El Estado con
mascarilla. Último avatar de la mundialización
★ Kaosenlared
– 09/04/2020
Importancia del Estado
en la nueva fase autoritaria del capitalismo
La actual crisis ha
significado unas cuantas vueltas de tuerca en el control social por
parte del Estado. Lo principal en esa materia ya estaba bastante bien
implantado porque las condiciones económicas y sociales que hoy
imperan así lo exigían; la crisis no ha hecho más que acelerar el
proceso. Estamos participando a la fuerza como masa de maniobra en un
ensayo general de defensa del orden dominante frente a una amenaza
global. El coronavirus 19 ha sido el motivo para el rearme de la
dominación, pero igual hubiera servido una catástrofe nuclear, un
impasse climático, un movimiento migratorio imparable, una revuelta
persistente o una burbuja financiera difícil de manejar. No obstante
la causa no es lo de menos, y la más verídica es la tendencia
mundial a la concentración de capitales, aquello a lo que los
dirigentes llaman indistintamente mundialización o progreso. Dicha
tendencia halla su correlato en la tendencia a la concentración de
poder, así pues, al refuerzo de los aparatos de contención,
desinformación y represión estatales. Si el capital es la sustancia
de tal huevo, el Estado es la cáscara. Una crisis que ponga en
peligro la economía globalizada, una crisis sistémica como dicen
ahora, provoca una reacción defensiva casi automática y pone en
marcha mecanismos disciplinarios y punitivos de antemano ya
preparados. El capital pasa a segundo plano y entonces es cuando el
Estado aparece en toda su plenitud. Las leyes eternas del mercado
pueden tomarse unas vacaciones sin que su vigencia quede alterada.
El Estado pretende
mostrarse como la tabla salvadora a la que la población debe de
agarrarse cuando el mercado se pone a dormir en la madriguera
bancaria y bursátil. Mientras se trabaja en el retorno al orden de
antes, o sea, como dicen los informáticos, mientras se intenta crear
un punto de restauración del sistema, el Estado interpreta el papel
de protagonista protector, aunque en la realidad este se asemeje más
al de bufón macarra. A pesar de todo, y por más que lo diga, el
Estado no interviene en defensa de la población, ni siquiera de las
instituciones políticas, sino en defensa de la economía
capitalista, y por lo tanto, en defensa del trabajo dependiente y del
consumo inducido que caracterizan el modo de vida determinado por
aquella. De alguna forma, se protege de una posible crisis social
fruto de otra sanitaria, es decir, se defiende de la población. La
seguridad que realmente cuenta para él no es la de las personas,
sino la del sistema económico, esa a la que suelen referirse como
seguridad “nacional”. En consecuencia, la vuelta a la normalidad
no será otra cosa que la vuelta al capitalismo: a los bloques
colmena y a las segundas residencias, al ruido del tráfico, a la
comida industrial, al trasporte privado, al turismo de masas, al
panem et circenses… Las formas extremas de control como el
confinamiento y la distancia interindividual terminarán, pero el
control continuará. Nada es transitorio: un Estado no se desarma por
propia voluntad, ni prescinde gustosamente de las prerrogativas que
la crisis le ha otorgado. Simplemente, “hibernará” las menos
populares, tal como ha hecho siempre. Tengamos en cuenta que la
población no ha sido movilizada, sino inmovilizada, por lo que es
lógico pensar que el Estado del capital, más en guerra contra ella
que contra el coronavirus, trata de curarse en salud imponiéndole
condiciones cada vez más antinaturales de supervivencia.
