y amistosas con toda la España
popular. Si ellas quieren librarse del yugo del imperialismo español,
representado por el Poder Central, tendrán nuestra ayuda. Un pueblo que oprime
otros pueblos no se puede considerar libre. Y nosotros queremos una España
libre (3).
Esta tradición permaneció intacta
durante toda la lucha contra la Dictadura hasta los largos prolegómenos de la
Transición. El abandono del Derecho de Autodeterminación formó parte de la
inmolación del PCE –y de paso, del potente movimiento obrero forjado en la
lucha contra la Dictadura– ante el Régimen del 78 que, como estamos viendo,
mantenía la herencia franquista.
La defensa de las organizaciones
comunistas del derecho de autodeterminación de los pueblos no es ni una
excepción, ni una anomalía. Constituye una de las más importantes aportaciones
del partido bolchevique, y especialmente de Lenin a la historia política del
movimiento obrero. Su negación en un Estado atravesado históricamente por
reivindicaciones nacionales por parte de quienes se llaman dirigentes
comunistas, o bien se trata de una ignorancia imperdonable, o más
probablemente, de un acto de colaboración de clase.
La primera afirmación de Lenin,
rotunda, inapelable, realizada en su documento “El derecho de las naciones a su
autodeterminación” (que recomiendo vivamente a quien quiera conocer con rigor
la posición comunista al respecto) es que tal derecho no significa otra cosa
que no sea el derecho de una colectividad a formar un Estado nacional
independiente (4). Este reconocimiento por parte de los comunistas requiere que
exista un pueblo que lo reclame, el cual –evidentemente– es el depositario de
la decisión al respecto. Es incuestionable que en Cataluña hay una parte
importante de su pueblo que lo reclama y si es o no mayoritaria, es
precisamente lo que se trataba de comprobar el 1 de octubre.
Las declaraciones de Cayo Lara, ex
coordinador general de IU negando el derecho del pueblo catalán a decidir su
futuro "unilateramente porque forma parte del Estado y el resto de
españoles también tienen que opinar" son de una indigencia
política que provoca vergüenza ajena.
En segundo lugar, el Derecho de
Autodeterminación es, ni más ni menos, un derecho político democrático, que no
excluye ni las relaciones de explotación en su seno, ni la hipotética opresión
hacia otras naciones.
El alineamiento de Alberto Garzón con
el nunca nombrado nacionalismo español ha llegado a cotas muy altas, como
cuando calificaba de “provocación” (¿a quién?) la declaración de independencia
o como cuando, desde posiciones comunistas(?), descalificaba el referéndum por
“ilegal” o la DUI por “carecer de valor jurídico”. Es tan evidente que esas
declaraciones podrían haber salido del PP o del PSOE y al tiempo el llamamiento
al respeto al orden establecido es tan incompatible con posiciones mínimamente
revolucionarias que ni siquiera me detengo a comentarlas.
Sí quiero puntualizar su
descalificación de todo el proceso catalán por el papel jugado en él por la
burguesía. Primero porque se ha mostrado con toda claridad como la gran
burguesía catalana, la del IBEX 35, milita en la Brunete del 155 y sobre todo
porque ante una reivindicación estrictamente democrática como ésta, que la
hegemonice o no la burguesía no es argumento para que las organizaciones de la
clase obrera no la respalden.
Es decir, que el apoyo de las
organizaciones comunistas a tal Derecho sólo significa el apoyo a la nación
oprimida, frente a la nación opresora. Hasta ahí, nada más.
Uno de los aspectos centrales de toda
esa posición política supuestamente antinacionalista es su negación de la
existencia del nacionalismo español y todo ello a pesar de las duras
exhibiciones de lo más rancio de la caverna política y de sus medios de
comunicación, que antes les ninguneaban y que ahora les han convertido en
héroes.
Las palabras de Lenin no ofrecen
dudas: “La significación real de clase de la hostilidad liberal al principio de
autodeterminación política de las naciones es una, y sólo una:
nacional-liberalismo, salvaguarda de los privilegios estatales de la burguesía
de la nación opresora” (5).