El enemigo público
designado por el sistema es el individuo desobediente, el
indisciplinado que hace caso omiso de las órdenes unilaterales de
arriba y rechaza el confinamiento, se niega a permanecer en los
hospitales y no guarda las distancias. El que no comulga con la
versión oficial y no se cree sus cifras. Evidentemente, nadie
señalará a los responsables de dejar a los sanitarios y cuidadores
sin equipos de protección y a los hospitales sin camas ni unidades
de cuidados intensivos suficientes, a los mandamases culpables de la
falta de tests de diagnóstico y respiradores, o a los jerarcas
administrativos que se despreocuparon de los ancianos de las
residencias. Tampoco apuntará el dedo informativo a expertos
desinformadores, a empresarios que especulan con los cierres, a los
fondos buitre, a los que se beneficiaron con el desmantelamiento de
la sanidad pública, a quienes comercian con la salud o a las
multinacionales farmacéuticas… La atención estará siempre
dirigida, o mejor teledirigida, a cualquier otro lado, a la
interpretación optimista de las estadísticas, al disimulo de las
contradicciones, a los mensajes paternalistas gubernamentales, a la
incitación sonriente a la docilidad de las figuras mediáticas, al
comentario chistoso de las banalidades que circulan por las redes
sociales, al papel higiénico, etc. El objetivo es que la crisis
sanitaria se compense con un grado mayor de domesticación. Que no se
cuestione un ápice la labor de los dirigentes. Que se soporte el mal
y que se ignore a los causantes.
La pandemia no tiene nada
de natural; es un fenómeno típico de la forma insalubre de vida
impuesta por el turbocapitalismo. No es el primero, ni será el
último. Las víctimas son menos del virus que de la privatización
de la sanidad, la desregulación laboral, el despilfarro de recursos,
la polución creciente, la urbanización desbocada, la
hipermovilidad, el hacinamiento concentracionario metropolitano y la
alimentación industrial, particularmente la que deriva de las
macrogranjas, lugares donde los virus encuentran su inmejorable hogar
reproductor. Condiciones todas ellas idóneas para las pandemias. La
vida que deriva de un modelo industrializador donde los mercados
mandan es aislada de por sí, pulverizada, estabulada,
tecnodependiente y propensa a la neurosis, cualidades todas que
favorecen la resignación, la sumisión y el ciudadanismo
“responsable”. Si bien estamos gobernados por inútiles, ineptos
e incapaces, el árbol de la estupidez gobernante no ha de impedirnos
ver el bosque de la servidumbre ciudadana, la masa impotente
dispuesta a someterse incondicionalmente y encerrarse en pos de la
seguridad aparente que le promete la autoridad estatal. Esta, en
cambio, no suele premiar la fidelidad, sino guardarse de los
infieles. Y, para ella, en potencia, infieles lo somos todos.
En cierto modo, la
pandemia es una consecuencia del empuje del capitalismo de estado
chino en el mercado mundial. La aportación oriental a la política
consiste sobre todo en la capacidad de reforzar la autoridad estatal
hasta límites insospechados mediante el control absoluto de las
personas por la vía de la digitalización total. A esa clase de
virtud burocrático-policial podría añadirse la habilidad de la
burocracia china en poner la misma pandemia al servicio de la
economía. El régimen chino es todo un ejemplo de capitalismo
tutelado, autoritario y ultradesarrollista al que se llega tras la
militarización de la sociedad. En China la dominación tendrá su
futura edad de oro. Siempre hay pusilánimes retardados que
lamentarán el retroceso de la “democracia” que el modelo chino
conlleva, como si lo que ellos denominan así no fuera otra cosa que
la forma política de un periodo obsoleto, el que correspondía a la
partitocracia consentida en la que ellos participaban gustosamente
hasta ayer. Pues bien, si el parlamentarismo empieza a ser impopular
y maloliente para los dirigidos en su mayoría, y por consiguiente,
resulta cada vez menos eficaz como herramienta de domesticación
política, en gran parte es debido a la preponderancia que ha
adquirido en los nuevos tiempos el control policial y la censura
sobre malabarismo de los partidos. Los gobiernos tienden a utilizar
los estados de alarma como herramienta habitual de gobierno, pues las
medidas que implican son las únicas que funcionan correctamente para
la dominación en los momentos críticos. Ocultan la debilidad real
del Estado, la vitalidad que contiene la sociedad civil y el hecho de
que al sistema no le sostiene su fuerza, sino la atomización de sus
súbditos descontentos. En una fase política donde el miedo, el
chantaje emocional y los big data son fundamentales para gobernar,
los partidos políticos son mucho menos útiles que los técnicos,
los comunicadores, los jueces o la policía.
Lo que más debe de
preocuparnos ahora es que la pandemia no solo culmine algunos
procesos que vienen de antiguo, como por ejemplo, el de la producción
industrial estandardizada de alimentos, el de la medicalización
social y el de la regimentación de la vida cotidiana, sino que
avance considerablemente en el proceso de la digitalización social.