Situando el análisis en lo concreto
de nuestra historia, es innegable que la clase obrera –cuya lucha llevaba
implícita la reivindicación del derecho de autodeterminación– llegó a la
Transición con una hegemonía clara que le permitía además articular y poner su
impronta en el resto de los combates. El hecho de que no se produjera la
Ruptura sino el gran cambalache llamado Transición –que contó con la
participación decisiva del principal partido de la clase obrera, el PCE, y que
conllevó la lenta pero inexorable demolición de la fuerza lograda y de la
independencia de clase– tuvo como consecuencia la aparición en primer plano de
las reivindicaciones nacionales en las nacionalidades históricas con una muy
débil marca de clase. Por eso, resulta aún más llamativo que sean
representantes de la organización que hizo el favor más grande a las clases
dominantes quienes esgriman, precisamente ahora, la posición de clase para
desacreditar una reivindicación que, como explicaba en un reciente artículo6,
tiene la enorme virtud de debilitar el engranaje de la Transición, enemigo a la
vez de la clase obrera y de los derechos nacionales de los pueblos.
En una situación análoga, la de
Irlanda, Marx da una brillante lección de coherencia de clase. Como es bien
sabido, tanto él como Engels habían identificado a la clase obrera inglesa como
la más avanzada, la llamada a hacer la primera revolución obrera. Según ese
análisis, la reivindicación democrático-nacional de la independencia de Irlanda
tenía una importancia muy secundaria, por cuanto se resolvería en ese proceso.
Pero, dice Marx, las cosas han ocurrido de manera diferente. La clase obrera
inglesa ha caído bajo la influencia de los liberales, decapitándose ella misma
con una política liberal. Por contra el movimiento burgués (así lo define
Marx) de liberación de Irlanda se ha acentuado y ha adquirido formas
revolucionarias. Y el sabio Marx corrige su posición y dice: “La clase obrera
de Inglaterra no podrá liberarse, mientras Irlanda no se libere del yugo
inglés. El sometimiento de Irlanda fortalece y nutre a la reacción en
Inglaterra”.
Lenin destaca el valor ejemplar de
esta posición de Marx y Engels e indica que es “Una advertencia contra la
precipitación lacayuna con que los pequeños burgueses de todos los países,
lenguas y colores, se apresuran a declarar “utópica” la modificación de las
fronteras de los Estados creados por las violencias y los privilegios de los
terratenientes y la burguesía de una nación” (7).
Finalmente es preciso diferenciar la
política de la clase obrera y la de la burguesía en cuanto al problema
nacional, porque en modo alguno debe subordinarse una a la otra.
Para la primera, el interés superior desde
el que se evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional, es el
de la lucha de clases, el de la unidad de la clase obrera de todos los países.
Así frente a posiciones simplistas
que claman por el “internacionalismo” para justificar posiciones que, quiérase
o no, fortalecen al nacionalismo más retrógrado de la nación opresora, la unidad
y la solidaridad de clase –máxime cuando la represión arrecia– exige
demostraciones prácticas. Es imprescindible que quede absolutamente claro para
el pueblo de la nación oprimida que de ninguna manera las organizaciones
políticas de la clase obrera transigen o se contagian con ese nacionalismo
español que constituye la piedra angular de la ideología de los vencedores de
la guerra civil.
La estrategia del nacionalismo
español que funde el Régimen del 78 a PP y PSOE ha sido y es, el enfrentamiento
entre pueblos, mediante la intoxicación mediática más burda y la utilización de
referentes de la izquierda para sus intereses. Precisamente en aras del objetivo
superior de la unidad de la clase obrera de todos los países, del
internacionalismo, es preciso colocarse nítida y firmemente al lado de la
nación oprimida y del pueblo reprimido, contra el nacionalismo español.
En 1902, en los debates del partido
bolchevique sobre el tema que Lenin recupera se decía: “Esta reivindicación,
que no es obligatoria para los demócratas burgueses, es obligatoria para los
socialdemócratas. Si nos olvidáramos de ella o si no nos decidiéramos a
propugnarla, temiendo herir los prejuicios nacionales de nuestros compatriotas
rusos, se convertiría en nuestros labios en mentira odiosa el grito de combate:
¡Proletarios de todos los países, uníos!
La tradición histórica comunista, la
teoría y la práctica es clara al respecto. Los burdos argumentos esgrimidos por
Garzón, Frutos y Lara intentan cubrir las vergüenzas de una izquierda que
vendió su esencia revolucionaria y su coherencia de clase en la Transición. Sus
dirigentes siguen buscando el efímero lugar al sol que les concede el poder por
los servicios prestados, considerándoles “hombres de Estado” entonces, o ahora,
invitándoles a sus tertulias.
Es evidente que por ahí, no hay
ningún camino. El futuro nos demanda hoy abrir vías de confluencia política
entre las organizaciones de los pueblos del Estado español que entendemos que
la tarea principal es la lucha contra el enemigo común; ese Régimen de la
Transición sostenido fundamentalmente por PP y PSOE, que empieza en la
Monarquía, sigue en la Audiencia Nacional, en el Tribunal Constitucional y en
todas las leyes represivas que llenan las cárceles de hombres y mujeres que
están ahí por luchar por los derechos de la clase obrera y por la libertad de
los pueblos.
Escribo este texto pensando y
rindiendo homenaje a toda la militancia comunista que dio su vida por la
emancipación de su clase y la libertad de los pueblos.
13/11/2017
Ángeles Maestro, militante de Red
Roja
5 Op. Cit.
articulazo!
ResponderEliminarSí que lo es.
EliminarPero si el primero en decir que el PC es intervencionista ha sido el único que todavía conserva algo de integridad, o sea, don Julio.
ResponderEliminarClaro que son intervencionistas, Como lo es el PC Chino, con su IBEX particular, y con millonarios.
Creo que el concepto de comunismo ya ha quedado obsoleto y que esa ya no es una fórmula para una nueva generación.
El artículo es bueno, pero los conceptos aplicados al 2017 ya no lo son.
Lénin no pensó jamás en el proletariado urbano, en la industria, en las máquinas, la Revolución se hizo para y por el campesinado, y para este campesinado lo escribió Marx en su manifiesto.
Es mi entender. Equivocado como siempre
Salut
Ángeles Maestro no milita en el PC, sino en Corriente Roja. A mí personalmente su análisis y posicionamiento me parecen impecables y muy acertados. Es "curioso" que a la defensa de la clase trabajadora se le llame 'intervencionismo', mientras que y al ávido intervencionismo de la clase dominante se le denomina como 'ajustes del mercado'.
EliminarEn cuanto a Lenin y Marx:
"Las ideas principales de Lenin se encuentran en dos de sus obras, El imperialismo, estadio supremo del capitalismo (1916), y El Estado y la Revolución (1917). Lenin realizó la primera gran adaptación del marxismo, especialmente en relación con Rusia. Marx había elaborado su teoría en las circunstancias históricas de la primera Revolución Industrial, donde eran más determinantes los aspectos industriales que los financieros en la economía, y con menos internacionalización. En la primera obra señalada, Lenin consideraba que el capitalismo había pasado de una etapa casi exclusivamente industrial a otra financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha entre los Estados por las materias primas, las colonias y el mercado. Si Marx había planteado las contradicciones del capitalismo en su época, Lenin lo hacía en la suya, en la del triunfo de la segunda Revolución Industrial, la de la escala mundial. Por eso, pensó que debía modificar algunas de las teorías o ideas del primero.
La primera gran modificación tiene que ver con los protagonistas de la Revolución. Ya no serían los proletarios de la Europa occidental o del mundo rico los que portarían la bandera del cambio revolucionario porque habían alcanzado un nivel de vida que les impedía llevar a cabo esa tarea. A un capitalismo podrido le correspondía un socialismo podrido, de ahí las críticas a los socialistas alemanes y europeos, en general, por aceptar las reglas del juego del capitalismo y participar en las instituciones. El testigo de la Revolución pasaría al proletariado de los países atrasados. La Revolución ya no estallaría en un país rico e industrializado como presuponía Marx, sino en un país pobre, en un país proletario en la división de países del mundo. Pero no sería un país paupérrimo sino que tendría que tener algún grado de desarrollo industrial y, por lo tanto, contar con obreros. Ese país sería, sin lugar a dudas, una Rusia atrasada, pero con núcleos de fuerte desarrollo industrial". Eduardo Montagut
Salut!
Esta señora es una de las personas más lúcidas e inteligentes, además de honesta y coherente con sus principios, de la clase política española. Por eso precisamente es una de las más ninguneadas y silenciadas, y menos "mediáticas". El análisis se acerca bastante a lo que pienso que el motor del desarrollo de los pueblos y su independencia debe originarse en la propia clase trabajadora y no en las decisiones de una clase burguesa, que trata de enfrentar a los obreros de todas las nacionalidades y busca sus intereses, que evidentemente nunca coinciden con los nuestros.
ResponderEliminarUn saludo.
Estoy totalmente de acuerdo contigo.
EliminarSalud!