Si la comida basura como dieta mundial, el uso generalizado de
remedios farmacológicos y la coerción institucional constituyen los
ingredientes básicos del pastel de la cotidianidad posmoderna, la
vigilancia digital (la coordinación técnica de las videocámaras,
el reconocimiento facial y el rastreo de los teléfonos móviles)
viene a ser la guinda. De aquellos polvos, estos lodos. Cuando pase
la crisis casi todo será como antes, pero la sensación de
fragilidad y desasosiego permanecerá más de lo que la clase
dominante desearía. Ese malestar de la conciencia restará
credibilidad a los partes de victoria de los ministros y portavoces,
pero está por ver si por sí solo puede echarlos de la silla en la
que se han aposentado. En caso contrario, o sea, si conservaran su
poltrona, el porvenir del género humano seguiría en manos de
impostores, pues una sociedad capaz de hacerse cargo de su propio
destino no podrá formarse nunca dentro del capitalismo y en el marco
de un Estado. La vida de la gente no empezará a caminar por senderos
de justicia, autonomía y libertad sin desprenderse del fetichismo de
la mercancía, apostatar de la religión estatista y vaciar sus
grandes superficies y sus iglesias.
Miguel Amorós
Confinado en su casa muy
a su pesar, el 7 de abril de 2020.
Interesante y acertada reflexión. Lo vivimos en nuestras carnes. Un modo de vida esclavo cada vez más perfeccionado por las élites que nos controlan y explotan
ResponderEliminarSalud!
Lo que más me gusta de los anarquistas es la finura de su análisis. Me parece muy lúcida. Lo que menos, esa puerta de bronce cerrada que ponen ante mis narices. Porque ¿cuándo la gente, por la fuerza de la prédica, va a desprenderse del fetichismo de la mercancía, si en su vida cotidiana no puede prescindir de ella, apostatar de la religión estatista (inmersa sin remedio hasta el colodrillo en un Estado u otro), y vaciar las grandes superficies e iglesias, cuando la tendencia heredada desde siempre es comprar barato, incluso el cielo?
ResponderEliminarEl Estado no se desmonta así, de ninguna manera.
Item más. Si todos los políticos son impostores apoltronados será por una condición humana irreprimible (no me gusta nada la palabra poltrona, que usan los reaccionarios para desprestigiar a los gobernantes cuando no son ellos). Estará en los genes esa torcida condición humana.
Si no hay un determinismo genético irreformable en la "naturaleza humana", ¿habrá quienes aspiren a una revolución conquistando parcelas de ese poder, porque sin conquistar parcelas seguirá habiendo poder?
El reformismo socialdemócrata no debe confundirse con la necesidad de reformas que cambien la correlación de fuerzas, conseguidas mediante la participación política en todas sus formas. Porque los socialdemócratas SÍ piensan en la inevitabilidad del sistema capitalista.
Claro que en el anarquismo clásico también existía la "acción directa"...
¿Y ahora?
"Sin organización, la clase obrera no es más que materia prima para la explotación".
Eliminarhttps://proletarios.org/books/LENIN-La-enfermedad-infantil-del-izquierdismo.pdf
Estoy de acuerdo en todo, hemos sido inmovilizados. El sistema capitalista ha dado con el método perfecto: sólo un virus que enferme y mate, consigue mantener a la población quieta. Ni toda la policía del mundo lo hubiera conseguido. Es evidente que conservarán su poltrona y es evidente también que habrá que movilizarse saliendo a la calle protegidos lo mismo que muchas enfermeras lo han hecho, con bolsas de basura sujetas con esparadrapos. Duele decirlo, pero así ha sido. De ahora en adelante, este será un método que el sistema va a utilizar contra la población. Por eso las luchas sociales, ecologistas, feministas, son más importantes que nunca. Tenemos que hacernos cargo de nuestro propio destino, no dejarlo en manos de impostores, como díce Miguel Amorós.
ResponderEliminarYo habría sido más contundente en dicha frase: "La sociedad no SE HA movilizado, ha sido inmovilizada". O movilizada en función de los intereses de la clase dominante.
Eliminar